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TRIPLE A – CÚPULAS. El único recuerdo amable de Felipe Romeo, un asesino despiadado

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Una amiga catalana que vive en Londres, Ana, me envió la foto y el epígrafe que encabezan esta nota con el comentario «Me dicen que la leyenda es un homenaje a Gaudí». Así parece, pero esa cúpula tiene una historia que la liga a un crápula.

Recuerdo que esa cúpula, que está sobre la avenida Rivadavia y Ayacucho fue refaccionada y «puesta en valor» por Felipe Romeo y una amiga arquitecta, Carolina Rojo, a la que le decían «La Colorada». Y que escribí bastante sobre ellos y sus cúpulas (de paso, cañazo, ofrezco a modo de antídoto contra todos los males de este mundo un tema del joven Spinetta –en Almendra– que me rompió la cabeza –es un decir– cuando tenía 20 años). Sin embargo, no encontré nada, ni en los archivos que tengo a mano ni en la red.

Me devané los sesos pensando dónde los publique ¿en Causa Popular? ¿en Zoom? ¿en Miradas al Sur? ¿en algún medio extranjero? Es tremendo que las notas publicadas en papel hayan dejado de estar en la red.

Por fin, gracias a http://elortiba.org/ encontré dos notas publicadas originalmente en Miradas al Sur, una mía y otra de un autor que no conozco pero que me parece muy interesante, por lo que la ofrezco primero. Luego va la mía (en la que menciono a la pasada el tema de las cúpulas), y por fin una crónica que publicó en el madrileño diario El Mundo mi amigo Juan Ignacio Irigaray.

Felipe Romeo:

El escupidor de plomos

 

 

POR JOSÉ BENARROSH

Felipe Romeo estaba en una celda cuando su revista salió a la calle.  Había sido detenido la noche del jueves 15 de noviembre de 1973 por volantear frente al local de la JP en la calle Chile al 1400, en el barrio porteño de Montserrat. Quiso, así, mojarle la oreja a quienes consideraba sus enemigos, los odiados montoneros que editaban El Descamisado, cuyo diseño copió al hacer El Caudillo (de la Tercera Posición).

Para la redacción, había convocado a un periodista profesional, José ‘Gucho’ Tarquini (a quien se acusaría de ser el jefe de una de las escuadras de la Triple A y que sería asesinado por Montoneros) quien a su vez reclutó a dos luises, Cabré y Saavedra. Los tres eran de Quilmes y Saavedra trabajaba en la Prensa del municipio.

Romeo también era del sur: vivía en Jujuy 470, del barrio Zeballos, en Florencio Varela. Fue ahí – en una casa antigua de la avenida San Martín, cerca de la comisaría– donde armó los primeros ejemplares.  A la semana, tras la explosión de una bomba en el auto del senador Hipólito Solari, que quedó gravemente herido, la primera acción reivindicada por la Alianza Anticomunista Argentina (AAA) a la hora de escribir la editorial del número 2 de El Caudillo, Romeo subrayó dos veces la frase “Los enemigos siguen con vida”, dejando clara su adhesión a los frustrados asesinos.

Fue en El Caudillo Nº 4, del 7 de diciembre, en la sección “Oime” de las páginas centrales que escrachó al cura Carlos Mugica: “Oigame padre… Vamos a ver: Desde que usted salió a enseñar cristianismo a los bolches, ¿Los bolches se han hecho más cristianos o usted se ha hecho más bolche?”. Aunque la nota sin firma le fue achacada a Romeo, su autor fue, en realidad, Salvador Nielsen.

Faltaba medio año para que Mugica fuera asesinado.

En el último editorial de diciembre, Romeo opinó acerca de un doble rapto hecho en Berazategui: “Los secuestros del industrial Ives Boisse, y de un armero, buscan confundir externa e internamente a la opinión pública (…) desprestigiar a la Argentina en el extranjero…”. El mismo discurso que habría de adoptar la dictadura.

Tras las fiestas de año nuevo, Romeo regresaba a su casa en un Fiat 128 cuando en la calle Santiago del Estero fue alcanzado por un auto desde el que lo tirotearon.  Con el Fiat subido a la vereda y parapetado detrás de árbol, contestó los disparos y fue herido. Una de las vainas de su pistola fue recogida por un vecino, Edgardo Flores. Coleccionista de armas antiguas, Flores, dictaminó que se trataba de una vieja Luger alemana.

Mientras se curaba, Tarquini, verdadero cerebro de la redacción, se hizo cargo de la revista. Hasta que inesperadamente, al parecer amenazado, renunció y se marchó a España. En su lugar quedó otro periodista quilmeño, Héctor Simeoni, quien –el 8 de julio– le escribirá: “El Caudillo va bien. Reapareció el inefable Felipe Romeo que, a pesar de lo que decís, me parece el mismo ‘chanta’ de siempre. Despertó reservas en toda la gente. Quería convertir la revista en un remedo de Tacuara, pero entró en razón y admitió que debe ser una empresa”.

Simeoni volvió a escribirle a Tarquini el 31 de julio. Le contó que Romeo había pasado por la redacción de Extra, el mensuario de Bernardo Neustadt y “me habló de un convenio que formalizó con una editorial española (de la Falange). Tu juicio sobre Romeo, lo comparto y completo: volvió al país a trenzar y buscar prestigio, le falta vuelo para hacerlo. Se va a estrellar contra una pared”. 

Lo cierto es que Romeo endureció aún más la línea de su revista, que era vista como la que ‘marcaba’ a los disidentes que habrían de ser ejecutados por la AAA, cuyo período más activo correspondió al semestre que siguió a la muerte de Perón.

No todos los miembros de El Caudillo compartían los métodos a los que apelaba “la Triple A”. Algunos redactores, por ejemplo, Cabré, directamente.  Los más ultras (Simeoni los llamó “vehementes”) resultaron los custodios Nelson Recanatini y José Antonio S. del Valle.

El 19 de marzo de 1975 (nº 67), Felipe Romeo publicó bajo el título “La razón de un adiós” una editorial con su firma. “El Caudillo interrumpirá, por un lapso difícil de precisar, su diálogo con los compañeros. (…) Gritamos hasta el cansancio que la revolución debía apoyarse en los sindicatos y las Fuerzas Armadas. Hoy, tenemos a los gremios defendiendo el proceso con una firmeza definitoria y a los militares ofrendando su vida contra la guerrilla. Nuestro mensaje está explicitado y probado. El pueblo, con su elevado nivel político, ya nos habrá entendido. Si no, no vale la pena insistir. Se han acabado los días de las palabras. AHORA VENDRAN TIEMPOS DE HECHOS. (…) Como despedida no nos queda más que agitar nuestras consignas de siempre:  PORQUE ES ASI Y PORQUE ISABEL PERON MANDA. EL MEJOR ENEMIGO ES EL ENEMIGO MUERTO. ISABEL PERON O MUERTE. FELIPE ROMEO – VENCEREMOS.

Romeo rememoró el atentado que había sufrido y las muertes de Alejandro Giovenco y de Dante Rubén Balcaneras. Este último, delegado del ministerio de Trabajo en Quilmes, había sido asesinado por un comando guerrillero cerca de su domicilio, en Lanús Oeste, pero a Giovenco le había estallado una granada que llevaba en la esquina de Corrientes y Talcahuano, tras salir con ella de la sede de la Unión Obrera Metalúrgica. “Ayer ganamos la guerra; ahora, la paz. La traición siempre nos encontrará combatiéndola con todos los calibres. Porque las revistas se escriben con plomo de linotipo, pero también de balas”, bravuconeó.

Lo que siguió a esos días fue la brutal represión (so pretexto de acabar con una huelga de los metalúrgicos) en la ciudad de Villa Constitución, Santa Fe, con unos 300 detenidos y 20 desaparecidos.

En abril, Romeo intentó sacar otra revista, Puntal, pero pronto, tras una denuncia del capitán de Granaderos Juan Segura, fue descubierto su nuevo bunker en la avenida de Figueroa Alcorta al 3200.

El diario La Opinión publicó el 6 de julio un informe que lo implicó como –cuando menos– de encubridor de la Triple A, organización a la que se responsabilizaba hasta entonces por 600 asesinatos.

Su vecino Eduardo Marchioni recordó a pedido de Miradas al Sur que Romeo era muy amigo de su hermano Mario, y también “era muy respetado por los comisarios”. Y agregó que sus amigos decían que había participado de los tiroteos de “la masacre de Ezeiza” (en ocasión de regresar Perón al país el 20 de junio de 1973) y que sus amigos aseguraban, exagerando, que había matado “a unos doscientos subversivos”.

Luego de la caída de López Rega, Romeo se dejó ver el 17 de Octubre de 1975, en compañía del jefe metalúrgico Lorenzo Miguel. Pero su reaparición fue efímera. Por fin tituló su último editorial (El Caudillo nº 72 del 21 de noviembre de 1975) “Hacia una forma distinta de pelear”.

“Elevo mi renuncia al cargo de director. Vuelvo al llano (…) estoy a disposición de todos los que quieran pedirme cuentas. No me alejo de El Caudillo, seguiré en la redacción. Esto no es una despedida, sino una decisión personal. Una forma distinta de pelear”.

Luis Saavedra relató (al periódico Realidad, de Berazategui) que unos días después “Romeo llegó con una valija y unos 100 mil dólares (que, dijo, eran) ‘de la industria editorial’, y (anunció) que debía irse porque iban a matarlo. Lo llevé en mi Citroën a hacer el pasaporte y los dejé en Ezeiza, a él; al tacuara Casanova y a otro”.

Marchioni recuerda que Romeo “le vendió a Mario la casa de acá y se fue con su novia, Susana, que en Europa pegó como modelo y se quedó allá cuando él se vino. Con los militares, andaba bien. Fue amigo de (el general Ramón “Chicho”) Camps (con quien armó la editorial RoCa (por Romeo-Camps) que publicó un libro de quien fuera jefe de la Policía Bonanerense en la época más cruenta de la dictadura) y era respetado por los comisarios. ¡También! ¡Después de haber matado a 200!”.

…………..

Felipe Romeo: El muerto que está solo y espera

 

03/05/09

Felipe Romeo, el vocero de la Triple A, murió de sida. Nadie reclama su cadáver. Fanático de Hitler, admiraba a la Legión española, cuyo himno es Soy el novio de la muerte. En esa tónica, la obscena celebración del asesinato del diputado nacional Rodolfo Ortega Peña por el semanario que dirigía hicieron que la Cámara de Diputados debatiera sin éxito su arresto.

 

Felipe Romeo fue a López Rega lo que Goebbels a Hitler. Sus notas eran virtuales sentencias a muerte.

 

POR JUAN JOSÉ SALINAS / MIRADAS AL SUR, 03/05/09

Fue un prófugo con muy buena suerte. A fines de 2006, al reabrir la causa sobre la Triple A, el juez federal Norberto Oyarbide ordenó su captura. A partir de entonces, su paradero fue un enigma. Y se conjeturaba que estaba en el exterior. Luego se supo que se había establecido en la ciudad brasilera de Florianópolis. En los primeros días de enero fue repatriado por sus familiares con un gravísimo cuadro de sida, quedando bajo arresto en el Hospital Fernández. Pero él no llegó a enterarse de su nueva situación, dado que ya se encontraba en estado de coma. Felipe Romeo, el otrora temible director de la revista El Caudillo, exhaló su último suspiro hace un mes. Sin embargo, los suyos no reclamaron su cadáver, el cual aún yace en una heladera del citado nosocomio.

Es improbable que Romeo haya sido uno de los jefes militares de la Triple A, a la que se le atribuyen unos 1.500 crímenes cometidos entre fines de 1973 y 1976. Pero no hay dudas de que fue su vocero, en total sintonía con su líder, José López Rega.

El nexo entre ellos fue el vocero del Ministerio de Bienestar Social, Jorge Conti, un antiguo movilero de Canal 11, quien terminó casándose con la hija del Brujo, siendo Romeo uno de los testigos de la boda.

La Triple A de fiesta. Rodolfo Eduardo Almirón, Jorge Conti, Miguel Ángel Rovira, José López Rega, Edwin Duncan Farquharson y un hombre sin identificar.

A pesar de que le gustaba presumir de su Magnum 44, Romeo no tenía agallas para la acción. Fanático de Hitler, admiraba a la Legión española, cuyo himno es Soy el novio de la muerte. En esa tónica, la obscena celebración del asesinato del diputado nacional Rodolfo Ortega Peña por el semanario que dirigía hicieron que la Cámara de Diputados debatiera sin éxito su arresto. Que ahora su cadáver lleve casi un mes en una morguera sin que nadie lo reclame es algo así como una paradoja del destino.

Prófugo, Romeo se escondió en Florianópolis, a donde solía visitarlo su amiga y socia, Carolina Rojo. Se dice que la Secretaría de Inteligencia y la Policía Federal lo tenían ubicado. Por ello es incomprensible que nunca hayan intentado detenerlo. Al ser dejado en el Fernández, presentaba una aguda deficiencia respiratoria, por lo que fue entubado en la sala de terapia intensiva y atiborrado de antibióticos.

A los 70 años, poco y nada quedaba en su rostro de sus facciones armoniosas; consumido por el sida, con un ojo desfigurado por el golpe de un policía (del que, más tarde, dicen, se hizo amigo) y con las neuronas estragadas por su adicción a la cocaína –cuya comercialización le valió dos detenciones–, aquel tipo sadomasoquista y perverso hacía mucho que se había convertido en un personaje estrafalario y bizarro. Tanto que solía jactarse de la ferocidad y obediencia de su perro, al que le ceñía la cartuchera con una pistola para desenfundar el arma y pavonearse ante sus amistades de la rapidez de esos movimientos.

Quien desconoce su pasado sólo podía ver en él a un misántropo paranoico que gustaba encerrarse en un búnker dotado de puertas blindadas, cámaras de video y sofisticados sistemas electrónicos de seguridad. Y que apenas salía para participar en la restauración de algunas cúpulas, actividad que compartía con la señora Rojo y con un arquitecto especializado en conferirles un aspecto “a lo Gaudí”.

Un quehacer, por cierto, que –según sospechan algunos– le servía para lavar dinero procedente de uno de los principales bancos estadounidenses, de muy antigua radicación en Argentina, cuyos antecedentes en esa tarea lo hizo merecedor de varias investigaciones en los Estados Unidos.

Un muchacho de barrio

Romeo nació en Italia, se naturalizó argentino, hizo la colimba en la Fuerza Aérea, pasó por Tacuara y se unió a su escisión ultraderechista, la Guardia Restauradora Nacionalista, cuyos vasos comunicantes con la Iglesia preconciliar y el servicio de informaciones de la PFA eran harto evidentes. Vecino de Florencio Varela, comenzó a editar El Caudillo con el auspicio de Bienestar Social en 1973, justo cuando la Triple A inició sus acciones con un atentado explosivo de neta factura policial al senador Hipólito Solari Yrigoyen, que resultó gravemente herido.

En enero de 1974, se hospitalizó con un balazo en el muslo tras un confuso episodio en el que denunció haber sido tiroteado cuando manejaba su Fiat 128 cerca de su casa. Dijo que había repelido la agresión a tiros, luego de parapetarse tras un árbol. Para entonces, Desde El Caudillo (y particularmente en una sección llamada imperativamente ¡Oíme!) marcaba impunemente a quienes muchas veces eran luego asesinados por la Triple A.

Romeo dirigió la revista durante el apogeo de la Triple A. En esos días, los Montoneros mataron al comisario Villar –uno de sus jefes– tras colocar una bomba en su yate en un apostadero del Tigre. Eso fue en noviembre de 1974. En marzo de 1975, dos oficiales del Ejército que investigaban a la Triple A –el teniente coronel Martín Rico y el coronel retirado Jorge Oscar Montiel– fueron eliminados, todo indica que por orden de la propia Inteligencia del Ejército, que estaba colonizando la Triple A.

Montiel había sido puesto al frente de la Superintendencia de Seguridad Federal (la vieja Coordinación Federal) por Perón, pero había renunciado en enero de 1974, luego de enfrentarse con Villar –por entonces subjefe de la PFA– a causa de la tortura y asesinato de dos de los asaltantes del cuartel de la ciudad Azul, llevados subrepticiamente sin su conocimiento al lúgubre edificio policial de Moreno 1417.

Un mes después, un capitán de Granaderos, Juan Segura, golpeó la puerta de la nueva y paqueta redacción de la revista en la avenida Figueroa Alcorta y, so pretexto de un desperfecto mecánico, logró ser invitado a entrar por custodios armados, quienes le enseñaron, ufanos, un arsenal. El informe firmado por Segura inició un dossier sobre la Triple A que el Ejército entregó, entre otros, a políticos de la oposición radical y del cual, que se sepa, no se conservan copias. Segura murió en 1979 cuando su paracaídas no se abrió durante unos ejercicios bélicos realizados en Córdoba.

Todo marchó bien mientras se mantuvo la alianza de López Rega con los sindicatos que cofinanciaban la revista. Pero cuando a mediados de 1975, la movilización gremial desbancó a López Rega, obligándolo a marcharse del país, en la quinta de Olivos los Granaderos desarmaron a sus custodios y, de paso, también a los de María Estela Martínez, que ya era virtual prisionera en jaula de oro de los comandantes de las Fuerzas Armadas. Entonces, Ramón Morales, Eduardo Almirón y Miguel Ángel Rovira, entre otros homicidas, acompañaron a López Rega al exilio madrileño, comienzo de su accidentado periplo como “embajador plenipotenciario”.

Entonces, Romeo se escondió, pero en octubre de 1975 reapareció para relanzar la revista, invocando obediencia a la Presidente y ansias de acompañar las operaciones de aniquilamiento de la guerrilla que el Ejército había iniciado en Tucumán.

Para entonces, las Triple A habían pasado a ser –como decía Rodolfo Walsh– “las Tres Armas”. Particularmente, un coto del Ejército, como lo había sido desde siempre su rama cordobesa, llamada Comando Libertadores de América.

Triste, solitario y final

Tras el golpe, Romeo se exilió en España. Pero regresó a la Argentina de la mano del general Ramón Camps, quien siempre se jactó de haber decidido la muerte de miles de prisioneros desaparecidos cuando era jefe de la Policía Bonaerense. Con él, Romeo formó la editorial Roca ( Romeo-Camps) que publicó los panfletos con los que Camps pretendió justificarse.

Romeo intentó, en 1982, una efímera resurrección de El Caudillo, después tuvo una heladería y dicen que también un prostíbulo en sus pagos de Varela. También se habría especializado en truchar tarjetas de crédito. Lo cierto es que fue detenido dos veces por vender cocaína, una de ellas en un boliche de la calle Gascón cuando tenía encima 110 gramos. Y que hacía rato parecía acabado.

El Chango Morales murió octogenario en el Hospital Churruca. En cuanto a Almirón, luego de sufrir un nuevo accidente cerebrovascular el pasado fin de semana, fue trasladado no a ese hospital policial, sino, curiosamente, al Ramos Mejía. Entre el personal del Ramos Mejía hubo siete desaparecidos durante la dictadura, en cuyo honor funciona una Comisión de la Memoria. Esa comisión organizó el miércoles un ruidoso escrache de protesta por la presencia del represor. A pesar de que un despacho de la agencia DyN anunció su realización, a pesar de que Crónica TV acudió con sus cámaras y registró la protesta, las imágenes no fueron emitidas, y ningún diario informó nada al respecto. Una de las médicas que organizó el escrache reveló indignada a Miradas del Sur que Almirón parecía tener dificultades para hablar pero sonrió cínicamente al alcanzarle un papel en el que escribió: “Estoy libre y seguiré libre”. Toda una declaración de principios.

Si Almirón fuera declarado inimputable, sólo quedaría acusado Rovira, hasta hace unos años jefe de seguridad de los subtes de Buenos Aires concesionados por Metrovías, del Grupo Roggio.

A pesar de no haber cumplido los 70 años preceptivos y de gozar de muy buena salud, el juez Norberto Oyarbide –a quien la PFA considera “propia tropa”– le concedió como antes había hecho con Morales y Almirón, el beneficio de la prisión domiciliaria, recientemente ratificada, que cumpliría (nunca hay custodia a la vista) en su casa de Pasco al 1100.

La causa está paralizada. Y un buen documental sobre la Triple A que hace ya casi tres años rodó Cuatro Cabezas para ser emitido por Telefé permanece tan congelado como el cadáver de Romeo.

A pesar de que lo cierra con mucha gracia Nacha Guevara, la cantante que acompañará a su amigo Daniel Scioli como candidata a diputada. Nacha aboga en esa última escena por que las investigaciones se lleven hasta el final. Si así se lo hiciera, varios adversarios duhaldistas y PROperonistas de los Kirchner y de Scioli tendrían sobrados motivos para preocuparse.

El cadáver que está solo y espera

 

Felipe Romeo. (Foto: criticadigital.com)
JUAN I. IRIGARAY desde Buenos Aires

Felipe Romeo, uno de los jefes de la banda terrorista paraestatal Alianza Anticomunista Argentina (Tres A, o Triple A), que actuó durante los años 70, murió de sida hace un mes en el hospital público Fernández, de Buenos Aires. El tipo era tan impopular que nadie ha pasdo a recoger su cadáver y, por eso, éste aún descansa en la cámara congeladora del nosocomio.

«Se murió más solo que la perra Laika en el satélite artificial Sputnik», ironizó el escritor y periodista Juan José Salinas, que destapó este domingo la noticia, mientras prepara el primer libro sobre la historia de la ‘Triple A’, organización pro fascista que perpetró de 800 a 1.000 asesinatos entre 1973 y 1976.

Admirador fanático de la Legión Española y su himno «Soy el novio de la muerte», así como del general franquista José Millán Astray y sus alaridos de «¡Viva la muerte!» y «¡Muera la inteligencia!», Romeo también predicaba lo suyo desde su revista, ‘El Caudillo’, y tronaba: «El mejor enemigo es el enemigo muerto».

Su semanario era el virtual portavoz de la ‘Triple A’ y allí Romeo firmaba una columna titulada ‘Oíme’ donde marcaba a la banda terrorista paraestatal cuál debía ser el próximo blanco. Sus indicaciones casi siempre se cumplían y así fueron cayendo asesinados quienes ellos consideraban ‘enemigos’ del gobierno peronista.

La ‘Triple A’ fue creada en el seno del tercer gobierno de Juan Domingo Perón (1973-1976), con su esposa María Estela Martínez de Perón de vicepresidenta, para eliminar y perseguir a los opositores, incluídos los de dentro del partido, como la Juventud Peronista y la guerrilla Montoneros, a la cual Perón había impulsado cuando estaba exiliado en España.

El jefe máximo de la ‘Triple A’ era el ministro de –curiosamente- Bienestar Social, José Lopez Rega -ex cabo de la policía ascendido en forma meteórica a subcomisario por Perón-. El debut de la banda fue un atentado con bomba contra el entonces senador opositor Hipólito Solari Irigoyen. A partir de ahí, perpetró entre 800 y 1.000 ataques.

Entre otros, asesinó a los peronistas disidentes Rodolfo Ortega Peña, diputado nacional; Carlos Mugica, sacerdote; Julio Tomás Troxler, subjefe de la policía bonaerense; Silvio Frondizi, profesor universitario e intelectual; y a su yerno Luis Ángel Mendiburu. También amenazó de muerte a artistas, tales como Héctor Alterio, Walter Vidarte, y Jorge Cafrune, que se exiliaron en España.

Tras la muerte de Perón en 1974, el régimen de ‘la Perona’ se fue descomponiendo hasta que el 24 de marzo de 1976 los militares la derrocaron con un golpe de Estado. Ya para entonces, los jefes ultraderechistas López Rega, apodado ‘el Brujo’, y sus lugartenientes Juan Morales y Eduardo Almirón Sena estaban a buen resguardo en España.

Ese grupo gozaba de la protección en Madrid que le brindaban «dos funcionarios del régimen franquista: Gerardo Lagüens, ex combatiente de la División Azul, y Antonio Cortina, sobrino nieto de Pedro Cortina, último ministro de Exteriores de Francisco Franco», según el libro ‘La fuga del Brujo’, del periodista argentino Juan Gasparini.

Incluso Almirón Sena en poco tiempo se empleó en la seguridad de Manuel Fraga Iribarne, en Alianza Popular. Además, a través de varias sociedades dedicadas al tema de seguridad, Cortina supuestamente volcó -siempre según Gasparini- en «fichar a extranjeros» para la denominada matanza de Montejurra, Navarra, ocurrida el 9 de mayo de 1976, en la que murieron dos monárquicos carlistas. Allí habrían actuado de sicarios Almirón, Morales y otros argentinos de la ‘Triple A’, según sostiene el autor.

Copiado por Perón del ‘Somatén’ -un cuerpo armado paramilitar del siglo XI en Catalunya que el general Primo de Rivera revivió para asestar su golpe de Estado en 1923- la ‘Triple A’ sirvió de inspiración al Batallón Vasco Español y a los Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL), que atentaron contra militantes de ETA y la izquierda ‘abertzale’ durante los años 80.

Romeo, a diferencia de sus camaradas, prefirió el clima subtropical y se escondió en la isla de Florianópolis, Brasil. «Le gustaba encerrarse en búnqueres dotados de puertas blindadas, cámaras de video y sofisticados sistemas electrónicos de seguridad. Apenas salía, tenía sus neuronas estragadas por su adicción a la cocaína (cuya comercialización le valió varias detenciones). Sadomasoquista y perverso, hacia mucho que se había convertido en un personaje estrafalario y bizarro», consignó Salinas.

El pasado mes de enero, regresó casi inconsciente de Brasil a Argentina, donde tenía había una orden de busca y captura. Se ignora qué familiares o amigos lo acercaron a la guardia del hospital ‘Fernández’ y de inmediato se marcharon en silencio. Con 70 años, Romeo sufría una aguda deficiencia respiratoria, por lo que fue intubado y terminó ingresado en la unidad de cuidados intensivos. Fiel a sí mismo, tiene un triste y solitario final.

 


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