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TURQUÍA. Nostálgico del Imperio Otomano, Erdogan convierte la Catedral de Santa Sofía en mezquita

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Si algo no se le puede negar a Erdogan es audacia. Turquía reclama ser parte de la UE pero se cisca los estándares europeos en materia de derechos humanos. Es aliada de Estados Unidos en la OTAN pero le compra armas sofisticadas a Rusia, con quien sostiene un tira y afloja en el occidente y norte de Siria. Compite con Arabia Saudita y mantiene relaciones ora amables, ora beligerantes con la República Islámica de Irán. Su última movida vuelve a enfrentar a Turquía con el mundo cristiano y especialmente con su enemigo histórico, Grecia. Queda por verse cual sera la reacción de Rusia.

Turquía: El sultán en la catedral

 

Turquía: El sultán en la catedral

 

POR GUADI CALVO / RESÚMEN MEDIO ORIENTE

Irak, Siria, Somalia, Libia, el Mediterráneo y ahora en el mismísimo Estambul, son los lugares donde en los últimos años el presidente turco Recep Tayyip Erdogan metió su cuchara para mostrarse ante el mundo como un nuevo sultán dedicado al resurgimiento de un nuevo Imperio Otomano, continuador del que se derrumbó al finalizar la Primera Guerra Mundial , imperio que había regido a la mayoría del mundo  musulmán desde el 1300.

El autócrata turco acaba de colocar una nueva perla a su corona: nada menos que la Hagia Sophia (Santa Madre Sofía) a la que por medio de un decreto del pasado viernes 10, convirtió una vez más en mezquita transfiriendo su control a la Dirección de Asuntos Religiosos se gobiermo y elimando así de un plumazo su estatus de museo.

La Hagia Sophia o Ayasofya, en turco, desde su construcción en el siglo VI, como catedral bizantina, acompañó los cambios políticos y militares que sacudieron a Estambul, convirtiéndose en un símbolo de rivalidad cristiano-musulmána. Así pasó de ser de catedral a mezquita, durante el Imperio otomano, hasta que con la secularización impuesta a partir de 1923 por el presidente Kemal Atatürk, fue declarada museo. La antigua catedral congrega viajeros de todo el mundo, convirtiéndose en el punto de mayor atractivo turístico del país: llegó a recibir cuatro millones de visitantes por año. Construida por el emperador bizantino Justiniano I, fue el foco del cristianismo durante casi mil años, hasta que el emperador Mehmed II conquistó Constantinopla y la convirtió a Santa Sofía en mezquita. Desde entonces y por cerca de cinco siglos fue uno de los principal centrso de devoción del Imperio Otomano.

Con esta decisión Erdogan atrae no solo a sus partidarios locales, sino también a millones de musulmanes de todos los rincones del globo, que se sentirán revindicados tras ochenta años de ostracismo, y podrán peregrinaran hasta la vieja catedral con devoción vindicativa.

Erdogan sabía que iba a provocar reacciones opuestas, que no tardaron en llegar, y obviamente las primeras que se conocieron partieron desde Grecia, país con el que Turquía tiene un largo y sangriento entredicho, además de cristianos de todo el mundo, entre ellos del Papa Francisco, quien acaba de declarar estar “muy dolido por la conversión”. También repudiaron la medida el Secretario de Estado norteamericano, Mike Pompeo y el Patriarca Kirill de la Iglesia Ortodoxa Rusa.

La oposición a Erdogan argumenta que Erdogan ha planteado en otras oportunidades el restarurar la calidad de mezquita de Hagia Sophia, siempre cuando se enfrenta a una crisis política, en procura de conseguir adhesiones de los sectores religiosos, nacionalistas y conservadores.

El presidente turco está viviendo momentos de zozobra, acuciado por la derrota electoral en el Ayuntamiento Metropolitano de Estambul, la mayor alcaldía del país, en las elecciones municipales celebradas a fines del año pasado. En ellas, el sector más conservador perdió la vieja capital del país tras 25 años de control, a manos de los socialdemócratas del Partido Republicano del Pueblo (CHP), en una repetición de los comicios celebrados en marzo y luego anulados. El del CHP, Ekrem Imamoglu consiguió el 54 por ciento de los votos. El nuevo alcalde de Estambul, de cincuenta años, que hasta hace poco más de un año era prácticamente un desconocido, se yergue como una grave amenaza para Erdogan, que gobierna Turquía desde hace 18 años con sus muy “particulares conceptos de la democracia” al tiempo que su espacio político Adalet ve Kalkınma Partisi o AKP (Partido de la Justicia y el Desarrollo) cae en las encuestas por su mal manejo frente a una pandemia que  con casi 122 mil infectado y 5 mil muertos está destruyendo importantes sectores de la economía.

El pasado 2 de julio, un tribunal administrativo devolvió a la Hagia Sophia su condición de mezquita, revocando un decreto de ochenta años que la había declarado: “un museo bajo el estado secular de Turquía”.

Desde que se convirtió en alcalde de Estambul en 1984, Erdogan buscó dejar su marca en su ciudad natal. Así, limpió las aguas del Cuerno de Oro, el estuario del estrecho del Bósforo, que divide a la ciudad; construyó un sistema de  puentes y túneles agilizando el tránsito entre la parte occidental y oriental de Estambul, al tiempo que levantó mezquitas en los sitios más estratégicos. Pero hasta ahora no había podido islamizar la Hagia Sophia, monumento que ocupa un lugar de central, no solo en el casco urbano, sino en la historia del país.

Yo, el califa.

La conversión de la Hagia Sophia en mezquita procura que se convierta en el tercer lugar más sagrado del islam, después de la Masjid al-Haram (Gran Mezquita) de La Meca y la Masjid a al-Aqsa  (mezquita de al-Aqsa) en al-Quds, el nombre árabe de Jerusalén, y por encima de  Masjid al-Nabawi de la ciudad de Medina. En una època en la que la casa reinante en Arabia Saudita, la de los Saud, parece precipitarse hacia la decadencia a fuerza de corrupción, despotismo, crímenes, la guerra en Yemen y la financiación de bandas terroristas de corte wahabita, que actúan desde Nigeria a Filipinas. Erdogan inició este camino desmantelando  progresivamente normas seculares instauradas por Atatürk, en un intento de restaurar la era otomana. Por lo que para él,  erigido en nuevo califa, habrá sonado a canto celestial escuchar por primera vez en 80 años a un imán leyendo la azora (capitulo) 48 del Corán titulada al-Fataj (la victoria) que celebra nada menos que el Hudaibiyah, el tratado de paz entre La Meca y Medina, en el 628, que permitió al profeta Mahoma, ingresar a la última ciudad.

La ceremonia irritó mucho al gobierno griego, que se considera el heredero natural del Imperio bizantino, de habla griega, que la catalogó como una violación del estado secular de Hagia Sophia, patrimonio mundial de la UNESCO.

Lina Mendoni, ministra de cultura helena, condenó la decisión de Turquía como un “desafío directo para todo el mundo civilizado” y subrayó que al entender del gobierno griego “el nacionalismo de Erdogan retrotrajo a Turquía seis siglos”.

Por su parte el patriarca ecuménico de Constantinopla, Bartolomé, líder espiritual de la Iglesia Ortodoxa Oriental cuya sede se encuentra en Estambul, al conocer las intenciones de Erdogan de cambiar el destino de la Catedral una vez más, dijo que: “la conversión decepcionaría a millones de cristianos en todo el mundo y dividiría a musulmanes y cristianos cuando lo hubiera hecho”.

Expertos en arte e historiadores temen por lo que podría pasar con los mosaicos medievales del interior de la Hagia Sophia, que representan a la Sagrada Familia y los retratos de los emperadores cristianos. Temen que puedan ser destruidos por los más musulmanes más ortodoxos, dada la prohibición establecida por las leyes islámicas de reproducir la figura humana.

A su ves las empresas turísticas temen que la entrada le sea vedada a los no musulmanes, acabando con una importante fuente de ingresos.

Hagia Sophia es el cuarto museo de la iglesia bizantina en ser reconvertido en mezquita en lo que va del gobierno de Erdogan, aunque se trata, con mucho, del de mayor importancia. La última reconversión se había producido en noviembre último con el monasterio de Chora de Estambul.

Tras conocerse públicamente la promulgación del decreto, más de un millar de fundamentalistas llegó a las puertas de la Hagia Sophia, al grito de Allah akbar» (Dios es grande) mientras la policía colocaba barreras en la entrada del monumento.

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