La madre de las batallas se libra en el corazón de los jóvenes

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A los 20, en Ezeiza. Pájaro Rojo hablando con Pájaro Azul, el Flaco Keny.


Una parida dominguera.
 
Inicié mi militancia muy joven, a los 14 años. No me siento por ello precoz, ya que mi hermano Luis, que la inició conmigo, tenía 13. Desde pequeños, ambos sufríamos mucho las alevosas injusticias que veíamos a nuestro alrededor, comenzando por el racismo y el clasismo, que entre nosotros son casi una misma cosa y se ensaña en especial con las mayorías trabajadoras por cuyas venas corre sangre aborigen.
Crecimos en una Argentina esquizoide en la quienes se llenaban la boca hablando de democracia justificaban que los militares, ya sea como dictadores o como cancerberos de la “democracia” real existente, mantenían proscripto al partido mayoritario y a su líder, una apología no sólo del doble discurso, también de los dobleces del alma.
Claro que entonces, las masas eran masas trabajadoras. No había pleno empleo, pero eso no estaba muy lejos, y en algunas épocas un simple cadete como yo podía darse el lujo de mandar a la mierda a algún patrón abusón, y acceder a una liquidación, sabiendo que no tardaría en encontrar nuevo trabajo.
La presión consumista era entonces muchísimo menor (no sólo porque había muchas menos cosas para comprar, también porque algunas de las que sí había, eran muy caras. Por ejemplo, acceder a una pelota “reglamentaria” de fútbol -nº 5 de gajos de cuero cosidos a mano- era algo suntuario, en cambio y paradójicamente no me parece que las camisetas de piqué y algodón puro fueran más caras que las actuales, sintéticas, que son un choreo) y mis necesidades de entonces no excedían de las monedas necesarias para tomar un café en un bar (muchas veces “El España” de Estados Unidos y Chacabuco, frente al cole, el Pueyrredón), un paquete de Jockey Club (por entonces, pitar era barato) y comprar la Crónica. Si no tenía trabajo, tenía que procurarme las monedas de la cartera de mi madre (había que ser un as, esperar a que mi madre durmiera y ser más sutil que Nureyev, porque mi madre tenía un sueño de cocodrilo). Tener plata suficiente para pagar media Quilmes para tomarla con mi amigo Keny (Enrique Osvaldo Berroeta, también conocido como Polo o Tango) era una fiesta.
Quiero decir -al menos hasta que mi padre me echó de casa una semana antes de que cumpliera los 18- mis necesidades eran muy acotadas, pues en mi casa solía haber leche, cacao, bananas, zanahorias y jugo de tomate a discreción. Si trabajaba (mi primer empleo formal fue, también a los 14,  en una empresa que vendía motores fuera de borda y motosierras de procedencia sueca, en la esquina de Chacabuco y Venezuela) tenía dinero de sobra. Tanto que cuando todavía tenía 17 y pasé a jugar en la reserva de las FAP me contentaba con trabajar doce horas para un abogado compañero que tenía un corretaje de tejas y ladrillos. Y es que quería tener tiempo libre para militar. Militar y vivir era por entonces una sola cosa. Porque éramos secundarios, y aunque con muchos defectos, tendíamos a una entrega total y absoluta: el Che había reemplazado al Jesús de la cruz, pero la moral del sacrificio se había potenciado e incluso producido una cruza de ambos, Camilo Torres.
No hay nadie que pueda politizarse más radicalmente que un secundario. Un grupo de muchachos nos pusimos a robar servilletas de los bares para imprimirlas con una plancha de letras de goma que armamos manualmente. Convocábamos a la solidaridad con las puebladas que culmirarían con el Cordobazo. Nos sentíamos felices de sumergirnos en el torrente de la historia, de sumarnos a la caudalosa corriente del peronismo, concebido como movimiento de liberación nacional (hoy prefiero decir movimiento nacional de liberación, pero ese es otro asunto), herederos de una rica tradición nutrida de indios, montoneros y obreros anarcos y pone-bombas, pero sobre todo de los viejos de la resistencia peronista a los que lkes había pasado por encima el Plan CONINTES, 0de los que nos enamoramos.
El dinero no era tan importante entonces. Todo, absolutamente todo estaba en la militancia. Particularmente, las únicas chicas con las que podíamos entablar relaciones de alguna profundidad. Los libros muchas veces, no sin remordimientos, los expropiábamos de las librerías de la avenida Corrientes (recuerdo el debate: acordamos de que, habida cuenta de la falta de dinero, sólo era lícito robarlos si estábamos seguros de que los íbamos a leer), los discos (salvo para aquellos que tienen la dicha de tener padres profesionales y obsequiosos) eran un imposible. Los que conseguíamos, circulaban e iban rayándose indefectiblemente al saltar de púas de de diamante a agujas de hojalata.
Los Beatles, Los Gatos, Moris, Manal, Almendra y Vox Dei. Rivero, Serrat, Viglietti, Los Olimareños, Zitarrosa. Larralde, Merlo, Argentino Luna, Di Fulvio, El Cuchi. Chico, Elis, Caetano y María Betanhia. Y Piazzolla, claro, aunque sospechábamos que dormía con el enemigo. Como Borges,  era lasexcepción que confirmaba la regla: si no todo, casi todo estaba en la militancia.
Por suerte, entre nosotros nunca cundió el leninismo blindado de la militancia profesional, rentada. Mis amigos y yo, mis compañeros más cercanos, siempre sospechamos que los compañeros clandestinos que por estar identificados y perseguidos por la injusticia del régimen estaban liberados de la maldición de trabajar y recibían el sueldo equivalente al de un oficial metalúrgico soltero eran más desgraciados (porque, sin ir más lejos, estaban obligados a cambiar de identidad, a usar documentos falsos, porque eran débiles a la hora de criticar los desatinos de una conducción de la que dependían hasta en lo más mínimo) que privilegiados.
Por lo demás, creíamos sin vacilar en que algún día no muy lejano habríamos de triunfar, acabar con el oprobio y dar la campana de largada de un sistema justo, igualitario y solidario que llamábamos socialista. Ese triunfo nos resarciría por sí mismo de todos los sacrificios.
Y, por cierto, sospechábamos de los universitarios. Manteníamos relaciones fraternas con nuestros hermanos mayores de la CENaP, pero no nos dejábamos subordinare No había por qué: nuestra pequeña agrupación, llamada primero AREN y después MAS, era tan antigua con la suya. Y ambas eran más antiguas que el surgimiento público de Montoneros con el secuestro y “ajusticiamiento” en nombre del peronismo del ex dictador Aramburu. De hecho, AREN tenía sede en el local de ASA de la calle Combate de los Pozos dónde el Comando Camilo Torres conspiraba, y dónde Alfredo Carballeda nos daba clases a todos. Después de la bomba que le puso la cana (el «Movimimiento Nacional Justicialista Argentino», también conocido como «Monja» que reivindicó el hecho no era más que un sello de Coordinación Federal», ellos se volvieron Montoneros y nosotros, en alianza con otros pibes de Rosario, Santa Fe y Córdoba, del Movimiento de Acción Secundario.
Sospechábamos de los universitarios porque tenían otros intereses, su adhesión a la causa del pueblo podía no ser tan sincera como la nuestra a medida que se acercaban al título universitario que los habilitaría como profesionales liberales.
Los miembros de nuestra agrupación de secundarios se territorializó (dejando a los colegios como principal “trinchera de lucha”) tan pronto Lanusse lanzó el GAN (Gran Acuerdo Nacional), siendo uno de los muchos afluentes que conformaron “la gloriosa Jotapé” de las banderas rojas y negras.
Fue la época en que dejamos la P “oscura” y optamos entre la D y la R y los más grandes (Agustín, Keny, yo) ganamos la cinchada frente a El Inglés y El Alemán, que estaban en la dirección del MAS “derecho” (la escisión comandada por mi primo político, Guillermo Pagés Larraya, el “cruzado” se había vinculado a la P nacional e “iluminada”, pero pronto se iría a la R) y así fue como llegamos a nuestra incorporación a la D previa charla con El Sordo Di Gregorio y con “Germán”.

Claro que teníamos a aliados, y así como el inolvidable Pato Fellini se inclinaba por la R, Coco, La Negra y Churruca lo hacían por la D.   

Por entonces me pidieron que me hiciera cargo por un tiempo de un grupo de pibes nuevos porque no tenían suficientes responsables. En ese grupo estaban mi hermano Patas, Claudio Cueto (que después, siendo biólogo marino, tuvo un terrible accidente en la Antártida), El Sapo y Gaby, con quien intenté “salir” infructuosamente en el 73, logré hacerlo a fines de 1975 y me casé a principios de 1978, en Barcelona.
¡Miren si serán duraderas algunas decisiones que se toman en la secundaria! (Lo digo por ella, claro :-))
La pretensión de que no haya política en los colegios es tonta y vana. Su prohibición, contraproducente.
Me alegro de que se dé la paradoja de que la muchachada de La Cámpora le resulte subversiva a las autoridades porteñas porque a mi muchas de las actitudes de sus dirigentes me parecen conservadoras.
Me alegro de su desparpajo, porque lo que abunda en el kirchnerismo es el cálculo acomodaticio (y para peor, poco realista ya que no es de paranoicos darse cuenta de que hasta que no se resuelva bien el tema de la sucesión, todo está en peligro, y que si nos absorbvemos en este asunto y no vemos que es imprescindible ganar con holgura las próximas elecciones en medio de una crisis global descomunal estamos fritos, y que para ganar, hay que hacer dos cosas al mismo tiempo: profundizar y ganar nuevos aliados) y lo que faltan son iniciativas políticas descentralizadas, capacidad de innovación, ofrecerle a la jefa alternativas.
Me alegro del furor antijuvenil de Clarín y sus aliados porque quien se hace fuerte en el sector más dinámico de los adolescentes tiene el futuro ganado (tengo para mí que es inevitable que en Chile haya grandes transformaciones porque no me parece que la silenciosa revolución de los pingüinos chilenos pueda revertirse sin un baño de sangre).
Si Macri, vulnerando la ley, no deja que en los colegios funcionen centros de estudiantes, quizá estos vayan formándose afuera, en el espacio físico exterior a los establecimientos.A un adolescente ser opositor lo fortalece. En cambio ser oficialista lo debilita.
Uno de los principales dramas de nuestra época es que la señora millonaria que conduce los destinos del movimiento y del país está más, muy “a la izquierda” que la mayoría de la juventud ilustrada, y que de tal fenómeno no se libran siquiera muchos jóvenes kirchneristas.
El legado explícito de Néstor Kirchner a los jóvenes fue que “sean trangresores, que opinen» y actúen en consecuencia, que «florezcan mil flores», no que sean tan pero tan conservadores como para recurrir una y otra vez al sonsonete de que “hay que preguntarle (prácticamente todo» a Cristina”.
Es por estas razones, porque la principal batalla se libra dentro del corazón de los jóvenes, por lo que estoy a favor de permitirle los jóvenes de 16 años que lo deseen votar. Seguro de que todos los pibes que lo hagan tendrán sus motivos para hacerlo. Y que está bien que haya ritos de iniciación a esa edad, cuando no hay dudas de que deben hacerse responsables de sus actos. Entre otros muchos motivos, para no arruinarse la vidacon embarazos indeseados.
Me parece absurdo que haya tantos que los condenen genéricamente y quieran meter presos a los pibes que delinquen sin concederle ese derecho elemental y apuesto a que, como siempre que hubo transformaciones profundas sucedió, en el corazón de la juventud campeen los ideales de ser y perseverar, y no de consumir y consumirse en un pozo sin fondo.

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