AMIA – PERIODISTAS. El turno de Tuni Kollmann en el juicio por el encubrimiento. Roman Lejtman, complicado.
Roman Lejtman se negó en el juicio a revelar a su «fuente», pero fue obvio que era Carlos Corach.
En unas pocas horas deberá declarar ante el tribunal que juzga a los acusados de encubrir a los asesinos de la AMIA desviando las investigaciones hacia una pista falsa (lo que le costó a algunos policías bonaerenses casi ocho años de cárcel) el periodista Raúl “Tuni” Kollmann, precisamente uno de los que cubrió más abundantemente para el diario Página/12 los avatares de la investigación del atentado a la AMIA y –en este caso, casi a la perfección- las circunstancias en las que el fiscal Natalio Alberto Nisman decidió poner fin a su vida.
El gran problema para Kollmann es que durante muchos meses se prestó a una ficción cuyo demiurgo era nada menos que el jefe de Gabinete (y cerebro) del gobierno de Carlos Menem, Carlos Vladimiro Corach.
Corach, auxiliado por la jueza Luisa “La Piru” Riva Aramayo, amenazó, presionó y coaccionó a Carlos Alberto Telleldín para que accediera a desviar la investigación, alejándola de la Policía Federal y del gobierno nacional.
Es bueno recordar al respecto que –como destacó en el largo juicio realizado hace una década por el entonces jefe de operaciones de la SIDE Antonio Horacio “Jaime” Stiuso– la supuesta Trafic-bomba nunca salió de la órbita de Alejandro Monjo, íntimamente asociado con la jefatura de la Federal.
Y también es pertinente recordar que según el dictamen de cuatro importantes juristas contratados por la DAIA en 1997 (León Arslanian, Raúl Zaffaroni, Andrés Dalessio, Ricardo Gil Lavedra) para analizar el estado de la (des) investigación del juez Juan José Galeano, era imprescindible investigar como presuntos instigadores del ataque a la AMIA a Monzer al Kassar y Gaith Pharaon, el primero íntimamente ligado al cuñado presidencial, Emir Fuad Yoma, y el segundo ídem con Alberto Kohan, quien según Zulema Yoma era la sombra misma de su marido, el Presidente.
Al principio, las presiones sobre Telleldín fueron burdas. Presentándose como amigo y camarada de su padre comisario, el impresentable mayor retirado Héctor Pedro Vergéz –asesino y torturador serial condenado a prisión perpetua la semana pasada al concluir el juicio por los crímenes imprescriptibles cometidos en los campos de concentración y exterminio conocidos como La Perla y La Ribera- intentó infructuosamente que Telleldín acusara a unos muchachos paraguayos descendientes de libaneses detenidos en Asunción a causa de una pequeña plantación de cannabis sativa.
Luego Corach afinó la puntería e ideó la llamada “Causa Brigadas”, es decir, reemplazar a los sospechados de la Policía Federal por policías bonaerenses, “patas negras” que no dependían de su jefe, el presidente Menem, sino de su rival, el gobernador Eduardo Duhalde.
Telleldín se encontró así entre la espada y la pared. Era plata o plomo. O aceptaba negociar el desvío de las investigaciones hacia policías que eran sus enemigos personales, o le prometían inventarle causas de manera que pasara décadas en prisión (Telleldín no estaba preso por el atentado a la AMIA sino por otras causas, pero esto le era ocultado a la opinión pública).
Puesto en este brete, Telleldín negoció que se le diera a su mujer, Ana Boragni, 400 mil pesos convertibles, y una menualidad de 5 mil pesos convertibles durante 15 meses. El pago, como ya ha sido recontraprobado fue hecho por la “Sala Patria” de la SIDE con fondos reservados de este organismo, con el conocimiento del presidente Menem, el secretario de Inteligencia (que tuvo que poner el gancho) Hugo Anzorreguy, el presidente de la DAIA, el entonces banquero Rubén Beraja, el juez Juan José Galeano y los fiscales Eamon Mullen y José Barbaccia, entre otros.
Entre quienes se encuentra, obviamente, Corach, quien sin embargo, gracias a su influencia en el Poder Judicial (Bonadío y Lijo son jueces de su servilleta) se libró hasta ahora de sentarse en el banquillo.
Para enmascarar este pago manifiestamente ilegal a un detenido para que desviara las investigaciones acusando falsamente a inocentes (al menos, del ataque a la AMIA), Corach (quizá con el auxilio de Anzorreguy y/o Galeano y/o Beraja, en verdad todos parecen haber estado al tanto) pergeñaron una cortina de humo: fingir que se le daba ese dinero a Telleldín a cambio de un libro en el que él contaba sus padecimientos por haber sido el último tenedor identificado de la supuesta camioneta bomba y, de paso cañazo, se defendería diciendo que le había entregado el vehículo a policías bonaerenses.
Kollman y Roman Lejtman (que también había cubierto la contigencias de la causa para Página / 12) picaron. Acordaron firmar un libro cuyo borrador escribiría en la prisión de Villa Devoto con el auxilio de un fiscal trucho (Jorge Damonte, hijo de la «bruja» tarorista de Menem) encarcelado en el mismo pabellón.
El talón de Aquiles de toda esta construcción es que en aquel momento, las editoriales de primera línea como Planeta y Sudamericana sólo pagaban como adelanto por un libro de periodistas unos diez mil pesos/dólares (es lo que me pagó a mi Planeta a mediados de 1997 por “AMIA, El Atentado. Quienes son los autores y por qué no están presos”). Estirando mucho la imaginación quizá pudiera creerse que se pagara por un original de un escritor consagrado, por ejemplo por un libro póstumo de Osvaldo Soriano, que había muerto en enero de ese año, hasta diez veces más…. Pero ¡400 mil! Imposible. Nadie creería que una editorial argentina pagara una suma así.
Dándose cuenta, Tuni Kolllman se bajó del proyecto. Pero Roman Lejtman no, acaso porque sus lazos con Corach y los servicios secretos israelíes eran más viejos y profundos.
Podemos anticipar cómo será la línea de defensa de Lejtman: Dirá (porque ya lo dijo en este viejo video y no puede desdecirse) que la idea del libro no fue de Corach, ni de Anzorreguy, sino de Telleldín…. El problema es que a su lado habla Víctor Stinfale, quien fue abogado de Al Kassar (que le pagó sus servicios con la representación de la bebida energizante Speed Unlimited) y lo era entonces de Telleldín. Stinfale (que está ahora en libertad ambulatoria podría decirse que de milagro, pues fue el organizador de la fiesta Time Warp en Costa Salguero, que en abril pasado produjo cinco muertos) tambien dice que fue Telleldín quien le propuso a Beraja y seguidamente a Lejtman hacer un libro, y que fue éste quien se puso en contacto con la que era entonces la dueña de la Editorial Sudamericana, Gloria Rodrigué, pero que no se llegó a ningún acuerdo… Pero, digan lo que digan es obvio que la idea de disfrazar la «confesión» de Telleldín de supuesto best-seller provino del Gobierno de entonces.
En escasas horas nos enteraremos de cómo sigue este culebrón…
Lejtman…portador de progresismo autorizante de canalladas de la peor especie
Es «extraordinario» el recorrido profesional de Letjman. Daría para una nota larga, interesante y repleta de «curiosidades». Pero, en cuanto a este «proteger fuentes» resulta paradójico si se piensa que, en el 91 hizo varias tapas de Página, cubriendo el «Yoma-gate» y, en esa oportunidad no dudó en dejar al descubierto a varias de sus fuentes judiciales (empleados de carrera con mayor o menor acceso) casi toos/as cercanas al despacho de Servini de Cubria. pero que le tiraban data de color. A todos les cagó la vida y el laburo. En fin.
Pero al mismo tiempo nada dijo de lo más importante, gracias a lo cual, Amira, pacto Emir-Mariano mediante, pudo zafar del atolladero. Y así Mariano pudo ser invitado al casamiento de ella con Chachpo Marchetti ¿capisce?