Confirmado: Horacio Verbitsky me difamó (y, cobardemente, nunca se hizo cargo)

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El ex legislador Marcelo Parrilli sangra por la herida. Y es que hace tres años, cuando trabajaba en el semanario Noticias Urbanas,  impugné en una nutrida audiencia pública su candidatura a Auditor de la Ciudad por razones formales y el cargo recayó en otro ex legislador, Eduardo Epszteyn. Parrilli se topó en la red con un video en el que yo critico a Lanata, se le subió la viaraza y escribió un kilométrico tuit que tituló “El ‘Pájaro’ Salinas, un hombre ‘servicial’ critica a Lanata” en el que me difama tratándome de “ñoqui”. Dice que primero de Epszteyn y más tarde del kirchnerismo. También afirma que lo impugne en virtud de un pacto entre el FpV y el PRO. Pero no es eso lo que me interesa del tuit de Parrilli, un hombre que no respeta sus compromisos (si no me creen, pregúntenle a Patricia Wash, que renunció a su escaño para que él pudiera asumir) ni cree que haya otras motivaciones que las económicas (conozco a Epszteyn desde que ambos éramos adolescentes y militábamos en el MAS, no en el trosko, sino en el peronista Movimiento de Acción Secundario, predecesor de la UES), sino el final, que transcribo:

El tweet original de Marcelo Parrilli, capturado en pantalla en caso de que recule. Click para ver.
El tweet original de Marcelo Parrilli, capturado en pantalla en caso de que recule. Click para ver.

“…Antes de eso, hace muchos años, Salinas se había ido a quejar al CELS. Allí lo atendí. Eran los tiempos en que Horacio Verbitsky lo calificaba de servicio de inteligencia. De inteligencia no sé, dado el episodio relatado, pero, más allá de eso, que es un hombre ‘servicial’ no hay dudas.”

Es la primera vez que alguien da fe por escrito de que Verbitsky me difamó sistemáticamente, algo que se perfectamente hace mucho tiempo, pero que en su momento él, en lugar de disculparse, me negó.

Lo dije muchas veces: Considero que Horacio Verbitsky es, lejos, el mejor periodista político argentino y al mismo tiempo me constan sus zonas negras y miserias. Prueba de lo primero es la excelente nota que publicó el domingo para dejar negro sobre blanco que la Argentina es el país pionero en el planeta en el juzgamiento de las complicidades empresarias con los crímenes de lesa humanidad. Muestra de lo segundo su decisión de bajar de la página web del diario Página/12 su serie de notas destinadas a demostrar la complicidad de Jorge Bergoglio con la dictadura, destapada por Clarín y La Nación.

Admiraba al Perro hasta el arrobamiento en los años ’80 cuando regresé del exilio. Ambos formábamos parte de la misma agrupación de periodistas, la Rodolfo Walsh, y estábamos afiliados a la vieja Asociación de Periodistas de Buenos Aires. Cuando se formó la UTPBA y ganó las elecciones la lista tricolor que ambos apoyábamos, HV fue presidente de la junta electoral y yo de la mesa de colaboradores (y juntos impedimos que votara el servicio Eugenio Méndez), pero hete aquí que cuando se produjo el asalto al cuartel de La Tablada, muy conmovido (había hecho la colimba allí, y me había costado un Perú salir indemne luego de que saltaran mis antecedentes) escribí una serie de notas en El Porteño y luego me puse a hacer  un libro con Julio Villalonga (a quien había conocido en El Periodista a través de Rogelio García Lupo) que tenía muy buenas fuentes en el gobierno radical.

Página/12 se había pergeñado en importante medida en la redacción del mensuario cooperativo El Porteño, dónde Lanata solía encerrarse en el escritorio a hablar por teléfono, así que no me enteré de que habían conseguido el grueso del capital necesario para sacar el diario del entonces prófugo Enrique Haroldo Gorriarán Merlo, quien teledirigía desde Nicaragua y Brasil al grupo Entre Todos, para cuya revista escribía Verbitsky (lo que no quiere decir mucho, ya que también lo hacían Carlos Menem y Alfredo Leuco).

Yo hacía rato que estaba distanciado de Lanata, y por lo tanto también de Tiffemberg, y de todos sus seguidores, pues había resistido con uñas y dientes y a lo largo de varias asamblea su pretensión de que los cooperativistas lo nombraran director de la revista (hasta entonces había un consejo de redacción de pares) . En la última, conseguí que los cooperativistas me devolvieran al consejo de redacción, pero apenas entré a aquella habitación donde estaban Lanata, Tiffemberg, Andrea Ferrari (que pronto sería su esposa) y otros seguidores del dúo, me di cuenta que la convivencia sería imposible y con la anuencia de una nueva asamblea de cooperativistas le cedí mi lugar a Rolando Graña, que entró al mismo tiempo a la cooperativa y al consejo de redacción de la revista.

Sin embargo, a pedido de Tiffemberg, conduje a ambos (por entonces parecían un dúo indisoluble) hasta el despacho de Verbitsky, frente a la Plaza de Tribunales, para una primera entrevista en la que lograron interesarlo en el proyecto de parir un nuevo diario.

Poco después, el dúo se instaló en unas oficinas de la calle Montevideo a preparar la salida del diario que terminaría llamándose Página/12 y se llevó consigo todo el staff que pudo, dejándonos en la revista sólo a quienes habíamos bloqueado su ambición de ser nombrado director. Entre otros,  el jefe de arte y presidente de la cooperativa, Eduardo Rey, Alberto Ferrari, Ricardo Ragendorfer y Enrique Symms, que después habría de arrepentirse amargamente de no haberle chupado las medias entonces.

Cuando tiempo después se produjo el asalto al cuartel de La Tablada, Página enmudeció, y El Porteño, prácticamente en soledad, trató de descular qué había pasado y cómo salir de la trampa en la que las organizaciones del campo popular habían quedado (casi inermes ante el inminente contragolpe de un menemismo en plena reconversión al neoliberalismo ortodoxo), lo que nos permitió duplicar las ventas.

El catastrófico ataque al Regimiento 3 de Infantería sumió a la dirección de Página/12 en el pánico. Verbitsky fue la excepción: dejó su oficina y se puso a trabajar con su Apple en la redacción y junto al amplio ventanal que daba a la Avenida Belgrano. El diario logró capear la situación luego de recabar y obtener el apoyo de Carlos Grosso, entonces intendente de la ciudad. Desconozco que papel cumplió Verbitsky en ello, pero no me extrañaría que hubiese sido el factotum de esa alianza.

Tiempo después, a raíz de un comentario mío en el cumpleaños de un amigo, el periodista Juan Ignacio Irigaray (dije que Guillermo Cherashny y otros services vinculados al Batallón 601 de Inteligencia habían echado a rodar el bulo de que Gorriarán era accionista del diario) la dirección de Página/12 volvió a entrar en pánico. Haciendo dos suposiciones consecutivas y encadenadas, a) que Julio y yo sabíamos positivamente que Gorriarán era copropietario del diario, y b) que lo íbamos a publicar en nuestro futuro libro (por entonces ni siquiera teníamos editor, terminaría siéndolo un gran compañero, el psicoanalista José León Slimobich, hoy miembro activo de Carta Abierta y de la Secretaría del Pensamiento Nacional), en una reunión plenaria decidieron lanzar una campaña subrepticia contra Julio y contra mí: nos acusarían de “botones”, de “servicios”, a fin de desacreditarnos, cosa de reducir los daños cuando tal publicación se produjera.

Que Lanata, que había sido mi enconado adversario en El Porteño se prendiera en algo así no podía sorprenderme; que lo hiciera Hugo Soriani, con quien teníamos amigos comunes, me dolió un poco; que lo hiciera mi lejano pariente Jorge Prim, menos, porque no nos conocíamos, pero que el promotor haya sido Verbitsky… fue una canallada, ya que no le hubiera costado nada (por entonces yo solía ir frecuentemente a su oficina) sondearme, preguntarme personalmente o incluso por teléfono en qué andaba, como me iba con el libro, a dónde lo estaba dirigiendo, etc.

La campaña contra Julio y contra mí fue feroz. No fue letal gracias a que justo salió el diario Nuevo Sur, auspiciado por el Partido Comunista con el objetivo de aliarse con el ascendente menemismo (todavía no había implosionado la Unión Soviética, que proveía el papel en el que se imprimía, ni Menem había pegado media vuelta para arrojarse en manos de Bunge & Born y Alsogaray) y su director, Eduardo Luis Duhalde, nos contrató. Sin embargo, muchas almas cándidas se tragaron el anzuelo y algunas veces cuando iba a algún boliche (todavía era joven y animoso) veía que había gente tras la barra que se susurraba cosas y nos miraba con espanto… como si fuéramos miembros de los departamentos Toxicomanía o Moralidad de la Federal.

Tiempo después, Gabriela Cerruti me dijo en el curso de una cena que en las reuniones de “los chicos 10” (grupete integrado entre otros por Martín Caparrós, Martín Granovsky, Claudia Acuña, Sergio Ciancaglini, Ernesto Tenembaum y la propia Gabriela que solía reunirse en la casa de Sylvina Walger) Verbitsky había dicho que Julio y yo reportábamos a los servicios de inteligencia. Al día siguiente, me constituí en la oficina de Horacio para pedirle explicaciones, pero él negó rotundamente haber dicho nada semejante.

Después de pensarlo (y en contra de la opinión de Julio, que vaticinó que me cagaría) volví a la oficina de Horacio y le propuse un pacto: Yo le daba los originales del libro (para entonces ya lo habíamos terminado) para que él lo leyera y expurgara de cualquier cosa que molestara a Página/12, y a cambio él retrotraía la situación a fojas cero y el diario dejaba de considerarme un enemigo, publicaba una reseña del libro, etc.

Verbitsky aceptó, le di los originales y me los devolvió en pocos días. Recuerdo que le había hecho ocho pequeños cortes, algunos de carácter netamente personal, como suprimir que había tratado de “lumpen sacerdote” a Fray Antonio Puigjané al dar la noticia de su detención, o que Lanata se había autoexiliado en los Estados Unidos a fin de evitar comparecer ante el tribunal que juzgó a los incursores en el cuartel y otros militantes del MTP que permanecieron afuera. El libro fue publicado… y Horacio nunca cumplió su parte y seguí siendo ostensiblemente censurado en Página/12, como bien podrían atestiguar Gabriela Esquivada (que me entrevistó a propósito de la aparición de AMIA, El Atentado para su suplemento cultural Primer Plano, dirigido por su futuro marido, Tomas Eloy Martínez y le prohibieron publicar la entrevista) y Martín Granovsky, que me negó reiteradamente el derecho a réplica luego de que un periodista del diario, comentando Ultramar Sur: La última operación secreta del Tercer Reich, evidentemente sin haberlo leído, inventó que en el texto Carlos De Nápoli y yo afirmábamos que Hitler había llegado a la Argentina en submarino.

A pesar de esto, ni yo ni Villalonga publicamos nada acerca de la participación de Gorriarán en Página/12. Años después, quien terminó buchoneando que Gorriarán había sido el principal accionista del diario fue Lanata.

No se me ocurre nada que me haya perjudicado más, que me haya hecho más daño en mi vida profesional que la campaña que desató contra mi Página/12 en general, y Horacio Verbitsky en particular.

Apoyándose en esta circunstancia, muchas veces explícitamente, cloacas como SEPRIN y cualquier cachivache (pienso, por ejemplo, en Christian Sanz) se sintieron con cobertura para denigrarme y decir cualquier cosa de mí, desde que sería “dealer” de cocaína y tendría una relación íntima con un empresario mayor hasta algo tan descabellado como que suelo desplazarme flanqueado por dos chicas adolescentes .

Gorriarán puso la plata para lanzar Página, buchoneó Lanata.

Alguna persona allegada a él ensayó una defensa suya diciéndome que en el medio de la paranoia que sucedió a lo de La Tablada, HV acaso pudo creer efectivamente que Julio y yo éramos el ariete de algún servicio (Gorriarán nos acusaba a tanto a Horacio como a mí de ello, aunque con humor vitriólico decía que mientras Horacio cobraba en dólares, yo lo hacía en pesos), que se dio cuenta de su error cuando yo le lleve los originales del libro para que lo expurgara, pero que no pudo cumplir con su parte del trato porque Gorriarán amenazó con revelar su calidad de propietario del diario si llegaban a publicar siquiera la más mínima mención al libro o a mi persona.

Bull shit: Verbitsky nunca me pidió disculpas, o bien porque integra la cofradía de bebedores de bronce (D’Andrea Mohr dixit) incapaces de la menor autocrítica, o bien porque, como dice el refrán, “cree el ladrón que todos son de su condición”.

La reunión en la que se decidió difamarnos y el protagonismo en esta iniciativa de Verbitsky nos fue confirmada por dos personas que participaron en ella, pero ésta es la primera vez que alguien atestigua negro sobre blanco, por escrito, que Verbitsky me difamó.

Por lo que no puedo sino estarle muy agradecido a Parrilli.

En cuanto a Verbitsky (que siempre se cuidó de no escribir de mí, cosa de no exponerse a una demanda judicial): el silencio lo condena.


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4 comentarios

  1. Beto quienes te conocemos bien, y por eso te queremos, sabemos perfectamente que todas esas cosas que te endilgan son infames mentiras. Como le dijo Rucci en aquel debate por Tv a Tosco: «ladran Sancho, señal que ladramos».
    Vaffanculo. Salú

  2. Pajaro
    lamento que sigas convencido de algo que nunca ocurrió y que tanto te afecta. Parrilli no pudo oíme algo que no dije, porque además nunca coincidimos en el CELS, al que yo ingresé muchos años después de su salida.

    1. Lo que sé, lo supe por Gabriela Cerrutti y por participantes en la reunión en la que se resolvió lapidarme. Pero, salvo algún «service» que te citó para ensuciarme, nadie lo había puesto por escrito. Ya está, no volveré a escribir sobre este tema. Me gustaría, eso sí, dejar de estar en la virtual «lista negra» en la que me hallo. Pero no tengo demasiadas esperanzas: si nadie la detiene, la inercia es una fuerza persistente.

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