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Patria

 

Quienes ingresamos a la adolescencia bajo una dictadura militar percibimos rápidamente que el vocablo “patria” significaba cosas muy diferentes, incluso antagónicas, para quienes apoyaban a la dictadura y por lo tanto la ya longeva –más de una década– proscripción de las mayorías peronistas, y quienes de un modo u otro nos sentíamos parte de esas mayorías.

Hubo un parteaguas que nada tuvo que ver con la distinción entre derechas e izquierdas. Un grupo de muchachos peronistas auspiciados por la Unión Obrera Metalúrgica y una parte de la Fuerza Aérea secuestró un avión y aterrizó en Malvinas para, en nombre de la Patria, reivindicar la soberanía argentina sobre las islas.

Aquellos adelantados fueron pésimamente tratados y encarcelados por una dictadura infestada de nacionalistas a la violeta y chupacirios que se autodenominaban cursillistas.

Por entonces, había una fecha que ilustraba aquella antiquísima grieta, era la del 20 de noviembre, el negado Día de la Soberanía (instituido recién como feriado nacional por CFK) en recuerdo del combate de la Vuelta de Obligado, cuando ese día de 1845 las tropas de la Confederación Argentina intentaron impedir la navegación del Paraná por una escuadra anglo francesa.

En los colegios apenas si se enseñaba historia argentina, y se nos inculcaba, de manera equizófrenica, una “educación democrática” que aseguraba que había tres poderes republicanos, aun cuando dos estuvieran desaparecidos y el bigotudo general que se había apropiado de la Casa Rosada dijera que no tenía plazos para irse, que se quedaría todo lo necesario… para garantizar que el peronismo no volviera a gobernar.

 

 

Entonces, la bandera con el sol de Tupac Amaru le estaba vedada a los civiles, pues era considerado “de guerra” y privativo de los militares.

Ustedes deben ser jóvenes para haberlo sufrido y recordarlo pero entonces, si estabas en un cine y un teatro, a las cero horas del 25 de Mayo y el 9 de julio se suspendían las funciones, se encendían las luces, sonaba el himno nacional y si alguien no se ponía de pie, podía ser detenido y llevado a la comisaría más cercana por ofender a un simbolo nacional.

Y en todas las funciones a celebrarse en esos días, era preceptivo la entonación del himno y cantarlo en posición de firmes. Incluso en la calle, si sonaba el himno, era obligatorio detenerse.

Los símbolos nacionales habían sido apropiados por los dueños de todo. En las escuelas y colegios esos días era obligatorio llevar la escarapela.

Hice el servicio militar en el cuartel de La Tablada. Todos los días, a diana, entonábamos el himno “Aurora” (alta en el cielo / un águila guerrera), que desde su estreno en 1908 y hasta 1945, solo tuvo letra en italiano.

Fue en en este contexto de desconfianza en unos símbolos nacionales que eran utilizados como arma arrojadiza, que se cimentaba la extendida convicción de que cuando ellos y nosotros hablábamos de patria, hablábamos de cosas distintas.

Fue en ese contexto que Julio Cortázar escribió Un tal Lucas y distinguió en patriotismo, patrioterismo y el minimalista y melancólico patiotismo.
Casi nadie cuestionaba entonces la famosa frase de Samuel Johnson que aseguraba que “el patriotismo es el último refugio de los canallas”.

Una excepción éramos quienes adheriamos al peronismo insurgente y reivindicábamos el 20 de noviembre contra viento y marea pero aun así hablar de “patriotas” hacia que nos ruborizáramos.

Ellos hablaban de la Patria con mayúscula y la oponían al “sucio trapo rojo”. Influido por mis ancestros españoles yo consoderaba que “la patria son mis hermanos que están labrando la tierra”.

Esta grieta también recorría el movimiento: una runfla de infiltrados fascistas acaudillados por José López Rega y el comisario Alberto Villar –quienes pusieron en marcha la siniestra maquinaria de la Triple A– coincidían en su concepto de “Patria” con los proscriptores y la oligarquía

Los Kirchner acabaron con esta penosa situación de un tajo. Con Néstor en la Presidencia, la inconmensurable belleza de esa canción tan guerrera como inclusiva y fraterna refulge sin sombras, tañendo las cuerdas emotivas de quienes amamos estas tierras y sus gentes.

Sentimiento que hizo eclosión al celebrarse el bicentenario de la Revolución de Mayo, se cristalizó en el lema “La patria es el otro” y se reafirmó en la fiesta mutitudinaria por el campeonato mundial de fútbol: el pueblo argentino ama serlo, y ese amor (y el antiimperialismo) ha contagiado a vastas porciones de la humanidad, desde Bengala a la China.

Antes, el chamamé, por dar un ejemplo, era execrado por la “gente bien” y los medios dominantes. Hoy ya no se atreven.

En contraposicion y agudo contraste, al lado de bestias semianalfabetas como los principales exponentes de las derechas actuales, gorilas de paladar negro como el dictador Alejandro Agustin Lanusse parecen hoy émulos locales de Charles De Gaulle.

Son estos brutos que se creen dueños de un país al que detestan y la pléyade de periodistas a su servicio quienes nos acusan ahora de habernos apropiado del himno, la bandera, la escarapela y el mismísimo concepto de Patria.

¡Se quejan de que se los robamos los mismos que batallan por continuar con la entrega y extranjerización de ríos, lagos y mares, peces, litio, oro, plata, hidrocarburos y todo tipo de minerales!!

Parafraseando a Arlt: ¡Que los eunucos bufen!!


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