JOSÉ LUIS MANGIERI. El mayor editor y difusor de la poesía argentina hubiera cumplido 100 años
Quería haber subido estas notas hace tres o cuatro días, pero se ve que estoy un poco displicente. Apenas conocí a Mangieri, de quien Alberto Szpunberg me había hablado muy bien. Nos presentó Pablo Chacón y los tres cenamos en una parrilla de la calle Corriente ya no recuerdo en qué año. Mi memoria es lábil: apenas recuerdo que la pasamos bien, que bebimos Cuesta del Madero (¿por qué recordar algo tan irrelevante y casi nada de lo conversado) y que Mangieri estaba devastado porque Juan Gelman le había vendido los derechos de toda su obra a la editorial Planeta.
Como Szpunberg y Chacón me habían insistido en que Mangieri era un prócer de la edición, especialmente de poesía (y porque a pesar de nuestras diferencias políticas tuve amistad con su antiguo socio, Carlos Brocato), leí con gran interés esta nota de Fonderbrider, y también la que después (¿y como respuesta a la suya?) publicó en La Nación Daniel Gigena.
«El gran padre de la poesía argentina»
POR JORGE FONDERBRIDER
Supongamos que publicar unos 800 títulos a lo largo de seis décadas no tiene importancia. O que, en épocas que propiciaban el olvido, haber salvado de ese pozo de negrura a nombres como los de Raúl González Tuñón, Juan Gelman, Leonidas Lamborghini, Juana Bignozzi o Alberto Szpungberg, entre muchos otros, fuera apenas un detalle menor. Pensemos que, antes de que fueran publicados por Libros de Tierra Firme la visibilidad de Joaquín O. Giannuzzi, Francisco Madariaga, Diana Bellessi, Daniel Freidemberg, Jorge Aulicino, Irene Gruss, Víctor Redondo, Mirta Rosenberg, Jonio González, etc. era más limitada. Y que D. G. Helder, Martín Prieto, Pablo Chacón, Fabián Casas, Martín Gambarotta y tantos otros publicaron sus primeros libros en esa editorial.
Yendo más allá, y recurriendo a Ricardo Piglia –que fue su amigo–, imaginemos que este hombre, solo, sin dinero ni instituciones atrás, tejió incansablemente redes entre artistas, escritores e intelectuales y unió a generaciones, inventando proyectos (hoy, a eso, se le dice «gestión cultural» y a los otarios que la estudian los llaman «licenciados»). Y sepamos que hipotecó su casa una y otra vez para seguir publicando libros «independientes», mucho antes que la palabra se pusiera de moda porque, como solía decir, «hay que ser modesto por necesidad». Y todo eso con un humor y una picardía irrepetibles que le ganaron el cariño y la admiración tanto de la izquierda –a la que perteneció– como de la derecha. Ése fue José Luis Mangieri, el gran editor romántico y el gran padre de la poesía argentina, a cuya familia pertenece por los libros propios que públicó –uno al principio y otro al fin de su vida– y por los muchos otros que hizo posibles.
Ayer (por el 14 de diciembre, N. del E. ) fue el centenario de su nacimiento. Su vida, por cierto riquísima, habría merecido una evocación. Ningún diario –ni siquiera los que se dicen de izquierda– lo recordó, ocupados como estaban en dar cuenta de temas seguramente más importantes que cualquiera puede comprobar con un rápido vistazo. Así estamos. Así funcionan nuestra clase intelectual y, como dicen en Puán, el «campo literario». José Luis no los «interpela». Se pueden ir a la mismísima mierda, en la que ya viven.
Maestro de editores: hace cien años nacía José Luis Mangieri
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Poeta y creador de editoriales como La Rosa Blindada y Libros de Tierra Firme, difundió la obra de grandes escritores de distintas generaciones, como Raúl González Tuñón, Juan Gelman, Juana Bignozzi, Fabián Casas e Irene Gruss.
Este sábado se cumplieron cien años del nacimiento del poeta y editor José Luis Mangieri (1924-2008), creador con Carlos Brocatto de la editorial y la revista cultural La Rosa Blindada, y de Ediciones Caldén, Ediciones del 80 y Libros de Tierra Firme. Autores reconocidos como Joaquín Giannuzzi, Juan Gelman, Raúl González Tuñón, Alberto Szpunberg, Daniel Freidemberg, Daniel Saimolovich, Juana Bignozzi, Diana Bellessi, Martín Prieto, Jorge Aulicino, Irene Gruss, Jorge Fondebrider, Daniel García Helder, Fabián Casas, Martín Gambarotta y Osvaldo Aguirre fueron publicados por Mangieri, que llegó a hipotecar su casa para poder publicar Interrupciones, de Gelman.
Fue homenajeado el viernes por escritores y editores en la librería El Jaúl; el Tata Cedrón cantó en el centenario de nacimiento de su amigo nacido en Parque Patricios e hincha de Huracán. Entre otros, participaron Juan Desidedrio, poeta y bibliotecario, que habló sobre el papel decisivo que tuvo Mangieri en la apertura de la biblioteca de poesía González Tuñón en el seno de la casa de Evaristo Carriego; Osvaldo Andreoli y Karina Barrozo. La actriz y directora Irina Alonso y el actor Pablo Caramelo leyeron poemas de Mangieri.
A partir de 1962 trabajó en la editorial Eudeba con Boris Spivacow, con quien aprendió los gajes del oficio de editar en la Argentina, mientras se desempeñaba como periodista en los diarios Crítica, Democracia y El Popular. “Nuestra intención con Brocatto era publicar nuestros libritos de poesía”, reveló sobre el origen de Ediciones Horizonte y La Rosa Blindada; además de libros, editaron discos (como Nicolás Guillén dice). En Es rigurosamente cierto (Libros del Rojas), autobiografía realizada a partir de entrevistas con Karina Barrozo y Hernán Casabella, Mangieri recuerda sus comienzos como editor. “Esta ciudad siempre tuvo un alto nivel cultural”, dijo sobre Buenos Aires en una entrevista de la Audiovideoteca de Escritores que se puede ver en YouTube.

En 1963, dio a conocer su primer libro de poemas, 15 poemas y un títere (Ediciones Horizonte); un año después, salió el primer número de La Rosa Blindada, que tuvo una tirada de diez mil ejemplares hasta el cuarto número (fue clausurada por el gobierno de facto de Juan Carlos Onganía en 1966). El secretario de Redacción era el escritor Andrés Rivera. En 1966, Mangieri fue expulsado del Partido Comunista, “por tomar partido por los chinos”, contó (volvió a afiliarse en 2005). La impronta ideológica -el Zeitgeist de los años 1960 y 1970- se evidenció en el catálogo de La Rosa Blindada con títulos de Bertolt Brecht, Antonio Gramsci (inesperado mentor de la “batalla cultural” de los libertarios), Mao Tse Tung, Ho Chi Minh, el Che Guevara y Régis Debray, entre otros referentes de izquierda. Tras allanamientos en su casa, durante el gobierno de facto de Rodolfo Levingston, muchos de sus libros fueron quemados en el Bajo Flores.
A comienzos de la década de 1980, fundó Libros de Tierra Firme. En la colección Todos Bailan (que como La Rosa Blindada tomó su nombre de un título de González Tuñón) publicó obras de quienes ya eran o se convertirían en grandes nombres de la poesía argentina. En 2004 recibió una Mención Especial del Premio Konex por su aporte a las Letras y en 2008 fue nombrado Ciudadano Ilustre de la ciudad de Buenos Aires. “La mejor facultad para ser un buen editor es la imprenta”, señaló.
“Fue el prototipo de lo que se llamó luego animador cultural -dice a LA NACION el escritor Jorge Aulicino-. Antes de la dictadura era el legendario editor de La Rosa Blindada, revista y libros en los que convivían González Tuñón, Gelman y el general vietnamita Nguyen Giap.
Al recuperarse la democracia, fue el editor de Libros de Tierra Firme, colección en la que publicó decenas de poetas de los 60, 70, 80 y 90, al punto de que ese catálogo puede considerarse un registro y un estudio de la poesía de esas décadas.
Mangieri repartía sus libros entre amigos y en librerías, era un camioncito ambulante, su propio distribuidor y agente de relaciones públicas. Lo querían y saludaban los libreros de la vieja y de la nueva guardia que aún amaban el oficio, y los amigos que encontraba por la avenida Corrientes o por Callao a cualquier hora.
El editor Alberto Díaz dijo que antes de que existiera internet, Mangieri tejía redes; la diferencia con las que vinieron después es que las suyas eran redes físicas. Simpatizaba de verdad con los autores, se enorgullecía de tenerlos. Parecía que no tenía un plan, pero creo que, consciente o no, tenía un plan muy claro, un propósito editorial. Era un bromista tan ingenuo como sanguinario. Sus anécdotas y bromas podían convertir una sobremesa en una jarana interminable. Esas sobremesas podían prolongarse mucho si ocurrían en su casa en Floresta. Los asados en primavera y verano sucedían en el patio trasero bajo una glicina”.
Ediciones en Danza publicó Poemas del amor y la guerra en 2008. “En mi opinión, Mangieri fue el principal editor de poesía en la Argentina -dice el escritor y editor Javier Cófreces-. Procuro recordar a otros fundamentales, sin perjuicio de algún olvido, o el orden de evocación: Francisco Gandolfo, Rodolfo Alonso, Raúl Gustavo Aguirre y Víctor Redondo también fueron muy importantes, pero José Luis resultó imprescindible. Fue el maestro de todos los que, humildemente, proseguimos con su trabajo: publicar a grandes poetas de nuestro país. Todo cuanto pueda evocar de su figura está impregnado de camaradería y complicidad; por la amistad que sostuvimos desde los años de dictadura y hasta su fallecimiento. Me publicó cuatro libros durante la década de 1990. Con él aprendí de política, de literatura, de fútbol y de la historia enrevesada de nuestro país. Imposible no extrañarlo”.
“Era un porteño de esos que ya no quedan: bromista, irónico, irreverente, ocurrente, con mucha ‘calle’, generoso hasta el colmo y también un poco chanta, inescindibles todos esos rasgos, en su caso, con una arraigada identidad de izquierda -dice el escritor Daniel Freidemberg-. Su mayor pasión, estoy seguro, era la amistad, y después la poesía. Lamento, por los pocos poemas que dejó, que dejara de lado el talento que tenía para la escritura, pero celebro las muchas posibilidades que abrió como editor y gestor cultural. Se hacía querer, mucho”.
Para la escritora y profesora Susana Cella, Mangieri fue un interlocutor entrañable . “Con él pude charlar en su casa de Floresta, mi barrio de origen, bajo su parra, en medio de una increíble biblioteca que atesoraba y compartía, lo mismo que anécdotas de vida, con sus fervores -cuenta a LA NACION-. Destaco a Gelman como uno de sus perdurables amores, a Juanita Bignozzi, la amiga perdurable. Recuerdo también sus visitas a mi casa, cuando andaba por la calle Corrientes recorriendo librerías, los mates que compartíamos y este detalle, que todavía me emociona: ‘yo me como las galletitas rotas’, mientras hablaba de su partido, de las andanzas por los sesentas y setentas, o decía ‘porque yo le dije al Robi (Santucho), al Tata (Cedrón)’ y a muchos más, qué pensaba y sentía. Los últimos años de José Luis estuvieron signados por una tristeza sin remedio: Gelman y su última esposa, la escritora estadounidense Lea Fletcher, lo abandonaron. Gelman, Premio Cervantes 2007, llevó su obra a Seix Barral (del Grupo Planeta, N. del E.) y su esposa le pidió el divorcio. Creo que eso fue un fortísimo golpe del que nunca tuvo alivio”.
Mangieri murió a los 83 años, en la ciudad de Buenos Aires, el 1 de noviembre de 2008.