El macartismo de Guillermo Moreno me repele. Es verdad que soy un pájaro rojo punzó, pero mi costado ibérico es rojo a secas, y cuando Moreno proclama su voluntad de ser «blanco» y enemigo de los «rojos» me siento empujado «por montañas y praderas» a alinearme con la cohorte carmesí de Lev Davidovich, un verdadero león judío, no como el Pennywise que tenemos en casa.

Si bien Moreno llegó tarde para ser zarista, es tan o mas trumpista que Milei. Y a pesar de que es obvio que él quiere radiar, centrifugar del movimiento nacional a quienes abrevamos en textos de Cooke, Hernández Arregui y Puiggrós y otros ¿infiltrados?, no considero ¡para nada! que él ocupe el centro del movimiento ni que empuñe cual bastón de mariscal un peronómetro, sino lo ubico en el extremo de su ala derecha. Aun así, no pido ni pretendo que se lo expulse (como si debe hacerse, por ejemplo, con Scioli y otros tránsfugas). Apenas pretendo que se le ponga límite a sus dislates.
Rumiaba estas cosas cuando me topé con este texto que me resultó tan nutritivo como divertido. El autor fue editor general en la editorial Perfil, y hoy es columnista… progre. Espero que Moreno se abstenga de calificarlo como woke, como parece estar de moda.
Moreno va y te mete la pata peronista

POR HUGO ASCH
Guillermo Moreno está enamorado de Donald Trump. Igual que Milei, su hermana, sus funcionarios y sus periodistas alquilados que durante todo 2025 dominarán el Prime Time de TN, La Nación + y A24. “Con Trump empieza un mundo que el peronismo estuvo esperando durante 80 años. Un mundo nada tiene que ver con este globalizador extremo de Milei”, se ilusionó como una novia virgen.
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Mientras tanto, Trump tomaba el té con los Biden y luego hacía su pantomima habitual: medidas anti ‘agenda woke’, persecución de los inmigrantes ilegales, altos aranceles para todo aquel que pretenda venderles algo, indulto para aquellos payasos que tomaron el Capitolio en el intento de golpe hace cuatro años, todo su repertorio.
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El ‘Trump Big Show’ para la euforia orgásmica de su público, la gente más reaccionaria de la historia. Más que Ronald Reagan, lo que es mucho decir.
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Moreno cree que con Trump se viene una ola imparable de nacionalismos en el planeta y eso ‒está seguro‒, le abrirá la puerta del poder al peronismo. O al menos el peronismo que él representa y que, que en las PASO de 2023, sumó el 0,77% de los votos y quedó afuera.
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El hombre está ilusionado y habla. Mucho, habla. En ‘Duro de Domar’, el programa de C5N, armó su personaje como panelista ‘superstar’ y eso generó algo de rating y vistas en las redes.
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Antes de que comience, le ponen la marchita. Arranca con tono muy sereno para subir poco a poco hasta estallar en gritos. Una técnica idéntica ‒y con contenido similar‒ usaba Norma Kennedy en los años ‘70 y luego en el programa de Mauro Viale post Caso Coppola.
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Guillermo Moreno sabe de lo suyo, es un tipo sólido y sabe hablar en público. Es ideal para esta televisión.
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Es duro, simpático, se pierde en detalles técnicos cuando necesita tiempo para pensar o se queda sin argumentos, y siempre tiene el librito a mano: «dentro de la ley todo, fuera de la ley nada».
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A su simpática y reiterada propuesta de ‘repatriar’ al último compañero de fórmula de Macri, Miguel Ángel Pichetto, le agrega una escalofriante «alianza de nacionalismos» con la vicepresidenta Victoria Villarruel, la chica que le llevaba las medialunas para el mate a Videla.
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Moreno ofrece la vieja y servicial ‘pata peronista’ (diestra, claro) para tranquilizar a los dueños del capital, los que la juntan con pala y son tan bien justificados y defendidos en cada intervención suya. Cuando Milei se caiga a pedazos, sueña con una salida constitucional que permita colocar su ‘producto’ en el poder.
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Lo recuerdo destrozando al gobierno de Alberto Fernández por su gestión durante la pandemia ‒tal vez lo único que le salió bien‒ pero mucho más por su anuncio de expropiación de ‘Vicentin’. Defendió a la empresa y a sus dueños estafadores con una pasión conmovedora. Cómo olvidarlo.
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Dentro de su licuadora argumentativa, alguna vez metió a Braden, el embajador norteamericano que confrontó con Perón en el 1945 y dio origen a la mejor frase de campaña de la historia: ‘Braden o Perón’. Dijo Moreno: «Braden era un demócrata, un liberal norteamericano, un casi marxista».
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No sonrió, así que intuyo que lo dijo en serio.
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Moreno siempre da clases de peronismo porque él es peronista. Y yo le creo. Es un tipo sólido, no es Fernando Iglesias, Patricia Bullrich o esos esperpentos libertarios. Es un fighter. No es fácil discutir con él porque domina las tres distancias del boxeo, la corta, la media y la larga.
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Moreno es un nacionalista y también le creo. Por eso se pregunta, paternalista y como un mono con navaja, si para la Argentina no sería mejor, además de Trump en Estados Unidos, por ejemplo ganara Le Pen en Francia.
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Mon Dieu.
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Un discurso que me transporta a los años ’70, cuando volaban cadenazos cada vez que caían sin aviso a un acto los tipos de del CdeO, la CNU o la JPRA, la versión criolla de los camisas negras.
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Más allá de malas lecturas de la historia argentina que asumo y me crítico, Moreno sintetiza todavía las razones que fogonearon mis años de gorilismo progre. No importa, ya estoy curado de eso.
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Igual sigo siendo progre, con gorro, bandera y vincha. Sigue siendo mi club: el de Hegel, la dialéctica, el materialismo y la evolución progresiva de la historia. Resulta que el futuro del mundo iba directo hacia el socialismo de la mano del hombre nuevo… pero terminó en esta porquería llena de subnormales.
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Algo falló, se ve.
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Moreno fue un funcionario obediente, efectivo y sobre todo, efectista. Alguien dijo que era como un perro malo que Kirchner tenía atado y con la correa cortita, y que Cristina –por descuido o torpeza– dejó suelto. Chau. Ella no le habló más, pero tampoco lo podía echar porque eso le exigía Clarín todos los días.
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Moreno tiene un discurso ideal en tiempos de crisis económicas terminales, aún las disimuladas a lo bestia como la de hoy. La historia está llena de estos ejemplos, aquí y en el mundo.
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Moreno no dijo «La duda es la jactancia de los intelectuales». Pero estoy seguro que coincide con Aldo Rico, el autor de la frase. Por eso no duda al destrozar a Kiciloff ‒mientras le sonríe a Victoria Villarruel‒ cada vez que abre la boca.
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Moreno es seductor, canchero; campechano o feroz cuando hace falta. Genera rating y ahora sale en medios que antes lo descuartizaban.
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Moreno es piola.
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Moreno es un peligro.
Coincido con Juan en lo de Moreno, pero Lev Davidovich Bronstein —es decir, Trotsky— no debería ser una opción para nadie. Al menos no cualquiera que haya matado 20000 trabajadores —incluidas sus familias—. Y no solo trabajadores, sino trabajadores de la vanguardia revolucionaria.
En su Historia de la Revolución Rusa, publicada en 1932, Trotsky menciona la Guarnición de Kronstadt 48 veces. No hay episodio importante de la Revolución en el que los marinos de Kronstadt no hubieran estado presentes.
Pero los mata no porque hayan traicionado la revolución —la revolución que ellos mismos hicieron— sino porque se atrevieron a disentir con el Partido Bolchevique que, bajo su visión, sí estaba traicionando la revolución: con su violencia, con su burocracia, con su autoritarismo, con sus Comisarios Políticos que ya en 1921 eran odiados en cualquier fábrica que pisaran.
Pero, además, LOS MATÓ SIN NECESIDAD —la invasión del Ejército Blanco ya había terminado—. Y esto es una enorme diferencia. La isla Kotlin, en el Golfo de Finlandia, lugar de asentamiento de la Guarnición, podía ser tranquila, sencilla y simplemente sitiada por el Ejército Rojo. Pero no. Trotsky mandó que fuera cañoneada y se ingresara en ella a sangre y fuego. Solo para dejar en claro qué era, para el bolchevismo, la “democracia obrera”.
Su población era de 50000 almas. Solo 30000 quedaron luego de la incursión.
Tanto que se machaca en torno al resurgimiento de la derecha mundial: pues, miradas las cosas a escala verdaderamente histórica, el responsable —con su purismo maximalista— fue el bolchevismo en cualquiera de sus variantes.
Admito no saber lo suficiente sobre el enfrentamiento de los marineros de Kronsdat con el Ejército Rojo al mando de Trotsky como para contradecirte. Las cosas que ignoro conforman todo un universo.
Me cae simpático Asch, sobre todo como hincha de Racing, pero, como le pasa a los progres como los de «El destape» o el autor de este blog, no atinan a comprender el fenómeno Moreno, porque tampoco entienden el fenómeno Trump.
Por ejemplo, aún no entienden que el asunto del wokismo ha sido un daño marca cañón en la entretela de la sociedad argentina, con decenas de miles de inocentes presos, medio centenar de suicidados, unos doscientos maestros de nivel inicial procesados, condenados, linchados, vandalizadas sus casas o lugares de trabajo, cientos de miles de padres separados de sus hijos y por lo menos una treintena de docentes universitarios perseguidos y despedidos de nuestras maravillosas universidades públicas.
Es tal el grado de encubrimiento del problema (generado por un sistema mediático que puede ocultar desastres de esta magnitud, ayudado o empujado por el dispositivo disciplinario que ha sido lo que llamo «femirulismo») que, al no contar con ese elemento se hace imposible diagnosticar el daño.
La sociedad argentina, los varones en particular, han sido inficionados por un terror conveniente, una ceguera funcional a esto ( ver ejemplo en este blog en la nota referida a Brieger, cobardemente «escrachado» por el propio Salinas, ver también, si aún no lo quitó, mi aporte en comentarios).
Ese aspecto no es menor, en absoluto, y aunque la condena pero sobre todo la evaluación de lo que fue el wokismo nos haga coincidir con Trump y Musk, habrá que entender que fue, y todavía es, el modo en que el capital financiero hizo la que tal vez sea la mayor operación de ingeniería social de la historia contemporánea.
Moreno puede ser tan taxativo, por lo didáctico, que cae en reduccionismos, no exentos de sana provocación intelectual, y se puede, como en mi caso, no coincidir con aspectos del análisis internacional, pero ha sido, sobre todo desde que asumió Milei, una brújula posible para entender este mundo.
Hay infinidad de aspectos a desarrollar y aclaraciones que hacer, pero seguramente sobrevendrán en las discusiones inevitables que este nuevo mundo acarreará, porque si hay algo que Asch y la caterva progre no entienden, es que se inició una nueva etapa en la que la multipolaridad desplaza a la unipolaridad atlantista, liderada por Rusia, Irán y China (aquí una diferencia del autor de este comentario con Moreno).
Sugeriría abrevar en Duguin para comprender esto, así como repasar toda la política «antiwoke» de Putin para entender la magnitud de esa «batalla cultural», de otro modo se insistirá en el costado más folklórico e histriónico de Moreno, en sus trazos gruesos que incluyen su «boutade» sobre Braden (estoy seguro que conoce sus declaraciones públicas sobre combatir al comunismo en América Latina más allá de cualquier formalidad democrática o su rol como directivo de la United Fruit en la región) para recaer así en todos los lugares comunes del progresismo (como aquellos de Aliverti, otro cobarde felón de Pedro Brieger, dicho sea de paso, que le adjudicó a Moreno una pertenencia que jamás existió a Guardia de Hierro, desconociendo eso, y también el aporte del «Gallego» Álvarez y su organización al entramado peronista).
Sobre Villarruel, sería largo de desarrollar aquí lo que además parece ya un naufragio en las aguas de su inconsistencia, y que, tal vez víctima del certero análisis del Guillote («no tiene presente pero podría tener futuro») se emperró en alojarse en algo menos prometedor todavía, el pasado.
Diré solo una cosa para que se entienda su lugar en la historia y el de los progres: Villarruel no tiene muertos sobre sus espaldas por más que reivindique aspectos de la represión, no los tiene, por ejemplo, como los miles que sí tiene una Dora Barrancos.
¿Es esto una «boutade»? En su formato, sí; en su constatación histórica y estadística que jamás los progres aceptarían, en absoluto.
Carlos: estás sobregirado. Hay cosas que no sé de que hablás (como, por ejemplo, de los muertos que cargaría sobre sus espaldas Dora Barrancos) pero lo que no puedo admitir es que escribas que escraché cobardemente a Pedro Brieger, lo que jamás hice.
Es bueno recordar que las feministas, por boca de Nancy Pazos, le exigieron a Pedro desde el Senado de la Nación que se autocriticara, cosa que éste hizo, aceptando así sus, por así decirlo, sus «comportamientos impropios».
En aquella ocasión, Pazos dijo con claridad que esos comportamientos no eran judiciables. Me parece una enormidad el virtual linchamiento de Pedro, abomino la «cultura de la cancelación» y me encantaría que Pedro escribiese en Pájaro Rojo. No se lo ofrecí hasta ahora porque ni tengo como pagarle (quizá si el Banco Provincia me devolviera la pauta que alguna vez me dio, pero ahora mismo le enviaré esta respuesta, dándole la seguridad de que puede publicar libremente en este sitio.
Por último, Carlos, quiero dejar claro que aunque son crítico con los excesos cometidos en la reivindicación de colectivos minoritarios, excesos que considero divisionistas y pianta votos, también tengo claro que «progre» es una etiqueta que se le endilga a gentes variadísimas (yo pienso automáticamente en los padres de Mafalda) sin cuyo concurso activo nunca podremos vencer electoralmente a los reaccionarios, cipayos y entreguistas.