PERONISMO. Puntos de acuerdo para revivirlo y enfrentar a los enemigos de la patria

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La nota que publico debajo me interesó por una variedad de motivos. La primera es que su autora es una joven historiadora peronista hasta los tuétanos, habitante del conurbano, y pone el dedo en la llaga: en la secta de dementes que se encaramó en la cima de un Estado que pretende destruir y gobierna (es un decir) en nombre de los fondos buitres con el apoyo del macrismo que salió tercero en las elecciones y la falta de la necesaria respuesta por parte de un peronismo que no termina de reorganizarse. Milei y su banda pretenden retrotraer al país a tiempos anteriores al peronismo, y borrar toda memoria de éste (una tarea que creo imposible). Es más, Rosa Meza, que así se llama la autora, se queda corta porque Milei quiere retrotraer la Argentina a antes de la irrupción del radicalismo yrigoyenista, a la época del voto cantado y el «fraude patriótico», y para colmo lo hace con una lectura sesgada de lo que significaron personajes históricos como Juan Bautista Alberdi y Julio Argentino Roca. Como si aquel hubiera sido anarco-capitalista (?) y éste solo un genocida y oligarca, olvidando «detalles» como que Roca fue el mayor propulsor y extensor de la escuela pública que los Milei y Macri aborrecen. En fin… volviendo a Rosa Meza, otras cosas, además de la edad, me separan de ella: se trata de una ferviente católica y santera (que suele buscar la intercesión de santos para mi de existencia tan dudosos como San Expedito o San Judas Tadeo) yo no tengo fe. Para colmo, ella es partidaria de Guillermo Moreno (para mi un caballo de Troya de Techint y Arcor, de Rocca y Pagani, a quienes contra toda evidencia considera «burgueses nacionales»), siempre presto para macarteadas que en el pasado hicieron posible la emergencia del terrorismo paraestatal de la Alianza Anticomunista Argentina, más conocida como «Triple A».

La autora abomina de cierto marxismo, aquel que en nombre de Stalin se opuso al «fascismo» de Perón y el del socialismo light de Alfredo Palacios, pero no tiene en cuenta que ya entonces hubo disidencias como las de Rodolfo Puiggrós, Enrique Dickman y Jorge Abelardo Ramos, para no hablar de los aportes de John William Cooke, del que es bueno recordar que cuando temió por su vida, Perón lo nombró su único sucesor. En fin, que no soy en absoluto antimarxista, y que aun militando en el peronismo revolucionario, estuve muy influenciado por la izquierda nacional (es una paradoja que el peronismo más ortodoxo, en el mejor sentido del término, sea el de Norberto Galasso, que nunca fue pejotista). Pero aún así, lo que me une a Rosa es mucho más que lo que nos separa, y es que estamos en una situación tan crítica, de vida o muerte no ya del peronismo, si no de la patria, que no sobra nadie y vale más que nunca lo de «todos unidos triunfaremos»… aunque  todo tiene sus límites: no me pidan que me fume a Pichetto, que eligió respaldar a nuestros enemigos mortales: de eso no se vuelve.

La sentida descripción que hace la autora del peronismo y sus adláteres (ya decía Perón que hay muchos peronistas sin saberlo, que todavía no han tomado conciencia de serlo) como partido de la patria, enfrentado al Partido del Extranjero (algo que ya  estuvo presente en los albores de nuestra nacionalidad, durante las invasiones británicas) es compartida y eso vale mucho más que todo lo demás.

Queda el interrogante final, el lamento por la falta de conducción. Quien escribe cree imposible un peronismo que soslaye a los gobiernos de Néstor y Cristina, y no da a ésta por jubilada. Y en tren de reconciliar al peronismo con la Iglesia Católica (que, recordémoslo, fue el protagonista  principal del cruento derrocamiento de Perón) prefiero mil veces a Juan Grabois que a Moreno.

Anécdotas:

1) Me llamaron la atención las observaciones de Rosa sobre las letras de José Larralde. Me parecieron muy atinadas: todas son atemporales en el sentido que podrían haber sido compuestas en los míticos tiempos del gaucho Martín Fierro. Pero me sorprendió porque nunca lo había pensado y porque comencé a militar en el peronismo simultáneamente a escuchar una y otra vez el primer albúm de Larralde en la casa de Juan Leandro Hernández, quien estaba vinculado a la FAP y era mi preceptor en el Colegio Juan Martín de Pueyrredón, del barrio de San Telmo. Debió ser en 1968, el año de Taco Ralo. Como he dicho muchas veces, me descubrí peronista cuando me llegó la noticia del asesinato del Che, abandonado por el PCB y sin posibilidades de sublevar al mayoritario pueblo aymara.

2) Intuyo que la autora está de punta con el movimiento feminista. Yo no me atrevería a decir que durante el peronismo éramos todos, varones y mujeres, «machos», y que fuera de él estamos castrados. ¿No hay un poco de misoginia en la utilización de esos términos?

Si quieren saber más sobre autora, cliqueen aquí: Rosca Meza, la Negra Peronista

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Preperonismo

Oligarca salteño Robustiano Patrón Costas. Hubiera sido presidente fraudulento de no haberse producido la revolución del 4 de junio de 1943.

POR ROSA MEZA

Siempre me ha llamado la atención la interpretación de lo que significa como fenómeno cultural el peronismo para la clase trabajadora argentina propuesta por un historiador británico, Daniel James, quien supo ver en el asunto una dimensión que a muchos historiadores argentinos, a menudo influenciados por el marxismo, se les escapa.

Recuerdo que cuando ingresé a la universidad para comenzar mis estudios en Historia, me golpeó particularmente el marote ese discurso de James, único de los autores estudiados habitualmente en la academia que no incurre en el vicio caracterizado por el propio James como “instrumentalismo materialista”. Recuerdo además que ya he escrito en el pasado acerca de ese concepto, pero vale la pena reflotarlo porque como bien dice una popular diva argentina: “El público se renueva”.

Pasa que la mayoría de los autores, influenciados por la teoría de clases, tienden a resumir la adhesión al peronismo a una cuestión meramente material, reduciéndolo a la suma de las prerrogativas sociales y económicas que lo han caracterizado. El peronismo sería entonces la sumatoria del aguinaldo y las vacaciones pagas, la vivienda social y poco más.

De acuerdo con la interpretación canónica en las universidades nacionales argentinas, entonces, los trabajadores se hicieron peronistas porque a partir del advenimiento de Juan Perón como secretario de Trabajo y Previsión le fue más fácil a la clase trabajadora obtener las reivindicaciones sociales y sobre todo económicas cuya obtención no habían conseguido décadas de conflictividad sindical. Daniel James, por el contrario, se vale de testimonios, entrevistas, incluso de otras fuentes como letras de tangos y canciones populares para romper con esa interpretación incompleta y brindarnos una idea más cabal de por qué los argentinos somos peronistas incluso décadas después de derrocado primero y fallecido luego el presidente Perón.

Lo cierto es que parecería insuficiente explicar los lloros en los funerales de Eva Perón, su elevación a la categoría de santa popular o la veneración de la figura de Juan Perón tan solo por la obtención de vacaciones pagas o jornadas laborales de ocho horas, ¿no es cierto? La intelectualidad argentina, acaso por su gorilismo histórico, se quedó corta en la explicación del fenómeno y resulta siendo un extranjero el que, por mirar la cosa desde fuera y desprovisto de todo juicio previo, logra dar en la tecla.

Recuerdo (sin volver al texto, por lo tanto estoy citando de memoria) una sección de la primera parte de su libro Resistencia e Integración. El peronismo y la clase trabajadora, 1946-1976 en la que James recolecta el testimonio de un trabajador, quien le suelta nomás a lo bruto una definición más que clara de lo que significó en tiempo presente el advenimiento del peronismo. “Con Perón éramos todos machos”, decía, dando una descripción precisa y exquisita no solo de lo que cambió con la llegada de Perón sino, por contraste, de la experiencia previa, la del preperonismo.

Porque si “con Perón éramos todos machos”, sin Perón todos habíamos sido un hatajo de castrados. Y esa es la dimensión cultural que hace del peronismo un hecho revolucionario no solo en sus resultados sino en sus ideas. El peronismo enseñó a los trabajadores argentinos a ser altivos, incorformistas, a reclamar y peticionar y a “creerse” (en rigor, a saberse) dignos de progreso no solo material sino y sobre todo cultural y espiritual. He ahí la singularidad del hecho, que explica no solo por qué los trabajadores silvestres de la década de 1940 se hicieron peronistas sino también por qué hoy día ser peronista es sinónimo de argentino y por qué todos los argentinos somos peronistas aun cuando no nos demos cuenta de ello.

Es que toda vez que uno le pregunte a un argentino qué desea como horizonte de posibilidad para su futuro, el argentino va a responder que desea poseer un trabajo registrado que le reconozca sus derechos y sus prerrogativas, pero también un progreso verificable en el tiempo. El trabajador argentino quiere una casa propia e irse de vacaciones pero no le tiene miedo a desear un autito, un departamento para veranear en la playa o que sus hijos lleguen a profesionales o sean capaces de montar un negocio propio. El trabajador argentino ha naturalizado el progreso y también la protesta. Y eso, amigos míos, no es una cosa “natural”, es algo que nos dio el peronismo, que nos lo enseñó y nos lo interiorizó, generando en nuestra sociedad un impacto cultural revolucionario que va mucho más allá de las lealtades político-partidarias.

Presidente José Figueroa Alcorta. La cara de la Argentina del Centenario, que Milei idolatra. Entonces el sindicalismo era algo a reprimir por la policía, y los trabajadores nacidos en el extranjero eran pasibles de ser expulsados por orden suya.

¿Ustedes creen que un peón rural o un albañil peruano o paraguayo responderán que existe un futuro o un progreso más allá de la supervivencia diaria? No, pues, y no se trata de una cuestión racial ni genética ni mucho menos relativa a la “inteligencia” de cada quien. La diferencia es que por Perú, por Brasil, por Paraguay o Chile no pasaron Perón y Eva. Lo “natural” para otros pueblos es que el pobre muera pobre y engendre hijos pobres y que los ricos sean tan ricos que sus hijos y sus nietos ya sean ricos antes de nacer. De hecho, siempre que uno se tome el trabajo de preguntar a un inmigrante de la región por qué ha decidido vivir en Argentina en lugar de juntar dinero y regresar a su país este le responderá: “Porque aquí solo hace falta tener trabajo para vivir con dignidad. Mis hijos tienen salud y educación gratuitas, tenemos una casa y podemos progresar, lo que en mi país es imposible porque nadie que haya nacido en la miseria logra salir de la miseria jamás”. Lo sé porque me he tomado el trabajo de preguntar, hagan la prueba y comprueben por sus propios medios.

Eso es el peronismo, una revolución cultural que nos quedó inconclusa porque (lamentablemente) no la hemos podido exportar para que abarcara a los pueblos hermanos de nuestra región.

Y sin embargo, cada vez nos son más frecuentes esas expresiones del orden de “pagábamos mucho (N. del E.: ¿me equivoco o la autora quiso decir «poco»?) por X producto/servicio”, “no podemos vivir de arriba” o similares, todas en mayor o menor medida dando a entender que los argentinos somos perezosos, pretenciosos o que nos creemos mejores de lo que merecemos. No, no está bien pagar servicios o transportes a la medida de nuestros salarios, no estaba bien que los trabajadores pudiéramos llegar a fin de mes y mucho menos que llegásemos a ahorrar, a consumir artículos “de lujo” o a conocer destinos turísticos. “Eso era una ilusión, no era real”, diría Javier González Fraga.

Y ahí está la contrarrevolución, esa es la ingeniería del lenguaje operando en favor de la extirpación del peronismo del alma del pueblo, como se extirpa un cáncer de los tejidos sanos. La diferencia es que el peronismo no daña a la sociedad sino que le genera anticuerpos, he ahí su carácter molesto para quienes quieren hacer de este un pueblo sin defensas. Se nos habla de libertad pero no se nos dice en qué consiste esa libertad cuando no somos ni siquiera libres de llenar un changuito de supermercado. Se nos dice que somos libres cuando no poseemos más opciones que someternos a permanecer en trabajos frustrantes y mal remunerados soportando toda clase de abusos o morirnos de hambre. Vaya “libertad” cuando no somos libres de elegir entre tomar el colectivo o ir a laburar a pata porque ya no nos alcanza la plata para el bondi.

Somos libres de reventar los pocos ahorros de toda una vida de trabajo, sacrificio y esfuerzo o perder día a día en calidad de vida. Esa es la libertad que tenemos, la que está tan de moda enunciar hoy entre gritos y aplausos.

En el cine, el presidente-dictador Snow es interpretado `por Donald Shuterland, un gran actor. Entre nosotros quien habla de la libertad de morirse de hambre preside una nación a la que considera «un pozo inmundo»

En resumen, somos libres de volver a un estado de preperonismo, aquel en que no éramos machos porque teníamos que bajar la mirada frente al patrón para no perder el trabajo. Es eso o morirnos de hambre. Recuerdo una escena de la novela de Suzanne Collins, Los juegos del hambre, en la que se hace referencia a la muerte de una persona. Se nos dice que este hombre, Séneca Crane, ha “decidido” morirse de hambre. Ha sido ese su último acto de rebeldía, se nos dice, y luego nos enteramos de que tras haber sido apresado el presidente Snow (el fascista Coriolanus «Coryo» Snow, N. del E.) decidió ofrecerle como único alimento unos frutos venenosos. Sí, Séneca Crane eligió morirse de hambre antes de morir envenenado, pero ¿eligió realmente? ¿Qué clase de libertad es esa? Es la libertad del pez de nadar en la pecera mientras el pescador lo mira desde fuera con una red en la mano, listo para pescarlo en cuanto se le dé la regalada gana.

Pero ese discurso prende, porque vierte sus raíces en un sentimiento criollo de dignidad que si bien no es incompatible con el peronismo, puede aprovecharse en su contra. Ese orgullo baqueano del folklore que nos enseña que la vida del gaucho es y debe ser sinónimo de sufrimiento, como en las canciones de José Larralde. ¿Vieron que Larralde nunca le canta a la posibilidad de salir de la miseria? “Tengo a mis hijos que a puro brazo los estoy criando/ me priendo a cualquier cosa, el hambre es mucha y el pan, escaso”, “De muy chiquito viví cinchando”, “En esos negros inviernos, cuando la yerba escaseaba/ tu cuerpito calentaba mis manos con su calor”.

Esta última cita proviene de “Mi viejo mate galleta”, una de mis canciones favoritas por la ternura con la que el gaucho le agradece los años de servicio a ese matecito que durante tanto tiempo fue su compañero. Pero, ¿nos hemos detenido a pensar por qué es galleta el mate? Porque el gaucho toma mate cuando no tiene qué comer, para llenarse la panza aunque sea de agua. Y sí, es hermosa la poesía presente en ese acto de gratitud del hombre sencillo ante el mate que lo salvó de morirse de hambre pero, ¿por qué Larralde no le canta a la posibilidad de progresar?

Porque Larralde se referencia en una Argentina preperonista en la que el progreso era impensable y el honor del hombre se mostraba no por su capacidad de producir, crecer, avanzar, sino por su habilidad para sobrevivir en la adversidad. “Doblando el lomo pa’que otro doble los bienes”, esa era la premisa. Y entonces prende. Pagábamos muy poco, comíamos demasiado, teníamos mucho más de lo que merecíamos porque el pobre… El pobre no merece nada, ni siquiera un salario digno. “Andá a decirle al patrón por qué no te da el aumento./ La pucha, que lo ha estudiao’ que hasta te larga contento”. Y está bien, no estoy criticando a Larralde ni mucho menos, como no critico al pueblo paraguayo o al chileno por no haber aprendido lo que para un argentino es elemental porque hemos atravesado una revolución cuyas consecuencias aún perduran, incluso aunque en el tiempo se empiece a diluir como consecuencia de años y años de ingeniería social.

No critico que alguien no conozca lo que no ha vivido, solo estoy advirtiendo que quienes sí lo hemos vivido aunque más no sea a través de las memorias de nuestros padres y nuestros abuelos, por haberlo mamado sin apenas darnos cuenta, estamos perdiendo eso que nos hace únicos, el peronismo, que nos hace argentinos, porque hace de nosotros este pueblo único que somos. Nos están llevando a un estado de preperonismo que nos regresará al tiempo nostálgico de Larralde, el que alguna vez Jauretche definió como de peones pata al suelo condenados al infraconsumo. Si con Perón éramos machos estamos volviendo a ser castrados, porque no somos libres ni siquiera de tener hijos sin condenarlos a la miseria. Estamos siendo testigos de nuestra propia extinción y poco podemos hacer porque estamos solos, huérfanos de toda conducción. Hemos regresado a la década infame.

¿Será solo una década? Dicen que no hay mal que dure cien años… Ni cuerpo que lo resista.


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2 comentarios

  1. Excelente nota Sr Salinas.!! Por fin alguien que desenmascara a Moreno, quien se recorre los canales y las redes(junto al puteador serial y ex carapintada Cuneo) diciendo que el prncipal responsable de los que nos pasa no es Macri ni Caputo sino… Axel Kicillof !!. Felicitaciones por desenmascarar a este bufón.

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