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PANDEMIA. El transporte público puede ser el vector que haga de la segunda ola un tsunami

Viajar, el mayor peligro

 

El brusco cambio de temperaturas, la súbita muerte anticipada del verano y el advenimiento del otoño, hacen muy relevantes dos temas: la posibilidad de que la segunda ola –cepas de Manaos, Sudáfrica y acaso otras peores– termine siendo un tsunami, como ya de algún modo lo es en países vecinos, y la extrema lentitud con que los fabricantes entregan las vacunas pagadas, lo que ha causado una honda crisis en toda la Europa comunitaria.

A mi juicio no hace falta ser un experto cuando hay sobradas experiencias que demuestran empíricamente las cosas. La inmensa mayoría de los contagios se producen por el vaho, vapor o lo que aquellos llaman aerosoles, por lo que recomiendan permanecer al aire libre o en ambientes aireados, con los barbijos puestos y al menos a un metro y medio de distancia. Y que en el caso de no poder cumplir con esta norma (por ejemplo, al subir a un ascensor con otra u otras personas) debe uno abstenerse de hablar, tiene que mantener la boca cerrada.

Se habla y escribe mucho sobre la conveniencia o inconveniencia de las clases presenciales, pero se habla y escribe poco de lo que a mi juicio es un problema mucho mayor, el del transporte público.

Para empezar, la buena ventilación es imposible en la mayoría de los trenes eléctricos, que tienen ventanillas herméticas, que no se pueden abrir, y ni que hablar en los trenes subterráneos, en algunas líneas más que en otras. Además, a medida que el clima se enfríe, muchas ventanillas de colectivos serán cerradas por pasajeros ateridos. Pero eso no es esto lo peor, ni siquiera lo es la imposibilidad de mantener las distancias –físicas, que no sociales–, lo peor es la nefasta costumbre de hablar por teléfono, a veces a los gritos, durante los viajes, aun en las ocasiones en que los pasajeros están como sardinas en lata.

Es tan obvio que en los viajes no se debería hablar, ni con otro viajero ni por teléfono, como que una sugerencia en ese sentido muchas personas, argentinos y residentes, se la pasarían por el fondillo de sus pantalones, y como que una orden tendría un importante porcentaje de desobedientes y una imposibilidad práctica de fiscalizarse. No estamos en China, donde la mayoría de los ciudadanos cumplen a rajatabla con las indicaciones, ya sea por convencimiento –la mayoría–, por no afrontar el repudio social generalizado y/o por temor a las sanciones de un Estado meritrocrático que los califica, premia o castiga, en función del estricto acatamiento a las normas.

Así las cosas, para cuidar a la población y atemperar el impacto de la segunda ola, han de implementarse no una, sino un conjunto de medidas, teniendo en cuenta que es vital reducir al mínimo la necesidad de las personas de trasladarse físicamente. Para empezar, es necesario mantener una alta frecuencia de unidades, a fin de que estas, automotores o vagones, vayan con pocos pasajeros a bordo. Para seguir debe revertirse la decisión de cobrar en la Capital las bicicletas públicas, contrariando anteriores y reiteradas promesas. Y sobre todo debe volverse a permitir estacionar libremente en el macrocentro y barrios aledaños, a despecho de las quejas de quienes regentean estacionamientos y a los corsarios que, sin contrato desde hace décadas, retacean fichas de estacionamiento, secuestran sistemáticamente autos que están en lugares previstos para estacionamiento pago (lo que, yo sepa, no sucede en ninguna otra parte del mundo), cobran un ojo de la cara en concepto de rescate, dineros de los cuales apenas algunos pocos pesos ingresan a las arcas públicas.

Quien escribe tiene la enorme suerte de no necesitar usar el transporte público salvo en muy raras ocasiones y en horarios no pico. Si no fuera así, estaría sumamente preocupado.

El descripto, me parece, es un tema que debe abordarse de manera inmediata. Son circunstancias excepcionales, y el Estado nacional debería ponerle límites al afán recaudatorio de Horacio Rodríguez Larreta, que pretende que los ciudadanos de a pie y los motorizados que trajinan las calles porteñas solventemos su futura campaña en pos de ser ungido candidato de la derecha a la Presidencia.

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