El periodismo partidario
Via Puede Colaborar, el blog del amigo Yomal.
No es criticable hacer periodismo oficialista u opositor, si el que lee, escucha o mira, sabe desde el inicio desde donde se le habla o se escribe. En ningún caso es periodístico mentir u omitir información significativa. El criterio, siempre subjetivo, determinará el lugar que tendrá cada noticia. El periodismo oficialista suele omitir las críticas al gobierno o no da cuenta de situaciones confusas o complicadas. Si el periodismo que coincide con las principales líneas del gobierno cree que hace su tarea considerando que no debe señalar errores porque es hacerle el juego a la oposición, en realidad está dejando a sus seguidores sin su opinión sobre las equivocaciones gubernamentales que sólo quedan enarboladas y consideradas sesgadamente por el periodismo opositor, al tiempo que en lugar de colaborar para superarlos, termina siendo funcional a los aspectos desfavorables de la gestión.

La inexistencia de programas de debate político en la televisión pública es un déficit que a esta altura resulta reprochable. El gobierno ha promovido con algunas de sus medidas fundamentales grandes debates, y paradójicamente no hay en los medios estatales un lugar donde se polemice.
El programa 6-7-8, que ha cumplido y cumple un importante papel en el desmenuzamiento del discurso de los medios hegemónicos, es un espacio que se autotitula de crítica de algunos medios.
El periodismo partidario opositor omite reconocer bajo el antifaz de una falsa independencia, que en la mayoría de los casos, son los voceros del poder económico del que forman parte. Su hipócrita prédica moralista se contrapone con los cadáveres ocultos en sus placares y que la contienda mediática ha dejado al descubierto.
Todo esto sucede en medio de un conflicto que ha dejado al periodismo en la picota. En realidad es un strip- tease, un despojamiento de las ropas y lo que queda es algo más cercano a Quasimodo que a esa bella adolescente que enamoraba a la sociedad de los noventa.
Tan patética es esta revelación, como la actitud de Jorge Lanata, emblema del periodismo de los noventa, que después de pasar por el teatro de revistas, de plagiarse hasta el hartazgo a sí mismo, almuerza a solas con Mirtha Legrand, quedando a su derecha y dedicándole un libro de su autoría con un texto genuflexo: » A la chiqui que es una grande».