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CINE, ola de despidos y dignidad de los trabajadores

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Esta película, que todavía no vi, llegó en el momento oportuno, en medio de una ola de despidos que recuerda no tanto marzo del 76 como los fines del 55 y comienzos del 56, cuando la «Revolución Libertadora». Como bien dice Raúl Zaffaroni sólo falta que se prohiba por decreto nombrar a Néstor, a Cristina y al kirchnerismo para acentuar el parecido. Los despidos persiguen no sólo bajar el déficit fiscal sino, sobre todo, aterrorizar a los trabajadores para que acepten una sustancial reducción de sus salarios.En este sentido, pretenden cumplir la misma función que las bombas arrojadas sobre Plaa de Mayo el 16 de junio de 1955, que mataron a más de 300 personas, hirieron a más de il y aterrorizaron a millones. No pasarán. JS

CINE › VINCENT LINDON HABLA DEL ROL QUE LE PERMITIO LLEVARSE SU PRIMERA PALMA EN CANNES

“La dignidad es un sentimiento muy perdido”

El protagonista de El precio de un hombre asegura que, más que los galardones, lo que le importa es seguir sus convicciones e involucrarse en proyectos que le resulten interesantes y en los que, de ser posible, pueda ponerse en la piel de hombres regidos por la ética.

 

POR EZEQUIEL BOETTI / PÁGINA 12página 7 or or Ezequiel Boetti / Página12

El francés Vincent Lindon tenía más de sesenta películas rodadas a lo largo de treinta años, había filmado con varios de los directores más importantes de las últimas décadas (desde Claire Denis hasta Benoît Jacquot, pasando por Stéphane Brizé) y gozaba de un grado de popularidad que lo llevó a convertirse en uno de los intérpretes más famosos del país de François Hollande. Pero para muchos faltaba la validación definitiva de su calidad con un premio importante. El reconocimiento llegó en mayo del año pasado, cuando en el último Festival de Cannes se alzó con la Palma a Mejor Actor gracias a su trabajo en El precio de un hombre. Lindon, sin embargo, no se inmutó. O, al menos, eso dijo en la entrevista con Página/12 realizada durante su visita a la Argentina para presentar el film en la última Semana del Cine Europeo: “Es el premio más hermoso del planeta, un momento enorme de alegría y orgullo que voy a recordar siempre, pero mi vida sigue siendo igual. No considero que ganar un premio sea un reconocimiento”, aseguró.
Lo importante, sostuvo, pasa por seguir sus convicciones e involucrarse en proyectos que le resulten interesantes y en los que, de ser posible, pueda ponerse en la piel de hombres regidos por la ética y la dignidad por sobre sus intereses. Tal es el caso de Thierry, protagonista absoluto del sexto largometraje del realizador de Une affaire d’amour y Algunas horas de primavera –ambas también con Lindon–, uno de los estrenos con los que la cartelera buscará renovarse después de un par de semanas de dominación de la Fuerza. Desocupado a los cincuenta y pico y con una familia a cargo, el hombre divide sus días entre entrevistas laborales que rayan lo humillante y debatir con su mujer cuál es la mejor forma para recortar gastos hogareños, hasta que llega una oferta para trabajar como guardia de seguridad en un supermercado y, con ella, un cuestionamiento a sus límites morales.

“Es increíble, pero estos temas me obsesionan hace años”, dijo el protagonista cuando se le preguntó por los orígenes del proyecto. “Tengo una muy buena relación con Stéphane, así que cuando vi un programa de televisión y me pregunté hasta dónde uno podía soportar las presiones sociales y laborales sin reaccionar, lo primero que hice fue llamarlo para que almorzáramos”. La propuesta llegó mucho antes de los postres. “Le dije que escribiéramos un tratamiento de cuatro páginas y, si nos gustaba, que hiciéramos otras diez. Después, si estaban bien encaminadas, haríamos un guión para filmarlo con un equipo técnico y artístico muy pequeño, todo producido por nosotros. Ahí aproveché mi notoriedad en Francia, algo que en una película chica como ésta ayuda mucho. Rodamos en catorce días y después vino lo que ya todos sabemos”, recordó. “Lo que ya sabemos” es, claro, el estreno mundial en Cannes, los aplausos unánimes, el palmarés para Lindon y un recorrido por la temporada de festivales que incluyó una parada en el de Mar del Plata, donde participó de la Selección Oficial.

–Brizé pasó meses en un supermercado e incluso hizo algunas prácticas de agente de seguridad. ¿En su caso fue similar?

–No, yo no trabajo así. Lo mío es una cuestión de observación continua desde hace treinta y tres años. Paso mucho tiempo fuera de mi casa (en la calle, en el subte, en el supermercado) y no vivo como una estrella: no tengo custodia, ni secretaria, ni maquilladora, ni responsable de prensa. Eso me permite observar muy bien cómo se mueve la gente, los gestos, las necesidades, las distintas maneras de pensar. Para mí, lo importante es imaginar cómo se vestiría mi personaje y cómo se movería, y si logro creerme eso desde el comienzo, me lo voy a creer para siempre. No hago un trabajo desde un método; trato de encarnar. No voy a una comisaría durante tres meses para interpretar a un comisario. No. Ya durante mi vida me tocó estar varias veces en una comisaría, así que sé cómo actuaría un policía.

–¿Pudo aplicar esto aun cuando gran parte del elenco haya estado integrado por actores no profesionales?

–Sí, totalmente. Lo único que me dije antes de empezar es que trabajaríamos con actores no profesionales que harían su primera experiencia. Nada más, no lo tomé como algo especial. Cuando estoy en una escena, me meto absolutamente adentro e imagino que yo y quien tengo enfrente somos personajes. Para mí no significa nada la separación entre profesional y no profesional, porque he visto actores profesionales que no eran para nada profesionales y trataban mal a todo el mundo, eran impuntuales y soberbios.

–Casi todas las escenas son planos secuencia de entre tres y cinco minutos. ¿Cómo condicionó eso su trabajo?

–Una de las indicaciones que nos dio Stéphane cuando arrancamos fue que nos tomáramos el tiempo necesario para desarrollar cada una de las situaciones y que lucieran como en la vida real. En general, en el cine se responde demasiado rápido. Por ejemplo, uno se mira todo el tiempo a los ojos cuando en realidad no es así. O tiene los anteojos siempre a mano para leer el menú de un restaurant. Usted ahora me hace una pregunta y yo puedo responder jugando con un vaso como estoy haciendo ahora. Un director, en cambio, me diría que tengo que abrir la botella de agua para que el espectador no piense por qué no la tomo. La vida no es una película.

–El film muestra a su personaje como un hombre digno y derecho aun ante una situación de crisis. ¿Hubo alguna atención en particular para no caer en el patetismo?

–No, para nada. Al contrario, no sé cómo hice para evitar el patetismo. Y la verdad es que me gusta no saberlo porque, si lo supiera, quizá no podría volver a hacerlo.

–El director artístico del Festival de Cannes y programador de la Semana del Cine Europeo, Thierry Frémaux, dijo que El precio de un hombre es una película sobre la dignidad. ¿Coincide?

–Sí, totalmente, no podría expresarlo mejor. La dignidad es un sentimiento muy perdido hoy en día. No tengo nada en contra de la gente que no es digna porque la vida ofrece tal presión y violencia que todos hacemos lo que podemos, pero hay algunos que pueden más que otros y sin embargo no actúan como deberían. Por eso admiro muchísimo a la gente que se conduce dignamente y es combativa, sobre todo si no tienen los recursos y toman el riesgo de suicidarse socialmente para salvar su ética. Son personas con mucho coraje. Si la gente que nos gobierna se condujera como Thierry, el mundo sería formidable.

–Usted habla de Thierry como un hombre ético y esa suele ser una característica habitual de sus personajes. ¿Es casualidad o busca papeles así?

–Primero, es una cuestión de educación. Los seres humanos nacemos intactos como una tabla rasa y nos vamos formando con aquello que nos dicen. En ese sentido, mi padre siempre fue recto, valiente y honesto. Cuando yo tenía 10 años, una persona se acercó y le extendió la mano para saludarlo en la calle, pero él se negó porque dijo que no lo quería. Siempre admiré a la gente que se conduce bien y que entre un camino fácil y otro complejo elige el segundo.

–¿Y eso cómo aplicaría a su carrera?

–A que sólo hago los films que quiero e interpreto personajes sobre los que puedo decir “soy esa persona”. Hoy me llegan todo tipo de proyectos, incluidos algunos con los que seguramente ganaría muchísima plata, pero elijo no hacerlos si no son buenos. Creo que entre un actor y su personaje hay algo así como una sociedad. A ellos les presto mi cuerpo y mi voz, pero a cambio tienen que dejarme algo necesariamente positivo para mí. Tampoco voy mucho a eventos de marcas. En una palabra, creo que soy libre y que no se puede hacer nada contra alguien que es así. Por eso mismo no tengo casa ni departamento, prefiero alquilar y no tener la obligación de atarme a nada.

–¿Entonces podría pensarse a Thierry como una suerte de alter ego suyo?

–No sé si como mi alter ego, pero sí como alguien que podría ser mi amigo. Lo que le sucede a él le pasa a miles de personas en el mundo entero y pienso que pasar por este tipo de roles me ayuda a ser un hombre derecho. No serviría de nada si después de haberme puesto en el papel de un hombre como Thierry tuviera una vida de palacios y aviones privados.

Nuevo jugador

El estreno de El precio de un hombre marca el debut de un nuevo jugador en el mercado cinematográfico nacional. Se trata de la distribuidora Mont Blanc, que para los próximos meses tiene en agenda dos lanzamientos provenientes del circuito de festivales clase A de Europa. Ganadora del premio a Mejor Film de la sección Generation Kplus de la Berlinale del año pasado, My Skinny Sister, de la sueca Sanna Lenken, narra la historia de una chica que descubre que su hermana mayor oculta un trastorno alimentario. Por su parte, Mountains May Depart, integrante de la Selección Oficial de Cannes, se sitúa a fines del milenio pasado. Allí vive una joven china en pleno debate amoroso entre un joven con futuro económico próspero y otro que a duras penas llega a fin de mes. ¿El director? Un viejo conocido: Jia Zhangke.


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