POSTALES. Una estampa puntana (y casi bucólica) del horror de la dictadura

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Hoy hay muchas noticias más importantes que esta en http://memoria.telam.com.ar (como que los clarinetos no lograron que se exculpe a Ernestina por apropiarse de dos bebés que es casi seguro que son hijos de desaparecidos, se confirmó el procesamiento de Blaquier y el llamado a indagatoria del canalla de Hooft) pero es ésta la que me conmovió profundamente. Acaso porque San Luis no fue, ni con mucho, la provincia donde la represión fue más violenta ni extendida, esta crónica me parece una estampa -extrema, si, pero no deformada- de lo que fue la dictadura, y la necesidad de seguir siempre remando, trabajando, para que estas cosas no vuelvan a ocurrir. Porque en cuanto nos descuidamos, ocurren. Es más, es seguro que en alguna parte están ocurriendo ahora mismo.

Maestra rural describió el rosario de torturas y vejaciones a que fue sometida 

San Luis: Una víctima le refriega en la cara su superioridad moral a su verdugo

En escuelita rural como ésta, Lucy Maria fue secuestrada cuando izaba la bandera
San Luis.- Lucy María era a los 20 años una maestra rural de un paupérrimo pueblo de esta provincia, cerca de la frontera con La Pampa. Era muy delgada, y radioaficionada, hobby que le había trasmitido su padre y que le permitía comunicarse con su novio, que estudiaba en Chile. Esa afición precipitó su ruina a causa de las sospechas de un grupo de tareas de la Fuerza Aérea acerca de que su novio fuera militante y ella lo ayudara trasmitiendo mensajes revolucionarios. Después pasó a manos de la policía y del Ejército, fue torturada, violada individual y grupalmente y llegó a pesar 30 kilos. Hoy le recordó con amarga ironía a uno de sus torturadores, el comisario Humberto Godoy, su clarividencia: «Usted me amenazó diciéndome que volveríamos encontrarnos y aqui estamos. Pero yo no tuve un juicio justo y usted está amparado por la justicia de la democracia».


Lucy María, sobreviviente del terrorismo de estado, agradeció de pie hoy a uno de sus torturadores por su clarividencia cuando, en medio de una tortura durante su cautiverio, le dijo «vamos a volver a encontrarnos», y le espetó: «aquí estamos, pero usted está amparado por la justicia de la democracia. Yo no tuve un juicio justo».

El testimonio de Lucy María frente a su verdugo, Nelson Humberto Godoy, ex jefe departamental de la Policía de San Luis durante la última dictadura cívico militar, tuvo lugar hoy durante la décima jornada del juicio por delitos de lesa humanidad cometidos en San Luis.

«Aquí estamos, -dijo María de pie frente a Godoy- pero usted está amparado por la justicia de la democracia, con todas las garantías que esta le ofrece. Yo no tuve un juicio justo, era una joven de 20 años que pesaba 30 kilos por el maltrato recibido».

«Debo agradecerle porque si yo antes dudaba, después de lo que pasó sigo pensando lo mismo. Le agradezco que haya reafirmado mis convicciones, aunque dolorosamente, y hoy sé que lo que usted nunca entendió es la solidaridad», le dijo.

Fue un momento de extrema tensión, ante el Tribunal Oral Federal que juzga, en San Luis, a 29 imputados por delitos de lesa humanidad, en el que cada persona presente en la sala de audiencias pudo percibir el nivel de daño causado a esa maestra rural, arrebatada del mástil de una escuela albergue ubicada en el sur de la provincia de San Luis en el límite con la provincia de La Pampa.

Lucy María fue detenida el 23 de setiembre de 1976 cuando izaba la bandera de la escuela de «cartón corrugado, sin luz ni agua corriente a la que asistían hijos de puesteros de entre 6 y 11 años y donde las funciones no eran sólo la docencia».

A los cuatro kilómetros del lugar la hicieron desnudar y fue obligada a «correr por el campo mientras me disparaban, no para matarme sino para amedrentarme».

Cuando se reanudó el viaje, le pidieron que contara chistes desde el piso trasero del auto. «Yo conté algunos, pero no les gustaron y eso me costó otra golpiza», recordó.

La condujeron luego a los hangares de la V Brigada Aerea, esposada y desnuda, obligada a hacer sus necesidades encima, y así fue interrogada sobre su actividad como radioaficionada, su novio chileno con el que se comunicaba por radio, su elección de la psicología como materia de estudio y el pasado vasco de su familia.

Estas realidades fueron encadenando la certeza de que «yo enviaba mensajes por radio entre la ETA y el MIR, sumado a mi condición de mujer en el mundo de los radioaficionados donde el 99% eran hombres, a la elección de una carrera universitaria mal vista y a la tarea de asistencia a los desposeídos», declaró.

«En el mundo de la radio me introdujo mi padre, que era radioaficionado. Mi novio estudiaba en la universidad de Chile y nos comunicábamos por radio, y la tarea rural la realizaba porque era maestra y nunca había ejercido. Y la elegí cuando dejé la carrera de psicología en los años duros del terrorismo de Estado», aclaró.

María fue trasladada luego a la ciudad de Villa Mercedes, en donde en dependencias de la policía provincial «fui encerrada en un calabozo de 2 x 1 metros plagado de ratas y cucarachas cuyas mordidas permanecieron largo tiempo en mi cuerpo».

Fue torturada reiteradamente con los mecanismos de la época como el «submarino», violada individualmente y en conjunto por oficiales del ejército y de la policía que, además, le dijeron que habían matado a toda su familia, incluida su sobrina de 3 años.

Los únicos cargos que recuerda se los hicieron sus captores durante «los interrogatorios» en los que me gritaban «puta, comunista».

«Me devastaron de tal manera a nivel psíquico y físico que nunca creí que me iba a recuperar. Solo esperaba la muerte y los enfrentaba para que me mataran. Eran una cofradía de perros rabiosos contra

una mujer de 20 años y 30 kilos a la que se le zafaban las esposas por la delgadez».

La víctima destacó la actitud de tres oficiales de la policía de la provincia que la ayudaron durante su cautiverio, dos hombres y una mujer que la asistían luego de las largas noches de tortura.

«Esperaban que los del ejército se fueran y me ayudaban porque les tenían tanto terror como yo», describió.

Fue «licenciada» (liberada) el 1 de enero de 1977 por Miguel Angel Fernández Gez, previa entrevista para la que «me vistieron, me lavaron la cara y me peinaron» y a la que asistió acompañada por su padre.

«Nos llevaron a dependencias del Ejército y nos hicieron cruzar hangares donde vimos muchos jóvenes estudiantes universitarios en el piso y en muy mal estado».

Antes de quedar en libertad, recordó que «Fernández Gez humilló y degradó a mi padre en esa entrevista, diciéndole que él había criado bien a sus hijos que eran católicos e iban a misa, diciéndole: ‘Usted no lo hizo bien, la dejó leer mucho'».

«Vos qué querés hacer ahora», contó María que le preguntó el militar, y ante su respuesta de que quería reanudar su carrera universitaria, le contestó «sí, pero que debía traerle todos los viernes una lista con el nombre de subversivos».

En este contexto, María nunca se recibió de psicóloga y aún pesan sobre ella las huellas de las torturas, a pesar de la asistencia profesional con la que cuenta. Dijo que suele experimentar temblores y estremecimientos, secuelas del miedo y el horror que aún la asaltan en sus sueños.

Durante la jornada, se escucharon además los testimonios de Aida Alfonso y Ema Alfonso, hermanas de Manuel Armando Alfonso, víctima sobreviviente; la de Ramón Lucero Latorre, cuñado de Roberto García, dirigente gremial ceramista desaparecido y de Zulma Edith María, hermana de Lucy.


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