Pedro Castillo asumirá como Presidente en una situación todavía peor que la que tenía por delante Néstor Kirchner en 2003. Un joven periodista, nieto del primero de los fundadores argentinos de la agencia cubana Prensa Latina, Ricardo Masetti (los otros fueron Rodolfo Walsh y Rogelio García Lupo), describe las enormes escollos que tiene de movida para cumplir con sus promesas electorales. A continuación, y con un toque de optimismo, Marcelo Brignoni destaca que Perú tiene por fin un presidente parecido a la mayoría de sus ciudadanos, y recuerda que el país fue el más remodelado por el neoliberalismo. En efecto, como sucedió con Menem entre nosotros pero con mayor profundidad la década de los años 90 fue ocupada por entero por Alberto Fujimori, que a poco de gobernar ejecutó un autogolpe, se convirtió en un autócrata y en 1993 modificó la Constitución para no permitir la reelección de ningún otro presidente que no fuera él. Una constitución tan neoliberal que le prohibe al Estado intervenir en la Economía.
Último momento: Para Keiko Fujimori su derrota electoral no solo supone que no podrá indultar a su padre preso, sino que ella misma puede terminar en la cárcel. / Y una noticia alentadora, las Fuerzas Armadas ha proclamado su neutralidad y aceptación de la voluntad popular.
Perú: ¿y ahora qué?
Con el fujimorismo derrotado por microscópica diferencia en las urnas, la victoria del candidato de Perú Libre debe ser leída a partir de sus propias limitaciones: resultado que condiciona y obliga al ganador a duras negociaciones con los sectores de la política tradicional peruana, los que ya están dispuestos a toda suerte de entorpecimientos, incluso a desconocer el mandato popular, que sí o sí deberá ser garantizado por las organizaciones progresistas. El llamado a una Asamblea Constituyente, la aplicación de la anunciada reforma agraria, el combate a la pobreza, las inversiones en salud y la creación de ministerios claves para el desarrollo de Perú fueron algunos de los proyectos prometidos por el candidato electo, que ahora tendrá que llevarlos adelante sobre un territorio minado con desafíos y enconadas oposiciones.

POR SANTIAGO MASETTI / REDACCIÓN ALA, Buenos Aires
Con la ajustada victoria de Pedro Castillo en el balotaje presidencial, el profesor oriundo de la localidad de Cajamarca, no sólo asumirá la presidencia de Perú el 28 de Julio próximo, sino que tendrá que responder al electorado que se dividió y por unos pocos votos lo ubicó en la Casa de Gobierno o Palacio de Pizzarro.
Con el 99.795 por ciento de las actas escrutadas el candidato presidencial de Perú Libre se impuso este miércoles con el 50.206% de los votos frente a la derechista Keiko Fujimori de Fuerza Popular, quien cosechó el 49,794 de los sufragios, en el balotaje celebrado el domingo último en la nación incaica
La bipolaridad marcada en la segunda vuelta, al resultar ganador por menos de un punto, lejos de los festejos coyunturales prometen un dolor de cabeza a un futuro mandatario que durante la campaña se vio obligado a modificar o ampliar su plan de gobierno para paulatinamente ir ganando respaldos.
La desigualdad y el combate de la pobreza estructural fueron siempre el principal tema de campaña de Castillo, quien además deberá darle solución a una complejísima situación sanitaria, que se encuentra en crisis mucho antes de la llegada del Coronavirus.
Por ello, la presentación del “Plan de Gobierno Perú al Bicentenario – Sin Corrupción”, el cual contiene siete puntos principales y luego de las elecciones generales de mayo, sumó propuestas de la ex candidata de Juntos por el Perú, Verónika Mendoza.
El primer punto está relacionado al sistema de salud y particularmente busca frenar los numerosos casos de Coronavirus que registra el país. Allí indica que el Gobierno dispondrá “de todos los recursos médico-asistenciales de los sectores público y privado existentes en las zonas afectadas” y la convocatoria a un consejo de científicos y técnicos en salud para el desarrollo de un programa denominado ‘Programa Nacional Perú Libre de Pandemia’.
En este punto en particular, toma importante trascendencia la capacidad de Castillo de llegar a acuerdos con otros gobiernos y/o farmacéuticas del mundo, para la adquisición de vacunas contra el Covid-19, que le permitan inocular a la población; pero a la vez le servirá para diferenciarse de sus antecesores y despegarse de los gobiernos del establishment, quienes no supieron o no quisieron dar respuesta alguna a este tema.
En la denominada “batalla parlamentaria”, Castillo tendrá un panorama demasiado complejo, donde tendrá que buscar gobernabilidad a través de acuerdos y consensos con los sectores tradicionales de la política peruana que van a hegemonizar el Congreso. Por ello es vital el diálogo constante con las bases sociales y sus organizaciones, para ir construyendo poder por fuera del ámbito parlamentario, y así garantizar un respaldo popular para que lo defienda en las calles, ante una posible (y casi segura) avanzada de la derecha.
Sin la activa movilización, participación y sincero diálogo entre el próximo mandatario peruano y las organizaciones populares, a Castillo y las fuerzas nacionales, se le tornará imposible avanzar hacía las conquistas que el pueblo peruano exige.
Dentro del plan trazado por Castillo se encuentra la creación del Ministerio de Ciencia y Tecnología, el cual en sus inicios estará abocada al enfrentamiento del Covid 19, realizando la distribución de más de 20 millones de barbijos, jabones, alcohol, pulsos de oxímetros, producción de oxigeno medicinal y atención a la salud mental.
El último punto plantea la convocatoria a un referéndum para reformar la Carta Magna. Entre los aspectos que se busca incluir en la nueva constitución se encuentran que se reconozca “expresamente y garantice los derechos a la salud y la educación, a la alimentación, a la vivienda, y el acceso al internet; el reconocimiento a los pueblos originarios y a nuestra diversidad cultural; de los derechos de la naturaleza y el buen vivir”, entre otros.
Además, el documento también pone como prioridades la reactivación de la economía, el “inicio del proceso de la segunda reforma agraria”, el retorno a la educación presencial, la masificación del gas como política de Estado y una clase de reforma tributaria para “aumentar sustancialmente la inversión en educación y salud”.
En lo que respecta a la política exterior, el panorama que le tocará a Castillo, será convivir con países denominados progresistas, como Argentina con Alberto Fernández; Luis Arce en Bolivia; Nicolás Maduro en Venezuela y con la posibilidad de resultar vencedor (palestino y comunista) en Chile Daniel Jadue. De esta manera, en Sudamérica en particular, las posibilidades de una alianza estratégica para un desarrollo genuino, sostenible, inclusivo y compartido entre todas las naciones volvería a tomar impulso y el grupo de Lima, quedará reducido y sin uno de sus principales bastiones. De ahora en más la audacia y la agilidad de Castillo consistirá en aplicar éste y otros programas de Gobierno, en una sociedad que se encuentra extremadamente dividida, por lo que tendrá que negociar punto por punto, en un sistema político que tiene sus propios mecanismos para destituir presidentes de forma express.
Tras haberse realizado las elecciones en Perú, donde el maestro rural José Pedro Castillo se impuso ante la líder de la derecha Keiko Fujimori, el analista de política internacional Marcelo Brignoni propone reflexionar sobre el salvaje experimento desarrollado por el neoliberalismo en la región, a través del cual se ha intentado desterrar de la memoria popular las ancestrales luchas peruanas fundadas en el espíritu sanmartiniano de la liberación colonial y también en el mariateguismo de principios del Siglo XX.
POR MARCELO BRIGNONI / LA TECLA EÑE
Mientras transcurren las primeras horas del extraordinario triunfo del maestro rural José Pedro Castillo Terrones en Perú, y se desarrollan los postreros intentos de golpe de estado de la candidata derrotada, resultan necesarias algunas reflexiones.
Perú, tal vez el experimento más salvaje del neoliberalismo en la región, el que incluso está explícitamente incluido en su Constitución, “legado” de Fujimori, parece cambiar positivamente.
Aquella Constitución de 1993 dice que el estado no puede intervenir en la economía y que la Presidencia del Perú, que es ejercida por un período de 5 años, no tiene posibilidad de reelección alguna.
Este formato institucional a medida, donde quedó plasmada la redefinición de la relación de servidumbre entre el sistema político del Perú y los poderes fácticos, permitió que el poder económico transnacional que opera en Perú, con una oligarquía local, que sólo actúa como delegada, pusiera y sacara presidentes como muñecos y que estos transitaran sin más desde el Palacio de Gobierno a la Cárcel de la Base Naval del Callao, o al suicidio como Alan García.
El próximo 28 de julio, fecha constitucional de asunción del Presidente de Perú ante el Congreso de la República, el país tendrá casi por primera vez, como ya sucediera con Evo Morales en Bolivia, un Presidente parecido a su propio pueblo.
Pasar de aquel último presidente electo, Pedro Pablo Kuczynski Godard, destituido y condenado, a este comprometido maestro rural de Tacabamba, en los Andes peruanos, ha sido un tsunami popular que dejó patas para arriba al viejo sistema político de dominación colonial instalado en el Perú.
Desde aquel presidente que estudió en el Markham College de Lima y posteriormente complementó su educación en el Exeter College de la Universidad de Oxford en el Reino Unido a este autodidacta popular consagrado presidente, el cambio positivo es difícil de mensurar en lo inmediato.
Hoy parece lejano aquel Golpe Parlamentario, perpetrado a inicios de noviembre del 2020, por Acción Popular y Keiko Fujimori, que depositó muy brevemente en el Palacio de Gobierno al poco recordado Manuel Merino y que suscitó un masivo repudio callejero y social. Este presente victorioso del pueblo peruano se nutrió de lucha y también de víctimas, inolvidables aun en este momento de alegría.
El ascenso al gobierno del líder de la huelga docente de 2017, se reconoce en viejas y ancestrales luchas peruanas, en el espíritu sanmartiniano de la liberación colonial y también en el mariateguismo de principios del Siglo XX.
Y su logro está muy vinculado a varias de las ideas que los paladines de la globalización, a derecha e izquierda, han querido y quieren desterrar de la memoria popular, transformándonos en aborígenes digitales, los sin orígenes del siglo XXI, como hicieron los colonizadores del siglo XVI y XVII. Entonces “convertidos a la fe” colonizadora, hoy “ciudadanos del mundo”.
Un mundo sin tradiciones, sin países, sin historias, sin religión, sin luchas precedentes, sin familias, sin sexo, sin identidad alguna. Sin ciudadanos, sólo con consumidores.
Como sucediera en la primera década del Siglo XXI al influjo inicial de Hugo Chávez, ante esta “centroizquierda” domesticada en América Latina, transformada en una socialdemocracia de outlet periférico, el movimiento popular en nuestra región resurge desde sus tradiciones más profundamente plebeyas, más auténticamente latinoamericanas, más anticoloniales.
El “espejo europeo”, esa absurda pretensión de algunos sectores bien intencionados de transformar la agenda de demandas representativas de los problemas de Estocolmo o de Copenhague en el programa de los sectores populares de Cuzco o de La Matanza, no interpela más que a los incluidos, inmensa minoría del colectivo que debe albergar el movimiento popular, para serlo en sentido mayoritario.
El 16 de noviembre del año 2000, Valentín Paniagua de Acción Popular (el mismo partido del fugaz Manuel Merino) fue elegido como presidente del Congreso y luego presidente de transición, tras la renuncia, desde Brunei, de Alberto Fujimori. Su nefasto legado, sin embargo, aún persiste y es hora de dejarlo atrás. Felizmente el pueblo peruano, en su mayoría, parece pensar lo mismo.
Nadie nunca le regaló la democracia a nuestra América Latina, y mucho menos Europa. Sólo la lucha popular organizada de la Patria Grande Latinoamericana, nos traerá mejores condiciones de vida.
Mas y buena información en el post anterior.
Afortunadamente nunca perdí mi tiempo de adolescencia leyendo a Vargas Llosa. No tengo nada de que arrepentirme. Hoy releo García Márquez, El Otoño del Patriarca.