Si te perdiste un discurso de Cristina, fuiste…

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Gerardo Fernández es uno de los periodistas del palo que no hablan solo para agradar a Cristina, sus ministros y colaboradores más cercanos. Lo que se agradece. 
Advierte acá entre otras cosas que «lo que viene por delante es muy duro» y que hace falta otra manera de comunicar y de escuchar al pueblo.

Cristina en el Panel de Control

 Gerardo Fernández / Tirando al Medio
 

Ayer hablé un largo rato con alguien que banca el proyecto a muerte pero que anda preocupado, más bien diría asustado porque es como que le han entrado las balas del discurso «se va todo a la mierda, estamos al borde del precipicio como en 2001». Resulta que hoy despierto escuchando en la radio a un tipo que habla del «consumo por desesperanza» como consecuencia de los problemas para ahorrar que tienen los argentinos. Empalmo con la charla de anoche y pienso que en algo estamos fallando porque si al mismo tiempo que se instala que todo se va al diablo, uno de los problemas es que «la gente se queja porque no tiene cómo ahorrar», algo esta absolutamente descentrado, fuera de lugar.

Creo que uno de los problemas que tenemos es que lo que viene por delante es muy duro, quizá más que lo vivido hasta ahora ¿porqué? porque cuando se confronta en política no existe la meseta: o avanzás o te caés, así de simple. Entonces lo que nos espera es muy complejo y no sé si lo estamos avisando, si lo estamos explicando en su debida manera. La pelea contra el dólar tiene una profundidad mayor de lo que se supone y es una puja enorme en lo simbólico: Se está atacando «una forma de ser», un núcleo duro de cierta argentinidad. Se está intentando liquidar una actividad parasitaria, venenosa, pero antes que todo, se está intentando combatir la convertibilidad mental de la sociedad. Cristina está en el Panel de Control del sentido común argentino dispuesta a desinstalar desde ahí una serie de programas muy pesados y por eso aparecen advertencias a granel, porque se están tocando articulaciones muy sensibles del sistema con la idea de que un país que siga convencido de que su moneda no sirve para nada está condenado a seguir arrodillado.

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