VAROUFAKIS – TECNOFEUDALISMO. ¿Muerte o mutación del capitalismo?
Tengo entendido que a Yanis Varoufakis le han salido importantes contradictores… pero no tengo noticias de ellos. En cualquier caso, lo que expresa me parece de importancia capital (nunca tan bien dicho) por lo que sugiero que primero se lea su texto que va debajo del video; luego a modo de racconto o síntesis vean el video, y por último lean la muy reciente entrevista en profundidad que se le hizo a fin de aclarar alguna duda si la hubiere. Claro que bien pueden pasarse estas recomendaciones por salva sea la parte pues, como suele decirse, el orden de los factores no altera el producto. En cualquier caso serán bienvenidos sus comentarios.
Somos humildes siervos de los señores de la nube: bienvenidos al tecnofeudalismo
Un nuevo capital mutante ha matado y sustituido al capitalismo: el capital en la nube. No fabrica cosas, sino que se compone de dispositivos concebidos para modificar nuestro comportamiento. Y le va de maravilla.
YANIS VAROUFAKIS
Miremos hacia donde miremos, estamos presenciando el triunfo del capital. En almacenes, fábricas, oficinas, universidades, hospitales públicos, medios de comunicación, incluso en el espacio, pero también en el microcosmos de las semillas patentadas. ¿Cómo me atrevo, entonces, a afirmar que el capitalismo ha muerto asesinado? ¿Quién lo ha matado? La respuesta es de una ironía deliciosa: el capitalismo ha muerto asesinado por su propia mano: por el capital.
Si estoy en lo cierto, lo preocupante no es lo que la Inteligencia Artificial (IA) nos vaya a hacer en el futuro, sino lo que ya ha hecho: el capital ha llegado a ser tan dominante y ha mutado en una variante tan tóxica que, como un virus estúpido, ha acabado matando a su anfitrión, el capitalismo, para sustituirlo por algo muchísimo peor.
Consultoras: el gran engaño del capitalismo
Este nuevo capital mutante que ha matado al capitalismo vive en la famosa nube, así que llamémoslo capital en la nube.
El capital en la nube, por supuesto, no vive realmente en la nube, sino en la Tierra; reside en equipos conectados en red, granjas de servidores, torres de telefonía móvil, programas, algoritmos basados en inteligencia artificial y en el fondo de nuestros océanos, donde se extienden incontables kilómetros de cables de fibra óptica.
A diferencia de lo que ocurre con los medios de producción del capital tradicional, como los motores de vapor o los robots industriales modernos, que son medios fabricados, el capital en la nube no fabrica cosas, sino que está compuesto por dispositivos concebidos para modificar el comportamiento humano.
Eso es lo que son Alexa de Amazon o el Asistente de Google: un medio de modificación del comportamiento construido precisamente para eso. Es una máquina, una pieza del capital, a la que entrenamos para que nos entrene para que la entrenemos para que ella decida qué queremos. Y, una vez decidido lo que queremos, la misma máquina nos lo vende directamente, sin pasar por los mercados.
Por si fuera poco, esa misma máquina consigue que sostengamos la enorme red de modificación del comportamiento a la que pertenece con nuestro propio esfuerzo, de forma voluntaria y gratuita. Cuando publicamos reseñas, valoramos productos o publicamos en la red vídeos, diatribas y fotos, estamos ayudando a reproducir el capital en la nube sin recibir un céntimo por nuestro trabajo. La máquina, en definitiva, nos ha convertido en siervos de la nube.
Mientras tanto, en las fábricas y los almacenes, los mismos algoritmos que modifican nuestro comportamiento y nos venden productos se utilizan —normalmente, mediante dispositivos digitales en la muñeca del trabajador— para hacer que trabajen más deprisa, dirigirlos y vigilarlos minuto a minuto.
Impresiona ver de qué forma el capital en la nube consigue desempeñar cinco funciones que antes estaban fuera del alcance del capital tradicional. Capta nuestra atención. Fabrica nuestros deseos. Nos vende directamente, sin pasar por los mercados tradicionales, lo que nos ha hecho desear. Fomenta el trabajo proletario en los centros de trabajo. Y crea una ingente mano de obra gratuita (los siervos de la nube).
¿A alguien le extraña que los propietarios de este capital en la nube —llamémoslos los nubelistas— tengan un poder hasta ahora inimaginable para obtener una plusvalía gigantesca de los proletarios, un volumen incalculable de trabajo no remunerado de casi todo el mundo y, de los capitalistas vasallos, unas rentas de la nube inconcebibles? ¿Cómo no van a ser mucho más poderosos de lo que pudieron ser jamás Henry Ford o Rupert Murdoch?
“Un momento”, me dirán. “¿En qué se diferencia Jeff Bezos de Henry Ford? ¿No son todos monopolistas?”. No. Amazon.com no es una empresa capitalista monopolista. En el momento en que entramos en amazon.com hemos salido del capitalismo. Es cierto que es un sitio lleno de compradores y vendedores, así que es una enorme plataforma comercial, pero no es un mercado. El dueño de todo es un hombre llamado Jeff, que es muchísimo más que un monopolista.
Jeff no posee las fábricas en las que se producen los artículos que los capitalistas tradicionales no tienen más remedio que vender en su plataforma. Lo que sí posee es el algoritmo que decide qué productos vemos, el mismo algoritmo que nosotros hemos entrenado para que nos conozca a la perfección y nos empareje con un vendedor —al que también conoce a la perfección— de forma que cada emparejamiento tenga las máximas probabilidades de permitirle a Jeff extraer el mayor margen posible del vendedor por cada cosa que se compra: hasta el 40% de lo que pagamos.
La mente se revuelve ante una explotación de tal dimensión y tan radicalmente nueva. El mismo algoritmo que ayudamos a entrenar en tiempo real para que nos conozca de arriba abajo modifica nuestras preferencias y administra la selección y la entrega de los productos que van a satisfacer esas preferencias. Si dos personas escriben “bicicletas eléctricas” en amazon.com, obtendrán recomendaciones totalmente diferentes. Es como si, en un mercado o centro comercial tradicional, las dos personas caminasen una al lado de la otra, mirando en la misma dirección, pero viendo cosas distintas en función de lo que el algoritmo de Jeff quiere que vea cada una.
Todos los que entramos en amazon.com navegamos en un aislamiento construido por el algoritmo, como si estuviéramos en un panóptico en el que no podemos vernos unos a otros sino solo el algoritmo que todo lo ve o, para ser más exactos, lo que el algoritmo nos permite ver para sacar el máximo dividendo de la nube, la versión actual de la renta que los señores feudales cobraban por las tierras a sus vasallos y sus campesinos.
Esto no es capitalismo. Señoras y señores, bienvenidos al tecnofeudalismo.
El capitalismo, no lo olvidemos, tenía dos pilares: los mercados y los beneficios. Por supuesto, los mercados y los beneficios siguen estando omnipresentes. Pero el capital en la nube los ha desplazado del centro de nuestro sistema socioeconómico, los ha empujado hacia los márgenes y los ha reemplazado.
Los mercados, el medio en el que se desarrolla el capitalismo, se han visto sustituidos por feudos en la nube, plataformas de comercio digital como amazon.com o Alibaba que, como hemos visto, parecen mercados, pero no lo son.
¿Y los beneficios, que son el combustible del capitalismo? Pues los han sustituido sus antecesoras feudales: las rentas. En concreto, las rentas de la nube, una nueva forma de alquiler que hay que pagar por el acceso a esos feudos o plataformas digitales.
¿Cómo surgió el capital en la nube? Nació a finales de los años noventa, cuando el internet original, que era un bien común —funcionaba como una zona libre de capitalismo—, aquel internet 1.0, por así decir, cayó en manos de las grandes empresas tecnológicas que estaban naciendo, que lo privatizaron.
¿Quién pagó los billones de dólares que costó fabricar y acumular el capital de la nube con tanta rapidez en manos de unos pocos nubelistas? Lo sorprendente es que fueron, sobre todo, los bancos centrales de los países del G-7. ¿Cómo es posible? Pues por accidente, o, para ser más exactos, por culpa de la crisis.
Tras el hundimiento del sector financiero en 2008, los banqueros centrales imprimieron nada menos que 35 billones de dólares para rescatar a los bancos mientras nuestros gobiernos sometían al pueblo a duras medidas de austeridad. Los capitalistas fueron lo suficientemente astutos como para prever que la gente no iba a tener un céntimo y no iba a poder comprar sus productos. Así que, en lugar de invertir, llevaron el dinero del banco central a la Bolsa y a los mercados de bonos, donde compraron acciones, bonos y, de paso, yates, arte, bitcoins, NFT y cualquier “activo” que pillaron.
Los únicos capitalistas que realmente invirtieron en capital fueron los dueños de las grandes tecnológicas. Por ejemplo, nueve de cada diez dólares que se invirtieron en crear Facebook procedían de ese dinero de los bancos centrales. Así se financió el capital en la nube y así se convirtieron los nubelistas en nuestra nueva clase dirigente.
Como consecuencia, el verdadero poder hoy no lo tienen los dueños de maquinaria, edificios, ferrocarriles, compañías telefónicas o robots industriales. Estos anticuados capitalistas terrestres siguen obteniendo plusvalías del trabajo asalariado, pero ya no son los que mandan. Se han convertido en vasallos de los propietarios del capital en la nube, de los nubelistas.
En cuanto a los demás, hemos vuelto a nuestra antigua condición de siervos y contribuimos a la riqueza y el poder de la nueva clase dominante con nuestro esfuerzo no remunerado, que se añade al trabajo asalariado que hacemos cuando tenemos la posibilidad.
¿Todavía no están convencidos? Ya, es difícil dejar atrás la palabra capitalismo. Los liberales no son los únicos para los que es como el agua para los peces. Los socialistas también necesitamos sentir que nuestro propósito en la vida es derrocar al capitalismo. Resulta difícil aceptar que el capital se nos ha adelantado y lo ha sustituido por algo peor. De hecho, mis amigos de izquierdas son los que más intentan disuadirme y convencerme de que sí, puede que el capital en la nube sea importante, pero “esto sigue siendo capitalismo, colega”.
Amazon está lleno de compradores y vendedores, pero no es un mercado, el dueño de todo es Jeff Bezos
Llamémoslo capitalismo rentista o capitalismo monopolista, me sugieren. Pero no es suficiente. El alquiler de la nube no es como el alquiler del suelo, porque exige una enorme inversión en nuevas tecnologías. Y tampoco son rentas procedentes de un monopolio, porque Bezos y Zuckerberg no monopolizan mercados para vender lo que fabrican (como hacían Ford y Edison), sino que han sustituido a los mercados y no están interesados en fabricar nada (a diferencia de Ford y Edison).
¿Qué tal capitalismo de vigilancia? Tampoco. Los nubelistas no se limitan a utilizar algoritmos para lavarnos el cerebro en nombre de los anunciantes en un entorno capitalista. No, el capital en la nube se reproduce gracias a nuestro trabajo gratuito, explota directamente el trabajo asalariado y exprime las rentas de la nube de los capitalistas vasallos en plataformas comerciales que no son mercados. Esto no es capitalismo, señores.
¿Pero qué pasa con la afirmación de que el tecnofeudalismo es parasitario del sector capitalista integrado en él? Es verdad. Si los capitalistas convencionales se extinguieran, los nubelistas desaparecerían, incapaces de cobrar rentas de la nube a los fabricantes. ¿Y qué? Cuando el capitalismo acabó con el feudalismo, los capitalistas pasaron a ser parásitos de los terratenientes, en el sentido de que, sin tierras privadas que produjeran alimentos, el capitalismo habría desaparecido. Ahora, el sector capitalista tradicional también alimenta el tecnofeudalismo, pero los que dominan son el capital y las rentas de la nube.
El concepto de tecnofeudalismo demuestra que el hecho de que los trabajadores del automóvil y los enfermeros se organicen, aunque sigue siendo esencial, es insuficiente. Aclara lo que va a costar movilizarse contra el cártel de los combustibles fósiles cuando nuestros medios de comunicación funcionan gracias a un capital en la nube preparado para envenenar a la opinión pública. Explica por qué el paso a los coches eléctricos ha provocado la desindustrialización de Alemania, a medida que los beneficios de la ingeniería mecánica de precisión se sustituyen por los dividendos que obtienen los propietarios del capital en la nube dedicados a observar las rutas y los hábitos de los conductores. De repente tiene mucho más sentido la decisión de Elon Musk de comprar Twitter, como interfaz entre sus acciones de capital mecánico en Tesla y SpaceX y el capital en la nube. La nueva guerra fría entre Estados Unidos y China, especialmente desde que empezó la guerra de Ucrania, se explica como la repercusión de un enfrentamiento de fondo entre dos tecnofeudalismos con rentas de la nube, uno en dólares y el otro en yuanes.
¿No es alucinante? Todos esos avances científicos increíbles, esas fantásticas redes neuronales y esos programas de inteligencia artificial inimaginables, ¿para conseguir qué? Para crear un mundo en el que, mientras la privatización y el capital de riesgo vacían nuestro entorno de toda la riqueza física, el capital en la nube se dedica a vaciar nuestros cerebros. Para que podamos ser dueños individuales de nuestra mente, debemos ser dueños colectivos del capital en la nube. Cuando hayamos recuperado nuestra mente, podremos trabajar todos unidos para encontrar la manera de crear un nuevo capital común en la nube. Será rematadamente difícil, pero es la única forma de conseguir que nuestros artefactos basados en la nube dejen de ser un medio fabricado para modificar el comportamiento y se conviertan en un medio para la colaboración y la emancipación humanas.
Siervos de las nubes, proletarios de las nubes y vasallos de las nubes del mundo, ¡uníos! No tenemos nada que perder, salvo nuestras cadenas mentales.
«El trabajo no asalariado está produciendo directamente capital de una forma que carece de precedentes»
Entrevista a Yanis Varoufakis, economista y exministro de Finanzas del gobierno griego de Alexis Tsipras, sobre capitalismo y tecnofeudalismo.
–Eres uno de los diversos teóricos, junto con Cédric Durand, Jodi Dean, Mariana Mazzucato y otros autores y autoras, que has especulado con la posibilidad de que la hegemonía de las Big Tech, esto es, de las grandes empresas tecnológicas (Alphabet/Google, Amazon, Apple, Meta/Facebook y Microsoft), las cuales utilizan algoritmos para construir imperios de datos capaces de funcionar como una fuente de valor aparentemente ilimitada, haya desencadenado una serie de procesos, que nos llevan tal vez más allá de las fronteras del capitalismo. En tu libro Technofeudalism: What Killed Capitalism, publicado en 2023 (Tecnofeudalismo, 2024), afirmas que, al igual que a principios de la edad moderna la tierra fue suplantada por el capital productivo como el factor dominante del proceso de producción, a principios del siglo XXI el capital productivo ha sido sustituido por el «capital de plataforma» [cloud capital], lo cual indica un cambio hacia un nuevo régimen de acumulación. ¿Por qué, en tu opinión, el capital de plataforma es cualitativamente distinto de otras formas de capital? ¿Cuál ha sido su evolución histórica?
–En primer lugar, permíteme una aclaración preliminar. Technofeudalism no es un análisis posmarxista de un sistema poscapitalista. Es un análisis plenamente marxista del funcionamiento contemporáneo del capital, que intenta explicar por qué este ha sufrido una mutación fundamental. Por supuesto, a lo largo de los siglos anteriores el capital ha evolucionado desde las cañas de pescar y las herramientas sencillas hasta la maquinaria industrial, pero todos estos instrumentos compartían una característica básica: eran producidos como medios de producción. Ahora, tenemos bienes de capital que no se crearon para producir, sino para manipular comportamientos. Esto ocurre a través de un proceso dialéctico mediante el cual este selecto grupo de grandes empresas tecnológicas incita a miles de millones de personas a realizar un trabajo no remunerado, a menudo sin ni siquiera saberlo, para reponer el núcleo patrimonial de su capital de plataforma. Se trata de un tipo de relación social esencialmente diferente.
¿Cómo ha surgido? Como siempre, esto es, a través de cambios cuantitativos, graduales y constantes verificados en la tecnología, que en un determinado momento han producido un cambio cualitativo de mayores dimensiones. Las condiciones previas fueron dos. Una fue la privatización de Internet, la privatización de los «bienes comunes originarios de la world wide web». Llegó un momento en el que para realizar una determinada acción en línea tenías que conseguir que tu banco o una plataforma como Google o Facebook verificara quién eras. Esa fue una forma muy significativa de cercamiento, de mercantilización de la ciberesfera y de creación de identidades digitales privatizadas de modo previamente inexistente. Otro factor fue la crisis financiera de 2008. Para hacer frente a sus consecuencias los Estados capitalistas imprimieron 35 billones de dólares entre 2009 y 2023, dando lugar a una dinámica de expansión monetaria en la que los bancos centrales, y no el sector privado, fueron la fuerza motriz. Los Estados también impusieron la austeridad universal en la totalidad de los países occidentales, lo cual deprimió no sólo el consumo, sino también la inversión productiva. Los inversores respondieron comprando activos inmobiliarios e invirtiendo dinero en las grandes empresas tecnológicas. Así que, naturalmente, estas últimas se convirtieron en el único sector capaz de transformar ese torrente de recursos líquidos creado por los bancos centrales en bienes de capital. Su capital accionarial llegó a ser tan sustancial y otorgó a sus propietarios un poder tan enorme para influir en el comportamiento y extraer rentas, que introdujeron un punto de ruptura en el funcionamiento tradicional del sistema capitalista. Y esto ocurrió de forma totalmente accidental: un caso clásico de consecuencias imprevistas, que no contó con la intención explícita ni siquiera de las propias empresas tecnológicas.
–Por supuesto, que estemos o no entrando en una era poscapitalista depende de nuestra concepción del capitalismo. Se ha argumentado que la definición de capitalismo acuñada por Robert Brenner, que considera a este como un sistema en el que la coerción del trabajo –y por ende también la acumulación de capital– se hallan totalmente mediadas por el mercado, nos lleva a algo parecido a la tesis del tecnofeudalismo, dada la prominencia en el seno del actual modelo de acumulación de la coerción «extraeconómica», ya se exprese esta en la forma de un poder político contundente dispuesto a proteger a los monopolios y a garantizar la canalización de los beneficios hacia los estratos superiores de la estructura social o mediante formas de control algorítmico. Pero otros investigadores, por ejemplo, (Eugeny) Morozov, rechazan esta concepción brenneriana por considerarla demasiado restrictiva, ya que el capitalismo siempre ha implicado una interacción compleja entre los ámbitos económico y extraeconómico. ¿Qué respondes a este razonamiento?
–Yo no soy brenneriano. Mi concepción del capitalismo procede directamente de Marx, quien lo considera basado en dos grandes transformaciones: la transferencia de poder de los propietarios de la tierra a los propietarios de las máquinas tras los cercamientos de las tierras comunes o todavía no mercantilizadas y el paso de la acumulación de riqueza mediante la forma de la renta a aquella verificada mediante la acumulación de beneficios. La primera de estas transformaciones desencadena un proceso aparentemente interminable de mercantilización, una expansión perpetua del mercado en todos los ámbitos de la vida. La segunda consagra el plusvalor, es decir, la suma que el capitalista puede extraer del trabajo una vez pagados los gastos generales de producción, como el objetivo primordial de la inversión. Mi convicción de que nos hemos movido más allá del capitalismo se desarrolló a partir de una observación muy simple: si observas Amazon.com, te das cuenta de que no es un mercado. Es un feudo digital o de capital de plataforma. Comparte ciertas características con los feudos de antaño: hay fortificaciones a su alrededor, hay un «señor» que lo posee, etcétera. Pero, a diferencia de estas estructuras premodernas caracterizadas por la preeminencia de la tierra y la existencia de meros cercamiento físicos, los feudos en la nube se construyen mediante el capital de plataforma y funcionan mediante un sofisticado sistema de planificación económica, un algoritmo que habría sido el sueño húmedo del Gosplan, el ministerio de planificación soviético.
Recordemos que la cibernética se desarrolló en la Unión Soviética. Los soviéticos utilizaban el término «algoritmo» para referirse a un mecanismo cibernético, que sustituiría a los mercados por un método diferente de adecuar las necesidades a los recursos. Si el Gosplan hubiera tenido a su disposición la sofisticación tecnológica de, por ejemplo, el algoritmo de Amazon, entonces la URSS bien podría haber sido una historia de éxito a largo plazo. Hoy, sin embargo, los algoritmos no se utilizan para proceder a la planificación en nombre de la sociedad en general, sino con el fin de maximizar las rentas generadas en la nube por el capitalismo de plataforma para sus propietarios. La reproducción del capital de plataforma, así como de los feudos digitales en la nube que este erige, destruye no sólo la competencia mercantil, sino también mercados enteros. Entonces, el plusvalor residual producido en el sector capitalista convencional (fábricas y similares) es objeto de apropiación en concepto de renta capturada en la nube por los propietarios del capital de plataforma. De este modo, el beneficio queda marginado y la acumulación de riqueza depende cada vez más de la extracción de renta mediante el capitalismo de plataforma.
–Escribes que mientras que el capitalismo mercantilizó el trabajo, el tecnofeudalismo lo está desmercantilizando. Es decir, las mencionadas grandes empresas tecnológicas se sustentan en la explotación que se produce al margen del mercado laboral mediante la sustitución del trabajo asalariado por la recolección de datos. Pero, ¿no dirían los teóricos de la reproducción social que el capitalismo siempre ha hecho algo parecido, extrayendo valor de formas de trabajo no monetizadas?
–Es cierto que el trabajo de cuidados no remunerado ha sido esencial para el capitalismo durante mucho tiempo. Pero cuando digo que el capital de plataforma desmercantiliza el trabajo antes asalariado, estoy hablando de algo fundamentalmente diferente. En este caso, el trabajo no remunerado no asalariado está produciendo directamente capital de una forma que carece de precedentes. La cuidadora que no cobra a causa del patriarcado está suavizando la distribución del plusvalor en la economía capitalista, pero no está produciendo capital directamente. En el capitalismo, el capital únicamente lo produce el trabajo asalariado. Si un industrial textil deseaba una máquina de vapor, tenía que acudir a James Watt y encargársela, y este tenía que pagar a los trabajadores encargados de su producción una cantidad suficiente para que aportaran su fuerza de trabajo. En una empresa como Meta gran parte de su capital social no lo producen sus empleados, sino sus usuarios diseminados en la sociedad en general: personas no remuneradas, que, como «siervos de la nube» del momento presente, entran en contacto con sus algoritmos y trabajan gratis para imbuirles una mayor capacidad de atraer a otros siervos de la nube. Esta es la razón por la que sostengo que el capital de plataforma supone la mutación del capital en una nueva cepa que, por primera vez en la historia, ya no es un medio de producción producido, sino, por el contrario, un medio producido de modificación del comportamiento, que es en gran medida fabricado, si no en su totalidad, por trabajo no remunerado.
–La hipótesis del tecnofeudalismo tiende a considerar que las rentas y los beneficios son estructuralmente opuestos y que las primeras suprimen a los segundos, sustituyendo así el dinamismo y la innovación capitalistas por el estancamiento y la oligarquización. Pero Marx muestra cómo la búsqueda de rentas no siempre tiene por qué neutralizar las ganancias de productividad; de hecho, en el primer periodo del capitalismo esta dinámica hizo prácticamente lo contrario, dado que impulsó a los capitalistas a desarrollar las fuerzas productivas para cubrir los costes impuestos por los terratenientes sobre los costes de producción en forma de renta. ¿Es posible que, de modo similar, las rentas generadas por el capital de plataforma puedan restaurar la rentabilidad capitalista en lugar de asfixiarla? ¿Y si la relación entre ambas fuera menos antagónica de lo que presupones?
–Marx reconocía que la búsqueda de rentas puede impulsar el desarrollo, pero también estaba de acuerdo con Ricardo en que, si, la renta supera un cierto umbral como proporción de los ingresos totales, entonces se convierte en un lastre para el crecimiento capitalista. Hoy en día las rentas del capitalismo de plataforma son tan exorbitantes que están teniendo claramente este efecto. De hecho, me atrevería a aventurar que, si sacáramos de la Bolsa de Nueva York a las empresas cotizadas que prosperan gracias a la renta generada por el capitalismo de plataforma, esta se desplomaría. A una escala más microeconómica, no olvidemos que Amazon se apropia de hasta el 40 por 100 del precio de un determinado producto vendido en su plataforma, porcentaje que apenas deja excedente alguno al vendedor para reinvertir. Y cuando se desvía tanta renta de la economía, del flujo circular de los ingresos, entonces el sector capitalista se ve privado de recursos y se subordina cada vez más al sector de la renta generada por el capital de plataforma. No es que el sector capitalista haya dejado de existir, dado que, de modo crucial, sigue siendo responsable de todo el plusvalor que se produce en la economía, de acuerdo con la teoría del valor trabajo, pero este es relativamente pequeño comparado con esta excrecencia parasitaria, que se ha hecho tan colosal que la cantidad ha devenido calidad y por ende todo el sistema se ha transformado.
–La mayoría de los grandes monopolios intelectuales, poseedores de la infraestructura digital de la que depende la economía mundial, tienen su sede en Estados Unidos, lo cual podría interpretarse como una señal de que, a pesar del debate en curso sobre la emergencia de un orden multipolar, el imperio estadounidense goza de buena salud. Pero tú escribes que China ha conseguido algo que Silicon Valley no ha logrado, esto es, llevar a cabo una exitosa fusión del capital de plataforma con determinados grandes actores del sector financiero. ¿Cuáles son las implicaciones de ello para la Nueva Guerra Fría librada por ambas potencias?
–En mi opinión, lo que tenemos ahora ante nosotros es un orden bipolar, que no es lo que desea China. Lo sorprendente del Partido Comunista Chino es que realmente no quiere gobernar el mundo, ni siquiera ser un segundo polo hegemónico que contrarreste al primero. Lo que quieren sus dirigentes es gobernar China, además de la totalidad de los lugares que sienten que han perdido, como Tíbet, Hong Kong y Taiwán, y comerciar libremente con otros países. A los chinos les gustaría realmente un mundo multipolar en el que compartieran el poder con sus socios comerciales, pero el problema es que únicamente tienen una forma de conseguirlo, que es utilizar su sector tecnológico en concierto con los actores más poderosos del sector financiero para crear algo similar al sistema de Bretton Woods en el seno de los BRICs. Ello implicaría tipos de cambio fijos, y de facto esencialmente una moneda común respaldada por el yuan. Sería un proyecto de gran envergadura, equivalente al creado por los artífices del New Deal cuando planificaban el orden mundial en 1944 en la Conferencia de Bretton Woods. El resto de los BRICs no están preparados para ello, como demuestran las enormes tensiones existentes entre la India y China. Gran parte del Sur global tampoco está preparado para este tipo de multipolaridad. Y los propios dirigentes chinos se muestran muy reticentes. Pero si no empiezan a moverse en esa dirección, permanecerán atrapados en un mundo bipolar chino-estadounidense con todos los riesgos que ello conlleva.
–Pero el modelo chino de una economía de mercado en la que el Estado desempeña un papel activo en la dirección y la asignación de la inversión, ¿no socava potencialmente la premisa de que las mencionadas grandes empresas tecnológicas occidentales son ahora la fuerza hegemónica en la planificación de la economía? Parece posible, al menos en teoría, que los países occidentales, a medida que tengan que lidiar con los efectos del estancamiento económico y la crisis climática, opten cada vez más por soluciones neoestatistas. ¿Qué significaría ello para el rentismo organizado mediante el capital de plataforma?
–Creo firmemente que en los países occidentales subestimamos el papel del Estado y en China lo sobreestimamos. Mi reciente viaje a China me abrió los ojos al hecho de que muchas de las ideas audaces sobre la proyección de los valores y la influencia chinos proceden del sector privado, mientras que el propio Estado se muestra mucho más vacilante. (El sector privado es también donde se encuentra la mayoría de los marxistas, aunque no son tantos). En Estados Unidos, entretanto, gente como Eric Schmidt y Peter Thiel están totalmente entrelazados con el Estado: el Pentágono, el complejo industrial farmacéutico, etcétera. Julian Assange publicó un pequeño libro titulado When Google Met Wikileaks (2016), cuando todavía estaba recluido en la embajada de Ecuador en Londres, cuya lectura recomiendo encarecidamente a todo el mundo*. Es un diálogo entre él y Schmidt, el presidente ejecutivo de Google, y lo sorprendente es que, cuando este último habla, es imposible decir si se trata de un representante de Google o de un representante del Estado estadounidense. Así que creo que la idea de que el Estado ha estado separado del mercado en Occidente y que tal vez ahora es el momento de que desempeñe un papel más importante, es en sí misma una ficción libertariana. Siempre ha sido imposible separarlos. Y si se observan de cerca las formas de convergencia entre ambos, tanto en Oriente como en Occidente, se constata de hecho un notable grado de similitud.
–Cuando Elon Musk compró Twitter, escribiste que se trataba de un intento de ascender al círculo dorado de los rentistas del capitalismo de plataforma. ¿Ocurre lo mismo con su entrada en política? ¿Implica, como han especulado algunos críticos, que la clase dominante estadounidense se está sintiendo imperativamente obligada a comprar el acceso a las palancas del poder político para garantizar sus beneficios?
–No creo que sea estrictamente necesario para ellos. Jeff Bezos no lo hace. Utiliza otros canales de influencia como The Washington Post. Aunque los dirigentes de Google tienen mucho que perder con cualquier intento de regulación de su actividad por parte de la Federal Trade Commission, no parece probable que vayan a invertir demasiadas energías para involucrarse en política. Musk es diferente por dos razones. En primer lugar, porque es un megalómano extravagante, cuyas decisiones no se basan necesariamente en ningún tipo de interés material concreto. Y, en segundo, porque tiene un control relativamente débil sobre el capital de plataforma. Sus empresas –Tesla, Neuralink, The Boring Company– han sido todas firmas capitalistas a la antigua usanza. Incluso SpaceX se construyó, paradójicamente, con capital terrestre. Su objetivo era convertirlas en empresas de plataforma y por eso compró Twitter: no como una inversión tradicional de la que esperara obtener beneficios, sino como una interfaz contigo, conmigo, con todos nosotros; el tipo de interfaz que otros tenían y él no. Se hizo con ella de una forma bastante tosca y la empresa perdió inmediatamente la mitad de su valor de mercado, pauta, por otro lado, típica de Musk: hay momentos en los que la capitalización de sus empresas se dispara y momentos en los que parece que podrían perderlo todo.
Su implicación con el gobierno de Trump (que dicho sea de paso estoy seguro de que no va a acabar bien) obedece en parte al deseo de obtener ciertos favores. La perspectiva de flexibilizar la normativa vigente sobre los coches autónomos sin conductor ha otorgado a Tesla, en un solo día, una capitalización de mercado adicional equivalente a la capitalización conjunta de General Motors, Volkswagen, Stellantis y Mercedes-Benz. Así que su entrada en política le está dando buenos réditos, pero ciertamente no es la única razón por la que ha tomado esta decisión. También le mueve la ideología: a diferencia de Bezos o Gates, cree de verdad que es una fuerza del bien. Eso sí que es realmente un nivel único de delusión.
Recomendamos leer Cédric Durand, «Explorando las fronteras del capital», NLR 136, «Paisajes del capital», NLR 147; «¿El fin de la hegemonía financiera?», NLR 138, y Tecnofeudalismo: Crítica de la economía digital (2021); Evgeny Morozov, «Crítica de la razón tecnofeudal», NLR 133/134, «¿Socialismo digital?», NLR 116/117 y «¡Socializad los centros de datos!», NLR 91; y Dylan Riley y Robert Brenner, «Siete tesis sobre la política estadounidense», NLR 138.
Este artículo ha aparecido en Sidecar, el blog de la New Left Review, y se publica con permiso expreso de su editor.
*Nota
En junio de 2011 Julian Assange estaba viviendo bajo arresto domiciliario en Norfolk (Inglaterra), en casa de unos amigos. Allí recibió al entonces presidente de Google, Eric Schmidt, que había solicitado encontrarse con él. Schmidt se presentó con otras tres personas y durante horas mantuvo una larga conversación con Assange. Hablaron de los problemas a los que la sociedad tiene que hacer frente y de las soluciones tecnológicas que podía ofrecer la red global.
Posteriormente, en 2013, Schmidt y uno de los presentes, Jared Cohen, publicaron un libro fruto de aquella conversación. Cuando Julian Assange lo leyó constató que la versión que daban desde Google de su encuentro distaba mucho de ser precisa, y decidió escribir su propia versión de la charla: Cuando Google encontró a WikiLeaks: “Fue una reunión muy interesante […] Yo estaba bajo arresto domiciliario. Teníamos en ese momento un conflicto muy importante con el gobierno de Estados Unidos, con Hillary Clinton y el Pentágono por la publicación de los cables diplomáticos de Estados Unidos ese año […] me dijeron que Eric Schmidt, el jefe de Google, quería venir a verme. Dijimos que sí, que sería interesante escuchar a esta empresa tan potente e influyente, para ver lo que quería”.
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Yanis Varoufakis (Falero, Grecia, 1961) es economista, ensayista, activista y político. Fue Ministro de Finanzas en Grecia y es cofundador junto a Bernie Sanders de la Internacional Progresista (IP). Este es un texto escrito por él para ‘Ideas’ al hilo del lanzamiento de su último libro, «Tecnofeudalismo. El sigiloso sucesor del capitalismo», de Deusto, que se publicó el pasado 14 de febrero. (Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia).
impresionante el artículo de Yanis… griego tenía que ser para semejante descule!
gracias Pájaro por divulgarlo y ayudarnos a entender .