La decadencia del periodismo (1)
Me levanto de la cama. Levantó el ejemplar de Página/12. Veo en la tapa al aborrecido dictador, el más oficinista de los genocidas y a la vez el mayor de ellos. Y algo chirría en mi cerebro. No es su cara, sino el titular, un textual suyo: "Si el país cambia de rumbo, seguramente no estaríamos presos". Está extraído de la entrevista que le hizo un periodista del -otrora progre- semanario español Cambio 16. Y al horror del exterminio añade el de la alevosa colaboración a la degradación del lenguaje en general, y del idioma castellano en particular. Porque está claro que el editor de la tapa, si quería utilizar esa frase de Videla, hubiera tenido que optar por "Si el país cambiara de rumbo…" o bien por "Si el país cambia de rumbo, seguramente no estaremos presos". Antes, digamos, hace veinte años, un error semejante sólo era concebible en un pasquín. El propio Página/12 tenía un gran equipo de correctores. Fue por aquella época, quizá un año antes, que Pedro Lipcovich pasó de ese equipo (en irremediable decadencia desde que las patronales abarataron los costos de corrección, encargándoles la faena a programas de compu que en los mejores casos resultaban tarzanescos) a la redacción. Hasta los '90, los diarios y periódicos que se tenían un mínimo de respeto tenían comisarios de la lengua que impedían que ágrafos e iletrados consumaran sus tropelías. Hoy puede leerse ¡hasta en La Nación! habitualmente "encausado" por encauzado (como si una causa judicial y el cauce, por ejemplo, de un río, fueran la misma cosa) y "persecusión" sin que nadie atine a enmendarlo. Antes, las generaciones de periodistas mayores (pienso en Homero Alsina Thevenet) ejercían su magisterio sobre los principiantes. Hoy, abdican de todo, pareciera que solo quieren llegar tempranito a casa. Lo que es seguro que tapas y portadas ya no son revisadas al menos por tres personas. Nada se cocina con amor. Todo es fast-food. Así nos luce el pelo.