DONALD TRUMP – LIBROS. Adelanto exclusivo de «Los Estados Unidos de Trump», de Ángel Beccasino
Donald Trump es un peligro, pero no está claro para quién. Esta es la conclusión que saca Ángel Beccassino después de analizar a fondo la campaña electoral norteamericana. Y a partir de ahí retoma su investigación y nos da inéditas respuestas en su libro Los Estados Unidos de Trump, que acaba de lanzar la editorial colombiana Oveja Negra, la misma que publicaba a Gabriel García Márquez.
Primera clave que demuestra Beccasino: “Trump sabe que una elección presidencial es un espectáculo, e hizo de su campaña un show. Así se convirtió en la máxima atracción”.
Segunda clave: Aquello que escandaliza a unos, es al mismo tiempo lo que opera como su atractivo mayor: “Los seguidores de Trump sienten que ataca a la inmigración mexicana hasta el punto de proponer un muro, porque esa inmigración abarata el precio de la mano de obra local. Y que limitar el libre comercio, como propone, es crear las condiciones para que se reactive la producción nacional y el empleo”.
Tercera clave: Quienes sostienen su intención de voto por Trump piensan “Que el candidato republicano acabará la rivalidad con Rusia, eliminando argumentos para el gran aparato militar. Y al tiempo pondrá fin a las guerras actuales y su enorme costo, para poder reconstruir con todo ese presupuesto la hoy deteriorada infraestructura del país”.
Y cuarta, entre muchas claves más: “Hillary Clinton y el gran aparato mediático, tanto como el del poder global, se oponen al millonario Trump por autoritario y brutal, pero más aún por todo lo que puede cambiar con él”.
Argentino de nacimiento pero residente en Colombia desde hace casi cuatro décadas, Ángel Beccassino es estratega de comunicación política, periodista y publicista. Fue uno de los estrategas generales de la reelección de Juan Manuel Santos y ha trabajado para gobiernos, empresas y candidatos políticos de Argentina, México, Colombia, Brasil, Venezuela, Bolivia, Ecuador y otros países.
Es autor de una serie de libros sobre comunicación política, y co-autor del libro sobre estrategias electorales premiado en los Victory Awards 2016, de la Washington Academy of Political Arts and Sciences.
Pájaro Rojo ofrece en primicia para la Argentina, España y otros países un adelanto de Los Estados Unidos de Trump, ya distribuido en las librerías de Colombia. JS
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“Al pueblo hay que atemorizarlo para que no se exceda”, decía el Conde-Duque de Olivares, político español de nombre Gaspar de Guzmán y Pimentel Ribera y Velasco de Tovar, nacido en 1587 en Roma, y de quien cuelga en algún museo un retrato firmado por Velázquez. Desde ese mismo pensamiento, el protagonista de un reality show y actor porno de 29 años asesinó en junio de 2012 a su novio chino en Montreal, y usó el cuerpo para enviar por correo un mensaje en trozos a los principales partidos políticos canadienses. En Ottawa, el Partido Conservador recibió un paquete con un pie, y la oficina de correo de Montreal no dejó seguir su curso a una caja con una mano dirigida al Partido Liberal. ¿Cuál era el mensaje? Algo así como tiemblen, políticos, ahora voy por ustedes.
En 2016 otro protagonista de un reality show, Donald Trump, sin apelar al serrucho y el servicio postal, también introdujo el pánico en la abulia de los partidos políticos de Estados Unidos. Cuando comenzó la carrera, quienes no observan más que la aparente superficie de las cosas vieron un payaso, un arrogante Titanic con una gran chequera propia que le permitía irrumpir en el escenario, condenado inevitablemente al iceberg. Tan es así que el diario digital Huffington Post decidió cubrir su campaña desde las páginas de entretenimiento y sociales. Unas cuantas semanas después se encontraron ante un candidato presidencial con grandes posibilidades, al que, sin embargo, visceralmente seguían negando. Y aunque los días fueron pasando, y los resultados comenzaron a ser termómetro de un estado de ánimo no registrado por las encuestas en el votante, siguieron negando la evidencia que había delante hasta que fue tarde.
Dejando en el camino a dieciséis competidores, incluido Jeb, que aspiraba a ser el tercer presidente de la dinastía Bush, Trump llegó solo al final de la carrera por la nominación republicana. La competición, en la que los últimos dos obstáculos que quedaban abandonaron antes de las últimas elecciones primarias, lo dejó seis puntos debajo de Hillary Clinton en las encuestas, aunque con una opinión desfavorable del 67%, mayormente en mujeres, jóvenes, latinos y afroamericanos. Pero en pocas semanas el showman comenzó a recomponer el cuadro, afinando los ataques, ajustando la estrategia hacia los estados más urbanos y poblados, que tradicionalmente votan demócrata, sin descuidar a los estados rurales que votan republicano.
Frente a él, la candidata demócrata Hillary Diane Rodham Clinton, con oficio largo en campañas desde 1964, cuando siendo líder de la Juventud Republicana hizo campaña por el candidato presidencial Barry Goldwater, belicista partidario de utilizar la bomba atómica en Vietnam, radical opositor al “estado de bienestar” instaurado por Franklin D. Roosevelt, tanto como a la igualdad de derechos civiles para los afroamericanos. Y a quien respaldaba apasionadamente el Ku Klux Klan.
Derrotado Goldwater por Lyndon Johnson, Hillary hizo campaña por Nelson Rockefeller, y al perder este ante Nixon, decidió cambiar de camiseta, pasándose al partido Demócrata, del que sería fracasada candidata presidencial en 2008 ante Obama, y por el que se convirtió en la histórica primera mujer candidata de uno de los dos partidos.
Clinton confía en una campaña estructurada, convencional en los contenidos, con respuestas bien elaboradas para cada tema, un marketing one-to-one: segmentos, nichos, micromarketing. No hay novedad, no hay sorpresa en su campaña. Trump en cambio es pura inconsistencia, sobresaltos, novedad constante, un escándalo, una caja de sorpresas.
Si en la campaña por la candidatura otros tenían una plataforma de tres, cinco, siete, diez puntos que fijaban su posición, él no. Él expresa visiones generales. Y frecuentemente las expresa utilizando vulgaridades, “malas palabras”, insultos a sus adversarios, a los que acusa de mentirosos, corruptos, perdedores, dañinos. Insulta a las minorías, hispanos, musulmanes…, y al hacerlo, indudablemente, se divierte, y esa actitud refuerza su atractivo, aun para aquellos y aquellas a quienes ataca.
Lanzó su candidatura diciendo que entre los inmigrantes mexicanos llegaban delincuentes, violadores, traficantes de drogas. Luego prometió prohibir la entrada de musulmanes a Estados Unidos. Tampoco anduvo con suavidades cuando se trató de referirse a mujeres, Clinton, Heidi Cruz, Carly Fiorina… Es un absoluto salvaje. Su juego recuerda al de Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos utilizando la prensa amarilla, que habían inventado para destruir o intimidar a sus opositores, desacreditando con escándalos sexuales unas veces, con historias bochornosas de cualquier tipo otras. Esa “prensa chicha” que titulaba “A fulano lo vieron cerca de un motel con un negrazo”, o “La mujer de tal anda probando camas”.
Trump sabe que, como Hollywood dice, ningún efecto especial salva al mal guionista. El relato transmedia en comunicación política, hecho de mensajes de pocos segundos para televisión, vallas, jingles, canciones, grafitti, cómics, avisos de prensa, blogs, videojuegos, podcasts, fan page, twitter, Snapchat, Instagram…, solo funciona si hay un buen guion. Y el mejor guion es el que tiene un mapa claro, que marca la ruta a esos detalles que se van creando sobre el calor de los días. Y el mapa del magnate está trazado sobre los miedos económicos y el hartazgo político de los ciudadanos.
Mientras Hillary Clinton es asesorada sobre cómo se viste en cada ocasión, si se maquilla más o menos, si el pelo de esta forma o de la otra, de que altura deben ser sus tacos, Trump confía en su olfato y en el trazado sobre los miedos que han hecho sus estrategas, y no se preocupa de nada más que de su raro peinado, peluquín o lo que sea. Que lo cuida sin perder el aire de jugador callejero, de natural, del que siempre está en la jugada. Aunque siga el guión al detalle.
Los alarmistas toman muchas de las anécdotas que genera al pie de la letra. Se asustan y sacan del baúl aquel 14 septiembre de 1930, cuando el Partido Nacional Socialista de Hitler saltó de los 800.000 votos de 1928 a más de 6 millones, lo que lo convirtió en el segundo partido de Alemania. Los editoriales de los viejos periódicos advierten sobre la inminencia de tiempos oscuros. Trump ríe por lo bajo y busca el siguiente tema que lo sostendrá en los titulares, abaratando los costos de su campaña. Confía en que la gente no se quedará fijada en ningún escándalo. Tal como ocurre en las redes sociales, sabe que el comentario espantoso de un momento será reemplazado en instantes por el gatito que juega con un pollito, y este por el bebé que grita ¡caca!
El hombre con nombre de pato made in Disney viene de manejar Miss Universo, casinos, shows. Y temores viejos y nuevos. Sabe cosas. Por ejemplo, aquello que bien dijo en un momento de su campaña contra la señora Clinton el demócrata Bernie Sanders, “El verdadero cambio siempre ocurre desde las bases”. Y Donald sabe seducir a esas bases con su estilo salvaje.
Un año antes, Sanders había lanzado su candidatura sin equipo ni organización, pero con un discurso antisistema escorado hacia la izquierda, que funcionó potente al conectar con el descontento de los jóvenes, los desempleados y otras franjas del país, permitiéndole una gran serie de victorias en las elecciones primarias, e incluso superar a Clinton tres meses en las cifras de recaudación. Y llegar a la última estación, California, con alguna opción. Observándolo, Trump saca conclusiones, comprende el descontento que le funciona al curtido político demócrata, y no duda en utilizar fragmentos de ese discurso, mezclándolos con otros de derecha, y otros extremistas, si analiza que con esa mezcla moverá sentimientos que puedan traducirse en votos.