TRIPLE A. Lanata y las alcahueterías a la Policía Federal

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Viernes. Miro 678 mientras preparo la cena. Hay un set dedicado a la pasión plagiaria de Lanata. O de sus muchos copistas, como explicó un gran periodista, Homero Alsina Thevenet. Miro y me quedo tildado, sintiéndome un poco desgraciado. Porque fui, sin discusión, posible, el primer periodista que le plantó decididamente cara a Lanata y sus turbios manejos. Pero eso, excepto algunos compañeros de la cooperativa que editó El Porteño cuando Gabriel Levinas se cansó de la revista, nadie me lo va a reconocer.
Hice unos ravioles para mi mujer y mi hijo. Me critican porque me dicen que les falta cocción y me piden que baje el sonido de la tele, que queda a mis espaldas.
Me pierdo a Mocca, un tipo inteligente, hablando de la crisis griega: no se puede estar en todo. De repente, escucho que hablan de Parapolicial Negro, una prehistoria de la Triple A. Se trata de un documental (docudrama, en rigor) sobre las AAA que están dando en el Gaumont y que vi al día siguiente del estreno.
Raúl Antonio Guglielminetti, alía Mayor Rogelio Guastavino. Fue del star system de la Tripleta, pero Oyarbide no se entera.
Mi amigo Claudio Mardones había quedado en escribir una crítica en Tiempo Argentino, lo que me inhibió a mí de hacerlo (no tenía dónde publicarla) pero conversamos con él acerca de la peli. Hay un paralelismo con el libro Todos mataron, un buen trabajo de Ricardo Canaletti y Rolando Barbano que critiqué hace ya tiempo y que resulta evidente le sirvió al film de base. No sólo porque aparece Barbano, ni por el enfoque hacia la prehistoria de la Triple A, también porque, increíblemente, se soslaya, se elude, el hecho central de que la columna vertebral de las Tres A, la Alianza Anticomunista Argentina, AAA o Triple A, fue, sin discusión posible, la Policía Federal. Cuyo jefe era el comisario general Alberto Villar (alías «Tito», alías «Tubo», alías «Rommel»). A quién servían operativos de la superintendencia de Seguridad Federal (SSF). El centro neurológico era la Superintendencia de Comunicaciones, de la que depende el Comando Radioeléctrico y se encargaba, entre otras cosas, de establecer las “áreas libres”, de modo de secuestrar y matar sin interferencias.
Tubo Villar. Murió en su ley.
El juez Oyarbide, que también es (profesor y allegado íntimo) de la Federal, finge demencia y nunca jamás citó siquiera a declarar como testigos a los miembros de las custodias de Lopecito (el superministro José López Rega) e Isabel (la presidenta María Estela Martínez de Perón), todos efectivos de la Federal, casi todos exonerados por criminales y luego reincorporados al servicio activo, y todos, todos, miembros de la Triple A… excepto un tal Luisi… que en el documental es confundido reiteradamente con el comisario Juan Ramón «El Chango» Morales, jefe de la custodia del Hermano Daniel, como le gustaba que lo llamaran a López Rega, quién se hizo ascender por Perón de cabo 1º a comisario general de la Federal en un salto se diría que imposible de igualar (el cabo Hitler se hizo nombrar Führer, sí, pero no se le ocurrió hacerse nombrar teniente general).
Repito: excepto Luisi, todos los demás miembros de las custodias de Isabel y lopecito fueron ostensiblemente miembros de la Triple A y Oyarbide nunca jamás los citó, ni a declarar, ni siquiera tangencialmenteen sus escritos. Vade retro Satán. Y menos que menos, citó, ni de soslayo, a otros federales retirados más que sospechosos de haber sido miembros de la Triple A y que están presos por otras causas (Nerone, Miara, Ahmed, el Cura Taddei, Poroto Vidal, etc, etc.) que por lo visto para él no existen, y ni siquiera a ex miembros de la SIDE que también fueron de la Triple A vía el Batallón 601 de Inteligencia del Ejército y/o la banda de Aníbal Gordon, como Raúl Guglielminetti y Eduardo Ruffo… al que la justicia absolvió el viernes en el juicio por el robo de bebés a pesar de que es público y notorio que, además de Carla Rutilo Artés se apropió de otro bebé, de nombre Alejandro, también hijo de desaparecidos.
Mardones y yo quedamos estupefactos cuando en el documental aparece un intelectual prestigioso, Sergio Bufano (director de la revista «Lucha Armada») y dice, palabras más, palabras menos, que el espinazo de la Triple A eran… los sindicatos.
¿Y la Federal? Entiendo que Canaletti, Barbano y Ricardo Ragendorfer no le carguen la romana porque hacen un periodismo en el que les es imprescindible tener fuentes en las filas azules (en rigor, desde el atentado a la AMIA, negras, ya que fue a partir de él que el color de su uniforme ¿por culpa? pero ¿Bufano?
En cualquier momento, en lugar de apuntar contra el gran jefe Villar (al que, igual, no lo afectará nada, ya que los montoneros lo mataron junto a su esposa), se apuntará… contra Hugo Moyano. Contra quien no hay hasta ahora la menor prueba de que haya integrado las escuadras de sicarios. Como si la hay, por ejemplo, contra Gregorio Minguito, por entonces secretario general de la UOM de Vicente López y ladero del gobernador Vitorio Calabró.
Y hablando del alcahuete de los milicos Calabró y por metonimia: El descalabro final y lo que me motivó a dar rienda suelta a esta catarsis fue la intervención en 678 del actor Luis Ziembrowski, uno de los protagonistas de la parte ficccional de Parapolicial Negro (hace de malísimo).
Ziembrowski se refirió a lo que es sin duda el mayor hallazgo del documental, la participación de Ana María Gil Calvo, la viuda de El Pibe Almirón, el subcomisario que fue jefe de la custodia de Isabel, y al que se acusa entre otros muchos crímenes de haber ametrallado al padre Carlos Mugica. Y es que la mujer, nacida en Rosario, se la pasa diciendo en delicioso castizo que su maridito era un pan de dios, un querubín incapaz de matar una mosca… y termina recordando que le ponía latas de conserva sobre la cabeza a las que disparaba con su Colt .45.
Ziembrowski (que huelga recordar, es actor, no investigador) dijo que a Almirón lo descubrieron en España periodistas del semanario Cambio 16, y que a partir de eso fue extraditado…  Claro que entre ambas cosas hubo un hiato… ¡de 23 años!
Periodistas del semanario Cambio16 descubrieron a Almirón en 1983, cuando era jefe de la custodia del jefe de la derecha neofranquista, Manuel Fraga Iribarne. Entonces se descubrió que la orden de captura formal por la dictadura tenía un pequeño defecto formal: Requería a las autoridades españolas que se detuviera con vistas a su extradición a Luis Almirón. El pequeño detalle es que Almirón no se llamaba Luis, sino Rodolfo Eduardo (ver foto actual).
Después, durante 23 años, Almirón siguió tranquilo. Le alcanzó con borrar el nombre Rodolfo, con llamarse solamente Eduardo. El que tenía orden de captura emitida por Interpol (es decir, por la Policía Federal) era Rodolfo.
Pero a fines de 2006, el periodista Félix Martínez, de la redacción barcelonesa del diario El Mundo, me llamó desde la oficinas de Ricardo, alías El Mamut, un viejo amigo, ex montonero, en el barrio de Lesseps de la ciudad condal, donde quien escribe vivió cuatro años, entre 1977 y 1981. Martínez  me dijo que había perseguído a un nazi nonagenario que se le había escapado en un puerto de Girona, y que me llamaba por indicación del Mamut para ver si podía reemplazar al esquivo nazi por algún represor argentino.
Sin hesitar, le dije que tratara de ubicar a Rodolfo Eduardo Almirón Sena, uno de los capitostes de la Triple A al que los de Cambio 16 ya habían ubicado en 1983 y que seguramente seguía viviendo lo más traquilo en España.
A los pocos días me llegó la noticia de que Almirón había sido localizado y detenido en un barrio pobre de Torrent, un suburbio de Valencia. Me sentí tan sorprendido como el japonés que tiró de la cadena en el momento de explotar la bomba de Hiroshima…
Había bastado con que Félix Martínez le preguntara a sus contactos en la Policía Nacional por Rodolfo Eduardo Almirón Sena.
Claro que Martínez (que trabajaba en sociedad con otro periodista, Nando García) no lo escribió así, sino que le echó un poco de misterio, seguramente en busca de que sus jefes valorasen debidamente su trabajo.
Escribió: «Dar con él no fue fácil. Localizamos en Barcelona a un extraño argentino de quien se decía que había sido montonero. Resultó ser Mamut, el miembro del grupo izquierdista que años atrás había estado encargado de planear un atentado contra Almirón que finalmente nunca se produjo. Nos puso sobre la pista: Almirón vivía en Madrid (…) Pero no era así. Largos contactos con Argentina (sic) nos permitieron localizar a su esposa, Ana María Gil, en Torrent, Valencia. Tras 30 horas de guardia y de despertar las sospechas de todo el barrio, les identificamos y les abordamos finalmente».
Bastantes párrafos más adelante especifican que «Encontramos a Eduardo Almirón y a Ana María Gil en una población a apenas 10 kilómetros de Valencia, Torrent, en el barrio del Xenillet, del que no se puede afirmar precisamente que acoja las principales organizaciones de lujo de la localidad…».
Como iba a pasar después con Valentin Javier Diment, el realizador de Policial Negro, los periodistas españoles quedaron subyugados con Ana María Gil Calvo, la mujer de Almirón, que fue, puede apreciarse en viejas fotos, una bella azafata de Iberia. Luego de decir que su marido (al que siempre identifica por su segundo nombre, Eduardo, por lo que sus entrevistadores también lo llaman así) era «demasiado bueno», reconoció que al comenzar los ’60 «los ladrones que entraban en comisaría difícilmente volvían a delinquir tras probar los correctivos de la Policía Federal»  (¡Gulp!) y que a mediados de esa década, Almirón abandonó el cuerpo «porque había tenido problemas con sus superiores y porque era muy recto y muy activo» y no toleraba ni los abusos ni la confiscación personal de botines de robos que llevaban a cabo algunos de sus compañeros. Así como lo oyen.
Continuaban Martínez & García: «El periodista de investigación hispanoargentino Juan Salinas nos cuenta desde Buenos Aires una versión muy distinta: «Los jefes operativos de las patotas (los comandos a las órdenes de la Triple A que la dictadura habría de rebautizar como ‘grupo de tareas’) eran el comisario mayor Juan Ramón Morales, y su yerno Almirón. Ambos habían sido expulsados de la Policía Federal a fines de los 60 por ladrones, torturadores y homicidas. Ambos, y otros sicarios a sus órdenes, se habían enriquecido robando junto a los miembros de la famosa Banda del Loco Prieto, a la que luego habían exterminado para impedir ser delatados. Pero, a pesar de ello (o, más bien, a causa de ello) fueron recuperados para el servicio activo por el esotérico secretario privado de Perón y superministro de Bienestar Social, cuya sede era el auténtico cuartel general de la Triple A, López Rega».
(…) «Salinas afirma que «la conformación de la Triple A había sido impulsada por militares retirados de ideología fascista pertenecientes al entorno de Perón como el coronel Jorge Osinde, jefe de los servicios secretos desde antes del ascenso al poder de Perón y el mayor Ciro Ahumada, pero sus mandos estaban en manos de policías y ex policías federales» que componían las patotas».
En fin, hubo quien -supongo que de buena fe- se apuró en atriburirse públicamente el mérito de la captura de Almirón que fue detenido por la policía española el 28 de diciembre, Día de los Santos Inocentes.
El 13 de febrero abril de 2007, los periodistas del diario El Mundo recibieron el Premio Ciudad de Barcelona de prensa escrita por haber ubicado a Almirón. «Según informó el Instituto de Cultura de Barcelona, el jurado otorgó por unanimidad el premio a Félix Martínez, Nando García y (el reportero gráfico) Joan Manuel Baliellas por siete artículos publicados entre el 17 de diciembre de 2006 y el 16 de enero de 2007», informó la agencia EFE.
«Para el jurado, este trabajo es ‘un ejemplo valioso de periodismo de investigación con trascendencia de alcance internacional'», abundó.
La detención de Morales obligó a Oyarbide a pedir su extradición (de paso, cañazo, pidió la de Isabelita, que la justicia española no le concedió). Seguidamente, periodistas del pseudodiario Perfil ubicaron al comisario Morales en su departamento de Palermo, y lo fotografiaron en el balcón, tomando aire en pijama. Más tarde, también fue detenido el suboficial mayor Miguel Ángel Rovira, mano derecha de Almirón y acaso el principal ejecutor del grupo (no un simple chofer, como lo presenta Parapolicial Negro, a pesar de mostrarlo en fotos en que aparece en el asiento de atrás del Peugeot 504 negro de Almirón, la típica posición del ametralladorista en los móviles policiales) que a diferencia de los demás, nunca fue echado de la policía e integró la banda asesina mientras permanecía en el servicio activo.
El resto, ya se sabe: Primero murió Morales -en el Hospital Churruca, a dónde fue derivado desde su departamento palermitano, donde cumplía prisión domiciliaria-; después, Almirón (en el hospital Ramos Mejía) y por último Rovira -en su chalet de la calle Pasco al mil, barrio de San Cristóbal-.
Liberado de este peso, Oyarbide ordenó la captura de Julio Yessi y otros cachafaces del gobierno de Isabel, seguramente criminales, sí, pero de segunda categoría, incluyendo a algún federal desclasado, a fin de cubrir las formas.
Entiendo perfectamente por qué hay tantísima dificultad de decir las cosas como son y adjudicarle sin más a la Federal el papel protagónico que le corresponde en asunto tan fulero.
A los periodistas e investigadores no siempre les es posible decir toda la verdad.
Pero si es así deberían abocarse a temas que pudieran abordar sin cortapisas.
En cuanto a los efectivos de la Federal de ahora, les digo: no se sientan obligados por la historia siniestra de aquella generación de asesinos psicópatas. El comisario Villar tuvo una hija hippie que parió dos hijos músicos, Lucas Martí (hijo del fotógrafo que acaso haya sido el mejor amigo de Luis Alberto Spinetta) y Emmanuel Horvilleur (que formó junto a Dante Spinetta el famoso dúo Ilya Kuryaki & The Valderramas). Hace ya unos años, abrumado por la historia de su abuelo, Lucas estalló: “Espero no tener ni uno de sus genes”.

Él difícilmente pueda escapar de esa herencia, la genética, pero para ustedes es pan comido.

Y además, los genes no tienen importancia. Fíjense acá: los dos nietos del comisario Villar, junto a los hijos de Spinetta y él mismo Luis Alberto cantan «El mono tremendo».

Contra todos los gorilas de este mundo.

Veánlo. Vean a Luis sonreir pícaro, y decir: «Mañana serán poder».


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