TV – Mr. Robot. Una saga alucianada Post Snowden

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Y yo que me quedé en «La Conversación»…

Cine y TV
¿La mejor serie del año o un maldito espejismo?

 

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Publicado por Toni García Ramón / Jot Down

En la vida, llegados a cierto punto, las expectativas funcionan como un ente autónomo, un golem del inconsciente, incontrolable, alimentado por nuestros prejuicios, nuestras querencias y —ligeramente— por el contexto vital y la meteorología (que a veces son la misma cosa). Con Mr. Robot las expectativas, digámoslo de entrada, son bajas. En realidad, son como un termómetro de mercurio enterrado en la nieve: están congeladas.

Una serie que se llama así (Mr. Robot, ¿en serio?), producida por USA Network, que es como la colista de las televisiones por cable estadounidense (aunque haya emitido placeres culpables tan divertidos como Burn notice) y que tiene en nómina a ese actor de medio pelo llamado Christian Slater. Todas las alarmas de un parque de bomberos no podrían resumir el escepticismo que siente un teléfilo al acercarse a un producto así. No es que pueda ser malo, es que tiene que ser malo. Mirar algo así es una de esas cosas que haces guiado por la mano invisible de Lucifer, como si por un momento te apeteciera ser el protagonista de una canción de Nick Cave, haciendo un trato faustiano con un tipo de abrigo polvoriento, al otro lado de las vías.

Pero cada profesión tiene sus riesgos, y uno se mete en el papel y ve Mr. Robot.

Y sucede lo impensable: no es que Mr. Robot sea una buena serie, es que Mr.Robot (Dios mío, qué título) es una serie brillante. Obviamente subversiva, tremendamente atmosférica (Nic Pizzolatto debería haber tomado nota para esa segunda temporada de True detective que se está cascando, en lugar de pretender que nos creamos a Vince Vaughn de malote Bondiano), intensamente machacona en sus principios y maravillosamente interpretada por un reparto ensamblado como un Ferrari.

Hace unos años escribí (perdónenme la primera persona) un artículo sobre un libro llamado I could tell you but then you would have to be destroyed by me, de Trevor Paglen, un escritor y artista neoyorquino. El libro (que tuvo una reimpresión en 2014), reunía más de cien insignias de divisiones de la inteligencia estadounidense dedicada a las operaciones clandestinas. Algunas eran francamente inconcebibles, incluían logos nazis (especialmente de las SS) o satánicos y su producción estaba limitada a los propios miembros de esas divisiones y no estaban pensados para ser exhibidos, ni se pretendía que el público conociera su existencia. De hecho, el presidente Clinton prohibió en su llegada a la Casa Blanca que esos grupos ultrasecretos lucieran logos satánicos o nacionalsocialistas en sus parches. Menciono a Paglen (y a mí mismo) porque me encontré con él finalmente un verano en Moscú y fue el primero que me habló de TOR y del internet invisible (o cómo diablos quieran llamarlo), que es esa parte de la red donde se hacen algunas cosas de las que es mejor no saber nada. Paglen conocía un millón de hackers, iba cada año a un par de encuentros (uno de ellos en Hamburgo, con reputación de ser de los mejores del mundo) y sabía muchísimo del mundillo que algunos solo conocemos por —malas— películas. TOR (para aquellos/as que no lo sepan) es un programa de encriptación que protege las comunicaciones del usuario y que es vigilado por la NSA, esa bonita agencia estadounidense que intercepta conversaciones a tutiplén y nos mantiene vigilados sin cerrar ni por Navidad) lo que quiere decir que una vez te descargas el software pasas a una lista en la que se te considera un sujeto de interés. No es que un helicóptero negro vaya a aterrizar en tu balcón al día siguiente, pero alguien en un despacho de algún lugar del continente estadounidense sabe que tienes un programa de encriptación de comunicaciones que te permite eludir a la mayoría de agencias de inteligencia del mundo. Por eso lo utilizan periodistas, espías, narcotraficantes y personas dedicadas a actividades poco recomendables.

Después de que Paglen me hablara de todo eso, incluida la existencia de programas más avanzados que TOR, de algunas organizaciones que trabajan con esos sistemas de encriptación y de la revolución digital que representaría la quiebra de algunos protocolos de seguridad informáticos de determinados gigantes financieros (recuerden el final de El club de la lucha) decidí que me encantaría ver una serie sobre eso. También decidí que no quería saber nada más, mi temeridad se acaba donde empiezan los servicios secretos y los señores con auriculares y gafas de sol que te llevan a países lejanos a que hables con ellos. ¿Exagerado? Por supuesto, pero Paglen me explicó algunas «anécdotas» ilustrativas y con eso tuve suficiente.

Esa serie, la serie de TOR, de la internet invisible, de la nueva revolución, es Mr Robot. Con sus tópicos, con su voz en off, con sus debilidades, Mr Robot es la serie que mejor explica la realidad sociopolítica en que vive el ciudadano occidental actual. Como fue They live de John Carpenter en su momento, o El club de la lucha de David Fincher, años más tarde, Mr Robot es un producto incendiario, pura gasolina si uno decide no quedarse en la superficie. Como Neo mirando las manos de Morfeo, decidiendo si escoger la pastilla roja o la azul, la serie de USA Network es un thriller cojonudo o una llamada a las armas, según como uno decida tomársela. Tómese la subversión de Hannibal y aplíquese a una ficción episódica sobre un hacker (interpretado por un actor magnífico, Rami Malek) y tendremos una buena definición de lo que pretende Mr Robot.

Naturalmente, hay drama, hay chica, hay un protagonista adicto a la morfina y con un evidente trastorno de personalidad (un Tyler Durden con ordenador, vaya). También hay ritmo, un montaje esplendido y el mejor uso de la —denostada— voz en off que hemos visto en largo tiempo en televisión. Son amplias y extensas las influencias de la serie (ya hemos citado unas cuantas) y uno puede oír a Atticus Ross o Trent Reznor en la música, o intuir a David Lynch en ese escenario perfecto que es Coney Island. Por usar, el creador hasta se atreve con la séptima de Beethoven, que el realizador Alex Proyas empleó —también con mala intención, más apocalíptica incluso— en Señales del futuro. Lo mejor es que todo en Mr Robot está trufado de desconocidos, sin nombres, sin estrellas. El propio creador, Sam Esmail, ha salido de la nada, después de firmar un par de especiales para HBO y lo mismo podemos decir del equipo técnico. En pocas palabras: se huele la frescura y la ambición.

Es difícil decir si Mr Robot es simplemente una serie sobre un hombre atormentado que está ambientado en el mundo hacker o si es una serie sobre hackers donde Mcguffin es un hombre atormentado, pero se agradece que alguien se haya atrevido desde el corazón de la civilización moderna a levantar la espada de Damocles, a cuestionar el modus vivendi del imperio a través de la ficción. Quizás todo son alucinaciones (como las que podría —o no— sufrir el protagonista) y Mr Robot acaba siendo una simple ficción autoconclusiva, otra de tantas, con un tipo que hackea desconocidos y un montón de jerga indescifrable para el neófito para darle empaque. O puede que sea de verdad, la serie del año.

Solo el tiempo nos diría (en palabras del propio Mr Robot que da nombre a la serie) «si eres un uno o un cero».

¿La mejor serie del año o un maldito espejismo?


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Un comentario

  1. Vaya a saber qué habrá querido decir el autor. A lo mejor si alguien tiene el estoicismo de pasar la mitad de la nota tenga alguna idea de qué va la cosa.

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