POCH x 2. ¿Que harán EE.UU. y la OTAN ante la derrota de Zelensky? / Dos atentados con decenas de muertos, que todo indica fueron responsabilidad de Francia y la OTAN
Dos notas de ese gran periodista que es el catalán Rafael Poch* publicadas en ese sitio tan recomendable que es CTXT. La primera y muy actual se interroga acerca de como seguirá la guerra en Ucrania, guerra que Ucrania ya ha perdido, pero en la que pueden entrar desembozadamente países europeos miembros de la OTAN (y vasallos de Estados Unidos, que los empuja a ello) lanzando una lluvia de misiles (no nucleares) sobre objetivos estratégicos de Rusia, como las estaciones de alerta temprana (los «ojos» que advierten con antelación de la llegada de misiles) y la central atómica de Kursk. Discrepo con Poch que considera que para esta guerra es igual que gane las elecciones presidenciales de los Estados Unidos Kamala Harris o Donald Trump. Quizá sea igual para los palestinos y libaneses habida cuenta del acérrimo sionismo de ambos, pero es así en lo que respecta a Ucrania: Trump ha prometido reiteradamente que de acceder a la Presidencia, acabará con esa guerra en cuestión de horas (y es por eso es que hay sospechas de que esa promesa está en la base de los intentos de asesinarlo, como se ha descripto en un post anterior de Montserrat Mestre) y está claro que Kamala va a profundizarla.
Esto no quiere decir que Pájaro Rojo se incline por uno u otra. Por el contrario, mantiene contra viento y marea la tradicional posición argentina (la misma que el cretino de Milei anunció abandonar en la Asamblea de las Naciones Unidas, como si fuera el rey Mswati III de Esuatini y no tuviera que rendirle cuentas a nadie.
Así las cosas, los europeos conscientes de la situación es lógico que prefiera a Trump, de la misma manera que es lógico que los iraníes informados consideren que el mal menor es que sea presidente Harris y no el asesino del general Soilemanini.
Pero hoy lo más importante es denunciar que la OTAN analiza destruir con misiles la central nuclear de Kursk, una central de tecnología antigua, como la de Chernobyl, para provocar una tragedia similar con la esperanza de que ella pueda revertir la derrota de la OTAN.
La segunda nota es ya histórica, pero se refiere a un par de atentados concatenados con decenas de muertos colaterales (como en el derribo de las torres gemelas en NY y los bombazos contra la DAIA-AMIA) que apuntan, en principio, contra Francia, y a la OTAN como cómplice del silenciamiento de los principales testigos ocho años después.
Es verdad que hay muchos conspiranoicos / paranoicos, pero que hay conspiraciones ocultas…
Un video subido a la red hace un mes.
¿Cómo responderá la OTAN a su derrota en Ucrania?
En Moscú saben que, gane quien gane las elecciones de noviembre, si Estados Unidos no acepta que ha perdido, la perspectiva de una guerra mayor está servida.
La derrota militar de Ucrania está servida, pero lo más peligroso es que también, y sobre todo, será una derrota de la OTAN contra Rusia “por procuración”, cargada de consecuencias para el liderazgo global occidental, dentro y fuera de Europa. Así que, tratándose de eso, la pregunta del momento es ¿cómo responderá la OTAN a su derrota en Ucrania?
“Es el momento de restablecer la diplomacia y volver a las negociaciones, aunque llevará algún tiempo invertir la propaganda de la última década y preparar al público para una nueva narrativa. Como vimos en Afganistán, las élites político-mediáticas nos asegurarán que estamos ganando, hasta que huímos de forma desorganizada con gente cayendo de los aviones”, dice el analista noruego Glenn Diesen.
Mucho dependerá de las elecciones presidenciales de noviembre en Estados Unidos. Rusia deberá moderar las exigencias de su “victoria”, sea cual sea el significado y contenido real de tal palabra, pues la guerra también pasa allá una dura factura, con más de 200.000 muertos e inválidos. Además, la ocupación de territorio ucraniano puede ser una fuente de problemas, como apuntábamos hace más de un año. Pero ¿qué pasa si la OTAN no acepta su derrota, es decir si Estados Unidos persevera en su voluntad de desangrar a Rusia a costa de una guerra mayor? ¿Se dará rienda suelta a la histeria de bálticos y polacos sobre una “amenaza (ofensiva/invasora) rusa” contra Europa que, además de inexistente, ha mostrado, precisamente, sus limitaciones militares en Ucrania?
En ese caso, las cosas están en los términos ya conocidos: si es objeto del ataque de una fuerza militar superior como es la OTAN, el grupo dirigente ruso declarará un “peligro existencial” para Rusia, lo que según su doctrina –que está siendo corregida para hacerla más flexible–, significa la posibilidad del uso del arma nuclear.
En Moscú hay razones sobradas para la preocupación. El secretario de Estado Blinken ha estado esta semana en Kiev para dar lo que parece una luz verde al uso de misiles occidentales de largo alcance contra territorio ruso, algo que precisa de la información de la inteligencia y los satélites militares norteamericanos y de la participación directa de militares de la OTAN. Putin advirtió el jueves que tal decisión “cambiaría la misma naturaleza del conflicto” porque “significará que los países de la OTAN, EEUU y los países europeos, combaten contra Rusia” por lo que Moscú tomará “las decisiones (militares) correspondientes”.
El presidente de la Duma, Viacheslav Volodin, ha afirmado que Rusia tendrá que utilizar “armas más potentes y destructivas en la defensa de sus ciudadanos”, y entre los expertos se especula con escenarios como ataques de respuesta a infraestructuras occidentales o con la destrucción de los puentes del Dnieper, que hasta ahora Rusia ha respetado, y que cortarían la comunicación terrestre y ferroviaria de Ucrania por la mitad.
Los programas de la televisión rusa transmiten cierto cansancio por el estancamiento de la prometida “inevitable victoria”. Los militares parecen conscientes de que sin una movilización nacional en toda regla, cosa a la que el presidente Putin no quiere arriesgarse, no hay capacidad militar para extender aún más la conquista de territorio ucraniano hacia Nikolayev y Odesa, privando por completo a Ucrania de salida al mar, que es lo que redondearía una victoria militar estratégica.
Seguramente no interesa que el frente ucraniano colapse antes de las elecciones estadounidenses, pero, gane quien gane en Washington en noviembre, en Moscú saben que si Estados Unidos/OTAN no acepta su derrota, la perspectiva de una guerra mayor estará servida.
El presidente Zelenski lleva la derrota impresa en el rostro. Ya no es aquel dinámico y voluntarioso personaje que protagonizaba portadas en los principales semanarios europeos y americanos. Ahora se le ve cansado, preocupado y excitado. Zelenski ha perdido buena parte del favor de sus padrinos –hasta le señalan, falsamente, como autor del atentado norteamericano contra el oleoducto Nord Stream–, que no entienden su última remodelación de gobierno, ni la ofensiva militar contra la región rusa de Kursk, un desesperado gesto de imagen por el que pagará un alto precio militar. Los occidentales le instaron a romper las negociaciones entabladas en Minsk y Estambul en el mismo inicio de la guerra, y ahora no son consecuentes con la intensidad de la ayuda que entonces le prometieron. Es la hora de los reproches y los agravios. Zelenski tiene motivos para preocuparse.
“Superado en número y armamento, el ejército ucraniano se enfrenta a una moral baja y a la deserción”, titula la CNN un exhaustivo informe impensable en nuestros lamentables medios. Cinco son los puntos de la quiebra militar ucraniana: las posiciones estratégicas de los soldados son más débiles, faltan recursos, las cadenas de suministro no están suficientemente defendidas, las comunicaciones suelen fallar y la moral se desploma, explica Diesen. Una vez que comienza, el colapso suele adoptar un efecto de alud, añade.
Compañías militares al completo se retiran de sus posiciones sin permiso, lo que desbarata cualquier planteamiento defensivo. Que uno de los nuevos F-16 suministrados por la OTAN y pilotado por uno de los mejores oficiales de la aviación ucraniana fuera derribado en su estreno, hace dos semanas, por el “fuego amigo” de una batería Patriot, es síntoma de graves problemas de coordinación.
Respecto a la retaguardia, unos 800.000 hombres ucranianos en edad militar han “pasado a la clandestinidad”, cambiando de domicilio y trabajando en negro para no dejar registro laboral y eludir la movilización, informaba el 4 de agosto el Financial Times, citando al jefe de la comisión de desarrollo económico del parlamento ucraniano, Dmitri Nataluji.
Los efectos de la carnicería que está sufriendo Ucrania son inconmensurables. El 78% de los ciudadanos declara tener parientes próximos y amigos que han resultado muertos o heridos en la guerra, según una encuesta telefónica realizada en mayo/junio del año pasado. Veremos qué factura arroja para el futuro todo ese bárbaro e injusto sufrimiento humano. El resentimiento contra Rusia de toda una generación de tantos ucranianos va para largo. Los videos sobre las razzias callejeras del ejército para apresar a quienes eluden el servicio han crecido exponencialmente en las redes sociales. También parece haber mejorado la información militar rusa sobre objetivos, como ilustra la destrucción de un centro militar aparentemente con gran concentración de técnicos militares de la OTAN en Poltava el 3 de septiembre. Y las perspectivas son aún más sombrías para Kiev, pues Rusia, especialmente después de la incursión militar ucraniana en Kursk, se está ensañando aún más con las infraestructuras energéticas del país.
Habiendo perdido ya la quinta parte de su territorio nacional y la tercera parte de su población, la perspectiva de un invierno con severos cortes de luz y calefacción anuncia un nuevo éxodo de centenares de miles de ucranianos hacia la Unión Europea este otoño/invierno. No estamos tan lejos de un colapso militar ucraniano. Quizás sea cuestión de algunos meses.
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Más sobre los secretos de Ustica
Por qué es imposible que se concrete el deseo del ex presidente italiano Giulio Amato de que la OTAN reconozca la verdad sobre el derribo del DC-9 de Itavia en junio de 1980
POR RAFAEL POCH / CTXT
El 28 de agosto de 1988, 300.000 personas asistían al ‘Flugtag’ una jornada de puertas abiertas en la base americana de Ramstein, en Alemania. La jornada concluía con la exhibición aérea de la patrulla acrobática de las fuerzas aéreas italianas ‘Frecce tricolori’, las flechas tricolor. Era uno de esos actos de espectáculo festivo y relaciones públicas de la potencia ocupante de Europa Occidental. La Iglesia evangélica alemana había llamado a la población a no asistir a “este tipo de certámenes utilizados para idealizar y endiosar la maquinaria bélica de matar seres humanos”. Socialdemócratas y verdes también se habían mostrado críticos con el show. Eran, desde luego, otros tiempos aún dominados en Alemania por el antimilitarismo y el antibelicismo.
El caso es que, cuando la patrulla acrobática italiana ultimaba su maniobra, dibujar un corazón en el cielo que el líder de la patrulla, el teniente coronel Ivo Nutarelli, debía atravesar con su aparato cruzándose en vuelo con sus compañeros, los aviones colisionaron, con el resultado de 67 muertos y quinientos heridos, entre todos ellos muchos niños. Fue el peor accidente hasta la fecha en una exhibición aérea, solo superado años después, en julio de 2002, por una catástrofe similar en la ciudad ucraniana de Lviv.
Nutarelli (foto) y su compañero de patrulla acrobática Mario Naldini, también muerto en Ramstein, habían sido testigos, ocho años antes, el 27 de junio de 1980, de otra catástrofe aérea, el nunca reconocido derribo accidental por un misil de la OTAN, del DC-9 de la compañía Itavia que volaba desde Bolonia a Palermo, sobre la isla de Ustica, 50 kilómetros al norte de la costa siciliana. Aquel misil, que ha sido secreto de Estado de la OTAN durante cuarenta años, se cobró la vida de 81 pasajeros y tripulantes del avión.
El pasado 2 de septiembre, el ex primer ministro italiano Giuliano Amato dijo, en una entrevista en La Repubblica que el misil lo había disparado un avión francés con el objetivo de derribar un avión militar libio en el que se creía viajaba Gadafi. Nutarelli y Naldini volaban aquel día a bordo de un TF-104G por aquella zona, en la que la OTAN realizaba unas “maniobras militares”, presumiblemente para encubrir la operación contra Gadafi. Francia se encontraba aquel año en guerra en Chad, enfrentada a las tropas del coronel libio. Según el juez Rosario Priore, los dos pilotos conocían muchos aspectos y circunstancias del derribo del DC-9, “pero a lo largo de los años transcurridos nunca salieron de su boca indicios más allá de algunos comentarios realizados en la intimidad”.
Ya en 1999 el juez Priore estableció que aquel derribo del DC-9 había sido “por acción militar”; que se pretendió hacer creer que el accidente se había producido a consecuencia de una bomba a bordo, y se quejó en su sentencia del cúmulo de “obstáculos, reticencias y falsos testimonios” con los que se había encontrado en su investigación. Así que cuando, ocho años después del secreto de Ustica, dos de sus testigos murieron en el show de Ramstein, algunos periodistas que llevaban años porfiando en busca de la verdad del caso, añadieron a su trabajo el examen de lo sucedido en la base militar.
Uno de esos periodistas fue Andrea Purgatori (foto) del Corriere della Sera, fallecido en julio y mencionado por Amato en su entrevista con La Reppublica, pero otro fue mi colega de Die Tageszeitung y corresponsal en Roma Werner Raith.
Hasta su muerte en 2001, Raith fue también un tenaz seguidor del caso Ustica, del que en 1999 publicó un libro (Absturz über Ustica), por cuyas páginas desfilan fuentes y testigos del caso misteriosamente suicidados o muertos en accidentes de tráfico. Raith decía que el teniente coronel Nutarelli tenía previsto dejar la profesión inmediatamente después del show acrobático de Ramstein, “despechado por un ascenso negado”.
“Dado que en relación con Ustica una buena docena de posibles testigos importantes ya habían muerto en circunstancias extrañas, las alarmas debían haber sonado desde el mismo momento en el que murieron los dos pilotos”, escribió Raith en agosto del 2000.
Al igual que Purgatori, Raith sufrió un intenso acoso y marcaje por parte de los servicios secretos, que trató de esquivar mudándose tres veces de casa. Los teléfonos y faxes de los periodistas eran intervenidos (entonces aún se notaba), documentos y casetes desaparecían de las mesas de sus despachos en toda una serie de robos “demostrativos” en los que los ladrones no mostraban interés alguno por el dinero.
En la redacción de Die Tageszeitung en Berlín, que en los años ochenta aún era un diario de izquierdas, y bien interesante, no faltaba quien considerara a Raith un tipo raro u obsesivo, un conspiranoico. Ese era, precisamente, uno de los objetivos y vectores de la acción de acoso e intoxicación de los servicios: agobiar y alimentar al investigador, magistrado o periodista, con noticias y pistas falsas para enredar su camino y desacreditarle. Por ejemplo, una mañana de junio de 1991, llegó a manos de Raith un documento del Ministerio de Defensa italiano con el sello “Riservatíssimo” (“alto secreto”) en el que, con fecha de 25 de mayo de 1988, se ordenaba la eliminación en el show de Ramstein del aviador con número de matrícula 32053. Era el número de Nutarelli. Pero el documento era falso, explicó Raith en un artículo publicado por Der Tagesspiegel. ¿Qué sacar en claro de todo esta maraña?
Ancianos políticos italianos sin nada que perder ya sueltan esa lengua que han tenido largos años atenazada por el nudo de su corbata. En 2008 el ex presidente Francesco Cossiga dijo, dos años antes de morir, que el responsable de la catástrofe de Ustica era un misil francés dirigido contra un avión militar libio. El ex primer ministro Amato ha dicho ahora que Gadafi se libró de aquel atentado porque Bettino Craxi, secretario de los socialistas italianos y también primer ministro, le advirtió de lo que se preparaba. Por eso, el coronel no llegó a embarcar en el Mig libio (según Raith procedente de Varsovia) que aquel día fue igualmente derribado por la OTAN, quizás pese a haber intentado parapetarse junto al DC-9 de Itavia, lo que explicaría el desastre…
El viejo ex primer ministro pide ahora al joven Macron (“o a la OTAN”, dice, como sugiriendo con esa mención secundaria una posibilidad mucho menos probable) que reconozcan su responsabilidad en el crimen de Ustica. En el ocaso de su vida quiere, dice Amato, “provocar, si es posible, un acercamiento a la verdad”. Pero la experiencia demuestra que ese es un ejercicio sumamente complicado para la OTAN y su mundo, sin duda el principal agente de terrorismo de la historia europea de posguerra y principal responsable histórico de la actual guerra de Ucrania que quizás sea su traca final, dado el enorme revés militar que se está incubando en ella para Occidente.
Si confesaran Ustica, ¿qué pasaría con la bomba de la Oktoberfest de Munich, el mayor atentado terrorista de la historia alemana, o con el dossier Bommeleeër, o con el expediente Gladio, el ejército secreto de la OTAN, responsable de tantos atentados, conocidos y desconocidos, sobre los que hasta una resolución del Senado Italiano se refirió directamente en el año 2000, sin la menor consecuencia? 1980, el año de Ustica fue también el año del atentado de la estación de Bolonia. Y de la Oktoberfest. Dos años antes habían eliminado al que fuera dos veces presidente del gobierno italiano Aldo Moro.
¿Cómo tirar de la manta de Ustica, ahora, cuando la OTAN está defendiendo “la libertad y la democracia” contra el mal en Ucrania? ¿Cómo hacerlo sin desestabilizar aún más todo el precario edificio de esa trampa geopolítica americana tejida desde el fin de la Guerra Fría y que conocemos como “seguridad europea”?
En materia de aviones caídos, casi todo se ha dicho ya en estas páginas. En materia de secretos y crímenes de Estado, hay siempre que aplicar la norma que se desprende de la experiencia: todo es siempre peor, y mucho más grave, de lo que sospechamos y denunciamos, entre acusaciones de “conspiracionismo” por parte de los habituales chiens de garde del establishment mediático.
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* Rafael Poch-de-Feliu fue corresponsal de La Vanguardia en Moscú, Pekín y Berlín. Autor de varios libros; sobre el fin de la URSS, sobre la Rusia de Putin, sobre China, y un ensayo colectivo sobre la Alemania de la eurocrisis.