MOVIDAS. Francisco en Cuba: Acabar con el bloqueo

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Una crónica muy ilustrativa de Claudio Mardones desde La Habana arroja Luz, perdóneseme la contradicción, sobre los claroscuros de Jorge Bergoglio y la preminencia de la claridad en su fase papal.

El Papa en Cuba

El bloqueo, en la mira de Francisco

Este sábado, a un paso del otoño meridional, cerca de las cuatro de la tarde (hora del Caribe) el Papa Francisco aterrizará en el aeropuerto José Martí, de La Habana.

Por Claudio Mardones / Tiempo Argentino

Este sábado, a un paso del otoño meridional, cerca de las cuatro de la tarde (hora del Caribe) el Papa Francisco aterrizará en el aeropuerto José Martí, de La Habana. Será el primer paso de una ambiciosa gira diplomática del jefe del Vaticano por Cuba y Estados Unidos: posiblemente el primer acierto de la estrategia de pacificación que impulsó la Santa Sede desde que el ex arzobispo porteño fue designado como el sucesor de Joseph Ratzinger en marzo de 2013. Sin embargo, el inminente arribo a la capital de la Revolución Cubana, será la segunda visita del argentino Jorge Mario Bergoglio a la tierra que eligió el Che como segunda y principal patria. La primera sucedió en 1998, cuando Bergoglio era un flamante obispo coadjutor que fue enviado por el episcopado argentino para participar del Encuentro de Padres Sinodales que había convocado el Papa Juan Pablo II como parte de su visita a Cuba.

No hay rastros de que haya pronunciado discurso alguno en ese periplo, salvo el libro que escribió el año siguiente, titulado “Diálogos entre Juan Pablo II y Fidel Castro”. La obra, como anticiparon hace dos años la Revista Crisis y Tiempo Argentino, recién fue rescatada al calor de la designación papal del jesuita. La mayoría de sus páginas tienen una selección de los principales discursos que ofrecieron el pontífice polaco Carol Wojtila y Fidel Castro. El libro fue publicado en 1998, cuando no había pasado un año del desembarco Vaticano en Cuba. La llegada del Papa polaco, junto con una influyente comitiva, sucedió en medio del período especial, uno de los momentos más duros que afrontó el pueblo cubano desde la caída de la URSS. La cita de los “Padres Sinodales de la Asamblea Especial para América”, se concretó a fines del 97, tres meses antes del aterrizaje pontificio. En esos días, Bergoglio formó parte de la avanzada de sotanas latinoamericanas por la tierra revolucionaria en uno de sus momentos más críticos. De la treintena de enviados, hubo pocos argentinos, pero Bergoglio fue el único que dio testimonio de lo que vivió y armó el opúsculo que publicó la Editorial Ciudad Argentina, propiedad por aquél momento del ministro de Obras Públicas de Carlos Menem, Roberto Dromi y el hombre que Bergoglio había convocado para reordenar las cuentas de su arzobispado. El mecenas menemista del entonces obispo porteño es parte de otra historia, pero el producto de esa relación, muy poco explorada, dio a luz el único testimonio escrito de Bergoglio, veinte años antes de ser ungido Papa, y casi 22 después de su primera y desconocida visita.

El arranque del desconocido testimonio bergogliano dedica sus críticas a cuestionar, en primer lugar, al comunismo, y al socialismo real, pero el grueso de sus argumentaciones están centradas en cincuentenario bloqueo de los Estados Unidos contra la Revolución Cubana. “Según el análisis de la Iglesia, los motivos por los cuales Estados Unidos instauró el embargo en 1962 se encuentran totalmente superados en la actualidad. Frente al desmantelamiento de la URSS, Cuba se encuentra desarmada en el sentido estricto de la palabra”, escribió el futuro Papa tras sus reflexiones sobre el período especial. Si bien no confiaba en la propuesta impulsada por Fidel para construir una “alianza estratégica entre cristianos y marxistas”, el sacerdote que por entonces estaba cerca de los sesenta opinó que “el discurso de Fidel Castro revela una inclinación a mostrar posiciones de coincidencias entre los mensajes de Juan Pablo II y las preocupaciones sociales del régimen (…) Habría que desentrañar si esta actitud posee una intencionalidad propagandística, la necesidad de obtener un interlocutor válido ante las dificultades económicas que hoy afectan al pueblo cubano, o una postura de acercamiento, de conciliación, que la Iglesia siempre está dispuesta a ofrecer y recibir”.

Las críticas ideológicas contra el comunismo, tuvieron una dimensión menor a los dardos destinados a Estados Unidos y su responsabilidad sobre el bloqueo. Tampoco ahorró, en nombre del clero latinoamericano, soluciones urgentes. “La condonación de la deuda externa, creciente en Cuba, y la condena a las medidas de aislamiento económico impuestas al pueblo cubano”, surgían por entonces, como una respuesta urgente y mucho más importante que los “errores antropológicos del socialismo”.

Una final a dos lados del Mar Caribe

Dos décadas después, confiesan cerca del Papa argentino, Bergoglio repasa con afecto, y desde Roma, las líneas que escribió con su pequeña letra apenas volvió de Cuba. Ahora, esta a un paso de volver, ya no es el obispo cincuentón que había ingresado hacía muy poco a las grandes ligas del poder eclesiástico, de la mano de su mentor, el conservador Antonio Quarracino.
Las marcas del “período especial”, sin duda alguna, forman parte de la memoria del actual Papa, que retomó con eficacia la agenda de acercamiento con Estados Unidos que había delineado con cuidado Juan Pablo II, el hombre que lo nombraría cardenal cinco años después del encuentro cubano. En la nueva hoja de ruta, que se pondrá en práctica mañana, hay 20 años de lecturas políticas acumuladas luego de la primera gira bergogliana, y un delicado entramado diplomático prodigado por el Vaticano que se activó por una decisión política de Francisco que resolvió retomar la agenda que su antecesor alemán había postergado.

Bergoglio arribará a La Habana cuando el pueblo cubano suma dos visitas papales determinante en las últimas dos décadas. La apertura de Wojtila en 1998, y la visita de Benedicto XVI en 2012, que fue recibido en Santiago de Cuba con una imponente demostración de religiosidad popular de un pueblo cubano, que no encierra contradicciones entre el cristianismo, la revolución, y la convivencia con el credo yoruba.

Para afrontar semejante complejidad, y asumir la tradición que le espera en tierra revolucionaria, el Papa Francisco ya tiene 26 discursos escritos. Una parte de ellos está dirigida a un pueblo de 10 millones de almas, poseedor de una fe que deslumbró a Bergoglio 20 años atrás. La otra parte de su discurso público, estará destinada al pueblo norteamericano, con dos escalas centrales: la Asamblea General de Naciones Unidas, donde Francisco hará uso del lugar que le corresponde como jefe de Estado, y el Capitolio washingtoniano, donde el papa argentino hablará ante representantes y senadores, para respaldar el acercamiento tejido con su par Barack Obama y hablarle, sin intermediarios, a una creciente mayoría del Partido Republicano que lo considera, directamente, un “comunista”.

Washington, Nueva York y Filadelfia serán las tres escalas que contrapesarán el esperado rito religioso que se repetirá en La Habana, Holguín y Santiago. Cuando Bergoglio llegue a la Gran Manzana, el 25 de septiembre, no llegará solo: se volverá a encontrar con Raúl Castro, que pronunciará su discurso ante la ONU muy cerca de las palabras que dispare el sacerdote jesuita que detenta la jefatura de la Iglesia Católica. Para entonces, la gira cubana habrá terminado, y el plato fuerte, como lo piensa hace 20 años, será derribar el bloqueo. No será tarea fácil: las espadas del Partido Republicano, y de su Tea Party, lo estarán esperando en Washington, especialmente dentro del Capitolio, para enfrentar la palabra institucional de un jefe de Estado, que les hablará en nombre de un Dios que posiblemente no quieran escuchar. La nación protestante de la anglósfera trama una respuesta política, pero su libreto se conocerá cuando el primer capítulo, centrado en Cuba, haya terminado. Cuando el round a los dos lados del Mar Caribe haya terminado, es posible que el bloqueo norteamericano haya ingresado en otra inflexión, aunque los tiempos electorales de los Estados Unidos, le dejarán la última palabra a los Republicanos. Resta saber si el examen político que les impondrá el líder de la religión minoritaria de ese país, los haga cambiar de idea. De su resultado depende el futuro de una gira que, desde mañana, pretende cambiar 50 años de historia.


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