SNOWDEN x 2. Escriben David Brooks y Noam Chomsky
Cada vez estoy más satisfecho de haberle dedicado El Caso Nisman: Secretos inconfesables a Edward Snowden (y también, en vida, al gran Pajarito García Lupo).
Sospechosos
POR DAVID BROOKS * (desde Nueva York) La Jornada / Página 12
Todos somos sospechosos aquí. Por eso hay una vigilancia masiva sin precedente a esta población –de hecho, a las del mundo, México incluido–. Esta columna será leída, antes que por los editores de este periódico, por alguna computadora y tal vez por analistas enmascarados del complejo monstruoso de espionaje civil que revisará si hay algo preocupante o alarmante. Tienen la capacidad para ver, escuchar y leer todo lo que hacemos y expresamos, todos.
Eso fue lo que reveló Edward Snowden. Arriesgó todo para alertar a los ciudadanos de esta sociedad libre y con derechos fundamentales de que, sin su permiso ni bajo ninguna autorización judicial, el gobierno tiene la capacidad de seguirlos y perseguirlos.
Revelar la verdad sobre lo que un gobierno hace en nombre de su pueblo aparentemente puede ser un delito muy grave. De la Casa Blanca para abajo, la respuesta fue perseguir y enjuiciar al que se atrevió a hacer tal cosa y buscar encarcelarlo con base en una antigua Ley de Espionaje de 1917. De hecho, vale recordar que el gobierno de Barack Obama ha acusado a tres veces más funcionarios y periodistas según la Ley de Espionaje que todos sus antecesores… combinados.
Los whistleblowers –los que soplan el silbato para alertar al público sobre abusos y violaciones dentro de un gobierno o una empresa– ahora son considerados una especie de traidores.
Snowden, entre otros, han indicado que sus motivaciones no son más que defender la democracia, y asegurar que los ciudadanos sean los que decidan qué está en su interés y qué no. Por ello, afirmó, su propósito al filtrar la información sobre los sistemas de espionaje masivo fue detonar un debate entre el pueblo sobre cuánto poder debe o no tener su gobierno, y por qué para él la privacidad es un derecho sagrado, sobre todo para los que no tienen poder.
En una entrevista reciente con el Financial Times, Snowden declaró que el punto es que las autoridades saben más de nosotros que nosotros mismos, pero al mismo tiempo no estamos autorizados a saber ningún detalle de sus programas y políticas, de sus prerrogativas e intereses. Y esto, de manera muy fundamental, es corromper la democracia, porque el principio fundamental de la democracia es que el gobierno opere con el consentimiento de los gobernados, pero ese consentimiento sólo tiene importancia si está informado. Y eso es lo que hemos perdido. Agregó que la lección de lo que sucedió en 2013 al darse a conocer sus filtraciones “no es sobre vigilancia, sino sobre democracia. Se trata de si nosotros, la opinión pública, vamos a tener un gobierno que realmente nos sirva, en lugar de un gobierno al que estamos sujetos… Esto no implica que el gobierno sea el enemigo… pero necesitamos reconocer que hay algunos principios que tienen que ser defendidos, no sólo contra adversarios y rivales extranjeros, sino contra nuestros propios gobiernos, porque la amenaza a los derechos no proviene de enemigos, sino del poder”.
Como se ha documentado en La Jornada a lo largo de los últimos tres años, los gobiernos primero rechazaron todo lo que reveló Snowden –Obama aseguró a su pueblo que el gobierno no está escuchando tus conversaciones telefónicas– sólo para después, poco a poco, confesar que sí están escuchando y leyendo casi todo, o tienen la capacidad de hacerlo. También Obama, su procurador general Eric Holder, y diversos legisladores, todos los cuales habían condenado a Snowden, y al Guardian y a The Washington Post por difundir las revelaciones, poco a poco aceptaron que había excesos, que el equilibrio entre seguridad nacional y las libertades civiles tenía que ser mejor evaluado, y que Snowden generó un debate necesario.
La semana pasada se lanzó una campaña internacional para exigir que antes de dejar la presidencia Obama otorgue un perdón a Snowden para que pueda regresar de Rusia, donde está exiliado desde hace más de tres años, sin enfrentar un juicio que podría implicar una pena de 30 años o más de prisión. Entre los promotores de la campaña están la Unión Americana de Libertades Civiles (ACLU), Amnistía Internacional y Human Rights Watch. Snowden, declaran, es un joven estadunidense “que se enteró de un sistema de vigilancia masiva que había crecido durante años sin consentimiento democrático… Gracias a su acto de conciencia, los programas de vigilancia han sido sujetos al escrutinio democrático… Snowden debería ser elogiado como héroe. En lugar de eso, está exiliado en Moscú… Él nos defendió a nosotros, y es hora de que nosotros lo defendamos a él”, afirman. (https://pardonsnowden.org )
Un elenco amplio y destacado de figuras se ha sumado a la campaña, desde Daniel Ellsberg, el famoso filtrador de los Papeles del Pentágono, al financiero George Soros; de cineastas como Danny Glover, Susan Sarandon, Daniel Radcliffe (Harry Potter), Michael Moore, a músicos como Peter Gabriel y Laurie Anderson e intelectuales como Noam Chomsky y el economista Jeffrey Sachs y escritores como Colm Tobin, Joyce Carol Oates y Jean Stein, entre otros.
El ex candidato presidencial demócrata Bernie Sanders, el director de cine Terry Gilliam, el cantante Thurston Moore, de Sonic Youth; ex legisladores, entre otras figuras reconocidas, se han expresado a favor de la clemencia/perdón (https://www.theguardian.com/us-news/2016/sep/ 14/edward-snowden-pardon-bernie-sanders-daniel-ellsberg ?CMP=Share_iOSApp_Other).
Oliver Stone, al estrenar su película Snowden, también se sumó a este esfuerzo, al denunciar en el Festival de Cine de Toronto que los estadounidenses no saben nada de esto (el espionaje masivo) porque el gobierno miente todo el tiempo sobre ello. Espera que esta película aumente la presión sobre la Casa Blanca para perdonar a Snowden.
Pero tal vez la pregunta es más bien si Snowden, junto con los pueblos vigilados; si los sospechosos del mundo, si incluso los que leen esta columna, deben perdonar o no a sus gobernantes por haberlos espiado; por saber qué piensan, a quién odian, a quién aman, qué les da risa, cuáles son sus sueños, sus pesadillas o quiénes son sus amigos, y sin pedir permiso.
Hay sospechosos que necesitan ser mejor vigilados por las masas.
El estado de vigilancia en los países libres
POR NOAM CHOMSKY / PÁGINA 12
En los últimos tiempos, hemos aprendido mucho sobre la naturaleza del poder del Estado y las fuerzas que impulsan sus políticas, además de aprender sobre un asunto estrechamente vinculado: el sutil y diferenciado concepto de la transparencia.
La fuente de la instrucción, por supuesto, es el conjunto de documentos referidos al sistema de vigilancia de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA, por sus siglas en inglés) dados a conocer por el valeroso luchador por la libertad, el señor Edward J. Snowden, resumidos y analizados de gran forma por su colaborador Glenn Greenwald en su nuevo libro No Place to Hide (Sin lugar donde esconderse).
Los documentos revelan un notable proyecto destinado a exponer a la vigilancia del Estado información vital acerca de toda persona que tenga la mala suerte de caer en las garras del gigante, que viene a ser, en principio, toda persona vinculada con la moderna sociedad digital.
Nada tan ambicioso fue jamás imaginado por los profetas distópicos que describieron escalofriantes sociedades totalitarias que nos esperaban.
No es un detalle menor el hecho que el proyecto sea ejecutado en uno de los países más libres del planeta y en radical violación de la Carta de Derechos de la Constitución de Estados Unidos, que protege a los ciudadanos de persecuciones y capturas sin motivo y garantiza la privacidad de sus individuos, de sus hogares, sus documentos y pertenencias.
Por mucho que los abogados del gobierno lo intenten, no hay forma de reconciliar estos principios con el asalto a la población que revelan los documentos de Snowden.
También vale la pena recordar que la defensa de los derechos fundamentales a la privacidad contribuyó a provocar la revolución de independencia de esta nación. En el siglo XVIII el tirano era el gobierno británico, que se arrogaba el derecho de inmiscuirse en el hogar y en la vida de los colonos de estas tierras. Hoy, es el propio gobierno de los propios ciudadanos estadounidenses el que se arroga este derecho.
Todavía hoy Gran Bretaña mantiene la misma postura que provocó la rebelión de los colonos, aunque a una escala menor, pues el centro del poder se ha desplazado en los asuntos internacionales. Según The Guardian y a partir de documentos suministrados por Snowden, el gobierno británico ha solicitado a la NSA analizar y retener todos los números de faxes y teléfonos celulares, mensajes de correo electrónico y direcciones IP de ciudadanos británicos que capture su red.
Sin duda los ciudadanos británicos (como otros clientes internacionales) deben estar encantados de saber que la NSA recibe o intercepta de manera rutinaria routers, servidores y otros dispositivos computacionales exportados desde Estados Unidos para poder implantar instrumentos de espionaje en sus máquinas, tal como lo informa Greenwald en su libro.
Al tiempo que el gigante satisface su curiosidad, cada cosa que cualquiera de nosotros escribe en un teclado de computadora podría estar siendo enviado en este mismo momento a las cada vez más enormes bases de datos del presidente Obama en Utah.
Por otra parte y valiéndose de otros recursos, el constitucionalista de la Casa Blanca parece decidido a demoler los fundamentos de nuestras libertades civiles, haciendo que el principio básico de presunción de inocencia, que se remonta a la Carta Magna de hace 800 años, ha sido echado al olvido desde hace mucho tiempo.
Pero esa no es la única violación a los principios éticos y legales básicos. Recientemente, el The New York Times informó sobre la angustia de un juez federal que tenía que decidir si permitía o no que alimentaran por la fuerza a un prisionero español en huelga de hambre, el que protestaba de esa forma contra su encarcelamiento. No se expresó angustia alguna sobre el hecho de que ese hombre lleva doce años preso en Guantánamo sin haber sido juzgado jamás, otra de las muchas víctimas del líder del mundo libre, quien reivindica el derecho de mantener prisioneros sin cargos y someterlos a torturas.
Estas revelaciones nos inducen a indagar más a fondo en la política del Estado y en los factores que lo impulsan. La versión habitual que recibimos es que el objetivo primario de dichas políticas es la seguridad y la defensa contra nuestros enemigos.
Esa doctrina nos obliga a formularnos algunas preguntas: ¿la seguridad de quién y la defensa contra qué enemigos? Las respuestas ya han sido remarcadas, de forma dramática, por las revelaciones de Snowden.
Las actuales políticas están pensadas para proteger la autoridad estatal y los poderes nacionales concentrados en unos pocos grupos, defendiéndolos contra un enemigo muy temido: su propia población, que, claro, puede convertirse en un gran peligro si no se controla debidamente.
Desde hace tiempo se sabe que poseer información sobre un enemigo es esencial para controlarlo. Obama tiene una serie de distinguidos predecesores en esta práctica, aunque sus propias contribuciones han llegado a niveles sin precedentes, como hoy sabemos gracias al trabajo de Snowden, Greenwald y algunos otros.
Para defenderse del enemigo interno, el poder del Estado y el poder concentrado de los grandes negocios privados, esas dos entidades deben mantenerse ocultas. Por el contrario, el enemigo debe estar completamente expuesto a la vigilancia de la autoridad del Estado.
Este principio fue lúcidamente explicado años atrás por el intelectual y especialista en políticas, el profesor Samuel P. Huntington, quien nos enseñó que el poder se mantiene fuerte cuando permanece en la sombra; expuesto a la luz, comienza a evaporarse.
El mismo Huntington lo ilustró de una forma explícita. Según él, “es posible que tengamos que vender [intervención directa o alguna otra forma de acción militar] de tal forma que se cree la impresión errónea de que estamos combatiendo a la Unión Soviética. Eso es lo que Estados Unidos ha venido haciendo desde la doctrina Truman, ya desde el principio de la Guerra Fría”.
La percepción de Huntington acerca del poder y de la política de Estado era a la vez precisa y visionaria. Cuando escribió esas palabras, en 1981, el gobierno de Ronald Reagan emprendía su guerra contra el terror, que pronto se convirtió en una guerra terrorista, asesina y brutal, primero en América Central, la que se extendió luego mucho más allá del sur de África, Asia y Medio Oriente.
Desde ese día en adelante, para exportar la violencia y la subversión al extranjero, o aplicar la represión y la violación de garantías individuales dentro de su propio país, el poder del Estado ha buscado crear la impresión errónea de que lo que estamos en realidad combatiendo es el terrorismo, aunque hay otras opciones: capos de la droga, ulemas locos empeñados en tener armas nucleares y otros ogros que, se nos dice una y otra vez, quieren atacarnos y destruirnos.
A lo largo de todo el proceso, el principio básico es el mismo. El poder no se debe exponer a la luz del día. Edward Snowden se ha convertido en el criminal más buscado por no entender esta máxima inviolable.
En pocas palabras, debe haber completa transparencia para la población pero ninguna para los poderes que deben defenderse de ese terrible enemigo interno.
* Traducción de Jorge Majfud.
no podemos dar crédito de lo que a sido acusado ,para los «observados y escuchados»,SNOWDEN,es un héroe que debe mantenerse donde esta por su seguridad ,si la justicia en el estado gendarme global, funciona en sintonia con el gobierno de turno aun sabiendo que se viola la constitución y un montón de derechos locales e internacionales,que garantías puede tener de su vida ??