Perón regresa a la patria después de más de 17 años de exilio. Es el 17 de noviembre de 1972 y llueve torrencialmente. Lanusse ordenó que se impidiera a cualquier costo el contacto entre el líder y su pueblo, que se lanza a pie a tratar de vulnerar el cerco militar sobre el aeropuerto de Ezeiza. Hay un solo registro fílmico de esa jornada inolvidable y se lo debemos al enorme dibujante y pintor Carlos Nine, recientemente fallecido, quien integraba o iba a integrar seguidamente la mesa de “la gloriosa Jotapé” de la Capital Federal. Tenía entonces 29 años y rodó la película en sociedad con el también ya fallecido Enrique Garciarena, que cruzó tres veces el río Matanza con una cámara Super 8.
La película se hizo para ser proyectada en las unidades básicas (que comenzaban a abrirse al amparo del Gran Acuerdo Nacional propuesto por Lanusse), en villas, talleres y casas de militantes. Nine y Garciarena la titularon “La Marcha sobre Ezeiza” y se la creía perdida hasta hace poco más de dos años, cuando la publicó (creo) Martín García en su página Nac & Pop. También la subió a Youtube. (continúa)
En Nac & Pop se publica un texto, copiado o extraído de una nota publicada por Fernando García en Clarín (¿será el poeta, hijo de Germán García? Si es así, tuve trato con él a comienzos de los ’80, hace un cuarto de siglo) que aclara que Nine reconocía el caracter panfletario del trabajo en los créditos, porque se había hecho para ser utilizada como herramienta política (en la estela de “La hora de los hornos”)
La marcha sobre Ezeiza está plagada de accidentes artísticos. En principio porque fue filmada con rollos Orwo de la Alemania comunista lo cual le otorga un grano misterioso que, sumado a los carteles partidarios que actúan de separadores, remata en un efecto de Acorazado Potemkin en clave Jotapé.
El filme no tiene audio (salvo al final cuando la multitud saluda a Perón en la casa de Gaspar Campos en Vicente López) y ha sido musicalizado con un disco de percusión de Domingo Cura.
Lo que suena, entonces, es una sucesión de bombos acompasando una marcha farragosa a campo traviesa entre Liniers y Ezeiza.
Fueron tres días seguidos de lluvia, recuerda Nine, y los militantes-filmadores captan con pericia el camino de los pies.
Largan con un close-up de un chapoteo alegre de Pampero y Flecha (quién diría, fetichizadas ahora por el vintage) y en las escenas finales los zapatos se clavan en el lodo como si fueran souvenirs del Vesubio.
Más aún, recordó Nine, “mucha gente no podía caminar, dejaba los zapatos clavados en el barro y seguía descalza”.
A diferencia de la masacre de 1973, esta peregrinación fue espontánea e inmediatamente cercada por la policía militar.
Nine y Garciarena llegaron a filmar las tanquetas arrinconando la marcha y casi pierden la película en manos de un soldado.
Las proyecciones posteriores se hicieron contra una gran sábana y Nine recuerda que en el segmento militar de la película la gente apedreaba la pantalla.
“Cuando volvíamos con la sábana muy agujereada sentíamos que la proyección había sido un éxito”.
Curiosamente, o no, las escenas de La marcha sobre Ezeiza adelantan, una y otra vez, la imagen ícono de la masacre del 73.
La de ese militante rescatado de los pelos del abismo de la balacera.
Aquí, niños, jóvenes y viejos se caen y se levantan del barro; resbalan en las márgenes del Matanza y, sí, no queda otra que agarrarlos de los pelos.
Nine volvió a ver la película pco antes de morir.
En una PC, como ésta en la que se escribe, con un proyector virtual de DVD.
Aguantó al principio. Después, se derrumbó.
Y eso que faltaba el olor.