Año 2001. Duhalde resuelve desechar su promesa inverosímil, aquello de renunciar por siempre a la actividad política, y anuncia su postulación a senador por la provincia de Buenos Aires en los comicios de octubre del 2001. Regresa a la política, y lo hace con vigor y a las zancadas. Un día de junio, en un salón del Hotel Bauen, presenta su novedosa invención, el Movimiento Productivo Argentino (MPA), popurrí de empresarios, políticos, terratenientes, ganaderos, dirigentes sindicales y banqueros, amigos suyos todos, en el que apoyará su campaña política. «(…) Es hora de valientes decisiones. Es hora de transformaciones profundas«, declaran. Entre los padres fundadores del MPA que firman el documento, figuran varios de los responsables del hundimiento del Banco Provincia y del Grupo Bapro: Juan de Anchorena, Carlos Brown, Rubén Lusich, y Osvaldo Rial. En representación del mundo de la producción firman Eduardo Buzzi, presidente de la Federación Agraria; Mario Llambías, vicepresidente de Confederaciones Rurales Argentinas; Dardo Chiesa, presidente de la Confederación de Asociaciones Rurales de Buenos Aires y La Pampa; Gregorio Chodos de la Cámara de la Construcción, y los presidentes de las sedes de Santa Fe y de Córdoba de la Unión Industrial Argentina.
«Duhalde proyectaría ser Jefe de Gabinete después de octubre. El ex gobernador de Buenos Aires y actual candidato a senador peronista Eduardo Duhalde, manifestó en reuniones reservadas que estaría dispuesto bajo condiciones políticas especiales a hacerse cargo de la Jefatura de Gabinete, después de las elecciones del 14 de octubre próximo«. Las palabras de Morales Solá, son un presagio de lo que se viene. En los primeros días de septiembre, Duhalde viaja a Washington y en la sede de la Interamerican Dialogue, durante un encuentro comenta que en pocos meses más será presidente de la Argentina.
Luego de obtener una victoria irreprochable en los comicios a senador por la provincia de Buenos Aires, los pasos de Duhalde se tornarán más presurosos y desembozados. Al día siguiente, el 15 de octubre, visita la CGT y escucha con satisfacción la bravata de Hugo Moyano: «Si el gobierno no interpreta el mensaje muy claro de la sociedad, va a haber problemas sociales muy fuertes«. Duhalde viaja a Madrid, se reúne con el presidente José María Aznar y le solicita su apoyo porque, le vaticina, pronto se hará cargo del gobierno.
«Pero, ¿cómo?», le dice Aznar sin ocultar la sorpresa. «¡Si el presidente es amigo mío y está en funciones todavía!». La certeza de Duhalde: «Sí, bueno, pero yo me voy hacer cargo» (en el año 2007, en una entrevista con Jorge Fontevecchia, interrogado sobre el asunto, Aznar no hará más que confirmar la veracidad del diálogo). La Nación continúa avivando el fuego: «Todos piensan que no hay mucho tiempo para evitar el caos. No más de tres semanas. El PJ promete no empeorar las cosas«. Modo curioso de no empeorar las cosas. «La gente tiene la sensación de que el Presidente no llega a 2003. No quieren esperar dos años más. Y esa sensación puede convertirse en una profecía autocumplida«, declara Duhalde, siempre a La Nación. (…)
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Los relatos orales y escritos que se ocupan de narrar aquellos días de diciembre del 2001 repiten al azar, como chirrido de bandada de loros, las palabras anarquía, anomia, desgobierno, impostergable, incapacidad, negligencia, inhabilidad, aburrimiento, hartazgo, gente, todos, pueblo, sociedad, estallido, caos, tormenta, cambio, paso al costado.
Durante el acto de lanzamiento de una corriente interna del peronismo de la provincia que comparte con Juan José Alvarez, Alberto Ballestrini y Julio Alak, Ruckauf pierde la compostura y se pone a vociferar: «¡Es hora de prepararse para tomar el poder, el peronismo se pone en marcha para agarrar el gobierno!
¡Se vienen épocas de profunda convulsión en la Argentina, el gobierno debe ser reemplazado por otro peronista!«.
Recuerda Luis D’Elia: «Un día me tocó vivir un episodio muy fuerte con esto de los saqueos en el 2001. Varios años después, el día en que proclamaron a Cristina senadora, se hace una comida en la gobernación de La Plata, en una sala en donde está la mesa más grande que he visto en toda mi vida. Una mesa enorme, como de treinta metros. A mí me tocó estar al lado de Julio Alak, que era intendente de La Plata, y Julio me dijo: ‘En esta mesa, acá, Duhalde me dijo que había que destituir a De la Rúa’. Al lado mío estaba Emilio Pérsico y en frente lo tenía a Felipe Solá, que también lo escucharon. En La Matanza estuvo todo armado. El Negro Tucho, conocido puntero duhaldista, andaba en un coche viejo, barrio por barrio, creando una sensación de caos«. (…)
Duhalde y los suyos acuerdan el orden sucesorio: Eduardo Camaño queda al frente de la cámara de diputados y Puerta del Senado. Moyano toma un micrófono, uno de los tantos micrófonos que la prensa independiente y objetiva entrega en esos días a los tutores de la democracia y de las instituciones, y dice: «Hay que organizar la desobediencia civil, que el presidente tome una actitud patriótica y adelante las elecciones«. Días después, junto a Daer, anuncian una huelga general y activa, con movilizaciones a cara de perro en todo el país, huelga que pretenden extender por tres días.
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La semana trágica de diciembre de 2001, que tendrá al jueves 20 como punto crudo y amargo de la marabunta, no tiene siete días. Podríamos situar su comienzo el lunes 17. Ese día, Federico Storani llama por teléfono a Juan Pablo Baylac, vocero del gobierno, y le avisa que grupos de punteros peronistas tienen previsto incitar saqueos en Merlo, Moreno y La Matanza. Juan José Alvarez, ministro de Seguridad de la provincia, cita en su despacho a D´Elía y le dice: «Ustedes, si quieren darle a los comercios chicos, denle p´adelante, basta que no se metan con los hiper«. Mariano West, intendente de Moreno, ese mismo 17, encarga a un colaborador que alquile dos ómnibus y un camión, que dos días después utilizará para transportar unas 1.300 personas que saquearan alrededor de 37 comercios ubicados en distintos puntos del municipio de Moreno, razón por la que declaró el «estado de emergencia social».
Los primeros saqueos programados por el justicialismo ocurren en Entre Ríos. En su libro «El día del juicio», Daniel Enz relata: «Entre los saqueadores se encontraban los dirigentes Chelo Lima y Carlitos Sánchez. Lima —según declaró en sede judicial en días posteriores— fue llamado por el jefe departamental de Policía, comisario mayor Raúl Godoy, quien le habría dicho: ‘Chelito, dame una mano para salir de ésta. Decile a la gente que entre nomás al supermercado, que empuje los escudos, que nosotros los vamos a dejar pasar, pero que no se lastimen con los vidrios de la puerta’ (…) En el expediente 1039/01, a fojas 41, Lima declaró que durante los saqueos, ` recibió desde el Senado de la Nación una llamada del secretario del senador Jorge Busti, Juan Carlos Romero: ‘¿Cómo está la cosa ahí, loco? Parece que está linda. Podrila que al Jorge le sirve. Metéle pata, tomen el supermercado; si apretamos el acelerador, los volteamos a estos hijos de puta'» . El Jorge al que le sirve, al que le viene de maravilla el desgobierno, es Jorge Busti, compinche de Duhalde.
Entre tanto, en Santa Fe, Reutemann ordena al ministro Lorenzo Domínguez que retire de las calles «toda instancia de contención o mediación» (así consta en la declaración de Domínguez ante la Comisión Investigadora no gubernamental de Rosario).
Ruckauf, no hace más que llamar por teléfono una y otra vez a De la Rúa; le aconseja que actúe con firmeza, que declare el estado de sitio, es decir, que se arrime unos centímetros más al barranco, que le desembarace el camino al justicialismo. Medida que De la Rúa toma el día 19 de diciembre y que Juan José Canals, prosecretario del parlamento, le refiere a Alfonsín en el recinto del senado. Alfonsín da la impresión de que la noticia no lo ha tomado de sorpresa.
«Se terminó el gobierno», dice, «se terminó». Canals no entiende. «Cómo?» «¿Por qué?». Alfonsín, sin alzar la vista, repite: «Se terminó el gobierno». Su convencimiento no deja de ser equívoco. La declaración del estado de sitio no presupone forzosamente la caída de un gobierno; él lo sabe porque lo decretó en octubre de 1985, a lo largo de sesenta días y al amparo de una hipotética sublevación de militares con el apoyo de un puñado de periodistas de derecha. (…)
Lo que sucedió a partir de la declaración del estado de sitio es público y sabido; la vida había perdido gravedad y cada hora era un temblor constante, aunque de los 32 muertos, cada 19 y 20 de diciembre, a los gobernantes les resulta ocioso hablar. ¿Quién tuvo la ingeniosidad de inventar eso de que se vayan todos? Una frase enérgica y robusta que todos los que se tenían que ir tomaron a risa y con el correr del tiempo convirtieron en «¡Jódanse, nos quedamos y además nos reproducimos!».