BOB DYLAN. Mucho antes del Nobel, su poesía tuvo una exégesis
Taffetani refuta tácitamente a quienes se escandalizan por la concesión del Nobel de Literatura a este segundo gran poeta llamado Dylan. Me permito dedicarle este bello artículo a Pablo Chacón, el más apasionado admirador suyo y que me inició en el gusto por su obra y la de otros monstruos, como Chet Baker. Por su pronta recuperación. JS
“Escritos y Dibujos”, un libro dedicado a la literatura de Bob Dylan
POR OSCAR TAFFETANI / TÉLAM
En 1973, la editora inglesa Jonathan Cape publicó un grueso volumen de papel que lleva por título “Bob Dylan. Escritos y Dibujos”. En su prólogo, que recoge palabras del Sunday Times londinense, se lee: “La poética de Bob Dylan ha ayudado a formar la conciencia de toda una generación. Su percepción, única, se cristaliza en vívidas imágenes de las obsesiones, del alucinante poder de la esperanza, de la desesperación y los anhelos de incontables millones de jóvenes de todo el planeta”.
Entre aquella observación del Sunday Times (no olvidemos que Inglaterra tuvo mucho que ver con el nacimiento y consolidación de la cultura rock en el mundo) y el Nobel de Literatura otorgado este jueves a Bob Dylan por la Academia Sueca, hay un contexto y un camino que merecen describirse, para zanjar la falsa polémica de que la canción nunca alcanza status literario o que los versos de un poeta tienen como destino inexorable el papel impreso y nunca el MP3 o el vinilo.
La poesía moderna norteamericana tiene desde el siglo XIX un indiscutible fundador llamado Walt Whitman, enfermero de la Guerra de Secesión que alcanzó a dejar grabada su voz y su particular entonación al despuntar el siglo XX, cuando apenas comenzaba a existir el registro sonoro de la literatura.
Dos importantes poetas que lo sucedieron –Ezra Pound y Carl Sandburg- también grabaron sus poemas, entonados como salmos en el caso de Pound o también, en ocasiones, acompañados por la guitarra, en el caso de Sandburg.
En la tercera generación poética y literaria, forjada en los mismos comienzos de la Guerra Fría, dos trovadores que alcanzaron a ser maestros e inspiradores de Bob Dylan –Woody Guthrie y Pete Seeger- maridaron la canción folk y la canción country del Medio Oeste norteamericano con la prosa política y los versos connotados de poetas de otras latitudes (tal el caso de la Guantanamera , cantada por Seeger con letra de José Martí).
Los estudiosos de la folk song estadounidense coinciden en que la gran revolución dylaniana, la que lo convirtió en gurú de multitudes, fue el encuentro con The Band, el conjunto que integraban Richard Manuel, Robbie Robertson, Levon Helms, Rick Danko y Garth Hudson. Con ellos, en el Festival de Newport de 1965, nació un género sin precedentes, denominado folk rock.
En el folk rock había lugar, como en ningún otro género, para las letras kilométricas (fruto de la escritura automática y de la improvisación) que era capaz de escribir y de cantar esa estrella en ascenso llamada Bob Dylan. Y pasando al campo de la escritura en papel, el estilo torrencial de la Beat Generation (el de Allen Ginsberg en “Aullido”; el de “En el camino”, de Jack Kerouac) hallaba su reflejo en la prosa y el verso cantado de Bob Dylan. Todos eran hijos de la misma época. Y hablaban la misma lengua, fulgurante.
Un museo estadounidense conserva en sus vitrinas el original de “En el camino”, escrito con máquina de escribir sobre una interminable bobina de papel de teletipo, que se iba enrollando a medida que avanzaba el relato. Los poemas en verso libre y los dibujos de Bob Dylan que acompañaban, impresos en papel, los álbumes discográficos, eran parte de la misma propuesta, literaria y existencial.
El 29 de julio de 1966, cuando cabalgaba una moto Triumph de 500 de cilindrada por las cercanías de su granja de Woodstock, Bob Dylan tuvo un accidente que le costó una peligrosa lesión en la columna vertebral y una larga convalescencia. Hubo un Dylan anterior al accidente de Streibel Road y hubo un Dylan posterior.
En sus encuentros del Greenwich Village con Allen Ginsberg, la idea más ambiciosa del autor de “Soplando en el viento” era crear un circo itinerante, que recorriera los Estados Unidos y el resto del mundo predicando el evangelio de la nueva era. No pudo ser. El accidente recluyó al trovador en su granja-estudio de Woodstock y por mucho tiempo se suspendieron las presentaciones en vivo. Eso sí, cada año, como mínimo, había un nuevo álbum de canciones de Bob Dylan –letra y música- que salía en busca del público. Había comenzado la leyenda.
“Si uno quiere empezar a escuchar o leer a Dylan –dijo Sara Danius, secretaria permanente de la Academia Sueca- debería iniciarse con ‘Blonde on Blonde’, el disco de 1966 que tiene varios clásicos y que es un ejemplo extraordinario de su brillante modelo de rima, de su armado de estribillos y de su pensamiento pictórico».
Cabe acotar que a esta altura de la civilización, cuando el poeta y trovador nacido en Duluth es leyenda que se trasmite por generaciones, resulta un poco anticuado hablar de “iniciación”.
Todos están –o mejor: estamos- iniciados en la literatura de Bob Dylan.