RECUERDOS DE LA CÁRCEL: El tráfico de «caramelos», por Luis Salinas
Mi madre, que cuando tenía cinco años me arrastró de la mano al Laurak-Bat (donde había conocido a mi padre) a vivar al general Aramburu (debía ser en verano, porque lo único que creo recordar es que llevaba una chaqueta militar blanca) terminó trasegando «caramelos» que le daba Luis en sus partes íntimas, microtextos no sólo de Luis, sino también de otros compañeros. Quero creer que no se convirtió en virtual correo montonero sólo por amor a su hijo; que también tomó conciencia de lo que estaba en juego. Porque ella era muy católica, poco santera y nada supersticiosa, lo que la había acercado a los sacerdotes del Tercer Mundo. La conversión de padres gorilas por parte de sus hijos militantes fue una marca de época.
RECUERDOS DE PRISIÓN 1
Cómo ocultar caramelos
POR LUIS SALINAS
Era 1979 e inaugurábamos Caseros La Nueva, esa torre que sobresale (que hace tiempo fue demolida. N. del E.) por Parque Patricios y que entonces era realmente nueva, sin todos los agujeros que le fueron practicando sucesivos rechifles de los comunes. Y sucedió que por esa época decidimos volver a los embutes –escondites de resguardo contra las requisas– externos. La represión en las cárceles de La Plata y Sierra Chica durante 1977 y 1978 nos había obligado a restringir el número de “caramelos” y llevarlos constantemente encima, ocultos en el cuerpo.
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Un caramelo consiste en una o varias- -hasta 16, el más grande que recuerdo– hojas de papel de armar, escritas con Bic punta fina. Un habilidoso puede meter hasta doscientas palabras en cada carilla de cuatro centímetros por ocho. Las hojitas se pliegan en forma de acordeón y en los dos sentidos. El bulto se empaqueta con papel celofán y luego se le fabrica una cobertura de polietileno sellado al fuego. La balita plástica de dos o tres centímetros resultante puede guardarse en el seno nasal o en el culo.
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Guardarse el caramelo en el culo, como un supositorio, es sencillo una vez que se supera un poco el pudor y otro el asco. Un inconveniente adicional de estas técnicas de guardar los caramelos, además de la dificultad para contarlo por escrito sin caer en la grosería, es que el metano atraviesa todas las barreras. La doble capa de celofán y la de polietileno resguardan el texto de la humedad, pero no del olor: los primeros documentos de la organización Montoneros relacionados con la contraofensiva tienen en mi memoria un neto olor a mierda. Los caramelos se transportaban en la boca con la idea de tragarlos en caso de requisa individual, y se embutieron en sofisticados escondites de las celdas durante los primeros años de La Plata. Pero cayeron en una decena de casos. La tenencia de uno de estos mini-documentos era de un riesgo inmediato y enorme para su guardador; cada uno de los descubrimientos terminó en una monumental paliza, las que condujeron a la muerte en la U-9 a por lo menos dos personas: Roberto Lasala, Gorosito, del trotsquista grupo Obrero Revolucionario (GOR), en 1976, y a un compañero de la JP mendocino, del que sólo recuerdo el nombre de pila, Marcos, en el 78.
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La caída de un caramelo generaba graves perjuicios también en el exterior de la cárcel. En el mejor de los casos señalaba muy peligrosamente a los familiares de quien lo tuviera, y en el peor ponía en manos del enemigo información potencialmente peligrosa para las orgas. Los milicos confirmaron la muerte en combate de Carlos Caride varios meses después de ocurrida por un caramelo que se detectó en Devoto.
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El seno nasal es el lugar perfecto para un caramelo pequeño o mediano. Se lo absorbe hasta que el objeto se coloca en su sitio y allí puede permanecer indefinidamente sin ninguna sensibilidad. El movimiento para sacarlo es similar al previo a un gargajeo. El caramelo cae en la glotis y una suave tos lo devuelve a la boca. Sólo conocí un caso den el que un caramelo se quedó trabado en un seno nasal y era un seno detrás de una gran nariz, la de Hugo «El Pájaro» Colaone. Por asimilación de ideas, alguien le pasó al Pájaro un documento demasiado grande.
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Los limpiezas comenzaron a llevar y traer artefactos entre las celdas del Pájaro y el “Ario” Colonna. Mario Colonna era un maravilloso artesano. Creo que había estado en Coronda, donde los presos fueron capaces de fabricar agujas con alambre, cavando a punta de alfiler el ojo, y de escribir con trocitos de espiral antimosquito. Al principio, los instrumentos eran simples tubitos de birome con las puntas quemadas y achatadas. El tubito de una birome pasa con facilidad desde la fosa nasal hasta el fondo del paladar, pero en este caso no sirvió. Colonna aportaba herramientas, pero también ideas: le sugirió al Pájaro Colaone evacuar su caramelo ejerciendo cierto tipo de “presión”, como cuando se canta en falsete tapándose los oídos, estornudar. Le sugirió también ensayar diferentes gargarismos. La discusión llena de onomatopeyas se propagó a las cuatro o cinco celdas intermedias. Los comedidos sugirieron y ejemplificaron diferentes secuencias de canto soprano, estornudos y gárgaras consecutivos o simultáneos. Pero el Pájaro, un compañero que provenía de la UES de Quilmes, muy de barrio y bastante pudoroso, no sabía gargajear.
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A medida que las esperanzas de rescate del caramelo empalidecían, surgió otro debate: el Pájaro mandó a preguntar a algún compañero médico cuáles serían las consecuencias de que el objeto se quedara donde estaba. No teníamos ningún médico en esa ala del piso 16 y el diagnóstico tardó todo un día en llegar. Era tranquilizador, pero no todo el mundo estuvo de acuerdo, y como el mensaje corrió de boca en boca se le agregaron sombríos pronósticos disidentes: cáncer, muerte por asfixia, esas cosas.
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Entretanto las fabricaciones del Ario -obsesionado por evacuar el caramelo de la nariz del Pájaro- se radicalizaron. Cada vez se parecían más a utensilios de pesca, hechos a base de agujas torcidas, alambrecitos, hilos que arrastraban plumas. Los limpiezas comenzaron a exhibirlos celda por celda antes de presentarlos en la del paciente. Recuerdo un último elemento, una especie de triple garfio. El Ario ya los hacía más para divertir a la afición que por otra cosa.
El Pájaro salió en libertad a fines del 82, con el caramelo puesto. Fue comerciante y creo que hoy es taxista en Quilmes. Ya no lo tiene en la nariz, me comentó en un encuentro casual, pero no me dijo cómo se lo sacó, o no lo recuerdo, quizás un dentista. Su primera compañera murió en el 76, durante su primer año de prisión. Ella tragó la pastilla en el momento de su detención. ¿Hay una metáfora aquí?
Gracias pájaro rojo
Excelente relato