Reanúdase el santoral, interrumpido por negligencia
Con semejante antecedente, ninguna ofensa a la religión que provenga de este pajarraco (que, bueno es recordar, no se pronunció públicamente contra la profanación de la iglesia de San Ignacio) puede extrañar. Para remediar el abúlico y, repetimos, negligente comportamiento de nuestro -por ahora todavía- director, publicamos las hagiografías de los santos de los últimos días.
El comité de trabajadores del sitio.
Ebba la Menor
Abadesa y mártir, m. en 869
4 de octubre
Amón
Anacoreta, m. hacia 350

Lleva su mismo nombre un policía romano que 100 años antes estaba encargado de mantener el orden durante las sesiones de tortura a los cristianos. Fue canonizado pues en cierta oportunidad, al advertir que uno de los mártires comenzaba a dudar de la Fe, puso las cosas en su sitio dándole ánimo y a la postre compartiendo su suerte.
3 de octubre
Dionisio de París
Obispo y mártir, m. hacia 250
Sintiéndose insultados en su inteligencia los ignorantes paganos denunciaron a Dionisio, que fue primero azotado con varas, luego tendido sobre una parrilla incandescente y más tarde, ileso, arrojado a las fieras.
Al ver que las bestias salvajes se tendían pacíficamente a los pies de Dionisio, lo decapitaron.

Fue sepultado en ese mismo sitio, el actual Saint Denis, presumiblemente sin vida. Aunque en su caso, nunca se sabe.
Comparte su día con Teresita del Niño Jesús, monja de Lisieux, que entró al Carmelo a los 15 años de edad y, tras casi una década dedicada a Dios, un 30 de septiembre de 1897, a los 24 años y con la invalorable ayuda de la tuberculosis, remontó vuelo para sentarse a Su lado. No cesa de interceder por las misiones y los misioneros desde que en 1927, por decreto papal, fueron puestos bajo su protección.
2 de octubre
Otto
Obispo, 1062 ‑ 1139

El hábil y astuto Otto viajó a la región montado a caballo con la magnificencia de un príncipe, a la cabeza de una larga fila de carros repletos hasta el tope de riquísimos utensilios eclesiásticos y valiosos regalos. Cuando hizo su entrada en el castillo de Pyritz, donde los nobles paganos
se habían reunido para celebrar una fiesta en honor a uno de sus dioses, todos quedaron deslumbrados por los relucientes ornamentos de oro de Otto y del pomposo atavío de su séquito. Éste sí era el enviado de un dios verdaderamente
Muchos paganos se hicieron bautizar de inmediato, mas otros objetaron que las tierras cristianas eran asoladas por salteadores y ladrones, lo que en modo alguno ocurría en Pomerania. También les cortaban a las personas nariz, orejas, manos y pies, además de arrancarles los ojos después de pronunciadas las sentencias judiciales, cosa que entre los paganos resultaba impensable.