Humor e ideología: polémica entre Miguel Russo y el staff de Barcelona

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Publicado en Contraeditorial

¿Qué ideología tiene el humor?

Por Miguel Russo

Barcelona, por su parte, y más allá de ubicar mejor sus estocadas, coquetea con el escepticismo. El grave problema es que para sus creadores, el escepticismo es indiferencia, es dejar de lado una actitud comprometida. 

De lejos,viéndolas colgadas en un quiosco –digamos vistas desde el vagón de subte, apretado uno entre otros laburantes, y ya con el convoy en movimiento– pueden parecer hermanas. Mejor dicho, parecidas a esos autos truchos que pulularon con el menemato llamados, cariñosamente, «mellizos». Madriz y Barcelona, lo dicho, parecen revistas mellizas. Pero si la visión se produce un poco más cerca (…), las diferencias son las mismas que con esos autos truchos: de Mercedes-Benz, de BMW, de Audi o de cualquier otra marca de esas a las que uno jamás llegaría viajando en subte, sólo la cáscara. El problema es que la cáscara, más allá de lo poco y nada (más tirando a nada) que significa en un análisis serio, en este caso, potencia (no contribuye, potencia) la compra de una u otra. O, como en este caso: de una «y» otra.

¿Qué es esa cáscara? Humor. Humor irreverente y sacadísimo, algo así como un personaje de Capusotto hecho revista (…).

En tema, o acusación 1: Madriz es una cáscara (su tapa) que emula a Barcelona (su tapa) para envolver lo más atroz del pensamiento reaccionario.

Contrapartida rápida de acusación 1 (para que después no digan, ¿eh?): Barcelona no es, de ninguna manera, una cáscara que envuelve el pensamiento revolucionario (…).

Barcelona (que, por supuesto, no tiene absolutamente ninguna culpa de las ideas de Madriz, como tampoco Picasso tiene la culpa de sus imitadores), por su parte, y más allá de ubicar mejor sus estocadas, coquetea con el escepticismo. El grave problema es que para sus creadores, el escepticismo es indiferencia, es dejar de lado una actitud comprometida. Una forma de ser que no presenta desafíos: la prueba palmaria está en la genialidad de títulos y volantas y bajadas, que va decreciendo al avanzar la nota casi hasta convertirse en un llenar de palabras un espacio predeterminado al final de los textos (…).

Vistas de lejos, como se dijo, parecen supuestamente (…) el mismo tipo de revista. Pero vistas de cerca, entre una y otra revista existe un millón de kilómetros de diferencia. Las dos intentan trabajar con el humor, es cierto. Pero mientras Barcelona, a fuerza de títulos ingeniosos, logra una risa que se podría trabajar de mejor manera, Madriz produce ese tipo de carcajada siniestra a que tan proclives son los monstruos made in Hollywood cuando están a punto de matar a alguien. Y, más allá de la cáscara parecida, la diferencia se nota. Demasiado.

*Poeta, narrador y periodista, trabajó en el diario Página 12 y en las revistas La Maga y Veintitrés. Es autor, entre otros libros, de Un lugar como cualquier otro y Babel, novela que trata sobre los días previos a la ejecución del escritor Isaak Babel. En la actualidad es Secretario de Redacción del diario Miradas al Sur. 

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Por Staff de Barcelona

Dilema Russo: entre las diagonales y el 4-4-2

16-11-2010 /  El único compromiso de Barcelona es hacer la revista que tenemos ganas de hacer, con la gente que tenemos ganas de hacer (las doce personas que estamos desde el comienzo), en las condiciones que tenemos ganas, sin que nadie nos rompa las pelotas.

Revista Barcelona, periodismo y humor

Por Pablo Marchetti, Ingrid Beck, Mariano Lucano, Fernando Sánchez, Daniel Riera, Mariana Pellegrini, Eduardo Blanco, Javier Aguirre, Hernán Ameijeiras, Fernando Mazzeo y Carolina Topatigh*

*Integrantes de la redacción de la revista Barcelona

¿Qué significa «comprometerse»? Miguel Russo (el periodista y escritor) dice lo siguiente sobre Barcelona: «El grave problema es que para sus creadores, el escepticismo es indiferencia, es dejar de lado una actitud comprometida». ¿Qué significa para Russo «tener una actitud comprometida? ¿Se compromete Russo al escribir esa columna? ¿O su compromiso consiste en dirigir Diagonales o Miradas al Sur? (ver nota al pie) Y, en todo caso, ¿cuál es ese compromiso y con quién?

El único compromiso de Barcelona es hacer la revista que tenemos ganas de hacer, con la gente que tenemos ganas de hacer (las doce personas que estamos desde el comienzo), en las condiciones que tenemos ganas, sin que nadie nos rompa las pelotas.

Y ese «sin que nadie nos rompa las pelotas», significa nadie. Ni el grupo Clarín, ni el grupo La Nación, ni el grupo Szpolski, ni el grupo Perfil. Nadie. La estructura de Barcelona es absolutamente horizontal y cooperativa. Nadie nos paga un sueldo: nos repartimos las ganancias de acuerdo a lo que nos deja cada número. O sea, a las ventas de la revista. Y, como podrán imaginar, nadie vive de esto.

El compromiso, pues, es con un discurso que se pone en práctica en cada hecho cotidiano de este funcionamiento colectivo. No con algo que se declama en el papel: no, es algo que se vive día a día en cada cosa que se hace en la revista, desde escribir una nota hasta hablar con la imprenta, pasando por ir a comprar yerba para tomar mate y pensar una foto. Es un compromiso que involucra a todas las instancias de producción de la revista. O sea, un compromiso real, cuantificable, por más que a alguien pueda parecerle mínimo o nulo.

Pero hay también un compromiso con el discurso que a veces nosotros minimizamos, de puro escépticos. Y por suerte alguna gente (mucho más comprometida que nosotros) nos la señala. Como los familiares de Julio López y de Luciano Arruga. O la Coordinadora contra el Fino Palacios, que tomó una contratapa de Barcelona («Va a estar muerto Buenos Aires», era la consigna nuestra, que pasó a ser de todos) como afiche para la campaña que terminó con la destitución del ex comisario torturador como jefe de la Policía Metropolitana. O con los docentes de Neuquén, que marcharon contra Sobisch con una contratapa de Barcelona (una que decía «Fuentealba, 100% fusilado») como pancarta.

De más está decir que Clarín es antiperiodismo. Es algo que afirmamos desde el primer número, cuando pusimos como primer título de tapa «Ahora dicen que Piñón Fijo es Alfredo Yabrán». Pero resulta un problema cuando se pretende reemplazar a Clarín con un clarinismo de distinto signo político. Es probable que Barcelona sea un producto periodístico muy berreta. Pero Russo no hace las cosas de un modo mucho más serio. Veamos un par de ejemplos.

Dice Russo, sobre Barcelona: «Una forma de ser que no presenta desafíos: la prueba palmaria está en la genialidad de títulos y volantas y bajadas, que va decreciendo al avanzar la nota casi hasta convertirse en un llenar de palabras un espacio predeterminado al final de los textos».

Russo tiene derecho a decir que no le interesan las «noticias» de Barcelona. Pero Barcelona se maneja con varios registros distintos. No son lo mismo las secciones del «diario» que el Correo de Lectores, por ejemplo. Si Russo se hubiera tomado el trabajo periodístico de leer el Correo, se habría dado cuenta de que allí había una noticia muy importante para su columna: Cecilia Pando (sí, la misma que banca a la otra revista que menciona Russo en su nota) presentó un recurso de amparo y sacó de circulación una edición de Barcelona porque no le gustó cómo salió retratada en una contratapa.

¿No era más noticia, si se hacía una comparación entre Barcelona y Madriz, hablar del juicio que nos inició Cecilia Pando, de la policía levantando la edición número 193 de Barcelona de los quioscos, que toda esa paja pseudo erudita y aburridísima sobre Sean Connery en la película sobre el best seller de Umberto Eco?

Otra vez, dice Russo, sobre Barcelona: «Muy lejos de aquellos postulados del escepticismo encarnados en la figura de Pirro allá desde la segunda mitad del siglo IV antes de Cristo, entre los cuales figuraba el rechazo de cualquier solución puramente intelectual ya que la verdad era vivir la vida como un permanente laberinto».

No, no y no, Russo. Pirro fue un rey de Macedonia. Pero no tiene nada que ver con el escepticismo. El creador de esa corriente filosófica fue Pirrón, con ene final. El único testimonio que existe de la obra de Pirrón es una oda laudatoria a Alejandro Magno, pero no dejó «postulados», como dice Russo. Su pensamiento (el de Pirrón, no el de Russo que, igual de riguroso que la inmensa mayoría del periodismo argentino, se ve que ni se gastó en buscar «Pirrón» en Wikipedia), se conoció por unos pocos escritos de algunos discípulos.

Como cualquier corriente filosófica que ha tenido reformulaciones es algo ridículo sostener que los escépticos de los últimos dos siglos tienen algo que ver con aquellos griegos antiguos. Y, en todo caso, si en Barcelona tenemos algún punto de contacto con los pensadores de la antigüedad esa afinidad es con los cínicos, más que con los escépticos.

Aclaración: hablamos del cinismo como una corriente filosófica que llevaron adelante unos tipos que ridiculizaban al poder desde la marginalidad; no de esta nueva acepción de «cínico» como alguien que hace abuso y ostentación del poder desde el centro del propio poder. Hoy nos quieren hacer creer que «cinismo» es algo jodido y tenebroso, así como quieren hacernos creer que «anarquía» es caos y destrucción social, y no comunismo libertario. Pero eso da para otra discusión tanto o más extensa que esta. Sigamos, pues, con los escépticos.

Los escépticos discípulos de Pirrón sostenían que no hay verdades absolutas. Sin embargo, los escépticos más «modernos» advirtieron que esa afirmación es válida pero no significa que todas las opiniones sean igualmente probables, no da lo mismo cualquier cosa. Es una idea interesante de la que derivan algunas posiciones como el relativismo moral, la duda intelectual y, de alguna manera, el «mal menor» al que tanto hacemos referencia en la revista.

Algunos escépticos postulaban que, dado que la verdad absoluta no es posible, lo correcto es sostener las posiciones que resultan más razonables al juicio crítico. Es decir… ¡Barcelona! O sea, criticar, ridiculizar, combatir la idea del poder y sus consecuencias nefastas, pero sin comer vidrio, porque no todo es lo mismo.

Por pensar esto, muchos nos acusan de oficialistas (los de la otra revista que analiza Russo, sin ir más lejos) y muchos otros de estar en contra del «Gobierno Popular», de «hacerle el juego a la derecha» y de no comprometernos. Como Russo, sin ir más lejos. Gente que piensa que «compromiso» es apoyar de manera acrítica y con disciplina soviética a este gobierno.

Respetamos a mucha gente muy interesante, muy valiosa y muy lúcida que se plantó en la vereda del oficialismo porque (coincidimos) lo que se ve enfrente oscila entre el mamarracho y el terror. Podríamos dar nombres: José Pablo Feinmann, Horacio Verbitsky, Horacio González, Ricardo Forster… toda gente que elogió públicamente a Barcelona y a la que jamás se le ocurriría compararla con la revista con la cual nos compara Russo. Porque, claro, una cosa es pensar que este es el mejor gobierno que hubo en la Argentina en los últimos 50 años (algo con lo que también coincidimos) y otra acusar de falta de «compromiso» al que disiente con algunas de las políticas que lleva adelante este gobierno.

Sigue Russo: «Barcelona, en contrapartida de aquellos escépticos, no se opone a la protección de la Academia (con el perdón de la palabra), simplemente la ignora. Y eso es demasiado tonto, siempre y cuando se le quite a la cuestión el costado peligroso».

Sí, tiene razón, es demasiado tonto lo que hacemos, somos demasiado tontos. Porque no tenemos idea de qué quiere decir con esto, ni a qué se refiere con lo del «costado peligroso». ¿Cuál era la protección de la Academia a la que se oponían aquellos escépticos? ¿Y cómo se trasladaría el concepto de «academia» de la antigua Grecia hasta nuestros días? ¿Qué quiere decir Russo con «Academia»? ¿O será que aquí se coló su homónimo, el director técnico de Racing, es decir, de «la Academia de Avellaneda»?

Porque, como Barcelona y Madriz, ambos Russo, de lejos, parecen la misma persona. Pero más allá de la cáscara, Russo, Miguel Ángel, la diferencia se nota. Demasiado.

N. de R.: Aclaración pequeñita: Miguel Russo, colaborador de esta revista, dejó de ser director de Diagonales. En Miradas al Sur trabaja como secretario general de Redacción.


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