CONTRA la política como negocio y el peronismo como nicho de mercado
No conocía este sitio, El Aluvión, ni, aunque no estoy seguro, a su joven director (últimamente, casi todas las personas con las que me relaciono son a mi lado muy jóvenes y mi memoria no lo es), Agustín Chenna. El enganche con su texto fue instantáneo ya que si la revista El Porteño, mi apasionado amor de los ’80, impulsó a dos grupos de rock, éstos fueron Patricio Rey y los Redonditos de Ricota y Los Piojos, los primeros durante la época inicial dirigida por el venal Gabriel Levinas; los segundos durante la etapa cooperativa (en ambos tuvo protagonismo Enrique Symms). Fue esa, hace más de tres décadas, cuando Chenna debía ser niño, mi última etapa de asistente a recitales en Cemento y otros tugurios y mi debut como escritor de libros densos.
Me emocioné hasta la médula con la irrupción en la historia nacional de Néstor Kirchner y las fastos del Bicentenario fueron, con aquel lejano 25 de mayo de 1973 y algún amor correspondido, los días más felices de la vida. Pero, veterano ya, nunca participé de los besamanos del Patio de las Palmeras, un autoconsolador bonsai ante la imposibilidad de llenar la plaza. Chenna, creo, plantea bien las cosas, por lo que es muy útil leerlo, pero aun cuando uno cante a coro con Spinetta «aunque me fuercen nunca voy a decir que todo tiempo por pasado fue mejor» subsiste una dolorosa incógnita: ¿Es posible amar al pueblo tal como es si no se asume como pueblo?
Es en este punto, me parece, que nos encontramos quienes no queremos desertar y si cabalgar, surfear las olas sin perder la dirección, tal como recomendaba Perón.
¿Todo tiempo pasado fue mejor?
El pecado de estar enamorado de un pasado mejor y la complicación egocéntrica de la obsecuencia con uno mismo. Salir de la melancolía de vivir para construir un futuro.
Un hecho canónico para nuestra generación ocurrió en diciembre: volvieron Los Piojos. Para los nacidos cercanos en el 2000 fue la oportunidad de escuchar en vivo a la banda con la que crecimos. Y para los +30 la chance de, por un rato, volver en el tiempo a la juventud rolinga quince años después. También volvió la inevitable sensación de que todo pasado fue mejor. La misma de los que escuchamos al Pato en vivo por primera vez después de salir de la cana o de los que conocimos las misas ricoteras en los últimos recitales del Indio. Es que la actualidad cultural no es muy prometedora.
Pero retornar al pasado es imposible. Cemento y Cromañon ya no existen. Museo Rock tampoco. Atrás quedaron los rituales piojosos y las misas de tres días. Los otrora rockeros ya no pueden poguear porque tienen problemas de meniscos y el nuevo under se parece más a Porno y Helado que a la expresión de una juventud rebelde. Las banderas del Che Guevara fueron reemplazadas por iPhones 16 y las Topper de lona viven solo en nuestros corazones ¿Habrá que acostumbrarse a la horda de boludos que graba historias para Instagram en los recitales y a que cualquier pelotudo llene Vélez anunciándose cómo el futuro de la música?
Algo parecido pasa en la política, ¿no? Paradójicamente, quienes más casados están con los modelos orgánicos de la década pasada son aquellos que no lo vivieron de forma directa. Un poco los entiendo. La nostalgia de haber sido parte de las primeras movilizaciones del 2008, de las multitudinarias post-2010 y de los patios de Cristina nos conmueven a todos. Al fin y al cabo, el militante más ignoto entraba a Casa Rosada cada quince días y conocíamos el Patio de las Palmeras como la vereda de nuestra casa, ¿quién no quisiera volver ahí?
No ocurre solo con el período kirchnerista. Por mi formación militante y familiar tengo muchos amigos y compañeros que conozco desde que nací que fueron parte de Montoneros o de las organizaciones de superficie de los 70’. Siempre se habla de la necesidad de escuchar a los jóvenes, de volver a interpelar a la sociedad o de interpretar mejor lo que el pueblo quiere. Siempre, también, las charlas redundan en la gloriosa lucha de los 70’ y en un anecdotario que no por interesante resulta práctico para la actualidad política. En una de esas ocasiones, en una actividad de compañeros hace unos días, uno de ellos que intentó cedernos la palabra a los pocos jóvenes presentes me decía “No hay caso. Estamos muy enamorados de nuestro pasado”. Y en política, estar muy enamorado del pasado está tan prohibido como estar más enamorado de uno mismo que del pueblo. A nosotros nos pasan las dos.
Ahí radica hoy la debilidad del peronismo en particular y de la política en general. El anclaje al pasado imposibilita discutir el futuro (al fin y al cabo, ganó el único candidato que proponía algo para adelante). Tiene algún sentido que estemos muy enamorados de nosotros mismos porque el pasado del peronismo es glorioso, es cierto. Pero lo que debemos preguntarnos es si queremos vivir frente al espejo preguntándole quién es el más bonito o si queremos transformar la realidad. El lema “Moreno tiene razón” es igual de incapacitante que las clases de Cristina sobre lo genial que fueron los doce años de kirchnerismo ¿Qué importa tener razón sobre lo que pasó si no se puede construir una alternativa política que cambie el rumbo de lo que va a pasar?
Pero si lo que viene es algo incierto y solo conocemos el pasado, ¿Cómo pensamos el futuro sin contaminarnos de lo conocido? Alguna punta para pensar nos deja “El 18 de brumario de Luis Bonaparte”, que comienza diciendo:
La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y cuando éstos aparentan dedicarse precisamente a transformarse y a transformar las cosas, a crear algo nunca visto, en estas épocas de crisis revolucionaria es precisamente cuando conjuran temerosos en su auxilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal […] Es como el principiante al aprender un idioma nuevo lo traduce mentalmente a su idioma nativo, pero sólo se asimila el espíritu del nuevo idioma y sólo es capaz de expresarse libremente en él cuando se mueve dentro de él sin reminiscencias y olvida en él su lengua natal.
Habrá que pensar ya no cuáles son las formas de aprender la nueva lengua, sino incluso discutir de que se trata ese nuevo idioma.
Cabeza para prever
“Aquel que no tenga cabeza para prever
tendrá que tener espalda para aguantar”
Juan Domingo Perón.
Uno de los aciertos del posmarxismo fue corregir el error determinista en que habían caído los Partidos Comunistas del Siglo XX, que aseguraban que la revolución proletaria era la consecuencia inevitable de la crisis terminal del capitalismo, paradójicamente, contrariando lo postulado por Marx: “Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado”. Pero a la fatalidad de la revolución le opusieron un relativismo ignorante de la realidad, donde nada necesariamente decantaba en nada ni tenía significación en sí misma. El intendente de Hurlingham Damián Selci (militante de La Cámpora), en su libro “La Organización Permanente”, agrega que eso no es así: lo que logra que de a se pase a b es, precisamente, la decisión política. A la contingencia le agrega la acción militante.
Todos tienen un pecado capital. En el primer caso, si el futuro está fatalmente determinado, de nada serviría la política. En el segundo, si nada estuviera determinado, sería innecesario comprender las condiciones sociales o “la realidad”. En el tercero, si las determinaciones corren por cuenta de las organizaciones humanas, se cae en un voluntarismo que solo puede arrojar como conclusión que la militancia es responsable de todo. Entonces, ¿qué nos queda?
Nuestro marco teórico (para eso sirve leer, para no rompernos la cabeza con conclusiones milenarias) ya lo resolvió. Cuando Sócrates le pregunta a Alcibíades cuál es la virtud del político, este responde que “la virtud del político es prever”. Perón dice “Sensibilidad e imaginación es base para ver, ver base para apreciar, apreciar base para resolver, y resolver base para actuar”. Y agrega “la única verdad es la realidad”.
El futuro no existe como algo determinado. Pero sí en el presente encontramos las tendencias que modelan el futuro, mientras que en el pasado podemos ver la experiencia histórica de la humanidad y sus conclusiones. En resumen, lo que viene no es fatalmente de una forma, pero tampoco es de cualquiera.
El problema ocurre cuando queremos proyectar lo conocido en el pasado hacia el futuro, obviando que la realidad cambió y, por ende, cambió la verdad. Si las verdades son distintas también debe serlo la acción, y “no puede uno ser leal con su pasado a costa de ser desleal con el presente”.
En el siempre álgido diciembre argentino, los medios de comunicación (que ya sabemos a qué intereses responden) titulaban “Llaman a indagatoria a Firmenich por el atentado al comedor de la Policía Federal”. La pregunta para el ojo más o menos entrenado era, ¿A quién conviene la eterna vuelta a los 70 desde el lugar más superficial posible? ¿Cuál es la fijación con hablar siempre de los jefes guerrilleros y no de la herencia económica y legal de Martínez de Hoz y sus implicancias en la actualidad?
Gran parte de la dirigencia, por mandato histórico y pertenencia generacional, construyó un discurso alrededor de los crímenes de lesa humanidad de las Fuerzas Armadas y la reivindicación de los detenidos-desaparecidos. Y eso estuvo bien. Pero ya toca, con el debido respeto, dar vuelta la página y poder plantear cuáles fueron las acciones del pasado que se proyectan para el presente y, así, poder pensarnos en un futuro distinto y posible.
Pareciera, a esta altura, que la sobrevaloración del sentido histórico en realidad busca tapar las deficiencias de análisis de la realidad y de construcción de proyecto de país.
«No te confundas. El Presidente soy yo»
Una de las peores herencias ideológicas de la dictadura cívico-militar es la subordinación de la política a la economía y de ésta a las finanzas. Está demás decir que la política (o los políticos) le delegaron la tarea de la búsqueda del bien común a los economistas. Pero resta aclarar que se la delegaron a los financistas, que representan a la peor escoria de la sociedad, viviendo de los dividendos que reparte el saqueo al pueblo. Y quizás suene mal, pero el papel de la economía no es hacer que los números cierren con la gente adentro ni, mucho menos, que el pueblo sea feliz. Eso es tarea de la política. Subordinar a la economía a este fin es una cuestión de principios ideológicos. No por nada Néstor decía que el verdadero ministro de Economía es el Presidente.
Habiendo delegado la construcción de futuro se transformaron en casta porque se quedaron sin tarea (no, dedicarse a hacer guita para los suyos no es una tarea). Y aburridos y medio ignorantes como son, creyeron que su trabajo era defender al sistema demoliberal burgués diciendo que “Milei va contra la democracia, el sistema de partidos políticos y la Constitución (del 94’)”.
¿Cuál es la tarea de la política sino la de proponer un proyecto nacional y explicar cómo va a ser llevado adelante? ¿Contarle al pueblo cómo lo cagan todos los días? Ya bastante tenemos con que el salario mínimo sea de 200 dólares en el mejor de los casos. Medio que nos chupa un huevo saber cómo (nos cagan). Y, si a alguno le importara, la mayoría no tiene tiempo.
Siguiendo la tendencia de mercantilización de la sociedad en la etapa de dominio del capital financiero, la política se volvió un gran negocio y el peronismo un hermoso nicho de mercado. Por supuesto que las expresiones culturales y la propia vida social de las personas no escapan a eso: nos encontramos ante la primacía de la estética y lo material por sobre la ética y lo espiritual. El Buenos Aires Trap, los cursos de trading, las obras de ¿arte? sin ningún tipo de alma y los esquemas ponzi son lo mejor que tiene para ofrecer el capitalismo en su etapa monopólica y financiera. Mientras utilizan la inteligencia artificial para ampliar los márgenes de ganancia, empujando así a millones de laburantes a la marginalidad, nos regalan Meta AI para que hagamos fotos de Icardi comiendo hamburguesas y a eso le llamamos “progreso”.
En ese marco, nuestra brújula debe ser pensar “¿Qué tiene la política para ofrecer? ¿Qué hay en el futuro? ¿Solo resignación o podemos construir una esperanza?”. Por suerte, en la Argentina, existe la política y un pueblo muy rico en historia de lucha.
El gran desafío de nuestro tiempo es dejar de estar más enamorado de esa historia que de nuestro pueblo tal y como es. Dejar de preguntarle al espejo cuál es el movimiento político más bonito para poder asumir las tareas necesarias de la época.