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¿BANNON YA FUE? Una radiografía de la «nueva derecha» (mal que le pese) global

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Dos buenas notas sobre una «nueva derecha» cuya cara más visible es la de Steve Bannon, quien muy paradójicamente estará frito tanto si gana Biden como si, contra todo pronostico, Trump resulta electo (excepto que se prosterne y subordine, lo que no parece estar en su proyecto político). ¿Por qué? Se explica aquí y en la segunda nota. El futuro está en disputa, pero los ultras como Bannon no parecen tener un futuro halagüeño, ni aquí (donde su réplica bizarra es Patricia Bullrich) y ni siquiera en Brasil, donde el futuro del gobierno de Bolsonaro aparece muy complicado. Sugiéroles que si están apurades igual guarden estas notas para engullirlas en el primer momento libre que tengan. JS

Radiografía de la derecha mundial contemporánea

 

POR ESTEBAN MAGNANI* / AGENCIA PERONISTA DE NOTICIAS

Steve Bannon, que acaba de ser detenido por quedarse ilegalmente con un millón de dólares proveniente de la campaña de Trump para construir el muro entre México y Estados Unidos, es algo más que un publicista de la extrema derecha.

Junto con personajes como el ruso Alexandr Dugin (al que llaman el Rasputín de Putin) y el brasileño Olavo de Carvalho (otro monje negro pero este de Bolsonaro) expresa una crítica a la globalización que no propone una superación, sino una perspectiva reaccionaria.

Los ideólogos de la extrema derecha contemporánea combinan filosofías que atacan el núcleo duro de la Modernidad.

Olavo de Carvalho y Alexandr Dugin, dos pivotes de la nueva derecha.

 

La extrema derecha global fue ignorada, despreciada y finalmente temida. Ahora llegó el momento de comprender cómo funciona, qué piensa y por qué tiene tanto éxito para capitalizar el descontento que deja detrás un neoliberalismo predador. ¿O es parte de lo mismo?

La tarea de comprender a la nueva extrema derecha no es fácil, porque más allá de cierto eje común que reúne el racismo, el antisemitismo, el antifeminismo o el uso de delirantes teorías conspirativas y de datos e inteligencia artificial, la derecha se adapta con facilidad a los miedos y frustraciones particulares de los olvidados de cada país.

El ingrediente más novedoso de esta derecha extrema es el uso eficiente de tecnologías para detectar temores, frustraciones, rasgos de personalidad o deseos, con datos obtenidos de distintas maneras. Con ese insumo, infinitamente más rico que el provisto por muestreos estadísticos, es posible detectar a los persuadibles y afectar su comportamiento para favorecer ciertas acciones. La capacidad de manipular a las poblaciones por medio de la nueva potencia de los datos, algoritmos e inteligencia artificial hizo su brutal entrada en la escena gracias al escándalo de Cambridge Analytica, pero su diversidad se manifiesta en las grietas que proliferan en las sociedades occidentales.

Sin embargo, sería un error creer que todo se explica por Facebook, Twitter o WhatsApp. Cada vez más analistas entienden la necesidad de escuchar, de ir un poco más allá de la indignación, para entender qué está ocurriendo en el mundo. ¿Qué piensa la extrema derecha?

El hilo

“Vivimos en el neofeudalismo. Esto no es capitalismo”. ¿A quién pertenece la frase? ¿A sectores intelectuales anarquistas, socialistas del siglo XXI, a alguna patrulla perdida del trotskismo? No, pertenece nada menos que a Steve Bannon, quien fuera el jefe de la campaña electoral de Donald Trump en 2016.

Bannon, que acaba de ser detenido por quedarse ilegalmente con un millón de dólares proveniente de la campaña de Trump para construir el muro entre México y Estados Unidos, es un personaje peculiar. Director del sitio de noticias de ultraderecha “Breitbart News” (famoso por sus brutales ataques contra quienes se interponen en el camino de sus protegidos y por el uso de noticias falsas), fue despedido de la Casa Blanca en agosto de 2017 por sus posiciones extremistas, sobre todo las contrarias a la globalización.

Desde entonces Bannon se dedicó a asesorar a buena parte de los sectores más extremistas y racistas de Europa y América Latina. En este personaje particular, afecto a usar dos camisas superpuestas, se catalizan las ideas de una derecha que perdió la vergüenza de decir lo que piensa y que cuenta con una gran capacidad tecnológica para cultivar los discursos de odio en el fértil estiércol neoliberal.

El multibillonario Robert Mercer y su hija Rebekah, que durante años secundó a Bannon y que ejecutó la ruptura con él en apoyo a Trump a fines de 2017 y comienzos de 2018.

 

Bannon era la cara visible de uno de los grandes inversores de la derecha extremista, el oscuro Robert Mercer, un informático que se hizo millonario gracias al “High Frequency Trading”, un precursor sistema de inteligencia artificial que compra y vende acciones en la bolsa miles de veces por segundo ganando centavos cada vez. Este multimillonario es un fuerte donante en organizaciones no gubernamentales de derecha y uno de los inversores de Cambridge Analytica, en la que ubicó como vicepresidente a Steve Bannon.

Esta empresa, desaparecida tras el escándalo de las elecciones presidenciales en Estados Unidos, era una filial estadounidense de SCL, una compañía inglesa especializada en operaciones psicológicas. Mercer es muy reservado, no da charlas ni entrevistas, pero, como explica la periodista inglesa Carol Cadwalladar en el documental “Fake America Great Again”, al seguir el rastro de su dinero se comprende lo que piensa. Steve Bannon es quien ponía la cara por las ideas que Robert Mercer financia.

Por eso vale la pena detenerse en el recorrido del hombre que estuvo detrás de las campañas, en general exitosas, no solo de Trump, sino también del Brexit contra la Unión Europea en el Reino Unido, de Jair Bolsonaro en Brasil, de Viktor Orbán en Hungría, de Matteo Salvini en Italia, del partido Vox en España y de Marine Le Pen en Francia (quien luego rechazó trabajar con él), entre otros.

En esos años fundó El Movimiento, una organización pensada para ayudar a los partidos nacionalistas europeos en sus campañas políticas. También, según puede verse en el documental “Nada es privado” de Karim Amer y Jehane Noujaim, 2019, colaboró con la campaña de Mauricio Macri en Argentina y trabajó para Guo Wengui, un exiliado chino multimillonario opositor al régimen de su país.

Steve Bannon es un ex: ex-militar, ex-agente de bolsa (con la que hizo varios millones de dólares), ex-productor de cine y ex-alcohólico. En una extensa entrevista que brindó para el documental “America’s Great Divide” de Michael Kirk del año 2020, cuenta que le interesaba la política pero que su actividad se detonó con el rescate financiero, el bailout que el presidente Barack Obama brindó al sistema de finanzas estadounidense luego de la crisis de 2008.

“Nadie se ha hecho responsable de la crisis financiera”, dice indignado. Ninguno de quienes se beneficiaron con esa brutal crisis terminó preso o resignó sus millonarios bonos de fin de año. “Hemos puesto el peso del salvataje de ellos sobre las espaldas de la clase trabajadora y de la clase media. Por eso nadie tiene nada. Los “millennials” de hoy no son más que los siervos rusos del siglo XIX. (…) No van a tener nada. (…) Esto no trata sobre demócratas o republicanos, tiene que ver sobre la forma en que trabaja el sistema. Se trata de cómo el sistema se une para protegerse a sí mismo y seguir adelante”.

No hace falta ser de derecha para indignarse con él. Es cierto que Obama había abierto una enorme expectativa de cambio respecto a los gobiernos de Clinton y Bush, ambos alineados, a pesar de sus diferencias partidarias, con el poder de Wall Street. Al aceptar el rescate, no quiso o no se animó a aprovechar la oportunidad de poner un límite a la voracidad del poder financiero. Con esa firma, se sentenció la esperanza de cambiar un sistema financiero que produce desigualdad, trabajos chatarra, endeudamiento y frustración en la clase trabajadora de ese país.

Para Steve Bannon, en ese panorama se hacía necesario un populismo nacionalista liderado por alguien dispuesto de patear el tablero, un vengador que llamase las cosas por su nombre. Un hombre como Trump. Sin ese contexto, no es posible comprender el éxito de las campañas de desinformación brutales que fueron sembradas intencionalmente, pero que echaron raíces y florecieron en una población enfurecida que veía al poder financiero, a los demócratas y a los republicanos, la corrección política, el feminismo, el movimiento LGTB  y los demás movimientos por los derechos de las minorías como un combo indistinguible que los empobrece y humilla. No solo la clase trabajadora y la clase media deben endeudarse para sobrevivir, sino que se los acusa de machistas, xenófobos, racistas y contaminadores, quitándoles cualquier reserva de dignidad, sobre todo a los varones (las mujeres también votan a la derecha, aunque Trump exagera los porcentajes). Su mundo tiembla y ni siquiera pueden refugiarse en la seguridad de una identidad ahora sacudida por el mandato hegemonista progresista.

Según Steve Bannon, el camino hacia el populismo nacionalista debía iniciarse controlando al Partido Republicano por medio de ataques brutales desde las redes (“cancel cultura” es el nombre que recibe esta campaña en Estados Unidos) a cualquier senador que se sentara a dialogar con los demócratas. Los rebeldes eran dinamitados a través de las redes con las municiones provistas por el sitio de noticias de ultraderecha “Breitbart News” y otros medios hasta hacerlos retroceder. Así, podían leerse comentarios que decían que “solo un traidor negocia con un nazi, un comunista, defensor de Wall Street, africano, dictador” y todo lo demás que se pudiera decir sobre Obama desde los medios de derecha. El resultado fue la parálisis del gobierno demócrata, que se desangró para lograr una moderada reforma en el sistema de salud.

Y así llegó Donald Trump. El plan de Steve Bannon se centraba sobre todo en dos cuestiones: primero, en construir un muro como símbolo de la lucha contra la inmigración ilegal utilizada por las grandes empresas (incluso las multinacionales) para disminuir aún más los ingresos ya “neofeudales” de los trabajadores y trabajadoras. En segundo lugar, y con el mismo objetivo, enfrentar a China, que destruye el trabajo de la clase obrera estadounidense. En este sentido, Steve Bannon dice en una entrevista a Benjamin Teitelbaum: “Lo que tenemos ahora es un sistema en el que esclavos chinos fabrican productos para los desempleados de Occidente”.

A primera vista, no parece un plan demasiado elaborado para gobernar el país más poderoso del mundo. Pero… ¿hay realmente un plan maestro para la derecha global?

Al parecer fue la aparición de este libro en el que Bannon habla pestes de su hija Ivanka y de su marido Jared Kushnetr, espada sionista, lo que dinamitó la relación de Trump con el blondo presidente y, por arrastre, con su mecenas y su hija.

Tomárselo en serio

A principios de este año salió el libro “War for Eternity” del etnomúsico Benjamin Teitelbaum, quien lleva años estudiando a oscuros pensadores de derecha (anteriormente escribió “Lions of the North” sobre el nacionalismo en Escandinavia). Al escuchar a Steve Bannon en sus entrevistas, Teitelbaum elaboró una hipótesis: él, al igual que algunos otros pensadores de la derecha, es un tradicionalista.

El tradicionalismo es una corriente filosófica de comienzos del siglo XX con fuertes vínculos con el fascismo y que establece que la historia es cíclica, con cuatro periodos que se repiten. Cada uno de estos periodos se vincula a una clase que tiene el poder: los filósofos, los guerreros, los mercaderes y los esclavos (siempre varones, por supuesto). La fase final, la de los esclavos, marca la descomposición del sistema hasta el inicio de un nuevo ciclo.

Esta corriente filosófica también plantea la necesidad de las jerarquías en la sociedad y la validez de todas las religiones para organizarlas bajo una doctrina superior. Es una corriente anti-iluminista que plantea que las verdades son alternativas: dependen de las cosmologías culturales, un vínculo directo con los “hechos alternativos” puestos en boga durante la campaña de Trump, que constituyen el eje de lo que se ha dado en llamar la posverdad. Si bien Teitelbaum reconoce la heterogeneidad de esta corriente, hay una tendencia a considerar la superioridad de la raza aria, cuyas raíces están en la India. Todo el combo viene sazonado con una buena dosis de esoterismo opuesto al materialismo encarnado por el consumismo, pero también por el comunismo.

Steve Bannon conoce el tradicionalismo, pero se define de una manera más humilde: “Soy solo un fucking tipo que va viendo mientras avanza”. Sin embargo, a lo largo de las conversaciones, se transparenta que conoce esa corriente filosófica, aunque hace sus propias interpretaciones y prefiere no profundizar en las partes más esotéricas.

Steve Bannon no es el único poderoso con esa visión anti-materialista y anti-iluminista que cobró relevancia en los últimos años.

Entre ellos está también Alexandr Dugin, un filósofo ruso con varios libros escritos que asesora a Vladímir Putin (a veces directamente y a veces en las sombras).

El otro personaje que también se reúne con Teitelbaum es un conocido referente de la actual política brasileña: Olavo de Carvalho. Este asesor de Bolsonaro utilizó su canal de YouTube para apoyarlo en su carrera política y despotricar sobre todo contra la ideología de género y el comunismo. Sin embargo, una vez que su protegido llegó a la Presidencia, rechazó formar parte de su gabinete y solo recomendó a personas de confianza para ocupar cargos claves. Cabe aclarar que este pilar ideológico parece estar abandonando a un Bolsonaro en picada y cada vez más aislado.

Pese a las afinidades que encuentra, Teitelbaum reconoce que más allá de las críticas al sistema y cierta cosmología, el hilo ideológico que une a estos personajes es delgado. Los tres coinciden en la necesidad de potenciar los nacionalismos locales para producir una disgregación de los países y revertir la globalización materialista e iluminista que arrasa con los valores espirituales tradicionales.

Pero luego surgen las diferencias: el brasileño Carvalho, que practicó el sufismo en su juventud, se define como un hombre único, “un filósofo, pero no un discípulo”, y discute fuertemente con otro tradicionalista como el ruso Dugin acerca de qué país representa mejor la próxima etapa del reino de los filósofos por llegar (Rusia o Estados Unidos).

La sensación es que la falta de un marco teórico coherente reduce las coincidencias a muy poca cosa y, para peor, permite interpretaciones distintas sobre la actualidad. ¿Es China materialista? O incluso, como dice Carvalho, ¿representa Estados Unidos una visión materialista del mundo o solo lo hacen miembros de su elite explotadora? ¿Es la clase trabajadora de ese país, simple y conservadora, el sujeto histórico emancipador que buscan?

Un denominador común entre estos ideólogos de la derecha es la necesidad de destruir el Estado tal como lo conocemos: su burocracia, su corrupción, su simbiosis con los poderes fácticos, pero también sus sistemas de salud, educativos y científicos, las agencias ambientales, el aparato diplomático. “La destrucción es parte del ciclo”, le dice Bannon a Teitelbaum en una entrevista.

En la práctica, más allá de un puñado de ideas básicas comunes, las derechas se adaptaron a las coyunturas particulares para llenar el vacío de legitimidad que dejan a su paso el neoliberalismo y una izquierda tradicional incapaz de modificar estructuras de poder y que se dedicó a trabajar la agenda de los derechos humanos, el ambientalismo, el feminismo o los derechos de los LGTB y demás minorías. Como se suele decir, la política odia el vacío y fue la derecha la que mejor supo llenarlo.

El estallido de la tecnopolítica

El contexto favorece el estallido de una tormenta perfecta en Occidente. Una tormenta que parece ser la de los líderes fuertes y carismáticos que, como diría Max Weber, son capaces de cambiar la inercia de un sistema en el que quienes toman siempre las decisiones solo quieren mantener el statu quo. Lo que quieren los humillados es una venganza contra ese establishment (o lo que ellos consideran como tal).

En ese contexto en el que no hay mapas cognitivos que permitan comprender qué pasa, las lecturas conspirativas simples y descarnadas que confirman quiénes son los malos funcionan como un salvavidas emocional. Las redes sociales, que carecen por completo de una “responsabilidad editorial”, son el espacio ideal para que surjan, se testeén, desarrollen y florezcan posiciones extremas sin fundamentos argumentativos.

Steve Bannon explica en su entrevista cómo se consolidó la usina de noticias falsas que dirigía: “Fue la sección de comentarios la que comenzó a construir algo del poder de Breitbart, además de que nosotros éramos más inteligentes (…) Teníamos una increíble optimización para aparecer en las búsquedas. Fue la unión de tecnología y contenido. En particular, yo tenía un equipo entero dedicado a “deconstruir” los algoritmos de Facebook. Sin Facebook, Breitbart nunca podría haber alcanzado el tamaño que logró”.

Las redes sociales y toda una batería de nuevas tecnologías basadas en datos e inteligencia artificial permiten utilizar la comunicación como laboratorio sin los límites de la corrección política: los humillados pedían sangre y ellos se la iban a dar.

En el laboratorio digital se puede analizar en tiempo real qué mensajes generan la mayor pasión y despiertan más respuestas (“engagement”) para utilizarlos como munición infinita en cualquier ocasión. Los Trump y los Bolsonaro son los candidatos ideales para una campaña basada en la destrucción de los contrincantes sin necesidad de apelar a la verdad.

Como en un judo discursivo, la fuerza del contrincante se utiliza para irritar aún más a los propios y hacerlos reaccionar. Un ejemplo paradigmático de esta desventaja estratégica es lo que ocurrió con el “Ele não” (Él no) de Brasil, cuando miles de mujeres salieron a la calle para rechazar la candidatura presidencial de un misógino explícito. El resultado de la marcha multitudinaria fue una aún más potente reacción en las redes que atacó a aquellas caras más visibles de la manifestación, como Daniela Mercury o Anitta. Lo mismo les ocurrió a quienes se pusieron en el camino de Trump en su camino a la Casa Blanca, no solo “crooked (deshonesta) Hillary”, sino también varios senadores republicanos. Las respuestas indignadas que venían de sectores percibidos como aliados del sistema empobrecedor servían para ratificar la confianza en el líder que los insultaba en la cara.

Si bien las grandes líneas del descontento social son perceptibles por cualquier analista político, al mirar a las personas de cerca surgen matices particulares que requieren una comunicación segmentada, como la que llevaron adelante Cambridge Analytica o los numerosos “troll-centers” del mundo que activan a los sectores más radicalizados a tomar las calles como nunca antes.

Eso es lo que permiten las redes sociales: poner en juego las noticias, verdaderas o falsas, y encontrar las que se instalan en la sociedad para utilizarlas como encuadre de las noticias futuras que continúen abonando una mirada sobre el mundo.

Como dice Teitelbaum: “El tipo de activismo apoyado por Cambridge Analytica fue una forma innovadora y potenciada de algo que la extrema derecha llama metapolítica. La estrategia implica hacer campaña no a través de la política, sino a través de la cultura, a través de las artes, el entretenimiento, los intelectuales, la religión y la educación. Esos son los lugares donde se forman nuestros valores, no en una cabina de votación”. Los militantes deberán insertarse en todos los espacios, sobre todo los apolíticos, y comenzar a bajar su mensaje de a poco, buscando crear un nuevo sentido común, no ya con ancianos aburridos hablando pausado sino de una manera atractiva, seductora y con herramientas que permitan medir en tiempo real la circulación de los mensajes, como hacen los influencers y youtubers de derecha. Como decía el fallecido Andrew Breitbart, el creador del sitio que luego dirigió Bannon, “la política se encuentra corriente abajo de la cultura”.

Esa lucha cultural se está transformando en algo brutal, con campos enfrentados que perciben la realidad desde lugares distintos y sin puntos de contacto. El gran éxito de la nueva derecha en Estados Unidos ha sido construir un solo enemigo que condensa al capital financiero, globalizador, destructor del trabajo estable, centrado solamente en los derechos humanos de los homosexuales, de las feministas, de los ecologistas, etc. La prueba de que son lo mismo, como dice Steve Bannon, es que “el presidente más progresista de la historia de Estados Unidos, el presidente Obama, salvó a los ricos, no a los trabajadores ni mucho menos a los pobres”. Esa desconfianza contra todos es la que le permite a Donald Trump señalar a los periodistas y decirles en la cara “ustedes son las noticias falsas” sin ruborizarse.

En el mismo lodo

En cada país la derecha supo adaptarse a los contextos. En Brasil, por ejemplo, parte del éxito de gobiernos extremistas como el de Bolsonaro puede entenderse por las limitaciones del Partido de los Trabajadores (PT) para producir cambios estructurales, pero también por el constante ataque de los medios del establishment cuando efectivamente el PT intentaba producirlos. Buena parte de la sociedad, cocinada a fuego lento en el odio destilado por los medios tradicionales, estaba preparada para absorber las más delirantes noticias falsas o teorías conspirativas que se pudieran inventar y testear desde la derecha a través de Facebook, Twitter o, como ocurrió en Brasil, Whatsapp. Contexto, dinero y tecnología permitirían desarrollar ese potencial para que Bolsonaro ganase en las urnas.

Estas líneas permiten trazar algunas respuestas sobre el avance de la derecha global, pero es mucho lo que queda por responder.

¿Alcanza el rechazo de amplios sectores del establishment para no considerar a estos nuevos populismos de derecha simplemente como otra “vuelta de rosca” neoliberal? ¿Son sostenibles estos gobiernos basados en mantener irritadas a sus bases de apoyo y en neutralizar a sus adversarios? ¿Qué lugar tiene la realidad material, como expone brutalmente la pandemia, para socavar sus discursos anti-científicos y anti-iluministas? Hasta ahora la receta ha sido duplicar la energía de cada ataque, pero ¿hay un límite? ¿Podrán sobrevivir al nivel de descomposición social que ellos mismos potenciaron? Y, sobre todo, ¿qué viene después de sus cada vez más evidentes fracasos para satisfacer las expectativas de las bases electorales?

*) Esteban Magnani es Licenciado en Ciencias de la Comunicación. Actualmente se desempeña como director de la Licenciatura en Medios Audiovisuales y Digitales de la Universidad nacional de Rafaela.

Bannon: Los banqueros de Trump le declararon la guerra

La guerra entre el ex asesor Steve Bannon y el presidente afecta al financiador de ambos, Robert Mercer, que toma partido por el Presidente

 

PABLO PARDO / EL MUNDO

Cada vez que meta una palabra o un párrafo en un traductor online, dele las gracias a Robert Mercer por esa tecnología. Y, si usted coincide con la línea política de Donald Trump, dele las gracias doblemente. Porque puede decirse que Robert Mercer es quien ha puesto a Donald Trump en la Casa Blanca.

Es otra paradoja de Trump: el presidente que habla con el lenguaje de un niño de nueve años debe su cargo al hombre que en la década de los ochenta lanzó su carrera profesional revolucionando los sistemas de traducción por computador. El jefe de Estado y del Gobierno que el 20 de enero, al jurar el cargo, dijo que «hoy transferimos el poder al pueblo americano», ha llegado a donde está gracias a esa misma persona, que a partir de 1993 -y hasta que fue cesado hace dos meses por racista- revolucionó la compraventa de activos financieros en Wall Street.

La alianza política entre Robert Mercer, ex co-consejero delegado de Renaissiance Technologies, conocido coloquialmente como RenTech, el hedge fund más exitoso de la Historia, y Donald Trump, ha marcado la política de Estados Unidos. Fue Mercer quien, cuando la campaña de Trump estaba colapsándose en agosto de 2016, le presentó a Steve Bannon, director de la página web de ultraderecha Breitbart, que el líder de Ren Tech financiaba. El 8 de noviembre, Trump fue elegido presidente.

Así se formó el triángulo Mercer-Bannon-Trump, en el que el primero aportaba los fondos, el segundo, la estrategia, y el tercero, la política. En el centro de esa geometría estaba la segunda hija de Mercer, Rebekah, que es quien se ocupa del día a día de las actividades políticas de su padre. Era un triángulo incomprensible. Robert Mercer no recuerda haber tenido en su vida una sola pesadilla, y su ex jefe en IBM le llamaba «el autómata», según narra Sebastian Mallaby en su historia de los hedge funds More Money Than God (Más dinero que Dios). Rebakeha solo ha tenido un trabajo en su vida, casualmente, en Renaissance. Y Bannon y Trump son, por decirlo suavemente, propensos al histrionismo. Es difícil imaginar una combinación más rocambolesca.

Aun así, la alianza funcionó. Hasta que esta semana, el libro del periodista Michael Wolff The Fire and the Fury (El fuego y la furia) sobre la Casa Blanca de Trump, salió publicado. Y, en él, un brutal ataque de Bannon a los que él llama ‘Jarvanka’, y que no son otros que la hija mayor de Trump, Ivanka, y su esposo, Jared Kushner, ambos, además, asesores del presidente.

Trump rompió con Bannon inmediatamente, en su medio de comunicación favorito: Twitter. Los Mercer, que nunca jamás hablan y de los que apenas hay fotografías, hicieron algo inusual: emitir un comunicado. Rebekah, de 44 años, declaró: «Ni mi familia ni yo hemos mantenido relación con Steven Bannon ni le hemos dado financiación desde hace meses». O sea: los Mercer están con Trump. Eso indica que la maquinaria financiera y tecnológica del trumpismo sigue junto al presidente. Y que Bannon está aislado. Ha roto con el presidente y con sus financiadores.

Es difícil exagerar el papel de los Mercer en la oleada de populismo nacionalista que recorre Occidente. Así lo declaró el propio Bannon en una entrevista el 1 de mayo: «Los Mercer sentaron las bases de la revolución de Trump». Oficialmente, Rebekah Mercer es, junto con sus dos hermanas, la dueña de una empresa de chocolate, Ruby et Violette. En realidad, es una de las mujeres más poderosas del mundo. Su alineamiento con Trump y contra Bannon puede ser un golpe mortal para este último.

Las Mercer son poderosos no solo por su dinero, aunque nadie sabe a ciencia cierta cuánto tienen. Lo son por su estrategia. Breitbart, que arrancó poco menos que como una broma, se ha convertido en la referencia mundial de la derecha alternativa. Más complejo es el mecanismo de Cambridge Analytica, una consultora especializada en el uso de big data que fue decisiva para que el Brexit ganara el referéndum del 23 de junio de 2016, cuando colaboró con el ultranacionalista Nigel Farage y a su partido UKIP. Al combinar datos con medios de comunicación, los Mercer tienen un poder mucho mayor que el de cualquier donante estilo Adelson que se limita a dar cheques.

La piedra angular de su estrategia es en el uso de los datos para conocer e influir la opinión pública. Es algo que procede del padre, Robert, que revolucionó la tecnología de traducción de uidiomas por ordenador en IBM, hasta que el fundador de RenTech, Jim Simons, lo fichó para su hedge fund (un hedge fund es un fondo no regulado, con lo que puede tomar riesgos que las autoridades nunca permitirían a una institución financiera normal). Renaissance es, de lejos, el fondo que ha tenido más éxito, y lo ha logrado con una regla básica: no contratar jamás a un economista, sino a matemáticos, físicos, astrónomos y expertos en computación. Dirigidos por Simons y Mercer, Renaissance inventó el trading de activos que se hace hoy en día. Y ahora, Mercer es el artífice de Brexit y de Trump, y, tal vez, lo sea en el futuro de la desaparición política de Steve Bannon.


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2 comentarios

  1. La rápida calificación de las neuronas unipolares de la derecha mundial neoliberal a Dugin -o Duguin- como un Rasputín de la derecha actual excede a su bibliografía directa e indirecta y comparte sólo con Bannon y Robert Mercer en la descripción geográfica política mundial en el ardiente deseo del la geopolítica unipolar en las áreas que concurren a esa lista de deseos de la derecha actual, que más que nada expresa actualización del nazismo y el financierismo de banqueros, empresas offshore y casas de calificación con gula a lo Saturno. La postura de Dugin ha sido y es multilateralista y con clara conciencia del difícil logro de esta necesaria gobernanza que podrá frenar el único camino del cínico neoliberalismo -nunca progresista. Bannon, Mercer, Cambridge Analytica, Bill Gates y otros no tan famosos empresarios de la informática, sus ciencias y sus divulgadores son un cartel invisible para la difícil sustitución del criminal internet en pocas manos, que sí está en una lucha activa para defender el neofeudalismo como una máscara que se oculta en esa 6ta columna. La actuación de Bannon y la mediocre asesoría al perdido bolsonarismo están a la vista del fracaso de la política económica, más pirata que haya existido jamás, camuflada y hoy robando a manos descaradas a todos los ciudadanos del mundo, en complicidad con las empresas satélites de Microsoft y las empresas generales de comunicación en esta pandemia histórica con cuarentena imprescindible para salvar la vida, cosa imposible de ser vista por los bannones mundiales. Una novedosa aportación de Dugin es haber comprendido que las religiones son la base para la construcción histórica de una genética cultural, consciente o inconsciente que apoya la furia contra la diversidad de género, etaria, de raza y que hasta que este síndrome de poder y apropiación ilegítima de bienes y recursos personales o nacionales transmitidos por los genes de información de lo falsamente correcto que se fue formando con las creencias como valores de conducta social y sea superado por conciencia de solidaridad y necesaria existencia de los DDHH, que la ONU, la OEA y la CE deben buscar y apresurar la convivencia antibélica mundial.

  2. Alexandr Dugin ultraderecha ?
    Solamente se le puede ocurrir a una mente afiebrada.
    El autor debería leer algo sobre la Cuarta Teoría Política que propone, es decir ideas que no tienen nada que ver con el liberalismo, el comunismo y el nacionalismo.
    Su posición está más bien en línea con un mundo multipolar, no globalizado.

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