SERVICIOS: El encargado de espiar al Papa intervino en la investigación del atentado a la AMIA y en su encubrimiento
Marcelo Colombo Murúa es un veterano espía vinculado a la derecha piduísta vaticana, al Opus Dei y en especial a Esteban «Cacho» Caselli, también apoyado irónicamente «El Obispo», quien fuera en Italia (tiene la doble nacionalidad) senador berlusconiano por los italianos de la diáspora, al cardenal argentino Leandro Sandri y a «Jaime» Stiuso.
Cacho Caselli impulsó la candidatura del papimafi Sandri como Papa, mientras proclamaba que Jorge Bergoglio no tenía ninguna chance.
Después de que Francisco ordenara rechazar un millonario donativo inconsulto (16..000.666 pesos) del gobierno argentino a las Scholas Occurrentes por él patrocinadas, dándole un inédito boferón, un moquete, al presidente Macri, el ex embajador en el Vaticano Eduardo Valdés denunció en su programa de la AM750 que el gobierno había nombrado en la Embajada de Roma a Eduardo Colombo Murúa, un veterano agente de la Agencia Federal de Inteligencia (AFI, ex SIDE) para que espiara al Papa.
Valdés dijo que al parecer Macri creyó que nadie se daría cuenta del nombramiento de Colombo como agregado, pero que el espía había «movido la ligustrina».
Pájaro Rojo tiene en sus archivos cual fue la participación de Colombo en la supuesta investigación del atentado a la AMIA y la ofrece a sus lectores:
El mismo 18-J, pocas horas después del estallido de la bomba en la AMIA, el consulado argentino en Milán recibió una llamada telefónica de quién se identificó como Wilson Roberto Dos Santos, de 38 años y nacionalidad brasileña. Wilson aseguró tener información sobre los autores del atentado. Fiel a la tradición burocrática, la cónsul Norma Fassano le pidió que pasara al día siguiente, cosa que Wilson hizo. Era un paulista de delgado pero robusto, de cintura estrecha y pelo castaño ensortijado. Le faltaban cuatro dedos de la mano derecha, según dijo, amputados a consecuencia de un accidente de moto.
El miércoles 20 funcionarios de la embajada argentina en Roma le tomaron declaración. El Ministerio de Relaciones Exteriores recién le comunicó la novedad al juez Galeano ocho días más tarde, el jueves 28, y sólo le trasmitió una ínfima parte de lo dicho por el brasileño. El director de Asuntos Jurídicos de la Cancillería, Mariano Maciel, le hizo llegar ese día al juez una nota en la que le informaba del viaje a Milán de dos funcionarios de la embajada en Roma, «el consejero Sánchez y el secretario Colombo», ante quienes sus colegas del consulado habían insistido en que la historia que narraba Dos Santos era muy sugestiva.
Marcelo Colombo Murúa ya era entonces un veterano agente de la SIDE que pronto iba a ascender a director del área África del Norte y Medio Oriente de la Cancillería. En cuanto al consejero Alejandro Sánchez, alías “Sugus”, también era un viejo agente de la SIDE, ex oficial de la policía bonaerense y delegado de ese organismo en Mar del Plata, donde había intimado con Carlos Menem, a quién tenía llegada directa.
Dos Santos se presentaba como locutor pero pronto quedaría claro que se trataba de un taxi boy (un «garoto de programa», al decir de sus compatriotas) vinculado a los servicios secretos de su país que había advertido tanto a la cónsul Fassano como al consulado israelí en Milán de que era inminente que se cometiera en Buenos Aires un nuevo atentado contra un objetivo judío que, como en el caso anterior (la Embajada de Israel) tendría como objetivo un edificio que estaba en refacciones. Muy sorprendentemente, les dijo a Colombo y a Murúa, no le habían hecho caso.
La larga historia que les contó seguidamente -que con el tiempo se revelaría falsa de cabo a rabo- tuvo el claro propósito de involucrar a una prostituta iraní radicada en Buenos Aires, Nasrim Mokhtari (que se hacía llamar «Isabella» cuando trabajaba) con Hezbolá, y a esta organzación político-militar-social libanesa, y a varios ciudadanos iraníes, con el ataque.
Una cosa así no se hace sino para satisfacer los requerimientos de un servicio secreto, y lo hecho por Dos Santos parece superar ampliamente la necesidad de salvaguardar los intereses del gobierno de Brasil. Y como la denuncia que hizo Dos Santos de la absoluta pasividad del consulado israelí en Milán ante la advertencia de que era inminente un segundo ataque en Buenos Aires (denuncia que coincide con la hecha por Dalila Dujovne, ex soldado israelí y ex empleada de la Embajada de Israel en Buenos Aires, acerca de la absoluta inacción de ésta ante sus vehementes advertencias en el mismo sentido) parecen indicar que Dos Santos ni siquiera sospechaba de la posibilidad de que sus jefes fueran cómplice del Mosad, cuesta creer que fuera tan estulto como para no intuir que sus falsas declaraciones en procura de enfocar las investigaciones en Hezbolá y los iraníes no hubieran sido inducidas por el imperio. Su insistencia en apuntar hacia una supuesta «conexión Foz de Iguazú», es decir a la triple frontera argentino-brasileño-paraguay robustece la fundada hipótesis de que indirectamente el taxi boy brasileño servía a la CIA, a un Imperio obsesionado por controlar su permeabilidad, apta para el tráfico de todo tipo de mercancías, incluyendo a la paraguaya industria «mau» es decir a la falsificación a gran escala de grandes marcas.
En su novelesco relato (que incluyó el de un viaje con Nasrim Mokhtari a Suiza, y tras su separación de ella, a Italia con otra mujer) Wilson confundió -al aparecer deliberadamete- a Mokhtari con otra prostituta: su compañera de pieza en una pensión de la calle Pichincha, la uruguaya María Cristina Aris. Y es que Wilson dijo que él llamaba en la intimidad «Ari» a Mokhtari.
La uruguaya Aris declararía ante la Corte Suprema que poco después de que Nasrim y Dos Santos viajaran a Europa, se presentaron en la pensión de la calle Pichincha quienes dijeron ser agentes de la SIDE y revolvieron todo en busca de una agenda de Nasrim escrita en árabe (o en farsi, que es la lengua de los iraníes). Lo que deja claro que, como muy tarde a principios de 1993 (y probablemente mucho antes) la SIDE ya vinculaba o quería vincular a Mokthari con el atentado a la Embajada de Israel, propósito evidente de quienes la haían volado, que cuatro días despues dejaron depositado un anónimo en el correo de la iglesia calvinista sueca contando una fantasiosa historia que atribuia a un iraní la tenencia de la Ford F-100 a nombre de un fotógrafo de la Policía Federal que supuestamente había servido de vehículo-bomba.
Coincidentemente, según el informe rubricado por Mariano Maciel que llegó a manos del juez Galeano diez días después de la voladura de la AMIA, Dos Santos había dicho que comenzó a sospechar de su compañera de viaje en un hotel de Zürich porque ella le hizo «comentarios que lo llevaron a pensar que había tenido relación directa con el atentado a la Embajada de Israel».
En el consulado argentino en Milán -continuó informándole el alto funcionario de la Cancillería al juez- el brasileño había dicho temer por su vida, pero sin embargo había mostrado buena predisposición a viajar a Buenos Aires a fin de ampliar sus declaraciones, tal como, dijo, le habían propuesto Sánchez y Colombo.
La embajada argentina en Roma y su secretario Colombo, después de haberse interesado en el relato de Dos Santos, de invitarlo a instalarse en Roma y de prometerle que le pagarían un viaje a Buenos Aires para que declarara ante el juez Galeano, repentina y sorprendentemente dejaron de atenderle el teléfono.
Dos Santos dijo que se las vio negras para regresar a sus pagos paulistas tras perder el pasaporte y el pasaje de avión. En realidad, el brasileño, al que se le había acabado el dinero, había vendido ambas cosas. Lo que indica tanto que aunque actuara como agente oficioso de los servicios brasiñeños, era un inogárnico de bala calificación como que sus jefes en las sombras no eran pródigos a la hora de recompensar sus trabajos.
Ya en San Pablo, en la primera semana de noviembre, Dos Santos contó su historia en la redacción del semanario Istoé. Los periodistas le pidieron que, como garantía de veracidad, hiciera una declaración jurada en el consulado argentino, cosa que Dos Santos hizo de inmediato. Porque la cosa iba en serio, porque fue sensible a las necesidades de la contrainteligencia brasileña o por ambos motivos, el semanario envió a Dos Santos a Buenos Aires en compañía de uno de un redactor especial, Mario Chimanovitch, hombre con excelentes vínculos con la policía y la Subsecretaría de Inteligencia (SSI), el nuevo nombre del Servicio Nacional de Inteligencia.
Chimanovitch y Dos Santos se alojaron en la habitación 604 del Hotel Embajador, sobre la calle Carlos Pellegrini al 1100. En los días siguientes, Dos Santos le enseñó al periodista los escenarios donde había transcurrido su relación con “Ari” (la confusión entre la Nasrim de la Persa Oriental y la orientala María Cristina fue uno de los rasgos más artísticos del relato, pero eso no le supuso a Dos Santos un dispendio de fantasía: había intimado con ambas) que fueron fotografiados.
Entre otras muchas cosas, Dos Santos dijo que estado en Milán «a principios de julio, unos quince días antes del atentado a la AMIA» había ido a denunciar que era inminente un segundo atentado en Buenois al consulado de Brasil. «Hablé con un tal Carlos, un muchacho rubio y de bigotes. No le conté todo, sino que fui derecho al grano: le dije que era muy probable que los autores del atentado contra la embajada de Israel estuvieran de nuevo en Buenos Aires preparando un segundo atentado. Carlos consultó con el cónsul y le pidió a una empleada que me acompañase hasta el consulado de Israel, que está en ese mismo edificio. En la legación de Israel repetí al hombre que me atendió lo que ya había contado a Carlos. Estuve como dos horas y media hablando con él. Por fin me dijo que me mantuviera en contacto, que quería mandar toda la información a Tel-Aviv. Me dio un teléfono y me pidió que llamara al día siguiente, diciendo que su nombre era Roberto Wil.
«Al otro día, me dijeron que pasara por el consulado. Esta vez me recibió un israelí de unos cincuenta años, alto y con barba, que estaba acompañado por personal del consulado brasileño. Les ofrecí más detalles de mi historia y también ubicar los lugares de los que hablaba en un plano. Me mostraron fotos de personas para ver si las reconocía, pero nunca había visto a ninguna».
A pesar de los reiterados pedidos de Galeano, Israel jamás negó este encuentro pero tampoco reveló lo tratado.
«Luego pasaron algunos días y como los israelíes no me llamaban ni respondían a mis llamados», continuó narrando Dos Santos, «fui al consulado argentino. Me atendió la señora Norma Fassano, una rosarina a la que el 8 de julio y los días siguientes le conté la historia resumida. Le insistí en que los que habían atentado contra la embajada de Israel estaban otra vez en Buenos Aires preparando otro atentado, aunque sin darle demasiados detalles acerca de cómo lo sabía.
Despues, dijo Dos Santos se radicó con la mujer que entonces la acompañaba (la italiana Galimberti Lamberta, a la que llamaba «Sandra») en un hotel de Milán, dónde se enteró del atentado a la AMIA. A pesar de la diferencia horaria (en San Pablo el brasileño había dicho que llamó apenas dos horas después del atentado), le pedí a la operadora que me comunicase con la Policía Federal argentina. Me atendió el comisario (Carlos) Brunet, Director (General) de Operaciones” o DGO, de quien dependían el Comando Radioeléctrico, la Dirección de Reuniones Públicas y Seguridad en el Deporte y el centro de monitoreo por circuito cerrado que permite ver los puntos conflictivos de la ciudad.
Dos días después del ataque, un anónimo agente de la SIDE informó a la jefatura de la secretaría, que Dos Santos se había comunicado el mismo 18-J con Brunet a las 15 (hora argentina) desde una cabina pública de Roma (sic) tras pedir una llamada a cobro revertido.
Según la minuta redactada por el ignoto agente, Dos Santos le recordó a Brunet entre otras muchas cosas que ya le había anunciado la inminencia del atentado a la cónsul Fassano y que tanto el ataque a la AMIA como el atentado a la embajada de Israel habían sido “realizados por un grupo de árabes ubicados en un barrio situado detrás del Congreso argentino”.
“Tal como le prometí al comisario, al día siguiente me reuní nuevamente con la señora Fassano. Esta vez ella tomó muchas anotaciones en lápiz, pero aunque parezca mentira, en todo el consulado no había un solo mapa de la ciudad de Buenos Aires, así que no pude señalar dónde estaban los lugares de los que hablaba. Me pidió por favor que antes de seguir pasándole información a la Policía Federal por teléfono, esperase a dársela a la gente de la embajada argentina en Roma, que ya estaba en camino. Que me quedase a esperarlos, a lo que accedí.
“La gente de la embajada -siguió declarando Dos Santos- llegó alrededor de las 19 al consulado. Eran dos hombres: el que llevaba la voz cantante se me presentó como Colombo y era morocho, grueso, con entradas. El otro era más joven, delgado, rubio, de estatura mediana, bigotes y ojos estríados y se me presentó como Alejandro. Traían consigo un mapa, pero era sólo del microcentro, lo que me impidió ubicar las direcciones. Estuvimos conversando hasta las 22.30. Colombo me pidió que me mudara a Roma, y como le dije que no tenía dinero, me aseguró que la embajada correría con todos los gastos.
“Así fue como dejé el hotel de Milán y me instalé en uno de Roma, muy cerca de la estación Términe, desde donde llamé a la embajada. (En San Pablo, Dos Santos Wilson diría que los encuentros con Colombo y compañía fueron seis). Como estaba muy angustiado y me daban largas, seguí llamando a Buenos Aires y dándole a la Policía Federal toda la información que recordaba, a la vez que le pedía protección. En la embajada me dieron 150 dólares para cubrir mis necesidades más inmediatas, ya que me había quedado sin dinero. Cuando se me iban a acabar fui a la embajada y pedí una entrevista con Colombo, pero me maltrataron, por lo que decidí no volver más”.
La cónsul Fassano recién se vio obligada a dar explicaciones en mayo de 1996 cuando, a las cansadas, un agente de la SIDE la llamó por teléfono. La conversación fue grabada. En esta ocasión, no tuvo empacho en admitir que no había hecho caso de los dichos del brasileño… por una mezcla de frivolidad, racismo y clasismo:
“Se presentó en el consulado antes del segundo atentado, no recuerdo si fue en los primeros de julio o algunas semanas antes. Vino dos o tres días. Insistió hasta que al final lo recibí. Entonces se puso a contarme una historia sumamente extraña: me decía que tenía indicios de que se estaba preparando un atentado en Buenos Aires”.
Ante la recriminación del agente de la SIDE por su negligencia para comunicar tamaña denuncia, la cónsul replicó: “Suponga que un señor que pasa por la calle se le pone a contar que va a explotar una bomba…Usted tendría que conocerlo personalmente: es un hombre delgado, menudito, le faltan dos o tres dedos de una mano y tiene un cierto color de piel… No es lo que se dice un Robert Redford. No es ni un cuarto de Robert Redford. Y en lo que me decía, si bien había ciertos detalles que eran para creerle, otros eran para descartarlo totalmente”.
“A mi no me dio tantos detalles como dio después. Porque después de que pasó lo de la bomba, a los dos o tres días volvió. Estaba alteradísimo. ¿Vio? ¿vio que pasó todo lo que yo le dije que iba a pasar? se puso a gritar…”
Norma Fassano buscó la complicidad (de clase) del hombre de la SIDE en su intento de justificación. “A usted no lo puedo engañar, usted está en el negocio… Si a usted le hubieran dicho quince días antes… ¿Cuanto apostaba a qué volvía a pasar y cuánto a que no? Piénselo. ¿Informamos? ¿A quién? ¿Cómo? ¿Qué informamos?… Porque el relato hacía agua por todas partes… El señor me decía que había estado en el consulado de Brasil, que había estado en el consulado de Israel…y en ninguno de los dos le habían hecho el menor caso… ¿Sabe? Yo no siento ningún cargo de conciencia?”.
Sigue el relato de Wilson Dos Santos. “Sandra y yo fuimos en tren a Bruselas a principios de agosto. Hicimos escala en Bolonia, donde perdí mi pasaporte, el pasaje de avión y el boleto del tren. Hice la denuncia y no tuve más remedio que viajar a Zürich para que me hicieran un pasaporte nuevo en el consulado brasileño. Sus funcionarios consiguieron que se anulase el pasaje de avión extraviado y que me dieran uno nuevo, por lo que volamos a San Pablo. Quería seguir comunicándome con la Policía Federal argentina, pero no me quedaba dinero y no tenía la posibilidad de hacer llamadas de cobro revertido.
Dos Santos dijo que en San Pablo se comunicó muchas veces con Brunet y luego también con el comisario Carlos Castañeda (que está siendo juzgado, acusado de destruir pruebas a fin de impedir que se individualizara a los terroristas que volaron las sedes de la AMIA y la DAIA), «a quienes les facilité direcciones, por ejemplo de la agencia de viajes donde Nasrim había adquirido los pasajes para ir a Zürich, la del domicilio de ella y el de sus amigos así como el lugar donde se reunían éstos, un departamento de la avenida Avellaneda casi esquina con Nazca”, barrio de Flores.
También dijo haber llamado al consulado israelí con la intención de contarles lo que sabía. “No sólo no me creyeron, sino que se burlaron de mi: me dijeron que primero fuese al consulado japonés”, recordó.
Sin embargo, continuó diciendo, “por una vecina de mi madre, de nombre María Elena, me enteré que unos quince días después del atentado, unas personas desconocidas habían estado preguntando por mi a los vecinos de ella y de mi hermana. Un tal Luis Carlos les había dejado una tarjeta. Llamé al teléfono que figuraba en ella y concertamos una cita. Me reuní con el tal Luis Carlos y otra persona. Resultaron ser del servicio de inteligencia brasileño. Me enteré por ellos que el servicio de inteligencia israelí me estaba buscando para que le diese toda la información que tenía. Ya en una segunda reunión, estas personas me explicaron que los israelíes me proponían que volviera a ponerme en contacto con Nasrim: querían que les dijera que había estado internado o que les diera cualquier otro pretexto por haberme esfumado sin aviso en Zürich. En resumen: querían que me reconciliara con Nasrim y sus amigos y me infiltrase en la organización terrorista.
“Me negué espantado: ¡quería que me protegieran de esas personas y me proponían que fuera hacia ellas por mi propia voluntad!
El viernes 11 de noviembre de 1994, al llegar a su despacho, el juez Galeano se encontró con Wilson, que lo esperaba sentado en las escaleras. Parecía un pollo mojado. El brasileño le dijo que quería declarar. Que todo lo que había dicho hasta entonces había sido un puro invento. Que imaginó todo lo dicho en Milán y en Roma, que inventó todo lo que dijo por teléfono al comisario Brunet de la Federal, que mintió en su declaración jurada en San Pablo, agrandó la mentira en sus declaraciones al periodista de Istoé y que volvió a mentir hacía unos pocos días, al declarar en el POC. ¿Por qué había mentido? Mentía porque sí, por afán de notoriedad, porque quería ver si podía sacar unos pesos, le dijo al juez. Galeano ordenó procesarlo por falso testimonio y lo remitió al penal de Villa Devoto. El juez federal Claudio Bonadío, dócil a las sugerencias de su antiguo jefe, el ministro Carlos Corach, le fijó una fianza fianza de 2.500 dólares.
El compañero de viaje de Dos Santos, el periodista Chimanovitch, lo crucificó: Su desconcertante actitud, escribió, «fue tomada con desconfianza por las autoridades argentinas, que sospechan, dada las informaciones precisas de Wilson, que su relación con el grupo terrorista puede haber sido más que accidental”, escribió. “Los argentinos trabajan con la hipótesis de Wilson -seducido por el dinero fácil y no por razones ideológicas- fue una especie de correo del grupo que transportó informaciones y documentos para ambos lados de la frontera sin provocar sospechas por ser brasileño y mutilado”, lo remató, dándole absoluta credibilidad a sus revelaciones primigenias, que pronto quedaría claro no era más que una cortina de humo.