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INFORTUNIOS & INJURIAS. La muerte de César Fernández y las rejas en la Plaza de Mayo

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María, Eva, un amigo (Alan), Paula, Lolo y César.

 

El viernes murió un gran amigo, César Fernández (César Ben Alí Ben Isaak) consecuente socialista tanto en Argentina como en Alemania, donde residió unos cuantos años (y se llamaba a si mismo «la ballena báltica») hasta su retorno al país, gracias al inesperado advenimiento de Néstor Kirchner. Compañero de Paula «La Rusa» Resels de toda la vida, dejó tres hijos –María, Eva y Lolo– y una gran cantidad de amigos, hechos aquí y allá y de variadas nacionalidades producto de sus múltiples actividades como militante agitador y poeta dionisíaco. Ferviente defensor de la Venezuela chavista, César nunca fue peronista (fue gran animador en los años ’80 y ’90 del siglo pasado del PSA, el socialismo auténtico, la facción menos gorila) pero si lo fuimos muchos de sus amigos.
César murió intoxicado por el monóxido de carbono proveniente de un calefón cuyo escape había sido obturado es de suponer que en épocas pretéritas por desaprensivos albañiles, informó uno de sus mejores y más antiguos amigos, Andrés Podestá, quien ofició el funeral en pleno cementerio de La Chacarita. Hace unos pocos años ¿dos? ¿tres? había oficiado la ceremonia de re-casamiento de César y Paula, en una fiesta pagana a la que tuve el honor de asistir.
Resulta que la casa en la que se produjo el óbito había sido comprada recientemente por César y Paula, que habían llegado así, por fin, a tener vivienda propia en el barrio de Floresta, muy cerca del ominoso local conocido como «Automotores Orletti» que sirvió en 1976 como centro clandestino de detención del no menos ominoso Plan Cóndor de coordinación de los embates represivos de las dictaduras del Cono Sur del continente.
El último mensaje que recibí del gordo César dice así: «El próximo sábado 26 de mayo a partir de las 20 hs. Gran Festejo Gran por partida doble: Inaguraremos ‘Casa Nostra’ y festejaremos mi 54º cumpleaños. habrá cosas ricas para comer. traer bebida y confirmar asistencia. ¡Los esperamos!!».
No pudo ser porque talló el infortunio: El viernes por la mañana, su hija Eva se desvaneció en la bañadera. César y Paula llamaron al un médico que pudo certificar que Eva se recuperara. No tengo claro si también acudió la policía. A causa de este incidente, Paula y César se quedaron en casa. Acaso porque el monóxido de carbono es inodoro, nadie relacionó el desmayo de Eva con el calefón, y pasado el mediodía a César le apeteció darse un baño de inmersión. Llegó a llamar a Paula diciendo que se sentía mal. Ni siquiera podía sentarse, lo que hizo con la ayuda de Paula. Y ahí mismo experimentó un estremecimiento y la quedó.
Ni siquiera entonces Paula ni nadie advirtió cual había la causa de la muerte. César fumaba muchísimo, bebía como un cosaco y amaba las comidas pantagruelicas, y aunque en los últimos tiempos se había desembarazado de unos cuantos kilos, seguía estando obeso. Lo del monóxido de carbono me lo dijo Podestá luego de la ceremonia del entierro en La Chacarita (jalonada de consignas y cantos contra el presidente que nos tocó en desgracias; con un improvisado botafumeiro que no quemó precisamente incienso y donde fuimos salpicados por una supuesta agua bendita… que era Jack Daniel’s, la bourbon preferido del occiso). Fie la autopsia la que estableció la causa de la muerte de César lo que a su vez permitió descubrir que había un caño ocluido.
Recién entonces entendí la enorme conmoción de Eva, el horror que trasmitían sus ojos cuando me abrazó nomás llegue a la casa del velorio, en el barrio de Boedo.
No atino hoy, tiznado por la pena, a escribir más sobre César. Sólo atino a incorporar en este acto a la lista «Perukas» (iniciada entre los comensales de las cenas antisojeras y agrogarcas que ya han cumplido diez años) a Paula, de manera que nunca más, por ningún motivo, dejemos de estar en contacto.
Si César no se hubiera marchado, el sábado hubiéramos hablado de muchos temas y con toda seguridad sobre esa injuria, ese escupitajo en la boca, de parte de quienes, además de saquear el país, enrejaron la Pirámide de Mayo. Por indisimulable odio a las rondas de las Madres y las Abuelas. Y temor a la montonera que en épocas pretéritas ató allí su caballada, y a la multutud que probablemente vaya a arrancarlas más temprano que tarde. Porque si César hubiera llegado a festejar su 54 cumpleaños, nos hubiéramos comprometido a no descansar hasta que esas rejas y otras rejas materiales y simbólicas sean derribadas.
Como ya César no está, asumo en su recuerdo, redoblado, ese compromiso.

Los dejo con con una selección de fotos de César que, creo, se explican por si mismas.

 


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