ASALTO AL CUARTEL DE FORMOSA. Un capitán retirado sostiene que la inteligencia del Ejército había infiltrado a Montoneros y estaba al tanto del ataque
Una lectura fascinante. No puedo creer ni dejar de creer por completo en lo que este ex capitán nacido en Córdoba y que pasa largas temporadas en Asunción dice. No llevaba todavía un año de egresado del Colegio Militar y estaba en el cuartel de Formosa cuando lo asaltó Montoneros que, por cierto, tenía colimbas propios dentro del regimiento, como el santafesino Luis Mayol, que de adolescente había sido cofundador del Movimiento de Acción Secundario y murió en la acción. Barbieri sostiene que, a la inversa, nada menos que el segundo jefe del regimiento, un teniente coronel llamado Luis Plechot, era un doble agente al que Montoneros consideraba propio o, lo que parece más probable, que Plechot manipulaba a un infiltrado… que insólitamente habría muerto combatiendo para Montoneros (lo que, de verdad, no se entiende: ningún infiltrado, casi siempre un mercenario, lleva las cosas hasta ese extremo). Según Barbieri, Plechot de la unidad preparó la defensa alertando a la guardia y al retén… aunque no, al parecer, a un subteniente muy amigo suyo, Ricardo Massaferro, que murió en el enfrentamiento. Porque no dijo que éste le haya comentado nada.
De lo que no cabe duda, es que la inteligencia militar utilizó el cruento suceso para llevar agua a su molino: la represión ilegal que a partir de entonces inició una serie de desapariciones (que se atribuirían genéricamente a la ya desarticulada –con el exilio de López Rega– Triple A original, que no solía desaparecer a sus víctimas sino acribillarlas) y desembocaría medio año después en un exterminio tan generalizado que los organismos internacionales de defensa de los derechos humanos iban a considerarlo un genocidio.
Si non è vero, è ben trovato…
Al final y al respecto, otro comentario. Y después, como yapa, la «cola» de una película de próximo estreno referida a la imprenta del área federal de Montoneros en La Plata, La Casa de los conejos, basada en la novela homónima de Laura Alcoba y dirigida por Valeria Selinger.
El ex capitán Barbieri afirma que los mandos militares infiltraron a Montoneros y usaron el asalto al Regimiento de Infantería 29 de Formosa para justificar el golpe y la represión ilegal
El intento de copamiento de Montoneros del Regimiento de Infantería de Monte, Formosa, en 1975, fue utilizado para justificar los inicios del terrorismo de Estado a gran escala en todo el país. El martes 5 de octubre se cumplió un nuevo aniversario de aquel hecho, que suele ser utilizado por negacionistas para justificar la represión y la teoría de los dos demonios.
A 46 años de los hechos, el ex militar Omar Barbieri asegura que el Ejército facilitó el ataque para justificar la represión ilegal y meses después el golpe. Si bien ya había comenzado el Operativo Independencia en Tucumán y el Operativo Serpiente Roja del Paraná en Villa Constitución, un día después del ataque en Formosa, Ítalo Luder, en ejercicio de la presidencia, dictó los decretos que ordenaron “aniquilar el accionar de los elementos subversivos en todo el territorio del país”.
Omar Barbieri estaba ese día en el Regimiento. Había llegado como subteniente recién recibido del Colegio Militar de la Nación junto a Ricardo Massaferro, su amigo (ambos eran cordobeses. N. del E.) con quién compartía militancia y familia peronista. Massaferro murió durante el ataque y ante un nuevo aniversario, Barbieri decidió revisar sus recuerdos y contar lo que vivió.
Barbieri se fue de baja con el grado de capitán del Ejército luego de haber sido secuestrado y torturado cuando intentó robar documentos secretos sobre el centro clandestino de detención Vesubio. Hace pocos meses lo relató públicamente y luego en la justicia.
“Nunca fui a ningún acto. Me resulta grotesco, habiendo estado presente en ese lamentable enfrentamiento entre argentinos, escuchar a las autoridades del Ejército decir que se actuó en defensa de la democracia, algo horrible, una antihistoria total, porque el Ejército sabía y hasta actuó en favor de ese enfrentamiento. En ese momento, ya estaba en marcha el golpe. Nosotros fuimos una excusa”, señala en diálogo con Tiempo Argentino.
Al momento del ataque, Barbieri estaba de franco en el Casino de Oficiales del Regimiento. “Cuando comienza todo, veo el tiroteo y pienso en mi amigo Massaferro, que estaba de jefe de retén. Corrí 200 metros hacia la compañía donde estaba Ricardo. En ese momento ya prácticamente comienzan a salir las tres camionetas de Montoneros, es decir que ya están en repliegue. Yo estaba con unas sandalias hawaianas, en short de baño y una camiseta. Así salí y con la pistola reglamentaria en la mano”, rememora.
Cuando llegó al lugar, se dejó caer detrás de un árbol. “Ahí veo una persona fallecida a dos metros y al teniente coronel Luis Plechot, el segundo jefe del Regimiento, que viene mirando él solo cada uno de los cuerpos abatidos. Cuando llega al último, que estaba cerca mío, le revisa la espalda, le saca la camisa, tenía ese uniforme azul (el utilizado por Montoneros. N. del E.) y un lunar grandote”, detalla. Plechot ordenó que lo aparten del resto de las personas fallecidas y le dijo a Barbieri: “Este muchacho es personal de inteligencia del Ejército. Estaba infiltrado, lo pude identifica por el lunar. Son tres, pero los otros dos lograron escapar”.
Las preguntas llegaron todas juntas ala cabeza del entonces subteniente. ¿Cómo este tipo sabía lo del lunar, quién le avisó, cómo no sabían del ataque si tenían gente infiltrada? A lo largo de los años, Barbieri repasó muchas veces lo que ocurrió y fue juntando pruebas e indicios. Hoy tiene más que claro que el Ejército sabía del ataque mucho antes de que ocurriera.
En septiembre, casi un mes antes, el jefe del Regimiento, el coronel Dardo Oliva, dio una clase sobre la seguridad del cuartel y mencionó que la única vía de acceso y escape era por avión, con apoyo terrestre y que el ingreso de los atacantes tenía que ser por el fondo del cuartel. Tal como ocurrió. Dos días antes del ataque, Oliva se llevó a su familia a Corrientes a un supuesto torneo de polo, aunque sus caballos quedaron en el cuartel.
Plechot, por su parte, quien revisaba cuerpo por cuerpo para reconocer a los infiltrados del Ejército, unos días antes se llevó a su casa un casco, un fusil FAL, dos portacargadores de cuero y cinco cargadores con munición de guerra. Años después, el propio segundo jefe del Regimiento, hoy fallecido, le confirmó a Barbieri que sabía del ataque. “Si hubiera avisado no estaría hablando con usted ahora, me habrían matado por traidor…”, reconoció.
Al día siguiente del ataque, las pistas siguieron acumulándose durante la ceremonia fúnebre a Massaferro en el cementerio de Chacarita. “Bajamos el féretro y lo llevamos hasta la explanada, donde el genocida Videla y varios generales lo tomaron para llevarlo a su última morada. En ese momento, la futura suegra de Massaferro, la señora Eva Queirolo, le gritó ‘¡asesino!’, y todo el resto empezó a gritar ¡asesinos, asesinos! Meses después ella me dijo que sí, que le había dicho asesino a Videla. Su esposo era militar retirado y sus compañeros en ese momento, que eran coroneles, le dijeron que sabían del ataque y que le podrían haber advertido si hubieran sabido que su yerno estaba ahí”, añade.
“No tengo ninguna duda que la cúpula del Ejército encabezada por el genocida Videla manejó toda la operación con los agentes de inteligencia infiltrados. Como me dijo el coronel Horacio Ballester ( uno de los fundadores del Centro de Militares para la Democracia – CEMIDA), el golpe ya estaba preparado, estaba listo, faltaba el empujoncito del 5 de octubre”.
¿Por qué contar esto ahora, tantos años después? Dice Barbieri: “El horror de ver cómo todo está distorsionado. Yo creía que a esta altura íbamos a llegar más cerca de la verdad. Yo me considero, no un cagón, pero tengo miedo, siempre lo tuve, me fui con una mano adelante y otra atrás del Ejército. Pero llega un momento a los 67 años que decís ¿qué puedo perder? ¿qué me pueden hacer?”.
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La nota que sigue fue publicada el pasado 29 de marzo:
Decidió hablar 40 años después
La impactante historia de Omar Barbieri, el militar que aseguró haber visto documentación de El Vesubio
Dijo que cuando fue sorprendido por personal de la fuerza intentando llevarse las fichas que encontró, fue golpeado, secuestrado y amenazado de muerte “para que no dijera nunca nada”. Decidió hacerlo ahora. No presentó una denuncia judicial, pero dijo a PáginaI12 que si lo llamaran no dudaría en ir a declarar.
Un capitán retirado del Ejército aseguró haber visto documentación del centro clandestino de detención Vesubio, escondida en la Enfermería del Regimiento de Infantería 3 de La Tablada: fichas “con antecedentes de personas con foto, agrupación, cargo” y “en la parte superior un sello que decía ‘final’”. Dijo que tomó algunas para llevárselas cuando fue sorprendido por personal de la fuerza, golpeado, secuestrado y amenazado de muerte “para que no dijera nunca nada”. Y nunca lo hizo, hasta ahora, casi 40 años después.
Omar Nicolás Barbieri tiene 68 años y vive mitad del año en la Ciudad de Buenos Aires, mitad en Asunción, Paraguay. Pidió la baja voluntaria del Ejército Argentino, en 1989. 38 años después de su retiro, 15 desde de que las leyes de impunidad dejaron de proteger a sus ex camaradas genocidas y tras décadas de reclamos sostenidos de organismos de derechos humanos y familiares de desaparecidos por saber qué fue de ellos, Barbieri decidió contar aquel hallazgo que, denuncia, le valió “el terror de no saber si seguiría vivo” y “el miedo permanente”. Nunca se acercó a la Justicia, aunque asegura que si lo “llaman a declarar” irá “sin dudarlo”.
La Enfermería: depósito clandestino
En 1983, Barbieri revistaba como teniente primero en el Regimiento de Infantería Mecanizado 3 “General Manuel Belgrano”, de La Tablada. Había llegado en diciembre del año anterior, trasladado desde el entonces Regimiento de Infantería 18, en San Javier, Misiones.
El 3 de septiembre de aquel año, mientras cumplía tareas como oficial de Servicio en el regimiento –la máxima autoridad en ausencia del jefe– se encuentra con quien por entonces era médico del Regimiento, Pedro Kozendrewa. Barbieri relató a este diario:
“Cuando estaba desayunando ingresan al comedor el médico y su flamante esposa. En ese momento me dijo en voz baja: ‘tengo que hacer desocupar las salas de la Enfermería que dan a la calle principal porque van a traer documentos secretos. Escuché que son del LRD Vesubio’“.
En la jerga militar, “LRD significa “lugar de reunión de detenidos”.
Según el recuerdo del ex capitán, a las 21 de aquel día “ingresaron tres Ford Falcon y un camión de carga tipo mudanzas lleno de cajas”. En el operativo “estaban presentes el jefe de Regimiento teniente coronel Héctor Mario Giralda y el comandante de la Brigada General Alberto Ramón Schollaert, ambos vestidos de civil” entre otros que no pudo reconocer. Giralda permaneció en la fuerza hasta 2008, cuando la entonces ministra de Defensa Nilda Garré dispuso su pase a disponibilidad por estar presuntamente involucrado en actos de corrupción administrativa.
Schollaert fue imputado por el juez federal Daniel Rafecas, acusado del secuestro y la desaparición de 37 personas vinculadas al aparato de prensa del PRT-ERP en 1976 cuando era jefe del Regimiento de Infantería 6 de Mercedes, una guarnición conocida por Barbieri.
Esa madrugada, dice Barbieri, ingresó a la Enfermería. Por la tarde se había preocupado por “destrancar” un candado” que le valió, luego, la posibilidad de “entrar a una sala”.
“Viendo con mi linternita logré hacerme de varias hojas con antecedentes de personas con foto, agrupación, cargo y muchas cosas más, pero me sorprendió por que todas en su parte superior tenían un sello que decía ‘FINAL’, esas hojas llenaban un escritorio grande. En el otro escritorio estaban muchas carpetas ahí retiré un cuadernillo que decía PON Vesubio, yo sabía que eran procedimientos operativos normales”, contó.
Secuestro, interrogatorio y amenazas en el Regimiento
El ex militar aseguró que atinó a llevarse algunos documentos de ese archivo en su chaquetilla, pero fue descubierto. “Al salir de la oscuridad apareció el mayor Luis Alberto Sánchez, que era el oficial de Operaciones e Inteligencia del Regimiento, junto a cuatro personas de civil”, relató. “Me dijo que estaba arrestado por estar en un área prohibida y me pidió mi pistola, que yo ingenuamente le di. Me sacó la documentación. Seguidamente sentí que me tocaban la espalda y al darme vuelta recibí de lleno un fuerte golpe en la cara. Sánchez se había ido y en medio de la oscuridad recibí una golpiza tremenda, pese a que me resistí con violencia”, continuó. “Yo grité y nadie escuchó nada. Me parece extraño. Nadie estuvo conmigo, nadie me ayudó. Todos esos miserables me dejaron solo”, se quejó del resto de la tropa.
Lo siguiente que recuerda es que despertó “en una habitación atado en una silla esposado de manos y pies, con una capucha y cinta en la boca”. Denuncia ante este diario que fue interrogado y “torturado” por “varias personas”. “Querían saber quienes colaboraban conmigo y a quien me reportaba yo”, señaló.
Dijo que no reconoció el lugar en donde estaba, pero sí que al cabo de dos días, alguien se sentó al lado suyo y le quitó la capucha. “Era el coronel Justo Rojas Alcorta, 2do comandante de la Brigada, vestido de civil, me conmoví al ver la primera persona conocida”, detalló. Había hablado y estado bajo el mando de Rojas Alcorta durante su paso por el RI 6 de Mercedes: Yo lo conocí a Rojas Alcorta, al asesino Rojas Alcorta, al genocida Rojas Alcorta”, dice ahora Barbieri. Entonces, no obstante, le alegró verlo allí, de civil, junto a él.
“No me dejó hablar –retomó Barbieri–. Y me dijo: ‘Yo le acabo de salvar la vida, pero para salir de acá me tiene que prometer que se va a olvidar de todo lo que le pasó, de lo contrario ya no estará en peligro su vida sino la de su familia también’. Sacó un papel y me hizo firmar un documento de dos hojas que no pude leer nada. Luego se retiró, entraron cuatro personas de civil irreconocibles y una de ellas me puso una inyección intravenosa y me quedé dormido.”
Tras el desmayo, Barbieri dijo que se despertó “vestido de combate sin los borceguíes en mi cama del Casino de Oficiales” del Regimiento de Infantería Mecanizado 3. El médico Kozendrewa, que estaba en el cuarto, le preguntó cómo estaba y “muy al oído si había dicho algo sobre él y su esposa”. Barbieri le aseguró que no. Su ropa “ensangrentada”, dijo, se la llevó Giralda, quien lo fue a ver una vez más para “reiterar que debía olvidar todo”. “Me tuvieron más de cuarenta y cinco días incomunicado para que se borraran todos los hematomas y las heridas de los golpes recibidos”, advirtió.
Excusas
En el legajo del ex capitán figura que el 5 de septiembre de 1983 fue “arrestado” durante 40 días por “alterar las constancias de calificaciones de soldados conscriptos favoreciendo interesadamente al personal de tropa de su sección en perjuicio del resto de la unidad”.
“Todo eso es una mentira, una farsa”, se quejó el ex capitán ante este diario, y explicó: “El período de instrucción culmina en mayo, ¿cuatro meses se tomaron para castigarme por haber hecho supuestamente eso que dicen?”.
Según recordó el ex capitán, a fines de octubre de 1983 Giralda lo citó a su oficina. “Me devolvió mi sueldo y me dijo que me reincorporara”. El 30 de noviembre pidió el pase a Formosa. “No me pude reponer. Me habían robado mi dignidad como persona, mi querida profesión y el reloj seiko que me había regalado mí papá al recibirme en el Colegio Militar de la Nación”, culminó.
Yo provengo de una familia peronista y el 24 de marzo me dolió mucho”, aseguró.
–-¿Por qué no se fue, entonces?
—Porque soy un cagón de mierda, porque no tenía protección, ni de qué vivir, y porque creí siempre que se iba a revertir. La esperanza la perdí en el ‘89.
–¿Por qué no contó esto antes?
—Porque no me animé. Mis hijos me convencieron. Espero que esto colabore a la enorme causa de los desaparecidos y que le llegue el mensaje a la oficialidad nueva para que sepa que aquello que ocurrió en el 76 fue una barbaridad.
“Se sabía lo que pasaba”
Casi toda la carrera militar de Barbieri tuvo lugar en dictadura. Egresó a fines de 1974 y su primer destino como subteniente fue el Regimiento de Infantería de Monte 29, en Formosa. Cuando Montoneros intentó tomarlo, en octubre de 1975, Barbieri estaba en el Casino de Oficiales. A fines de 1976 lo trasladan al RI 6 de Mercedes. “Me da la impresión que fue por algún comentario que habré hecho”, supuso. En Formosa lo despidió el teniente primero Silvano Pastor Barrios, que era su jefe: “Me dijo que tuviera cuidado con ‘esa gente que está haciendo operaciones no convencionales. Entendí a qué se refería”, aseguró. No dijo nada.
En Mercedes lo recibió Rojas Alcorta, raramente confianzudo. Le preguntó si lo recordaba, habían coincidido en el velatorio de Ricardo Massaferro, un subteniente que falleció durante el intento de copamiento del RIM 29. Barbieri no lo “junaba”. “Bueno, acá usted va a poder vengar a su amigo Massaferro”, dijo que le aseguró el entonces jefe de la guarnición 6. El ex capitán dijo que le respondió que él “no” tenía “nada que vengar”.
Allí, en ese mismo regimiento, cenó una noche con un teniente primero Alberto Francisco Bustos, quien le confesó que “había sido parte de una operación con la que no estaba de acuerdo”. Este hombre, según su recuerdo, le dijo que junto a “un grupo de oficiales y suboficiales” había “ingresado a una casa donde se reunía una columna de una organización terrorista y en un momento se produjo un tiroteo”. Evitó decir “secuestro”, pero sí dijo “terrorista” el ex capitán.
–¿No le ofrecieron a usted participar de esos operativos?
–No. Supongo que Rojas Alcorta ya sabía que diría que no.
Rojas Alcorta murió antes de poder ser juzgado.
De Mercedes fue trasladado al entonces Regimiento de Infantería de Monte 18 en San Javier, Misiones. “A modo de castigo, allí no había nada más que carpas, no había ni cuartel cuando llegué”, contó. Tuvo de jefes a Germán Cosme Conci, “un asesino serial según lo que contó que hizo en Córdoba, donde se jactaba de haber combatido la subversión a tiro limpio”; a Sergio San Martín y a Hugo Delmé, condenados por crímenes de lesa humanidad cometidos en Neuquén y Bahía Blanca.
Por comentarios de pasillo o anécdotas directamente compartidas por los protagonistas, Barbieri sabía qué ocurría en el país durante la última dictadura. “Se sabía, sabíamos que estaban operando de civil. Por orden de la superioridad, yendo de civil a detener gente”, aseguró. No abrió la boca hasta ahora. Y, por ahora, sigue sin abrirla ante la Justicia. Como él, muchísimos otros integrantes de la fuerza de ese tiempo deben guardar recuerdos –nombres, vivencias, historias– que pueden llegar a ser útiles a las investigaciones judiciales, y a aportar, tal vez, piezas de rompecabezas que falta completar a las familias desaparecidos y sobrevivientes que sostienen la memoria, que aún esperan un retazo de Justicia y toda la verdad.
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El asalto al cuartel de Formosa fue muy importante para mi, y no solo porque alli murieron compañeros queridos como el ya mencionado Luis Mayol y Saúl Kobrinsky, sino porque estuve tan en radical desacuerdo con él, que decidí romper todo lazo con la organización Montoneros (que para entonces presumía de ser un partido de cuadros). Las declaraciones del capitán (R) Omar Barbieri también me tocan personalmente porque hacia fines de 1974 pasé una temporada en la enfermería del RI3 de La Tablada luego de hacerme el loquito (me la pasaba cantando entre dientes la «Cantata de los puentes amarillos» de Spinetta) para pasar a segundo plano mis vínculos con Montoneros que habnían surgido a partir de mi pase en comisión a la Junta de Calificaciones de oficiales superiores que sesionaba en el Edificio Libertador, entonces sede del Comando en Jefe del Ejército y de sendas misiones militares de Estados Unidos y Francia. En esa enfermeria estuvo detenido unos años después el sanguinario general Ramón Camps.
Las declaraciones de Barbieri me hacen recordar las hechas en 1975 por el teniente retirado Horacio Paino ante una comisión bicameral que investigaba a las escuadras asesinas de la proteica Alianza Anticomunista Argentina o Triple A. El testimonio de Paino fue imprescindible para entender como se habían creado por indicación del ministro José López Rega y en el seno del Ministerio de Bienestar Social, pero también contenían una serie de disparates como, por ejemplo, que el obispo de Neuquén, Jaime de Nevares –uno de los más progresistas de un Episcopado ultrareaccionario que habría de apoyar de inmediato el golpe cívico-militar que se abocó al exteminio de sus opositores– era parte de la Triple A.
En los dichos de Barbieri hay cosas que no me cierran. Por ejemplo, que sostenga que el segundo jefe del Regimiento 29 de Infanteria era un tal Luis Plechot, puesto que este no figura en el libro de la «Promociones egresadas del Colegio Militarar de la Nación» del coronel (R) Abelardo Marín Figueroa, publicado en 2001 donde si figura quien podrìa ser su padre, Andrés Casimiro, retirado con el grado de coronel en 1957, quien falleció casi exactamente un año después del asalto.
Tampoco me cierra que Plechot identificara a uno de los cadaveres como el de un agente de inteligencia del Ejército infiltrado. Y es que es muy difícil pensar que de existir ese infiltrado no hubiera desertado a último momento y en cambio hubiera participado de los enfrentamientos como montonero. ¿Por qué?
Pero lo que si me cierra es que –como ya pensaba entonces– la frustrada toma del cuartel le vino como anillo al dedo a los militares golpistas como queda claro de la atenta lectura de panegiristas de la dictadura como Ceferino Reato. No hacía falta que lo dijera Barbiero pero como se sabe, lo que abunda no daña.