BRASIL DESBARRANCARÁ ANTES. Temer y su entorno corrupto disparan sus últimos cartuchos
mientras el país cae en un pozo cuyo fondo ni siquiera se avizora.
Sobrevivir a cualquier precio
Pocas cosas son tan patéticas, y a la vez tan reveladoras, como las que vive Brasil en estos tiempos de tinieblas. Tenemos a un presidente ilegítimo, un traidor vil que sirvió de elemento esencial para que el gran capital y el neoliberalismo más fundamentalista lograsen lo que las urnas electorales les había negado desde 2003: el poder.
Figura de estatura ínfima en todos los sentidos, de la política a la moral, Michel Temer representa, a la vez, uno de los más graves equívocos de Lula da Silva y del PT, que determinaron que semejante tipo fuese el compañero de fórmula electoral de Dilma Rousseff.
¿Por qué? Porque la legislación electoral en Brasil es absurda. Existen hoy como 28 partidos con representación parlamentaria, lo que hace imposible que el presidente electo llegue con mayoría en el Congreso. Pactar es inevitable. El problema, entonces, es otro: ¿pactar con quién? Pues con el que pueda asegurar esa mayoría. Alianzas espurias, desde luego, pero al fin y al cabo, alianzas. Y Temer, sólido corrupto y conocedor de los vericuetos de la compra y venta de diputados, parecía el tipo indicado.
Es en este punto específico que aparece el peligro: cuando se convive, como ha sido el caso de Dilma Rousseff en su segundo y frustrado mandato, con la peor, en todos los aspectos –moral, ético, ideológico–, legislatura en décadas, es casi inevitable que esa alianza se dé con canallas. Todos sometidos al poder del entonces vicepresidente, Michel Temer, y todos, claro, dispuestos a traicionar a cambio de diez porotos.
Si a ese cuadro se suma una presidenta sin carisma popular y de escasísimo talento para la negociación, se tiene completo el cuadro de antecedentes que llevó Brasil al callejón sin salida en que se encuentra.
Luego de la cuarta derrota electoral consecutiva frente al PT, el gran capital, las multinacionales, los medios hegemónicos de comunicación y esa sacrosanta e inasible entidad llamada “mercado” se dieron cuenta de que ya era hora de terminar con la fiesta. Y así nació el golpe armado y estructurado por el senador Aécio Neves (luego grabado cometiendo altos actos de corrupción), ejecutado por el entonces presidente de la Cámara de Diputados Eduardo Cunha (ahora en la cárcel), avalado por el ex presidente Fernando Henrique Cardoso (que trata de armar escudos contra denuncias), y llevado a cabo por un Congreso en el que más de un tercio de los diputados y senadores se encuentran bajo investigación o fueron denunciados por corruptos.
Pasado más de un año desde la destitución de Dilma Rousseff y sus 54 millones 500 mil votos, lo que se ve es un país devastado. Los últimos sondeos indican que el gobierno ostenta el respaldo de alrededor del cinco por ciento de los brasileños.
Mientras llueven fundadas denuncias contra Temer y sus asesores más directos y poderosos, los medios hegemónicos de comunicación que fueron fundamentales para el golpe abandonan al náufrago, en especial Globo, principal responsable de que se llegara donde se llegó. También las federaciones patronales no ocultan su malestar por la demora en implantar “reformas” que benefician al capital y destrozan derechos laborales y sociales, y por la inmensa incapacidad del gobierno para impedir que la recesión no solo persista como se profundice
Los neoliberales del PSDB del ex presidente Cardoso están divididos entre los que defienden mantenerse en el gobierno y los que exigen la salida. Involucrados en sus propios escándalos, no quieren ver los de Temer y su pandilla sumado a los suyos.
La economía desangra y hay amenaza de colapso: varios sectores públicos disponen de presupuesto solamente hasta septiembre, y no se sabe de dónde sacar lo que falta. Los cortes drásticos de recursos en educación, salud pública, seguridad, hicieron que ya no haya de dónde amputar más.
Frente a ese cuadro drástico, ¿qué hace el gobierno? Trata de sobrevivir a cualquier precio e impedir que Temer sea defenestrado, lo que provocaría una fuerte presión popular para que se anticipen las elecciones previstas para octubre del año que viene. Además, destituidos, Temer y su grupo irían a parar directamente a la justicia común.
Para resistir, el gobierno aumenta de manera espectacular los gastos con publicidad inútil y distribuye océanos de dinero para comprar los votos de diputados para impedir que la Corte Suprema lo investigue.
El temor de Temer, sin embargo, no está solamente en que lo catapulten por corrupción: es que aunque la escandalosa compra de diputados resulte, él podrá ser expelido por inviable a los intereses del mercado. Ya quedó claro que el déficit fiscal previsto en astronómicos 139 mil millones de reales (unos 44 mil millones de dólares) no será alcanzado. Se prevé al menos unos siete mil millones de dólares más.
No hay la más ínfima perspectiva de retorno de inversiones, ni para que se recupere parte significativa de puestos laborales a mediano plazo. El consumo, mientras tanto, está por los suelos, y la tendencia es que se hunda cada vez más.
Para evitar ser juzgado, Temer distribuye alegremente miles de millones mientras su ministro de Hacienda, Henrique Meirelles, insiste en cortar gastos básicos (hasta la emisión de pasaportes fue suspendida) en defensa del tan ambicionado ‘equilibrio fiscal’.
Por si todo eso fuera poco, ahora se supo que Meirelles, el niño mimado del mercado, ganó nada menos que 86 millones de dólares como “consultor”. Es una cifra capaz de provocarle surtos de envidia en consultores, digamos, del porte de Henry Kissinger.
Sobran razones para sospechar que esa montaña de dinero no vino exactamente de “consultorías”, sino de algo más. El dinero, claro, fue depositado en el exterior.
Cada vez que uno cree que no hay más cómo hundir al país, aparece algo nuevo para indicar que el pozo no tiene fondo.