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EL CORDOBAZO. La insurrección obrero-estudiantil que hirió de muerte a una dictadura

Faltan unos pocos minutos para que acabe este infausto 29 de mayo, donde el fascista Mariano Cúneo Libarona se ha quedado con la mayoría de las 17 hectáreas del la ex ESMA, hasta ahora Espacio para la Memoria, dentro del cual estaban, entre otras muchas cosas, el Centro Cultural Haroldo Conti y el Archivo Nacional de la Memoria (ANM), donde trabajé desde 2008 hasta el 2015, cuando, como era previsible, el Secretario de Derechos Humanos nombrado por Macri, el sionista de negocios Claudio Avruj, me echó.*

Mañana escribiré —con enorme orgullo por haber participado de ambas— sobre la publicación de sendas investigaciones originadas en el ANM, sobre el Bombardeo a Plaza de Mayo y otros sitios del 16 de junio de 1955 (más de 300 muertos) y sobre los tres meses subsiguientes hasta el estallido del cruento golpe que estalló tres meses después, el 16 de septiembre.

El 29 de mayo que está finalizando justo ahora es, también, en tren de efemérides, el Día del Ejército, y el del secuestro por Montoneros del ex dictador Pedro Eugenio Aramburu (máximo responsable de los fusilamiento ilegales de junio de 1956 y del secuestro y ocultamiento del cadáver de Eva Perón). Dejémoslo ahí.

Y será, a partir de hoy, y entre otras muchas calamidades, el día en que quedó clara, blanco sobre negro, la intención del gobierno de Milei y el infame ministro Lugones, de acabar con el Hospital Pediátrico Juan P. Garrahan, el mejor del Cono Sur sino de toda Sudamérica, donde se atiende la mitad de los niños argentinos que padecen cánceres, y donde muchos padres, incluso a pesar de contar con prepagas, prefieren llevar a sus hijos enfermos a causa de la excelencia de sus prestaciones.

Pero, por sobre todas las cosas, el 29 de Mayo será por siempre el día del Cordobazo, la insurrección contra la dictadura encabezada por el general Juan Carlos Onganía en la que participaron codo a codo los trabajadores sindicalizados y los estudiantes secundarios.

Por entonces el número de desocupados y trabajadores precarizados, «en negro» (fuera de les trabajadores en casas particulares «domésticos») era exiguo.

Sobre aquella jornada histórica hay diferentes miradas. Entonces, a mis 15 años, yo y mis compañeros de la minúscula agrupación Acción Revolucionaria Estudiantil Nacional (AREN) considerábamos que era el inicio de una revolución socialista por no atrevernos a decir comunista antiautoritaria. Tardamos mucho en comprender que no era así, que se había tratado básicamente de un movimiento defensivo de los trabajadores mejor pagados de una pujante Córdoba industrial, ante las amenazas de acabar con sus derechos adquiridos. Lo que haría a sangre y fuego otra dictadura cívico militar siete años después.

El compañero Dardo Castro, cordobés, participó de aquellas jornadas a partir de las cuales fue un militante consecuente, y por añadidura ,un buen periodista.

Los dejo con él.

Córdoba, el vientre de la rebeldía

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DARDO CASTRO / LOS 70
En la tarde del 29 de mayo de 1969 “el general Jorge Carcagno, al mando del Regimiento 1 de Infantería Aerotransportada, ingresa con paso gentil a la ciudad de Córdoba para recuperarla de manos de obreros, estudiantes y pueblo en general”. Ese “paso gentil” que describe Juan Iturburu en su crónica del Cordobazo publicada en la revista Los ’70, condensa las contradicciones con que el gobierno del general Juan Carlos Onganía afrontaba la inesperada insurrección popular, dividido en dos alas nítidamente enfrentadas: la del propio Onganía, con sus delirios corporativistas y sus funcionarios ultramontanos, y la del general Alejandro Agustín Lanusse, portador de un proyecto de recambio que se apoyaba en el nuevo núcleo dinámico de la economía argentina, la industria automotriz, que cobró un peso decisivo con la radicación de las multinacionales del sector hacia fines de los `50.
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La creciente fractura del poder político y económico realineó a la propia dirigencia sindical, entre la que se perfilaba el vandorismo, mejor vinculado a los cambios tecnológicos, que alentaba el desplazamiento de Onganía por Lanusse. Las fuerzas políticas, en particular el peronismo, estaban atravesadas por el mismo conflicto de poder.
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En Córdoba, las automotrices empleaban al 60 por ciento de los obreros industriales. Esas grandes fábricas, que trajeron los procesos de trabajo de sus matrices, modelaron el obrero fordista a imagen y semejanza del que fue protagonista de las rebeliones del Mayo Francés (1968) y el Otoño Caliente italiano (1969). Eran las mismas multinacionales, incluso, como Fiat y Renault.
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Junto con el estudiante de la universidad de masas, el obrero fordista de los 70 se erigía como un nuevo sujeto histórico que venía librando una tenaz lucha en el interior de la fábrica, tanto por sus reivindicaciones económicas como por la democratización del movimiento sindical.
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Por otra parte, no es posible comprender el Cordobazo si no se repara la extensa huelga estudiantil de 1966, desatada por la intervención a las universidades que dictó Onganía, y la obstinada resistencia que le dio continuidad al conflicto a lo largo de 1967, con actos relámpagos en el centro y tomas esporádicas pero repetidas del barrio Clínicas. Esa batalla dejó una valiosa experiencia de organización, métodos de lucha social y elevación de la conciencia antidictatorial que los trabajadores cordobeses hicieron suyos para proyectarlos después en el Cordobazo.
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El estudiantado cordobés, como el de Rosario, Corrientes y Tucumán, demostró que la lucha de calle era imprescindible para enfrentar a una dictadura que impedía cualquier tipo de participación política que no fuera confesional o corporativa.
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Planificación

Mucho se ha debatido si el Cordobazo fue una rebelión espontánea o planificada. Se ha dicho que Agustín Tosco (Luz y Fuerza) y Elpidio Torres (SMATA), principalmente, planificaron la jornada de lucha, luego de la célebre reunión que puso frente a frente al líder vandorista con el socialista, enemistados desde hacía tiempo. La tercera pata eran los choferes de UTA, que encabezaba el peronista Atilio López, vitales para paralizar la ciudad a partir de las 10.
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Atilio López (quien sería asesinado por los fascistas infiltrados en el peronismo) y Agustín Tosco.
De paso, hay que aclarar que René Salamanca, quien después sería secretario general del SMATA-Córdoba, por entonces sobrevivía trabajando por su cuenta con un torno prestado, ya que había sido expulsado de la UOM por el peronista ortodoxo Alejo Simó.
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Hasta ahí la planificación. Pero, ¿quién habrá imaginado en las vísperas lo que vino después, la derrota fulminante de la represión, la toma de la ciudad por obreros, estudiantes y vecinos, la alegría de sentirse autónomos, rebeldes, hermanos en la lucha?
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Y, sobre todo, que esa rebelión conmovería al país entero, iniciaría el camino hacia la caída de la dictadura y, antes, democratizaría la vida en las universidades y en las fábricas.
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Más allá de las reivindicaciones inmediatas, como el famoso conflicto por el sábado inglés (N. del E.: el derecho a no trabajar pasado el mediodía) fue quizás Tosco el que con mayor lucidez leyó las condiciones políticas que hicieron posible la insurrección. Así, apostó fuertemente a las bases de los sindicatos liderados por el vandorismo y al palpable malestar popular que causaba una dictadura que reprimía violentamente las demandas económicas y democráticas. Observador atento de las luchas estudiantiles, con cuyos dirigentes mantenía un diálogo permanente, Tosco consideraba la huelga de 1966 como un verdadero ensayo del Cordobazo. Aún así, y pese a lo certero de sus previsiones, Tosco confesó más de una vez su sorpresa por la magnitud y proyección política de la movilización.
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Es que, a más de las fracturas en el poder que facilitaron el levantamiento, todo se inscribía en el cambio de época que dio lugar a un movimiento estudiantil masivo y rebelde, una intelectualidad que buscaba un destino trascendente y, de manera decisiva, un movimiento obrero cada vez más consciente de su potencia económica y política..
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Ese día flotaba en las calles todo lo que nos llegaba de un mundo convulsionado por la rebeldía. Desde las luchas anticoloniales de Asia, Africa y América latina, hasta la resistencia de los jóvenes estadounidenses a la guerra de Vietnam y a las cíclicas intervenciones de su país en América latina; desde el fulgor de la gesta del Che y la Revolución Cubana hasta el arribo en los 60 de los primeros textos de Foucault y del marxismo antistalinista, con Gramsci y Rosa Luxemburgo a la cabeza.
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Habla Atilio López, a su lado está Tosco.
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En ese magma, entonces, parece vano buscar una inasible frontera que delimite cuánto de consciente y cuánto de espontáneo hubo en el Cordobazo. Tan vano como imaginar a un dirigente como Tosco al margen del movimiento intelectual y político que lo erigió como un dirigente político popular que trascendió su sindic
ato, su provincia y su época.

Nota

*Se dará la paradoja de que en ese mismo lugar en las que se internaba a secuestrados cuya inmensa mayoría fueron arrojados a las aguas del estuario del Plata, ahora se llevara a presos esposados. Cuando Eduardo Luis Duhalde era Secretario de Derechos Humanos, estaba prohibido el ingreso de miembros de las fuerzas armadas y seguridad uniformados. Quienes lo reemplazaron tras su fallecimiento no estuvieron a su altura. Poco a poco, gracias a una larga serie de sospechosísimas amenazas de bomba (alrededor de sesenta) los bomberos de la Policía Federal (y más precisamente de su Departamento de Explosivos, sospechado de haber intervenido en la voladura de la DAIA-AMIA) lograron  tener uno de sus vehículos con su dotación permanentemente dentro del predio. Cuando Macri asumió la Presidencia, la seguridad propia del lugar (en la que participaban ex detenidos-desaparecidos) fue reemplazada por la Policía Federal). Como en tantísimos otros aspectos, durante el gobierno de Alberto Fernández no subsanó esta situación.

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