TEO. A la memoria de Raúl Blanco / Teodoro Boot
Teo
POR LEONARDO KILLIAN
Así lo traté siempre. Lo conocí en un bodegón de Almagro en el festejo del cumpleaños de Roberto Bardini. Fue el último en llegar y se sentó a mi lado, entre Juan Salinas y yo.
Me hizo mucha gracia cuando se acercó a Bardini para consultarle algo y viendo que me señalaban, vino y me contó. Ronberto Bacardini le había dicho que yo era arquero y Teo le preguntó si no era un poco bajo para el puesto. Así empezó nuestra relación, nos hermanó el humor. Porque además de su vastísima cultura general, Teo tenía una gran sentido del humor, que es lo que más aprecio en cualquier persona.
A los pocos días fui hasta la librería de Carlos Benítez, Punto de Encuentro se llama, y me compré «Espérenme que ya vuelvo» y su continuación, «Sin árbol, sombra ni abrigo». Los leí en dos días y quedé deslumbrado. Ese tipo al que una semana atrás desconocía por completo era un escritor talentoso, original, punzante, creador de personajes entrañables y un esplín que convertía en alta literatura.
El mundo perdido del peronismo de la resistencia y sus tragedias lo poetizaba. Su Perón era un personaje en el que lo real y lo fantástico se entremezclaban. A partir de allí empezamos a juntarnos; o en «La Orquídea» de Corrientes y Acuña de Figueroa, o en «Sánchez y Sánchez», precisamente en la esquina de Rivadavia donde nacen Sánchez de Bustamente y Sánchez de Loria. Como ambos cafés eran cercanos a su casa la broma era que si cruzaba Corrientes hacia el Norte temía convertirse en una estatua de sal.
Nunca me falto tiempo para ir a Almagro a charlar con él. Con una cerveza y unos cafés podíamos pasar horas conversando.
Teo me regaló la desopilante «No me digas que no» y yo le di la primera edición de «La sombra del General», no sin un poco de miedo por estar frente a uno de los tipos que conocía con pelos y señales la vida del General.
A los pocos día me llamó para decirme que la novela le había gustado mucho. Si me hubieran dado el Nobel no me habría sentido mas orgulloso.
Después leí «Pido a los santos del cielo» donde santos de existencia verdadera y otros apócrifos aparecen descritos con el desparpajo y el humor que caracteriza toda su narrativa.
Teo me pidió si leyera la novela que estaba terminando de escribir, «Memorias de un niño peronista» y yo sin consultarlo escribí y le mandé un prólogo que, sin tocar una coma, pasó al libro que presentamos junto a su hermano de la vida, Juan Salinas. Ahí están, a mano, esas memorias con su dedicatoria y prolija letra de lapicera fuente. En «Memorias…», donde es protagonista del barrio de La Paternal de su infancia, reaparecen los tragicómicos personajes de sus novelas anteriores.
Luego vino «Ahora puede contarse», de la que me envió una copia para que la leyera antes de su publicación. Fue la tercera y última novela de esa trilogía, la saga de la Resistencia peronista.
Una noche, muy tarde me llamó para decirme que necesitaba mi opinión por un «ensayo
delirante» que así calificó a «La verdad verdadera». Y un excelente prólogo ya lo había escrito Salinas, escribí su contratapa. Le envié el texto por email y al rato me llamó: «Killian, lo que escribiste es un delirio… y me encantó.»
Luego de su inesperada muerte, su viuda, Mirta Rivera, tuvo la gentileza de obsequiarme
un libro prácticamente imposible de conseguir, «Pureza étnica», el primero de todos, firmado con su nombre legal, Raúl Blanco. Están en él todos los rasgos que irían desarrollándose en su narrativa posterior: el humor, el absurdo y la crítica social.
El inmenso talento de Teo no se circunscribía a su narrativa; también relucía en su calidad de analista político y económico, su faceta mas seria, consolidada durante una larga y profunda militancia peronista.
Teo fue todo un personaje. Estaba dotado una gran memoria de nombres, lugares y circunstancias, al punto de que yo lo decía «Funes, el memorioso». La casualidad, esa que desvelaba a los surrealistas, hizo que una mañana, viajando con Susy en tren hacia Mar del Plata, nos encontráramos abordo con Teo y Mirta. Fuimos al salón comedor del tren y ahí me contó en algo más de dos horas, su vida; sus vida de viajes a Chile, a la España todavía franquista, a su compromiso con los fierros de la guerrilla peronista, en fin, la vida de muchos eres humanos comunes y corrientes en una sola persona. Gran narrrador por escrito, lo era también conversando.
«Hice la colimba en Granaderos y ahí empecé a tener algunos problemitas con mi salud mental. Un día aparecí por Floresta y no sabía por qué ni para qué había ido. Sabía que tenía que comprar algo pero no me acordaba que, así que volví al cuartel. El oficial que me había mandado me preguntó si había comprado el encargo. Le dije que no, que no había… «¿No había tachuelas?» se sorpredió el milico… No tenía idea de por qué me pasaban ciertas cosas».
Otro verano, Teo estaba solo en su casa de Miramar y lo fuimos a visitar- Fue a buscarnos a la terminal de ómnibus con una viejísima camioneta, la misma que en la que cuando quedaría varado en Miramar durante la pandemia sin poder regresar a Buenos Aires en ómnibus ni tren, vino manejando a 60 km. por hora, pues no daba para mas.
Bohemio impenitente, mientras dábamos cuenta del asado que había preparado, nos contó otras escenas de su vida; detenciones; las FAP; el ACV que lo había dejado medio rengo. Le propuse hacer una antología de cuentos peronistas, le encantó la idea y ahí nomás me pasó la dirección de varios, compañeros y amigos. Meses después y al calor de la victoria de la fórmula Alberto-Cristina, la editorial Granica publicó «Las mil y una noches peronistas», una complición que hice junto a Gustavo Abrevaya, con ilustraciones de Daniel Santoro El Bueno, prólogo de Luis Gusmán y posfacio de Pedro Saborido que constituyó un inesperado éxito. Al que Teo contribuyó con un capítulo de «Memorias…».
Muchas de nuestras conversaciones giraban en torno al peronismo, su historia y perspectivas. En la que quizá haya sido su última entrevista, que le hizo Martín García, dijo como al pasar y sin que el entrevistador reparara en ello: «Ya no soy peronista»*. Y recordó que él, como Jauretche, había sido peronista «mercantista», por el coronel Domingo Mercante, el gran gobernador de la Provincia de Buenos Aires durante el primer peronismo. La interpretación que hacía y que yo compartía era que si Mercante hubiera sucedido a Perón como candidato peronista en las elecciones de 1952, probablemente el golpe de 1955 no hubiera sucedido. Porque, argumentaba, no hubiera cometido los errores que cometió Perón en su enfrentamiento con la Iglesia Católica, y posiblemente también se hubiera manejado con más tino en su relación con los militares.
Embalado con la antología sobre el peronismo, le propuse hacer una del mismo tono pero sobre el radicalismo. Así me puse a trabajar en «Con la boina blanca», antología a la Raúl aportó su brillante trabajo «El nieto del ahorcado» sobre Leandro Alem e Hipólito Yrigoyen. Un lujo.
No fue el único. Ante la ausencia de escritores de la Unión Cívica Radical me contactó con otras plumas ilustres como Alejandro Robino, Ernesto Salas y Charo Lopez Marsano.
Desgraciadamente, cuando el libro salió a la venta, Teo ya estaba internado de urgencia por una infección de vesícula que planeaba extirpar. Le acerqué ejemplares a su hijo Agustín, pero Teo no llegó a verlo. Con su familia, Carlos Benítez y una cantidad de compañeros lo acompañamos hasta el crematorio del cementerio de la Chacarita. A propuesta de Salinas sus cenizas fueron luego arrojadas al río en el Parque de la Memoria.
Suelo tener diálogos imaginarios con familiares, amigos y compañeros que ya no están. Es frecuente que vuelva estar sentado en «La Orquidea» o «Sánchez y Sánchez» para conversar mano a mano con ese amigo que nunca me cobró un peso por corregir y editar mis cuentos y novelas, ese compañero del alma del que tanto aprendí. Desde como preparar un pescado a la parrilla hasta como reconocer el canto de los pájaros o los parecidos entre la música popular del sur gaùcho de Brasil y nuestro chamamé. Nadie me explicó mejor la diferencia entre el fenómeno social del peronismo y las miserias de la política. Y es precisamente ahora, en estos tiempos absurdamente crueles, durante esta tiranía de la estupidez, cuando está de moda ser hijo de puta, egoísta y cruel, me es necesario escuchar su voz.
¡Cómo me gustaría escuchar o leer tus reflexiones, querido Teo! Como todos los que tuvimos el privilegio de tu amistad te voy a extrañar hasta el último aliento.
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* Nota del Editor: No es, para nada, que se hubiera vuelto antiperonista. Decía que el peronismo estaba en trance de ser absorbido por el régimen como lo había sido el radicalismo y prefería definirse como «nacionalista revolucionario».