LA SOMBRA TERRIBLE DE SARMIENTO: A 130 años de «Conflictos y armonías de las razas en América»

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Racismo y Nación
 
Teodoro Boot
En el 2014 se cumplen 130 años de la publicación del primer tomo de Conflictos y armonías de las razas en América, último ensayo de Sarmiento y penúltima de sus obras. Le seguirá Vida de Dominguito.
Nacido Faustino Valentín Quiroga en la aldea de San Juan de la Frontera, el 15 de febrero de 1811, murió en Asunción del Paraguay el 11 de septiembre de 1888 convertido en Domingo Faustino Sarmiento, gobernador de San Juan, senador nacional, ministro, diplomático, director general de Escuelas y Presidente de la Nación entre 1868 y 1874.

Autor de una obra fecunda, tan versátil como despareja, entre la que destacan obras maestras como Facundo o las conmovedoras evocaciones de Recuerdos de provincia y Vida de Dominguito, junto a diatribas como Las ciento y una y las tesis racistas de Conflictos y armonías de las razas en América, fue uno de los escritores y políticos más influyentes de la historia argentina.
Dos obras liminares
 
De todo lo que escribió, dos libros reflejan la coherencia de su pensamiento y su vigencia en la actualidad: el temprano Facundo. Civilización y barbarie, publicado en Chile en 1845, y Conflictos y armonías de las razas en América, de 1884, obra aun en su momento criticada con acritud, sin que faltara quien la considerase una prueba flagrante de su decadencia mental.
 
No obstante, las ideas ahí  expuestas fundan sólidamente la sociología argentina, y son recogidas por El federalismo argentino de Francisco Ramos Mejía, La ciudad indiana de Juan Agustín García y Rosas y su tiempo de José María Ramos Mejía (1907), entre otros, por no mencionar sus puntos de contacto con el ya más reciente ¿Qué es esto? (1956), de Ezequiel Martínez Estrada.
 
Si en Facundo, Sarmiento había expuesto las tesis que provocarán y explicarán la persecución a los afroporteños luego de Caseros, las guerras de exterminio contra las provincias primero y el Paraguay después, así como las sucesivas compañas contra los pueblos indígenas, en Conflictos y armonías desarrolla la justificación histórica y sociológica de esas masacres.
 
Por si no fuera suficiente con sus libros, artículos y discursos, en una carta a Mitre de 1872 sostiene que “estamos por dudar de que exista el Paraguay. Descendientes de razas guaraníes, indios salvajes y esclavos, que obran por instinto a falta de razón. En ellos se perpetúa la barbarie primitiva y colonial. Son unos perros ignorantes de los cuales ya han muerto ciento cincuenta mil. Su avance, capitaneados por descendientes degenerados de españoles, traería la detención de todo progreso y un retroceso a la barbarie”.
 
En cierto sentido, podría decirse que tiró el cascote y escondió la mano, pero lo hizo con tal maestría que es simpáticamente recordado como padre del aula y se erige aun en la actualidad como emblema de la docencia argentina.
Salvajes, bárbaros y civilizados
 
Es con Facundo y a golpes de párrafos, que Sarmiento iniciará su sorprendente carrera política, desde la invención del insólito grado de “boletinero” en el Ejército Grande, para el que diseñó su propio funambulesco uniforme (ver daguerrotipo), hasta la Presidencia de la Nación. Y es también Facundo su primera gran obra, novela y biografía, tratado histórico, pintura sociológica, retrato de costumbres y auténtica plataforma política: ahí están desde sus planes de educador hasta la justificación de la violencia como instrumento civilizador. Ahí, ya desde el subtítulo y plenamente desarrolladas en el interior, están las bases de una mitología política que recorrerá toda nuestra historia.
 
En la idea de que el hombre evoluciona de lo más simple a lo más complejo, para Sarmiento el desarrollo social, partiendo del estado previo del salvajismo (en el que estarían incursos los indios, a quienes no considera integrantes de la nación y que sólo podían ser exterminados), consta de dos etapas: la “barbarie” y la “civilización”, siendo entonces la “barbarie” el estado intermedio en el camino hacia la “civilización”.
 
En contraposición a Rosas, destinatario real de su libro, a quien acusa de demagogia por practicar el sufragio universal y autorizar plebiscitos populares, así como por cortejar el apoyo político de los negros y las mujeres y hacer tratos con los indios, la propuesta de Sarmiento restringía la participación política: sólo deberían votar las personas educadas en los valores de la democracia liberal. Era un criterio elitista que excluía sectores mayoritarios de la población y se basaba en la voluntad de acción de las minorías ilustradas, que debían ejercer el liderazgo político en la sociedad futura.
Más conflictos que armonías
 
Para el historiador Hugo Chumbita, en Conflictos y armonías “Sarmiento explicita una concepción antidemocrática para gobernar a las masas de bárbaros e hijos de bárbaros. La ‘civilización’ sólo podía imponerse contra ellos. Y la escuela debía servir para extirpar la herencia cultural hispana e indígena, con la ‘vacuna’ europeísta. Las palabras finales de este penúltimo libro de Sarmiento son: ‘Seamos Estados Unidos’”.

Es sabido que para Sarmiento, los españoles, representan las escoria de Europa; que los indios eran “animales” y que, los negros –siendo también animales eran un “poco” mejores que los indios. La mezcla de todos ellos, el acabóse.
 
Básicamente, según Sarmiento, este es el problema originario que arrastra la América toda. Su tesis se configura a partir de la existencia de un mal que amenaza desde el fondo de la historia con detener la idea de progreso material: el mestizaje.
 
Conflictos y armonías resume lo central del pensamiento sarmientito, incorporando el componente racial como eje fundamental de su proyecto de nación. Se trata de una obra significativa, no sólo por su sugestivo título sino, además, porque condensa o sintetiza el pensamiento maduro de Sarmiento y sus obsesiones primeras.
 
“De las ideas en él contenidas –sostiene David Solokdow, doctor en Literatura Latinoamericana de la Universidad de Vanderbilthan madurado modelos ensayísticos, sociológicos y literarios (Ezequiel Martínez Estrada (1933), José Vasconcelos (1925), José Enrique Rodó (1900), Antonio Salvador Pedreira (1934), Eduardo Mallea (1937), entre otros que, o bien se han opuesto a las ideas de exterminio planteando caminos alternativos con el mestizaje como posibilidad o que, al retomar su línea de pensamiento, la han modificado parcialmente para arribar a diferentes interpretaciones de la realidad nacional… El tópico que Sarmiento instrumenta en este texto, esto es, el atraso americano debido al mal originario de la mezcla de sangre, es fundamental para reflexionar en torno a las relaciones entre raza y nación”.
 
Para Sarmiento existe un mal que aqueja no sólo a la Argentina sino a América, un mal que ya no podrá depender únicamente de las relaciones de determinismo natural que, en el Facundo, implicaban los accidentes exteriores del suelo… El componente esencial que determina el atraso es la mentalidad americana, que sería, a su vez, producto de la mezcla racial.  
Con la pluma y la palabra
 
En Conflictos y armonías pueden encontrarse perlas de este estilo: “Es acaso ésta la vez primera que vamos a preguntarnos quiénes éramos cuando nos llamaron americanos, y quiénes somos cuando argentinos nos llamamos. ¿Somos europeos? ¡Tantas caras cobrizas nos desmienten! ¿Somos indígenas? Sonrisas de desdén de nuestras blondas damas nos dan acaso la única respuesta. ¿Mixtos? Nadie quiere serlo, y hay millares que ni americanos ni argentinos querrían ser llamados. ¿Somos Nación? ¿Nación sin amalgama de materiales acumulados, sin ajuste ni cimiento? ¿Argentinos? Hasta dónde y desde cuándo, bueno es darse cuenta de ello.”
 
Corolarios de la temprana alerta de Facundo: “Las razas americanas viven en la ociosidad y se muestran incapaces, aún por medio de la compulsión, para dedicarse a un trabajo duro y seguido. Esto sugirió la idea de introducir negros en América, que tan fatales resultados han producido”.
 
Pero, como siempre, todo racismo es mascarón de proa del odio social. El mismo Sarmiento nos lo revela: “Si los pobres de los hospitales, de los asilos de mendigos y de las casas de huérfanos se han de morir, que se mueran: porque el Estado no tiene caridad, no tiene alma. El mendigo es un insecto, como la hormiga. Recoge los desperdicios. De manera que es útil sin necesidad de que se le dé dinero. ¿Qué importa que el Estado deje morir al que no puede vivir por sus defectos? Los huérfanos son los últimos seres de la sociedad, hijos de padres viciosos, no se les debe dar más que de comer”. (Discurso en el senado de Buenos Aires, 13 de septiembre de 1859)
 
En el mismo senado halagará los oídos de sus colegas: “Cuando decimos pueblo, entendemos los notables, activos, inteligentes: clase gobernante. Somos gentes decentes. Patricios a cuya clase pertenecemos nosotros, pues, no ha de verse en nuestra Cámara ni gauchos, ni negros, ni pobres. Somos la gente decente, es decir, patriota”, y finalmente iluminará el camino para tanto “demócrata” contemporáneo: “Una Constitución pública no es una regla de conducta para todos los hombres. La Constitución de las masas populares son las leyes ordinarias, los jueces que las aplican y la policía de seguridad. No queremos exigir a la democracia más igualdad que la que consienten la diferencia de raza y posiciones sociales”.

El sanjuanino sentó escuela y dejó en toda América discípulos que se prolongan hasta la actualidad.
 
Gloria y loor.

 


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