POR FEDERICO ACOSTA RAINIS / Último Round
Fotos: Ariel Vicchiarino
En tiempos como estos, nada mejor que charlar un par de horas con el tipo que rompió el molde del humor en Argentina. Con ustedes, Diego Capusotto.
Hay apenas unos pocos parroquianos zampándose una milanesa con ensalada mixta o tomando un café con leche mientras leen el diario, y abundan las mesas vacías en El Progreso, uno de los bares notables de la ciudad. Es un lunes algo gris, hace rato quedó atrás el mediodía, y todo —Barracas, la esquina, el bolichito, la barra, los mozos, los comensales, las medialunas— transpira tanto Buenos Aires que enseguida me viene a la cabeza lo más porteño que conocí en la vida: mi viejo.
Y entonces también pienso que el lugar que propuso Diego Capusotto para la entrevista resulta muy adecuado. Porque los diferentes personajes que encarna en Peter Capusotto y sus videos —10ª temporada, Canal 7, lunes a las 23:00 hs— son bien argentinos y, sobre todo, bien porteños. Será porque el programa comenzó como un homenaje crítico al rock, y el rock es un fenómeno urbano; será porque el cómico de 54 años recién cumplidos vivió entre Castelar, Villa Luro y Barracas; será porque en los sketches se cuelan trozos de veredas y de taxis y de viejas casas chorizo que uno no puede dejar de asociar a la capital.
Como sea, en eso de pegotear pedazos distintos y hacer que funcionen como un conjunto coherente, Capusotto y su compañero, productor y guionista, Pedro Saborido, son buenos. En cada situación juegan a armar, desarmar y combinar decenas de elementos de nuestra cultura cotidiana, construyendo un pequeño y rico universo cargado de sentido —absurdo, puede ser; exagerado, también— que desde el primer instante inevitablemente nos interpela por lo familiar.
Los collages son tan inesperados como inagotables: hay un cantante pop nazi muy ingenioso a la hora de crear técnicas para mantener a raya cabecitas negras e inmigrantes; hay un cubano enamorado del capitalismo que llegó en balsa a la Argentina y es fanático de las pastillas de menta; hay un padre de familia que parece acoger a pura sonrisa una casa muy liberal, pero que en soledad descarga un camión de estereotipos mientras experimenta ocurrentes maneras de mutilar sus genitales. Todo eso salpicado de una escenografía que parece agarrada con alambre, en consonancia con el relato que solemos contarnos sobre nuestro país.
En Peter Capusotto y sus videos lo surrealista es en realidad hiperrealista. Es esa, quizás, una de las claves de su éxito: la capacidad de satisfacer la tremenda sed de autorreferencialidad que tenemos los argentinos. Los personajes gritan a viva voz y sin ningún pudor lo que alguna vez dijimos —o pensamos y no dijimos, o escuchamos, o criticamos, o fantaseamos— de una manera u otra cada uno de los televidentes. Y aunque a veces los puteamos, también los entendemos, porque como confesará dentro de un rato el comediante, tienen “un convencimiento más orgánico y honesto que los que nos movemos en el mundo de lo habitual”. El humor aparece así como el camino posible para un sinceramiento tanto individual como colectivo.
Me parece verlo doblar la esquina de avenida Montes de Oca, y sí, ese pelo marca registrada es inconfundible. Nuestro entrevistado entra al bar, saluda a dueño y mozos que lo llaman por su nombre de pila y viene a sentarse con nosotros en una mesita junto a la ventana. Capusotto tiene cara de cansado —está en temporada de grabación— pero enseguida se engancha con la charla.
UR: Varias veces dijiste que una de las razones por las que trabajan en Canal 7 es la libertad que habilita: no hay una negociación y pueden hacer lo que ustedes quieren. ¿Eso sigue siendo así después de tantos años?
DC: Nosotros no decidimos trabajar en el canal. El canal nos llamó —teníamos algunos conocidos de la época de cuando hacíamos Todo por dos pesos—, y nos pareció interesante pasar a un canal de aire para que sea más visto lo que estábamos empezando a hacer en cable. El canal de aire permitió también que el programa se pueda hacer más con la voluntad nuestra; siempre hay negociaciones, pero no nos han afectado en la parte artística.
El humor que hacen resulta multidireccional: ustedes largan algo y después cada uno interpreta lo que quiere. ¿Es esa la búsqueda?
Es que no hay otra, salvo que decidas que el espectador entienda todo el tiempo lo que vos querés decir, como una bajada de línea. Para mí ese no es el rumbo correcto, sino hacer desde la propia contradicción, los propios fantasmas, la propia convicción. Después el espectador hace lo que le parece a él, aprueba o rechaza. Tal vez en su lectura ve algo posible que nosotros no vemos, que siempre es más interesante. La mirada del otro termina conformando el programa en su totalidad; hay un momento en el que casi empezamos a perder autoría.
La dupla creativa con Saborido parece funcionar tan bien que uno se pregunta: ¿No se mandan a la mierda a veces?
No. Hemos tenido algún tipo de conflicto, pero siempre cuando están puestos un poco lo físico y la tensión de lo que es una grabación. Algún tipo de diferencia que podamos tener se soluciona con charla y con el propio trabajo creativo que es acción, reacción, rechazo, conjunción, aceptación: no necesariamente lo que a él se le ocurre me va a causar gracia a mí de movida, y viceversa. Pero no hemos tenido grandes choques. Hay un proyecto que es absolutamente en común, que nos trasciende.
En más de una entrevista nombrás lo trascendental. ¿A qué te referís con eso?
A que uno no esté tan seguro de lo que hace, que lo desborde y pueda ser más interesante que uno mismo, en la medida en que abarca un montón de voluntades y de miradas que vienen cooperando. Una circulación que pueda conectar, ya sea el placer puro de ver algo que hace reír, en donde la vida toma importancia en ese momento de disfrute, o las posibles lecturas que cuando son disparadas dejan de pertenecerte.
¿Qué rol juega el humor ahí?
Lo que hacemos es una respuesta a lo que nos toca vivir con la parodia, con la ironía, con el mofarse de un montón de cosas que nos molestan. Y la única arma que tenemos para manifestarnos es el humor. Es una manera de burlarse no solamente de nuestras propias convicciones sino también de un escenario que está como impuesto, como para atrapar la estafa del discurso y de ciertas normas conductuales. Uno es una especie de duende maldito que se quiere poner en el lugar de cómo sería lo que no es correcto.

Ni bien empezó la entrevista me di cuenta que Capusotto no es joda. Al contrario, es cosa seria. No tanto porque no ofrece payasadas ni intenta ser gracioso —definitivamente no es uno de esos actores que viven en personaje— sino más bien porque despliega un pensamiento que se reconoce inacabado y cargado de dudas y búsquedas. En él parecen coexistir una valorización de lo lúdico, una sensibilidad sobre lo social y lo colectivo, y la sencillez de un tipo cualunque que el miércoles a la noche se clava un asado con amigos en la parrillita del barrio.
El laburo que hacen es inherentemente político. ¿El arte que te interesa siempre es crítico, o creés en la potencia de lo poético y de lo estético en sí mismos?
Creo en la potencia de lo poético, del propio juego. No hay una postura de ojo rector que todo critica, que anuncia lo que está mal y lo que está bien. Nosotros tenemos más dudas que certezas. La idea que alguna vez escuché de presentar la vida en vez de representarla, termina siendo para nosotros más interesante.
En los meses que no están grabando, ¿qué hacés además de producir ideas?
Hago otras cosas en las que soy mucho menos protagonista, lo cual me encanta. Por otro lado, aún sin grabar siempre estamos conectados al programa, pensando pequeños escenarios de la vida mundana, que después los hacemos más importantes cuando los ponemos en el programa.Una recolección de situaciones.
Una recolección de datos y de sucesos, con respecto a cosas que escuchamos o imaginamos. A mí me impacta dedicarme al programa y hacer la cantidad de programas que hacemos. Como casi todo en la vida es como un placer y una condena, que están siempre concatenados.
¿Es una contradicción?
No, pero en algún momento pasamos por el estadio del desencanto y después, inmediatamente, hay algo que nos revitaliza y nos vuelve a dar sentido. Eso es… no sé si decir la condena de lo sensible. No es una condena estética en el sentido de que podríamos probar con otra cosa, y no sabemos si no nos animamos o es el miedo a fracasar. Pero el programa termina, lo empezamos a extrañar, y nos dan ganas de volver a conectarnos. Hay algo del orden de lo táctico: catorce programas pasan rápido y al terminar no tenés ese agotamiento que hemos tenido en otras ocasiones. Es más falopa. Es como que te guste el escabio y estés dos o tres días sin tomar y después tengas una fiesta. Te tomaste dos o tres días de no tomar para disfrutar de volver hacerlo en la fiesta que tenés. Para nosotros es como un ritual porque lo estamos esperando. Sabemos que no hay nada más importante que ese encuentro con el propio disfrute. Y que te pasa cuando lo abandonás, nunca cuando lo hacés.
Dentro del lenguaje televisivo ustedes son marginales: no se rigen por las reglas que ordenan al medio, como el rating. A pesar de todo, están trabajando en la tele. ¿Hay algo que te haga ruido de eso?
No, a mí no me hace ruido nada en la medida en que estemos haciendo lo que estamos haciendo. Es aprovechar el medio para informar algo que puede generar disfrute. Es como estar en una feria donde hay un montón de stands para descubrir e interesarse, por sobre otro montón de lugares que con un megáfono dicen “vengan acá que está la posta”.
Es lo que decías del humor, como ese duende que se revela contra lo establecido.
También es escuchar, vivir y sacar conclusiones. Porque en definitiva en lo que nosotros volcamos con un lenguaje ilógico en esa galería de personajes también está ese criterio más crítico sobre cosas que se escuchan permanentemente y sobre las que tenemos una posición tomada. Disputamos desde ahí porque creemos que con el humor, la ironía, la burla, todo se contamina menos y se dinamita eso que para uno es una estafa.
¿Cómo funciona eso a la hora de crear los personajes?
Lo que uno hace es darle a un personaje que pareciera que no tiene importancia, una importancia vital en esa escena en la que se está moviendo. Los personajes tienen una vida muy limitada, aparecen y desaparecen en tres o cuatro minutos, y tienen ese tiempo para ser la gloria o la condena. Y la libertad que tienen es que aunque sean unos estúpidos y procedan mal, a veces poseen un convencimiento más orgánico y honesto que los que nos movemos en el mundo de lo habitual. La ficción tiene un mundo en el que vos te podés permitir otras cosas. Es también ese escape de la propia debilidad, un ámbito que permite hacer lo que no se puede en otro. Entonces es como una gran mescolanza. El arte es promiscuo, tiene que ser siempre confuso, una mezcla de intenciones.
El arte es como una ensalada.
Y sí, porque es nuestra propia necesidad puesta ahí, un lenguaje interesante, que nos ayude, que nos justifique la vida. Lo que uno hace es una manera de justificar la existencia, porque a veces también se pregunta si la existencia tiene algún sentido.
Junto a lo trascendente también aparece lo épico…
La épica es una construcción absolutamente personal siempre, desde la propia desolación. Y ahí está el devenir de los aliados y los enemigos, en ese escenario que uno arma desde la convicción. La construcción de la libertad de la que hablaba Sartre: el hombre tiene la obligación de construirse libre aún con las sujeciones que tiene en el ámbito de lo social. Si no tenés convicción no podés confrontar eso que se te opone, que tiene más fuerza porque está contenido por leyes, instituciones, cosas que no hay manera que no atraviesen tu vida. En mi caso fueron el colegio, la conscripción… lugares donde uno cede ante algo que está de alguna manera ordenado.

Capusotto es un bicho político. Se reconoce parte del peronismo, “que por momentos te convierte en una especie de gordo sindicalista que canta la marcha como si fueras parte del ejército espartano, y otras veces también te da ciertas certezas”. El humorista opina que es el movimiento que permitió a los postergados ganar derechos, pero va un poco más allá y apuesta a invertir la fórmula tradicional: el problema de la Argentina no fue el peronismo, sino el antiperonismo más rancio.
¿Te parece que el reconocimiento que fue teniendo el programa se debe, por lo menos en parte, a la reinstauración de la política en la vida cotidiana?
Creo que se lo ganó solo. Es un programa que nació haciendo referencia a cierta desmitificación de la cultura rock, a cierto amor a esa cultura con la que nosotros crecimos. Y después abrió el juego y empezaron a aparecer personajes vinculados al mundo de lo político, como el caso de Bombita. Estamos en un momento en que hay una discusión política mucho más ardua, y hay escenarios donde esta discusión se derrama. Inclusive en lo cotidiano, en los hogares, hay una especie de confrontación. Y está muy bien.
La política de todos los días.
Sí. En algunos casos son discusiones que tienen una convicción independientemente de que difieran. En otros, la convicción no es tuya sino de quien te informó: la palabra “grieta” hoy está asumida por todos y la dijo Lanata, alguien que en el 2009 puteaba a Clarín y estaba a favor de la Ley de Medios. ¿Quién instala la palabra grieta? ¿Alguien que es víctima o alguien que forma parte? El escenario real es mucho más complejo y lo conocen algunos pocos. Todo lo demás uno de buena voluntad lo intuye.
Con respecto a los medios, ¿te parece que se cayó un poco el velo de supuesta imparcialidad que los cubría, o simplemente se polarizó el discurso?
Se polarizó, porque hubo intereses que quizás en la negociación no debieron ser tocados y se tocaron. Hoy lo que se generan son espacios ficcionales para direccionar la opinión pública. Es una batalla táctica territorial donde de acuerdo a tus propias convicciones vos sabés quién es más enemigo. Hay un poder, que no es el poder real, que está en el gobierno y disputa la agenda con el poder real. Y a partir de eso se forma una propia agenda que posibilita otro tipo de discusiones. A mi me parece bárbaro.
¿Qué opinás de Scioli?
Que es una candidatura hecha para que el kirchnerismo mantenga lo que ha generado en estos doce años. Habrán decidido que lo más factible es que alguien como Scioli pueda contener y hacer continuar el proceso. Pensar que es una figura conservadora hoy ya es ingenuo. El liderazgo es de Cristina, no de Scioli. Scioli es alguien que no se sabe si es parte del asunto o si va a ser presidente para hacer un quilombo ahí adentro. Porque después cuando sos presidente, se te para un poquito la pija…
Sos el que manda.
El poder lo tenés vos. Uno desde el lugar romántico puede pensar que Scioli no es la figura que debe continuar el proceso. Pero, ¿alguien sabe si es Randazzo en vez de Scioli? ¿Cuánto más a la izquierda está que Scioli? A Scioli lo llevó Kirchner ahí y siempre estuvo. Entonces, ¿por qué nos sorprendemos de que fuera candidato? Yo no me sorprendo. En el mundo de la táctica-estratégica de la política, un proyecto requiere de un montón de voluntades. El kirchnerismo ha hecho un derrame en sectores de la intelectualidad que ven algo interesante, y también en algunos sectores de la política más concreta. Me refiero a eso que está ahí, que nunca se irá. Todo lo que Macri y todos esos no tienen, porque son empleados del poder real que les dice lo que tienen que decir. No tienen vocación de política sino vocación empresarial para insertarse en la política y hacer negocios desde ahí, como si fuera todo una gran empresa. Y tienen a los lumpen ahí abajo que vienen a buscarlos cuando bajan del ascensor y llegan a los coches. Seguridad, mucha seguridad, ¿entendés?
¿Y el kirchnerismo?
El kirchnerismo tiene sus grandes contradicciones, que no hay manera de no tenerlas si construís espacios de discusión. Doce años de gobierno y no se van en helicóptero. Hoy ganan, después de doce años, en la Argentina. Eso es ya como para hacer una lectura. El kirchnerismo tuvo ochocientas cincuenta y cinco mil denuncias de corrupción, al PRO le sale una de Niembro y se despaturra. Porque son impunes, brutos, empleados del poder real. Al kirchnerismo lo podés discutir porque tiene una ética, ya desde el discurso presidencial, donde está la idea del otro, la idea de la patria, la idea de nación, la idea de lo colectivo. Eso puede ser una certeza o una estafa, se puede discutir. Pero Macri es la nada, loco. ¿Massa que es? Todos los sectores más encarnizadamente antikirchneristas son los sectores reaccionarios de la Argentina. Los que odian, el cacerolero que dice “estamos en una dictadura”. Eso de decir lo que uno sabe que no es, pero que te coloca en un lugar de la rebelión patética del ciudadano que quiere formar parte de una resistencia, que se encripta nada más que en el odio de piel, no en la certeza de lo político ni en la desmitificación de la estafa.
¿Cuáles son las críticas que le hacés al kirchnerismo?
Lo que nunca me termina de cerrar es que hay gente que la pasa mal todavía, mucha gente que la pasa mal. Nunca me termina de cerrar una política mientras esos sectores más desprotegidos no estén en otra situación. Me parece que estamos un poco sujetos al historicismo de lo que pasó en el 2001, donde realmente era “el desierto crece”, como diría Nietzsche. Hubo una decisión tomada que genero oposiciones y conflictos y que a mí me puso en un lugar también de enervadura política. Después uno puede tener siempre una cierta mirada desconfiada de las estructuras políticas: que me digan que hay corrupción en el kirchnerismo me parece una obviedad. No conozco ninguna estructura política en donde no haya corruptela, en donde no haya alguien que ponga los dedos en “V” y esté haciendo alguna por teléfono con otro.
¿Es parte del juego del poder?
No, es parte de algo a lo que hay que estar muy atento siempre y es que la manera de construir política es saber con quién arás: no terminar de confiar del todo en todos. Uno desde afuera se pone casi como en poeta maldito y dice que todas las estructuras políticas no son de fiar, porque son dogmáticas y se sigue un liderazgo. Esa idea de la magia del liderazgo.
¿Del personalismo?
De la magia, de eso que te hace creer que algo es de una manera que no es. Este es un país típico que respeta siempre al liderazgo: aún el que no vota a Cristina Kirchner sabe que la mina es líder. Y hay un gran porcentaje de la sociedad al que le encanta eso también. Yo soy como un Durán Barba pero del kirchnerismo (risas).
El programa tiene muchas referencias al peronismo. Cuando junto humor y peronismo lo primero que se me viene a la cabeza es el famoso chiste de Perón diciendo que el treinta por ciento de los argentinos son radicales, el treinta por ciento conservadores y el resto socialistas, pero que peronistas son todos.¿Somos todos peronistas?
El peronismo ha generado ese sello donde es lo que fue y lo que pudo ser también. Es una construcción literaria inclusive. Es como dice Rep: doscientos años de peronismo, ya no doscientos años de la patria. Como si todos fuéramos tomados aún odiando el peronismo. Es una especie de actor que se ha podido convertir en varios personajes. A mí me llama mucho la atención los tipos que todavía siguen diciendo: “Estos no son peronistas, yo soy peronista de Perón”. Y vos les decís: “Flaco, hace cuarenta años que se murió Perón, ¿vos de que Perón me hablas?”. ¿Qué es Perón? ¿El del 46 al 52? Claro, pero me estás hablando de hace sesenta años. Entonces es: “Lo que dejo Perón”. ¿Qué dejo Perón? Menem y el kirchnerismo. “Ah, no, pero estos no son peronistas, hicieron centrismo, vienen de la izquierda nacional en realidad”. ¡Andá a la concha de tu madre! Yo te lo digo como peronista, a ver si me entendés.
¿Tenés una mirada pesimista sobre el futuro del mundo? ¿Se va todo a la mierda o es una paranoia colectiva que ya ha ocurrido innumerables veces a lo largo de la historia?
Soy fatalista con respecto a que todo el mundo una sus deseos y empiece a pensar en el otro. No creo en la ayuda definitiva ni en paliar los males. Creo que hay algunos que intentan modificar el estado de las cosas y otros que no. Y los que no lo intentan no lo van a intentar tampoco.
¿Y van a ser cada vez más?
Creo que la gente dice: “Esta es la única vida que hay, es lo que me tocó, yo tengo que dedicarme a un territorio muy personal”. Los que manejan el poder económico no tienen tiempo ni ganas de preocuparse por la fragilidad del mundo. A lo sumo son cínicos —deben creer que es un acto de bondad—: cada tanto van a una fiesta y reparten sesenta mil dólares. Es un estado irracional pensar que el mundo puede ser feliz en la igualdad de todos. No creo que tanta gente se pueda poner de acuerdo para eso.

Además de todo lo otro, Capusotto también es futbolero. Parece que andaba más o menos bien y de pibe se probó en varios equipos porque convertirse en jugador profesional era su sueño, pero la cosa no prosperó. Fanático de Racing aunque ya no va a la cancha, cada tanto un partidito se lo juega, y es inevitable preguntarle algo relacionado con la redonda. Cuando termine la entrevista, de hecho, nos vamos a quedar charlando un rato más sobre el ascenso y sobre algunos clubes que quedaron en el recuerdo.
Se rompió Messi: ¿Estamos al horno para las eliminatorias?
No, la posibilidad de que Argentina clasifique con o sin Messi están dadas. El tema es el Mundial, cuando jugás a otra cosa y tenés que tener no solo un ordenamiento táctico y jugadores que desequilibren, sino también un ordenamiento psicológico porque son nada más que siete partidos. Imaginate que le pasó a Argentina con Alemania: era el rival más difícil y podría haberlo ganado, pero quedamos afuera.
Hace un tiempo salió un video de un lindo gol tuyo en papi. Lo festejaste y al toque saliste. ¿Compañerismo o no te daba más el cuero? (risas).
Estábamos en una cancha techada, era en diciembre y estaba cagado de calor. Cuando hice el gol me vino lo típico de la vejez y dije “acá cierro”. Yo jugaba al futbol muy seguido, pero desde los cuarenta empecé a jugar mucho menos, por el programa, porque no quería romperme. Juego cada dos o tres años. Cuando jugás de esa manera te empezás a olvidar que alguna vez jugaste y empezás a desconfiar si alguna vez fuiste bueno. Yo jugaba bien, no era un crack, pero jugaba bien. Entonces por una cuestión absolutamente narcisista, y como había gente de la hinchada de Racing que estaba atrás que cada vez que tocaba la pelota me puteaba, cuando hice el gol les hice así (gesto de índice penetrando un círculo formado por índice y pulgar), como diciendo “tomá, puteen ahora”. Y me fui.
Te fuiste por la puerta grande.
Me fui por la puerta grande. Estás por salir campeón, faltan seis minutos, ya sos veterano, haces así (índices girando, signo de pedir el cambio, más risas), te cambia el técnico para que te ovacionen todos y te vas.
Está bien, estuvo bueno el gol.
Era un ámbito mucho más humilde porque no estamos hablando de un jugador profesional. Se mezcló lo narcisista y la derrota física.
Te vi, te fuiste caminando.
Chau, hasta acá llegue. Y después como naturalmente uno debe hacer, terminé comiendo un choripán y tomando un vino.