FRANCIS DRUMMOND. Una historia de amor, locura y muerte, por Lucas Yañez.
Un vino rico, una investigación etílica y un marinero escocés
Hace unas semanas el compañero Chicho me invitó a comer al bodegón del club Huracán junto a un grupo de pandilleros. Para enfatizar la invitación dijo que tenía que probar un vino que,
“Se toma como agua, suelta la lengua y es un elixir de los dioses”.
Tengo que reconocer que, esta vez, la descripción no era exagerada. Y como uno tiene berretines de investigador, en especial sobre ciertas cuestiones etílicas, tras una breve pesquisa descubrí que la bodega está ubicada en Luján de Cuyo, más precisamente en el distrito Mayor Drummond, nombre que me resultó conocido y al que podemos vincular de alguna manera con el territorio de las Barracas…

Alejandro Dolina cuenta sobre Francis Drummond que,
“Buscaba causas justas por las cuales batirse”[1].
Agregará luego,
“Era escocés, pero luchaba en la marina inglesa”[2].
A simple vista, las dos citas constituyen un oxímoron. Uno no encuentra “causas justas” en la “marina inglesa”. Ha de ser la intención de Dolina, afecto como es a las provocaciones intelectuales y a las figuras retóricas.
Drummond llegó a Sudamérica con lord Thomas Alexander Cochrane, cuando éste, ya distanciado de San Martín, se puso bajo las órdenes, y los sueldos, de Pedro I de Brasil y lo ayudó en la expulsión de la flota portuguesa y en la consolidación del nuevo imperio carioca.
Cochrane nunca se llevó bien con quienes requerían sus servicios o también podía ocurrir que tuviera instrucciones del almirantazgo británico y entonces en cada oportunidad se fuera “dando un portazo” y llevándose consigo una buena presa para engrosar sus arcas. Sucedió con San Martín en Lima y ahora con Pedro I en Río de Janeiro. El lord puso proa rumbo a la rubia Albión y con él marcharon Drummond, otros oficiales y algunos buques portugueses que Cochrane había capturado, como “parte de pago”.
Una vez en Londres pudo haber pasado que Francis Drummond no se habituara a la vida en tierra firme y entonces sí, “buscara una causa justa por la cual batirse”. O también pudo suceder que la marina real británica tuviera planes para él. De una u otra manera, nuestro hombre se vuelve a embarcar con destino al Atlántico Sur en momentos en que llegan las primeras noticias de la guerra entre las Provincias Unidas del Río de la Plata y el imperio del Brasil. Uno podría pensar que Drummond se alistaría con sus viejos camaradas cariocas pero, sorpresivamente o no, elige el bando de lo que después será la Argentina, quizás porque era el más débil o quizás porque conociendo al imperio, considere más justo sumar el concurso de sus esfuerzos para este lado.
La hipótesis de que Drummond actúa siguiendo las órdenes del almirantazgo podría tener asidero porque, en su viaje al Río de la Plata, hace escala en Montevideo y allí será arrestado por la denuncia de dos oficiales británicos que permanecen leales al imperio y quizás conozcan al escocés de su paso por esa fuerza. Su temporada en prisión no será larga –saldrá por gestión del cónsul británico– lo que le permitirá llegar a Buenos Aires convenientemente como “perseguido” por el imperio lo que, junto con la necesidad de marinos experimentados para sumar a las filas de la naciente armada de las Provincias Unidas, acelerará su incorporación a la flota del almirante Brown como capitán de una goleta recientemente capturada a los brasileños.
El amor
Si fuera cierto que Francis Drummond sigue órdenes de la marina real británica, ¿figuraría el amor entre sus tareas? La política, y la guerra –si es que admitimos el postulado de aquel alemán que la definió como la continuación de la primera por otros medios–, se valen de una variada cantidad de recursos entre los que la seducción no juega un papel menor.
Sigamos un tramo más recorriendo la idea de que el almirantazgo del Reino Unido está detrás de Drummond, ¿qué perseguirían? Lo más probable es que quieran tener hombres en ambos bandos contendientes, para que cualquiera que resulte triunfador deba, en parte, ese triunfo a la oficialidad británica. Pero en el caso de nuestro personaje, no sería descabellado considerar también la posibilidad de que el alto mando naval inglés quisiera tener un agente en el entorno de Guillermo Brown: almirante en jefe de la marina de las Provincias Unidas; organizador de la misma; artífice de muchas de las victorias del pabellón celeste y blanco –quien además era irlandés y católico–, en momentos en que la campaña por la emancipación católica arreciaba en la verde Irlanda.
Recibiera o no instrucciones de Londres, Francis Drummond era un hombre valiente y esa valentía será la llave que le franqueará la confianza del almirante Brown. Drummond es incorporado a la marina de las Provincias Unidas en diciembre de 1826. En enero del año siguiente será nombrado capitán y se le dará el mando de la goleta “Maldonado”, una nave del imperio que había sido abordada y capturada por el corsario Fournier. Con ella, Drummond participará, a comienzos de febrero, en la batalla de Juncal y allí logrará derrotar y rendir a la goleta “Bertioga”, gemela de la “Maldonado”. Para marzo de 1827 Francis Drummond ya es sargento mayor de las Provincias Unidas y visita con asiduidad la casa que el almirante Brown tiene en Barracas, cerca del Riachuelo de los navíos donde ha instalado su cuartel general.

Volvamos a la pregunta que nos hicimos más arriba: ¿figura el amor entre las tareas de nuestro joven oficial? Porque en la casa de su almirante no sólo hay mapas, aparejos y pertrechos; no sólo se habla de naves, tripulaciones y estrategias; allí está Elisa, la hija mayor de Guillermo Brown y Elizabeth Chitty, de una belleza tal capaz de cautivar por igual a viejos lobos de mar y a jóvenes oficiales de la marina ya sean agentes británicos o no. De ella don Enrique Puccia dirá,
“Sólo dieciséis primaveras contaba Elisa (…) al florecer su romance con Francisco Drummond, (quien) arribó a estas playas de promisión dispuesto a abrazar la causa de las libertades argentinas, cayendo únicamente rendido ante el amor de esa niña” [3].
¿Cuándo nos damos cuenta de que estamos enamorados? Alejandro Dolina dirá que Elisa y Francis,
“Despacharon velozmente los penosos trámites que entonces imponía una seducción” [4].
Mientras que para Enrique Puccia,
“Muchos atardeceres, los conductores de carretas y los jinetes que llegaban a Barracas por el camino ‘del Bajo’, al pasar frente a la quinta de Brown para desembocar en la calle Larga, pudieron ver, a través de las verjas, a los jóvenes enamorados pasear por los sombreados senderos, con las manos entrelazadas y el alma puesta en las miradas (…)” [5].
La guerra con el imperio del Brasil parece darle la razón a Dolina antes que a Puccia, en esta oportunidad. Lxs enamoradxs no podían predecir las alternativas del conflicto ni cuánto podrían verse afectados por él. Con la poderosa flota imperial merodeando las costas de las Provincias Unidas no quedaba mucho tiempo libre como para andar paseando de la mano. Así que Elisa Brown y Francis Drummond se comprometieron para casarse a fines de ese año de 1827.
La locura
Los resultados navales favorables a las Provincias Unidas deciden a Brown a intentar una incursión sobre aguas brasileñas. Así, a principios de abril, el almirante zarpará con una pequeña flota de cuatro navíos, entre los que se encuentra el bergantín “Independencia” al mando del flamante sargento mayor Francis Drummond.
A pesar de la precaución de embarcarse amparados por las sombras de la noche, serán descubiertos, antes de salir del Río de la Plata, por una escuadra imperial que vigila nuestras costas. La oscuridad y la necesidad de maniobrar rápidamente para sortear a los brasileños, lleva a los bergantines “República” –nave insignia– e “Independencia” a encallar en un banco de arena. Ambos tendrán que enfrentarse con las naves del imperio y confiar en que la marea suba para poder zafarse del escollo. Enfrente tienen 16 buques artillados que se lanzarán sobre el “República” y el “Independencia” confiando en que serán presas fáciles.
Por su posición, el bergantín de Drummond se llevará la peor parte. Uno a uno caerán los mástiles bajo fuego imperial. La cubierta se irá cubriendo de heridos. El mismo Drummond recibirá una esquirla en el costado de su cabeza que le volará la oreja y lo cubrirá de sangre. A medida que sus cañones sean inutilizados, por la puntería brasileña, porque ya no hay quién los sirva o por la falta de municiones, el sargento mayor ordenará arrojarlos por la borda para aligerar la nave. Con todo, el “Independencia” resistirá los intentos de abordaje y enviará a pique o pondrá en fuga algunas sumacas y lanchones.

Al atardecer del segundo día de combate, Drummond recibe la orden de evacuar el “Independencia” y prenderlo fuego. No puede cumplir las instrucciones; formados en la escuela del almirante Brown -para quien “es preferible irse a pique, que rendir el pabellón”-, sus marineros…
“Su gente, mutilada, quemada por las deflagraciones, reclamaba seguir peleando” [6].
Drummond mandará a que le bajen un bote y se irá con su segundo al mando a buscar munición a los otros buques. Para cubrirlos, los artilleros del “Independencia” desarman la cadena del ancla y disparan los eslabones sobre los brasileños.
No alcanzará a abordar el “República”; Brown le dirá que sólo cuenta con lo indispensable para responder el fuego enemigo. Se dirigirá entonces a la goleta “Sarandí”. Cuando ponga un pie en cubierta será alcanzado por una descarga de metralla.
La muerte
Francis Drummond se desploma sobre los brazos de su compañero John Halstead Coe, capitán de la “Sarandí”.
El trágico desenlace abre versiones varias, algunas con ribetes de leyenda. En el camarote del capitán Coe, Francis Drummond se desangra sin que nadie pueda hacer nada para contener la hemorragia. Cuando comprende que el fin está cerca, Drummond le encomendará a Coe su reloj de bolsillo, para su madre y su anillo de compromiso para Elisa Brown, rogándole que los entregue a sus destinatarias y pronuncia sus últimas palabras para Guillermo Brown,
“Dile al almirante que he cumplido con mi deber y muero como un hombre”.
Otra versión sostiene que, enterado de la situación de Drummond, Brown en persona llegará hasta la “Sarandí”, bajo el fuego graneado brasileño y que alcanzará a escuchar de su boca las últimas palabras de quien iba a ser su yerno.
Brown ordena evacuar el “República” y el “Independencia” y prenderles fuego para que no caigan en poder del imperio. Quizás se arrepienta de no haberlo ordenado antes o de no haberse mostrado más firme en sus órdenes a Drummond. De haberlo hecho así, tal vez hubiera evitado la partida del joven escocés.
El cuerpo de Drummond será velado en la comandancia de marina y luego enterrado en el cementerio de disidentes. Puccia dice que Brown no tuvo el valor para transmitirle lo ocurrido a Elisa y que la noticia le llegó por,
“Los labios temblorosos de un viejo asistente del almirante” [7].
Debió haber sido Coe, quien tenía el doloroso encargo de llevarle el anillo de su prometido.
Elisa Brown acusó el golpe con aparente entereza, demasiada quizás. Todos los testimonios coinciden en que no derramó una lágrima, al menos en público. Pero también coinciden en que la joven ya no fue la misma desde entonces. El resto del otoño y todo el invierno lo pasó en la original “Casa Amarilla”, el hogar de la familia Brown-Chitty. Con la llegada de la primavera, Elisa saldrá paulatinamente de su encierro, para alivio de su familia. Al principio serán pequeños paseos que se irán extendiendo con el correr de los días. Irá siempre acompañada, aunque en silencio. Su parquedad para el diálogo puede pasar por el laconismo heredado de sus ancestros.
¿Habrá ido germinando la idea en Elisa o habrá sido una respuesta a un impulso súbito? Ni Dolina ni Puccia arriesgan una respuesta. Apelarán a las teorías esbozadas por Guillermo Enrique Hudson, el primero, y Pastor Obligado, Santiago O’Farrell y Teodoro Caillet Bois, el historiador de Barracas. Lo cierto es que, a medida que la primavera deja paso al verano y que el calor aprieta, nuestra joven buscará el fresco de la orilla del Riachuelo, algo a todas luces comprensible. Hasta la tarde del 27 de diciembre de 1827 en que, según el periódico “The British Packet and Argentine News”, Elisa Brown, en presencia de su hermano menor Eduardo,
“Se ahogó en un pozo del Riachuelo, mientras se disponía a tomar un baño”[8].
A partir de ese momento, la leyenda tomó los hilos de la historia y tejió con ellos una trama en la cual Elisa se sumerge en el Riachuelo con el traje de novia que pensaba usar en la malograda boda con Francis Drummond. Contribuye a la leyenda la fecha elegida por la joven, quizás la fecha en que tendría lugar el enlace. De haber sido así nos queda preguntarnos cómo su familia no reparó en ese detalle terrible.
A su manera, Elisa Brown también cumplió el mandato paterno de elegir hundirse con el barco antes de rendirse y arriar las banderas. Su amor le pertenecía a Francis Drummond, ¿cómo podría entregarlo a otro hombre?
Elisa Brown en busca de Francis Drummond. Ilustración de Koff.
LUCAS YAÑEZ
Notas
[1] Dolina, A., “Bar del infierno”, Bs. As., Planeta, 2005.
[2] Ib. ídem.
[3] Puccia, E. H., “Barracas 1536-1936: su historia y sus tradiciones”, Bs. As., Asoc. Fraga, 2010.
[4] Dolina, A., ídem.
[5] Puccia, E. H., ídem.
[6] De Marco, M. A., “Corsarios Argentinos”, Bs. As., Planeta, 2002.
[7] Puccia, E. H., ídem.
[8] The British Packet and Argentine News del 29 de diciembre de 1827, en http://publicaciones.bn.gob.ar/s1/britishpacket/1827/BNA_S001219212_18271229N0073.pdf
¿Y el nombre del vino? No te lo guardés.