DÉJÀ VU. Destruyen en Morón un busto de Néstor Kirchner. Como en la Libertadora
La destrucción del busto de Néstor Kirchner que el pueblo de Morón había erigido junto a los de Juan Domingo y Eva Perón, ilustra las muchas similitudes entre la Revolución Fusiladora (1955-1958) y la histérica e ictérica reacción amarilla de un gobierno que se desbarrranca hacia el averno aferrando del cogote al pueblo argentino. Una camarilla oligárquica que embucha flanes mofándose de quienes no tienen pan; que sirve a a la ocupación imperial y al que encubren medios concentrados a veces paradójicamente piloteados por renegados del calibre del otrora descamisado Ricardo Roa. El compañero Camilo José Alves, veterano luchador que sobrevivío a los hierros de la dictadura genocida para dar testimonio, ilustra este punto de inflexión con agudeza.
¿Alguien le hará alguna vez un monumento a Macri?
El viernes 24 de agosto fue destruido en la plaza central de Morón un busto de Néstor Kirchner, que acompañaba los de Evita y Perón en una trilogía entrañable y simbólica de los tiempos más felices que el pueblo le arrancó a las desparejas intermitencias de la Historia.
“La plaza de Morón ya no rendirá homenaje a la corrupción”, dijo el intendente Ramiro Tagliaferro, deseoso de borrar de la memoria colectiva el verdadero monumento a la corrupción en esa ciudad, que evoca a Mauricio Macri y el ex intendente Juan Carlos Rousselot.
No fue hecho de mármol ni de bronce, solo con el recuerdo de los documentos que pergeñaron los escandalosos negociados con la obra pública que intentaron Macri y Rousselot, treinta años antes de la aparición de las inefables fotocopias de Centeno.
La remoción del busto de Kirchner fue aprobada en el Concejo Deliberante “por unanimidad”, después de considerarlo “un símbolo de la corrupción más obscena”, mintió Clarín, en línea con el mismo propósito, a pesar de que hubo concejales que denunciaron la afrenta. Con el único fin de contribuir a ocultar los desaguisados de Macri –los viejos y los actuales- y alimentar el odio del conservadurismo hacia los humildes que se atreven a mirar a los ojos.
El busto fue retirado y guardado porque se compró con fondos del municipio, afirmó la prensa canalla. Pero no fue así: fue destruido, y hay testimonios que afirman que acusan al intendente Ramiro Tagliaferro (ex marido de la gobernadora Vidal) de haber desdeñado a los dirigentes peronistas que lo pidieron en custodia para preservarlo.
Hubo una concentración en rechazo a la medida, pero las autoridades comunales la ignoraron y la prensa la reflejó con la presencia de las primeras personas que llegaron al lugar, para sugerir desinterés por el ex presidente y la suerte que corran los símbolos que lo evocan.
Duele un acto así, manifestaron quienes se reunieron en la plaza a repudiarlo, pero no sorprende. Quienes decidieron sacarlo, son herederos de la tradición de desprecio oligárquico por las otras clases sociales.
Así es desde los albores de la argentinidad, cuando el gobierno cayó en manos del Macri de entonces, el Zambo Bernardino Rivadavia, a quién el contraste de su origen y su conducta señalan como el primer desclasado que gobernó en el Río de la Plata.
Desde entonces, el odio, la mentira y la represión, conforman los recursos más frecuentes de la oligarquía contra el pueblo y sus líderes.
San Martín partió al exilio después que Rivadavia lo acusara de corrupto y traidor a la patria. A Perón le pasó lo mismo un siglo más tarde, tras ser derrocado por la Revolución Fusiladora del ’55.
Para encubrir sus propósitos y disimular la destrucción y entrega del país, los propagandistas de la Fusiladora convirtieron a Perón y a Evita en seres monstruosos; rebautizaron los cientos de escuelas, hospitales, barrios y calles asfaltadas que se inauguraban con sus nombres, y destruyeron las estatuas y los bustos que el pueblo no alcanzó a ocultar.
Después, cuando la alternancia cómplice de militares sin pueblo y civiles sin votos, cedió a la lucha popular y Perón regresó a gobernar el país, esperaron a que muriera para asaltar nuevamente la democracia y reafirmar las desmesuras de su voracidad y su odio sanguinario, con 30.000 desaparecidos, decenas de miles de exiliados, millones en la pobreza y un país depredado por los Macri y otros cómplices de la dictadura cívico-militar.
Ahora, son Néstor y Cristina. Los que echaron al FMI y sus miserias, acusados por los que lo trajeron de vuelta con las recetes de siempre. Los mismos cargos y la misma falta de pruebas, pero el público se renueva y el engaño parece novedoso.
A Néstor, ya inalcanzable para las arbitrariedades del Poder Judicial, lo agravian con la destrucción de los monumentos que le dedicara el pueblo. A Cristina, la persiguen con acusaciones de presuntos delitos que beneficiaron a los gobernantes actuales.
La estrategia de la injuria y el escarnio exige cada vez mayor espectacularidad en el agravio y la condena mediática de la víctima escogida, para distraer con crónicas circenses la falta de pan.
Pero las dificultades para lograr su propósito, crecen. Ya no le alcanza con estigmatizar la herencia recibida, la persecución judicial a Cristina ni la destrucción de monumentos a Néstor porque buena parte de los destinatarios de esas dosis mediáticas de mendacidad, que tan fácilmente los convenciera de sumarse al cambio hacia el libre mercado, ya fueron devueltos por los desmadres de este gobierno espantoso a la estrechez de la insuficiencia y a las angustias de la incertidumbre.
También ellos han comenzado a advertir en el oficialismo las culpas que le pretende endilgar a sus enemigos. Una de las prueba reciente de ello se produjo el viernes en Morón, cuando el intento de un dirigente local por acompañar el retiro del busto de Néstor con una concentración de ciudadanos contra la corrupción, fracasó estrepitosamente.
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El busto destruido había sufrido antes distintos atentados: