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ATENTADO A LA DAIA-AMIA: Como acercarse a «la verdad verdadera» y no atontarse en el intento

Mi amigo Sergio Burnstein (que hoy, esgunfiado, no suele aparecer en los medios) solía decir que la «verdad verdadera» era su objetivo irrenunciable. Si quieren acercarse a ella en lo que concierne al atentado a la DAIA-AMIA,  aquí tienen una magnífica oportunidad: escuchar al Dr. José Manuel Ubeira, el abogado participante en los juicios que mejor conoce la causa judicial. Estoy sustancialmente de acuerdo con él por lo que instó a escucharlo con atención y me limito a deslindar tres aspectos en los que tengo dudas.

Primero, tengo la fuerte impresión de que Alberto Jacinto Kanoore Edul fue metido ex profeso en el expediente judicial por quienes querían embarrar la investigación, pues horas después de las explosiones dos periodistas de la revista Noticias se constituyeron en la calle Constitución, en el corazón del principal barrio árabe de la ciudad, donde Edul y sus familiares tenían domicilios y negocios y escribieron que un herido en el atentado lo había ido a visitar (?). Siempre me pregunté quien le habría sugerido u ordenado a esos periodistas que fueran allí.

Edul, un comerciante textil matufiero pero sin vínculos con ninguna facción extremista del Islam fue metido en el expediente porque el domingo 10 de julio, es decir una semana antes del atentado, había hecho una brevisíma llamada a la casa de Alberto Telledín, que había puesto en venta una Trafic usada (proveniente de Alejandro Monjo, íntimo socio de la jefatura de la Policía Federal) con la que la mentirosa Historia Oficial diría que se había cometido el ataque.

El padre de Edul, llamado también Alberto y nacido en Yabrud, había sido amigo del presidente Menem (como otro Alberto, Samid) hasta que este mandó dos barcos al bloqueo de Irak.

En 1997, luego de la aparición de mi primer libro sobre el atentado, Chiche Gelblung me invitó a su programa en el viejo Canal 9 de la calle Castex. También lo invitó a Edul. Ninguno los dos sabíamos de la presencia del otro, y Edul había negado en sede judicial haber hecho aquel llamado a la casa de Telleldín desde su Movicom fijo en su Peugeot 505 estacionado en la calle. Yo se lo eché en cara y Edul, sollozando, admitió haber podido haber hecho esa llamada porque, dijo, entonces buscaba comprar una camioneta.

Gracias a esto, bastante tiempo después, cuando Fernando de la Rúa asumió la Presidencia, un alto jefe de la SIDE me ofreció todo su apoyo si me abocaba a descubrir «como Edul le había traspasado esa camioneta Trafic a Hezbolá». Rechacé indignado esa propuesta porque para entonces ya tenía muy claro que no había habido ninguna camioneta-bomba sino sólo Trafics-señuelo, para desviar la atención y evitar que quedara en evidencia como se había colocado los explosivos.

La propuesta de la SIDE, interpreto, tenía una intención clara, evitar que se pusiera el foco sobre un terreno baldío aledaño al comercio de Edul y al que este tenía acceso, al igual que los efectivos de la Comisaría 20ª, situada sobre la calle Catamarca. Y es que en ese baldío se había cambiado el volquete que había partido de la empresa Santa Rita, en Puerto Nuevo, hacia la AMIA. Volquete que se había colocado frente a la mutual escasos minutos antes de las explosiones.

Ubeira comete aqui un lapsus al adjudicarle a Edul relación directa con los volquetes, que eran de propiedad de Nassib Haddad, un libanés, cristiano maronita, y de uno de sus hijos, quienes además habían comprado recientemente una gran cantidad de amonal, el explosivo utilizado en la voladura de la AMIA. Por increíble que parezca,  el corrupto juez Galeano con la aquiescencia de unos fiscales cómplices, se las ingenió para que ni siquiera fueran convocados a declarar en el megaproceso que terminó con la absolución de los policías bonaerenses inculpados por Telleldín a cambio de 475 mil dólares. Tellledín los había acusado bajo presión. Había estado sometido a la disyuntiva «plata o plomo».

Poner la lupa sobre Edul y la Trafic que jamás pasó por sus manos sirvió también para evitar que se pusiera sobre Alejandro «Alito» Tfeli, el médico personal del presidente Menem, a quien éste le había concedido rango de Secretario de Estado. Tfeli le había abierto las puertas de ese baldío (en el que había una pequeña prefabricada y que solía servir de ignoto taller mecánico al aire libre) a una señora de ascendencia árabe y humilde condición que necesitaba que atendieran a un hijo pequeño en el cercano Hospital Garrahan. Sin embargo, poco antes del atentado, Tfeli le había dado a esa señora pasajes para que fueran de vacaciones de invierno (y presumo, también alojamiento) a Mar del Plata y dispuesto que, en su reemplazo, unos hombres ingresaran al predio como ocupantes.

Denuncié ante el juez Galeano en un extenso escrito (no recuerdo ahora exactamente el número de páginas y me da pereza buscarlo, pero eran más de setenta) que titulé «El Dr. T’ y la bomba» el protagonismo de Tfeli en los prolegómenos y preparación del atentado pero jamás supe que Galeano siquiera lo hubiera llamado a declarar.

Digresión: Para colmo, Tfeli estaba emparentado con el primer secretario general de Hezbolá entre su creación, en 1982 y 1987, Sohbi Tufaili (el apellido es el mismo, intervenido por los viejos agentes de Migraciones que actuaban en las aduanas). Tufaili era socio de Monzer al Kassar y de Rifaat Assad, el hermano cocaínomano del que era entonces presidente de Siria y tio del actual presidente Bachar al Assad, y conocía personalmente a Al Kassar.

Ocultar la participación de Tfeli era imprescindible. La misma pesquisa policial que había idso a los de los Edul había llegado a un cercano edificio de departamentos, sobre la calle Cochabamba, en el que uno de ellos estaba a nombre de Tfeli y en el que vivía su madre.

En ese edificio estaba también el departamento en el que había vivido Carlos Menem, a comienzos de los años ’80, luego de haber estado preso en la canícula de Las Lomitas, provincia de Formosa. Cuando era tan pobre que sus gastos eran solventados por Armando Gostanian.

Llegados a ese lugar, y verificado que esa propiedad seguía siendo de la familia Menem, es presumible que la jefatura de la Policía Federal se haya comunicado con la Casa Rosada para preguntar cómo continuar, de la misma manera que Alberto Edul padre se comunicó con Munir Menem (el hermano mayor del Presidente y jefe de su Unidad Presidencial) con el resultado inmediato que, a pesar de la orden del juez, su casa no resultó allanada.

El segundo aspecto en el que me veo obligado a manifestar dudas en cuanto a los dichos de Ubeira es que yo no creo que la muerte del hijo del Presidente Menem (que hasta ese momento creía que se llamaba Facundo) haya sido por un atentado. Pero esta es otra historia.

El tercer y último aspecto en el que tengo enormes dudas es lo que Ubeira dijo sobre un supuesto acuerdo entre Menem y los ayatolás por el que éstos le habrían dado dinero para su campaña electoral a cambio de promesas de asistencia en materia de tecnología nuclear. No conozco siquiera un indicio que tal acuerdo haya existido.

Como yapa o bonus track les dejó la entrevista que me hizo Camilo García en la AM 530, Somos radio, la radio de las Madres de Plaza de Mayo.

Y como yapa de la yapa, los dejó con esta poesía del gran Isidoro Blaisten (que murió en una clínica a la que de inmediato ingresé y dónde me curaron en 2004). Se la dedico a Burstein:

Teoría del esgunfio

Ahora con la lluvia lo comprendo:

sumergido de aquí hasta los sermones

sumergido de aquí hasta los edictos

sumergido en engaño y engañado

el ímpetu locuaz, el ditirambo,

la paz meridional y las acacias,

sumergido en esgunfio y sin espalda,

me voy quedando solo como los retratos

como un furgón de cola o un desván o un culpable.

Es el esgunfio. Viene

como el ojo de un ciego mirando en el desierto

como un general perdido moviendo la cabeza.

Desorientado como el sombrero de un muerto.

Es el esgunfio. Viene

con toda su prosapia

con todos sus abuelos de archivos y expedientes

de amantísimos padres funerarios y muertos

del primer magistrado o el segundo

de refranes gastados en velorios.

Es el esgunfio. Se queda

como una cicatriz

como un andén de campo

como un teatro vacío, enorme, interminable.

Alguna vez alguna rata

lo surca raudamente

y hay un olor prudente a recintos nupciales

a tío muerto, a pasillo.

Entonces el esgunfio

como la sombra de un loco

va caminando libremente solo

o se queda mirando

como un gato embalsamado de museo.

Pero siempre el esgunfio es totalmente infame:

a la hora de la siesta desviste las mujeres

los domingos roba todos los clarines

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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