LA REPÚBLICA ESPAÑOLA y el verdadero significado de la palabra «Libertad»
Ayer fue 14 de abril, un nuevo aniversario (94º) de la proclamación de la Segunda República Española, que cinco años después debió enfrentar un golpe de estado de la reacción cavernaria. Que a causa de la férrea resistencia popular derivó en una guerra civil en la cual aquella venció auxiliada por el nazi fascismo, las huestes de Adolfo Hitler y Benito Mussolini, que participaron activamente en la contienda.. Mis padres vinieron a la Argentina desde España (en caso de mi madre, regresó, ya que había nacido en Villa Urquiza) a raíz de esa derrota. Se conocieron en el Laurak-Bat, el principal club vasco de Buenos Aires por lo que considero que mi existencia es un producto carambolesco de aquella tragedia inconmensurable. Casi tanto como lo es hoy el pornográfico exterminio del pueblo palestino.
En este punto, mi fidelidad a mi padre Antonio y a mi abuelo Constantino –navarros, vascos y españoles ambos–es absoluta. Lo que implica una paradoja: como ya expliqué, si aquí adscribo al nacionalismo revolucionarios y en este sentido soy rojo punzó, allí en la península ibérica, soy rojo a secas. Y así como aquí creo con Arturo Jauretche que –si no están a favor del pueblo las instituciones republicanas son las alcahuetas de la entrega–, allí abomino de los borbones y su monarquía y abogo por una república federal y socialista mientras que aquí me mofo de la mayoría de quienes se autodenominan republicanos y son meros auxiliares del poder económico concentrado.
Dicho lo cual comparto emocionado esta columna de Marga Ferré, presidente de Transform Europe, nacida en Buenos Aires en 1968 y que marchó al exilió madrileño junto a su familia luego del golpe de marzo de 1976, cuando tenía 18 años. Curiosamente la misma edad que tenia mi madre a poco de iniciarse la Guerra Civil que hizo que su familia asturiana regresara a Buenos Aires.
Amo a España como mi padre y mi abuelo amaron a la Argentina. Volví para no repetir la historia de mi padre, nacido 30 años antes que yo, que siempre soñó con el regreso y nunca lo pudo concretar. Amo a España pero no del mismo modo que el godo Ramiro Marra que, como Macri, de haber sido jóvenes a comienzos del siglo XIX, hubieran sido realistas y saboteado la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata.
Peor aún, mientras que el virrey, marques de Sobremonte, huyo con el oro del tesoro para que no lo incautaran los invasores británicos, el ministro Caputo entregó voluntariamente el oro del tesoro a Londres sin informar su cuantía ni dónde están ahora esos lingotes que, podemos predecir, jamás volverán a la Argentina.
Si no hubiera esclavos no habría tiranos. Una apelación republicana
Si venía de largo, la presidencia destructiva de Donald Trump abre una época que corporeiza, en su persona, el intento autoritario de cambiar no solo el orden internacional o el económico, sino el sentido común que desde la Revolución Francesa hizo de la igualdad y la libertad fuente de derecho.
Hoy tenemos que volver a hablar de tiranía.
Es 14 de abril, un día para recordar la República y el Frente Popular que la hizo posible, pero más allá del hecho en sí, detecto que lo que nos toca rescatar son los valores republicanos que de ella emanaron y a cuya demanda popular respondieron: la construcción de una ciudadanía de hombres y mujeres libres e iguales. Así de simple, así de difícil. Una idea, hecha acción, contra la tiranía más allá de un rey, cimentada sobre los poderosos ecos de aquel «igualdad, libertad y fraternidad» que más de un siglo antes había cambiado el mundo para siempre.
O eso pensábamos.
Décadas de ideología neoliberal nos han llevado hasta un lugar, el presente, en el que se ha vulgarizado e, incluso, hecho políticamente aceptable, la obsesión reaccionaria por separar igualdad y libertad hasta que se conciban como opuestos, cuando los republicanos franceses antes y los y las españoles después, entendieron, como muchos compartimos, que igualdad y libertad son dos principios espejo, que no se pueden dar el uno sin el otro y que por eso han de reivindicarse juntos.
Cuando JD Vance, vicepresidente de los EEUU, tacha de «ideología destructiva» la defensa de la diversidad, la igualdad y la integración, se refiere exactamente a eso: ni libertad, ni igualdad. Vuelta a la tiranía, a una extrema derecha que ha pasado de las guerras culturales a embestir abiertamente contra los principios y las formas democráticas o, como lo expresa mucho mejor el profesor Steven Forti, a imponer, desde dentro de las democracias formales, «regímenes híbridos de autocracias electorales», que son, sin tapujos ni máscaras, las formas tiránicas del siglo XXI.
En su libro Democracias en extinción (2024) Forti resume las características de la demolición democrática que la extrema derecha emprende en cuento llega al poder en nuestro presente: «No solo recortan derechos o atacan a la clase trabajadora para favorecer a los ricos, sino que cambian las reglas de juego democrático, no respetan la separación de poderes, destruyen el pluralismo informativo y acaban instaurando sistemas autocráticos donde la democracia, la igualdad y la libertad han, literalmente, desaparecido».
Eso es Trump y eso es Viktor Orbán en Europa, faro y guía (y fuente de financiación) de la extrema derecha continental. Orbán, el mejor amigo de Vox, define su régimen como una «democracia iliberal» (por si a alguien le quedaba la menor duda de que a esta gente les sobra hasta el liberalismo). Orbán describe el régimen que ha impuesto en Hungría como una «democracia basada en el Estado-nación y los valores cristianos» para justificar su autocracia. Leo lo que dice y no puedo dejar de pensar que son la versión magiar de aquel «nacional-catolicismo» que destruyó nuestra República y sus valores.
Mientras sindicalistas y comunistas obedientes a Moscú pedían subordinarlo todo a ganar la guerra, los auténticos libertarios de la CNT y los comunistas antiestalinistas del POUM abogaban por profundizar la revolución socialista.
El ataque a los cimientos democráticos es serio, real y global por lo que hoy toca, más que nunca, defender las libertades republicanas, esas que se oponen a la tiranía en todas sus formas, las que dan derechos, las que construyen ley desde la idea radical, de raíz, que entiende que todos los seres humanos somos libres e iguales; y hacerlo no porque esa idea sea suficiente, sino porque es el punto de partida.
Libres, iguales y conscientes. La apelación republicana exige no aceptar la servidumbre a la tiranía, tampoco la voluntaria y ahí es donde me voy a detener:
Contra la servidumbre voluntaria
Trump y Vance insultan y denigran a Europa hasta la humillación y la respuesta de la mayoría de los gobiernos europeos (casi todos conservadores) y de la extrema derecha (tan supuestamente patriótica) es de una docilidad bochornosa. Los veo agachar la cabeza, buscar justificaciones para no enfrentarse al líder autoritario e incluso aplaudirle y no puedo dejar de pensar que están a un minuto de gritar ¡Vivan las cadenas!
La apelación, por tanto, no es tanto a las élites, todas ellas mimadas en su burbuja de privilegios, ciegos al mundo, sino a una ciudadanía que no acepte la autocracia ni las ordenes imperiales con que la extrema derecha quiere doblegarnos. Una apelación republicana que surge del conocimiento que nos da la historia de una verdad tan incómoda como cierta: para que la dominación autoritaria triunfe se requiere el consentimiento de los dominados.
«Si no hubiera esclavos no habría tiranos» es una frase, a mi juicio gloriosa, que el mejor profesor que he tenido nunca, el historiador Juan Francisco Fuentes, recoge de un panfleto de León de Arroyal y que utiliza para titular su estudio la Revolución Española (1789-1837).
Aquellos revolucionarios que pretendían despertar al pueblo y que, no tengo dudas, debieron leer el famoso Discurso sobre la Servidumbre Voluntaria de Etienne La Boétie, porque defiende la misma idea, que hoy les pretendo rescatar: aquella que establece que para acabar con cualquier autoritarismo, el primer paso es no aceptarlo, no sostenerlo, no apoyarlo: «Si un país no consintiera dejarse caer en la servidumbre, el tirano se desmoronaría por sí solo, sin que haya que luchar contra él, ni defenderse de él. La cuestión no reside en quitarle nada, sino tan sólo en no darle nada […] con sólo dejar de servir, romperían sus cadenas».
Puede parecerles que adolece de cierta inocencia, pero a lo que apelaba La Boétie es a un principio básico que se me hace imperioso volver a traer al presente: la poderosa idea de que «no sólo nacemos con nuestra libertad, sino también con la voluntad de defenderla».
Eso es en España la República, la voluntad de defender la libertad y la negación a ese consentimiento, a esa servidumbre al autócrata, al líder que proyecta la sumisión voluntaria como un empoderamiento; porque no lo es.
Fue la Segunda República la que convirtió a las y los españoles en ciudadanos y no en súbditos, un enorme grito de libertad que, más allá de deponer un monarca, alumbró valores y la vindicación de la igualdad y la libertad como pilares paralelos sobre los que construir país. Nos toca, porque no paran y porque es una amenaza real del presente, combatir la tiranía (se dé esta donde se dé) y defender, implacables, igualitarios y libérrimos, aquellos valores.
Hoy es 14 de abril, ¡Viva la República!
Como dice un intelectual italiano » grande e la confusione sotto il cielo». De paso hay que decir que sólo en Italia y en Francia hay gente que es capaz de pensar dentro de la confusión global, (gente nada sospechosa de «ultraderechista», que fueron militantes comunistas en los 60 y 70); España tristemente viene a confirmar que después del siglo de oro, aquí no hay quien piense con lucidez (y la II República fue un período muy breve)…
La autora de la columna viene a confirmar que «grande e la confusione sotto il cielo», y también que deben ser enormes (en sumas monetarias) los esfuerzos de los globalistas neoliberales para que tanta pluma «progre» se bata por su causa.
Si se tiene clara la batalla que se está librando entre dos modelos capitalistas es fácil salir de la confusión, pero si uno se entretiene en los detalles puede escribir montañas de distracciones, como hace la autora (y la mayoría de los que tienen un espacio de palabra en Occidente), sobre los derechos individuales. Es curioso, porque el mundo capitalista cuando se batía ideológicamente con la URSS, también invocaba la defensa de las libertades del individuos contra los derechos sociales.
Es cierto que el sector que se enfrenta al neoliberalismo financiero globalista, es el antiguo capitalismo socialmente conservador, pero son los únicos que pueden hacerlo. (No hay otra base social para enfrentarlos, miren como terminaron los movimientos de los indignados, en todo el mundo, captados en su mayoría por el sistema en cuanto les dieron a sus líderes un pedazo del queso que reclamaban. El patético ejemplo de los podemitas españoles es bien ilustrativo). En cambio si hay masa social de gente enfadada por el desorden global que ha traído el capitalismo de casino.
Y si no se derrota al capitalismo financiero, vamos a la tercera guerra mundial, porque éstos han apostado por el militarismo (y a algo tan peligroso en Europa, como rearmar a Alemania, con peligrosos traumas revanchistas). Si la UE desencadena una guerra contra Rusia, al final obligará a EEUU a intervenir para defenderla y será el enfrentamiento entre potencias nucleares, y el fin de gran parte de la humanidad. Entonces, ya no quedará nadie para reivindicar ningún derecho individual.
Por otra parte, en la sociedad occidental moldeada por el capitalismo financiero, hace mucho que no hay libertad, ni democracia y se han apropiado de todas las organizaciones internacionales. Todo eso que la autora dice que quieren hacer «Trump y Viktor Orban»,
resulta que es lo que han impuesto los globalistas hace tiempo: no hay pluralismo informativo (¿o no se enteró esta señora de cómo se informa de la guerra en Ucrania y cómo se trata a quien disiente?), las elecciones y las democracias son una farsa (¿o no se enteró esta señora de lo que pasó en Rumania cuando la gente no votó al candidato de la USAID y Soros?, por poner sólo uno de los últimos ejemplo);etc.
Se defiende la diversidad individual, pero no la libertad de opinión si va en contra del paradigma impuesto por el neoliberalismo en todos los terrenos; ni la diversidad de los Estados (los tecnócratas de Bruselas que nadie ha votado, imponen la normativa que favorece al capitalismo de casino, no los intereses nacionales, ni siquiera los de la UE). El presidente Orban empezó a ser crucificado por pedir desde el principio conversaciones de paz entre Rusia y Ucrania, es decir, no obedece el discurso militarista de Bruselas. Y eso es lo único que les importa.
En fin, qué pesado que se hace vivir en este Occidente donde » grande e la confusione sotto il cielo», y uno ya está demasiado viejo y cansado para exiliarse a la otra punta del mundo…
Te agradezco mucho tu aporte. A pesar de mis sentimientos afines al viejo socialismo (y más, hacia el comunismo antiautoritario del POUM) tengo presente que entre los globalistas y los soberanistas estoy con éstos porque tengo claro que los globalistas no se han conformado con la desaparición de la Unión Soviética y pretenden el desguace de la Federación Rusa, y en lo que hace a Iberoamérica y el Caribe, que seamos proveedores de materias primas o, a lo sumo, factorias, y que la población excedente, se extinga, desaparezca. Los globalistas pretenden que las periferias seamos segmentos indiferenciados del mercado mundial, cuanto con menos características distintivas, nacionales, mejor.