Los orígenes argentinos de la central nuclear que Irán acaba de inagurar

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Por Juan Salinas
La bomba gaucha

La discusión es si Argentina es el padre, la madre o apenas un tío/a del Plan Nuclear iraní. En cualquier caso, los medios no gustan recordarlo.


Estados Unidos logró que el Consejo de la Seguridad de las Naciones Unidas para que sancione a Irán por desarrollar su plan nuclear y según fuentes variadas (especialmente insistente ha sido Fidel Castro) se dispone a atacar a Irán en alianza con Israel.

Mientras los ayatolás que gobiernan Irán reivindican el “derecho inalienable” de Irán a desarrollar la tecnología nuclear e inaguran en su primera central nuclear en Busheir, en la Argentina suele soslayarse el hecho no menor de la paternidad argentina del plan nuclear iraní. Y por ende, de la (eventual, futura, hipotética) “bomba fundamentalista”.

Todo comenzó cuando a principios de los años ’70, el contralmirante Oscar Quihillalt, que había estado al frente del plan nuclear argentino durante una década y media, fue contratado como “consultor” por la recientemente creada Organización Iraní de la Energía Atómica (OIEA). El gobierno del “Sha de Persia”, Reza Pahlevi consiguió ficharlo tras ofrecerle, además de otras canonjías, una remuneración mensual de 10.000 dólares, un dineral para la época.

De la paternidad argentina del plan nuclear iraní da fe el hecho de que a comienzos de 1975, durante el gobierno de “Isabel” Perón, la mitad del personal extranjero de la OIEA era argentino.

Desde que en 1953 el primer ministro Mohammed Mossadegh –un intelectual que se había atrevido a nacionalizar los hidrocarburos– fue derrocado a sangre y fuego por Estados Unidos y Gran Bretaña (en lo que fue el debut de la CIA en materia de golpes de estado), Irán era gobernado dictatorialmente por el Sha (emperador) entronizado por los anglosajones, un enemigo “natural” de los países árabes y el principal aliado de Israel en la región.

Es por eso que ni Estados Unidos ni Israel objetaron el plan nuclear iraní, cuya etapa era la construcción por la alemana Siemens de una central nuclear en la ciudad portuaria de Busheir.

La cooperación nuclear entre Argentina e Irán siguió intensificándose durante los primeros años de la dictadura militar instaurada en marzo de 1976. Los militares golpistas dividieron entre las tres armas todas las reparticiones y empresas del Estado. La Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA, más conocida como “la Conea”) quedó en manos de la Armada, un poco porque los marinos tenían expertos en submarinos y otras naves de propulsión nuclear y otro porque durante su dilatada gestión Quihillalt había tenido discípulos dentro de la fuerza. Con el ánimo de liberarse de regulaciones nacionales e internacionales, los marinos crearon la empresa Investigaciones Aplicadas Sociedad del Estado (Invap SE, hoy dependiente de la provincia de Río Negro).

Lamentablemente, Quihillalt y otros militares y civiles argentinos que vivieron en Irán en aquellos época tumultuosas, no han dejado testimonios conocidos y ya fallecieron. Era imposible que sus testimonios fueran desabridos a causa de lo muy movidos que resultaron aquellos años: a comienzos de 1979 el imán Rulloah Jomeini dejó su exilio en París y regresó a Teherán y en apenas una semana (contra las previsiones de los servicios de inteligencia de los Estados Unidos, Gran Bretaña e Israel, la CIA, el MI-6 y el Mossad) una insurrección popular masiva derrocó al odiado Sha y puso al jefe religioso chiíta al frente de la naciente república islámica.

Poco después Siemens suspendió la construcción de la central de Busheir (que recién en los ’90 los iraníes dotaron de un reactor ruso, pero que recién inaguraron ahora), pero los argentinos, aun con altibajos, siguieron asesorando a los ayatolás del mismo modo en que lo habían hecho antes con el Sha.

Esta colaboración no parece haberse interrumpido cuando a fines de aquél año decenas de partidarios de Jomeini ocuparon la embajada de los Estados Unidos en Teherán, tomando como rehenes al personal norteamericano que encontraron allí, ni cuando en abril de 1980 tropas aerotransportadas de la US Army intentaron su rescate en la catastrófica Operación Garra de Águila, y ni siquiera cuando en septiembre de 1980 el Irak de Sadam Hussein (alentado por Ryad y Bonn, y entre bambalinas por Londres y Washington, que una década más tarde, tras la invasión de Kuwait, le declararían la guerra) atacó a Irán en el estrecho de Chat El Arab.

Por el contrario, tan pronto Ronald Reagan reemplazó en la Casa Blanca a James Carter, los militares argentinos se sumaron alegremente al Irangate, el abastecimiento clandestino de armas a Irán dirigido a instancia de Israel desde la Casa Blanca y ejecutado por decenas de traficantes de armas de todas las nacionalidades, como demostró el derribo de un avión argentino de la compañía TAR –vinculada a la Fuerza Aérea– en julio de 1981 por el fuego de baterías antiaéreas soviéticas cerca de la ciudad armenia de Erevan, por entonces parte de la URSS.

Dicho avión, un cuatrimotor Canadian CL 44, fue abatido cuando regresaba de Teherán luego de haber descargado en la capital iraní municiones y repuestos para tanques de fabricación estadounidense que había cargado en Israel. Era el cuarto vuelo de estas características que efectuaba.

Tal como se dijo, los pormenores de la colaboración de la dictadura con los ayatolás no son todavía conocidos por el público, ni en lo que hace al Irangate, ni en materia nuclear. Pero en cambio hay un amplio registro acerca de cómo continuó la historia tras la recuperación democrática de diciembre de 1983, cuando Raúl Alfonsín reemplazó al último dictador, el general Reynaldo Bignone.

El funcionario iraní que a mediados de los años ’80 solía visitar seguido Buenos Aires para acordar los detalles de aquella «cooperación» era Massoud Samiei, en la actualidad disidente del régimen iraní exilado y alto funcionario de una AIEA que, bueno es puntualizar, por entonces no objetaba en lo más mínimo la alianza nuclear irano-argentina.

Durante 1986, Samiei analizó con los responsables de la Empresa Nuclear Argentina de Centrales Eléctricas Sociedad Anónima (ENACE S.A. por entonces la rama de la CNEA dedicada a la construcción de Atucha II) la manera de concluir la central atómica de Busheir, aprovechando que los argentinos utilizaban tecnologia alemana de la Siemens.

Así fue como en mayo de 1987 se firmó un primer contrato por unos 6,6 millones de dólares para reemplazar el núcleo del reactor de la Universidad de Teherán, que funcionaba con uranio enriquecido al 90 por ciento, por otro que lo hiciera con uranio enriquecido a sólo el 20 por ciento. Dicho contrato contó lógicamente con la aprobación de la AIEA, puesto que si era posible fabricar ingenios nucleares destructivos a partir de aquel uranio muy enriquecido, no lo era a partir del otro, mucho más pobretón.

Un año y medio después, a fines de 1988, se suscribieron otros dos contratos: uno de unos diez millones de dólares para que los argentinos purificaran el uranio natural y lo convirtieran en dióxido de uranio, ya fuera en polvo o gaseoso, y otro de quince millones para erigir y poner en funcionamiento una planta piloto de fabricación de elementos combustibles.

Para entonces, la guerra Irán-Irak había concluido abruptamente. A comienzos de 1998 estaba claro que, a un costo de muchos centenares de miles de muertos, Irán no sólo había rechazado la invasión irakí, sino que llevaba las de ganar. Interesado en preservar al régimen de Sadam Hussein, Estados Unidos intimó a Teherán a decretar un alto el fuego y firmar un armisticio. El anciano Jomeini se negó de plano. Según los iraníes, el Pentágono les dio un ultimátum, amenazándolos con tirarles una bomba atómica. Como fuera, el 3 de julio de 1988 la fragata misilística USS Vincennes derribó sobre el Golfo Pérsico a un Airbús de la estatal Iran Air, matando a sus 290 ocupantes. La US Navy dijo que había sido un lamentable error: que el comandante había confundido al Airbús con un caza. Era una burla puesto que las siluetas del Airbús y un caza son tan distintas como las de un ómnibus de dos pisos y un Twingo. Como las de un elefante y un chivo.

Jomeini entendió el mensaje. Dos semanas después anunció públicamente su aceptación del alto el fuego incondicional ofrecido por Sadam, por más que hacerlo fuera para él «peor que beber veneno». Moriría antes de que pasara un año.

En cuanto a la cooperación nuclear irano-argentina, hubo algunos inconvenientes porque Irán no aceptó los avales del Banco Nación, por lo que los contratos volvieron a firmarse (no sólo con la CNEA sino también con su desgajamiento «privado», Nucleoeléctrica Argentina SA, NASA, y con empresas privadas como Nuclear SA, fundada por Quihillalt) en febrero de 1990. Pero en 1991, se recibieron instrucciones del canciller Guido Di Tella de parar los embarques, y poco después Argentina anunció unilateralmente la rescisión de dos de los tres contratos (se exceptuó el del cambio del núcleo del reactor de la Universidad Central de Teherán, pues favorecía la no proliferación).

Recién en 1997 Irán logró que la Argentina le pagara una indemnización de 5,5 millones de dólares por la rescisión unilateral de los contratos. En el ínterin se produjeron sendos ataques con bombas contra la embajada de Israel en Buenos Aires (1992) y la AMIA (1994), con un saldo de más de cien muertos. Desde un primer momento se responsabilizó a Irán por estos atentados (al punto de que horas después del primer ataque apareció un anónimo responsabilizando a iraníes de la manipulación de la presunta camioneta-bomba, anónimo que resultó ser falso de cabo a rabo), pero lo cierto es que jamás hubo pruebas tangibles de la supuesta participación de terroristas iraníes en esos ataques.

Tras informar que la CIA responsabilizaba a Irán por ambos ataques diciendo que «la evidencia es sólida y tiene las huellas digitales de Irán por todas partes» pero se negaba a proporcionarla, el famoso periodista norteamericano Jack Anderson concluyó que las verdaderas razones del encono con Irán provenían de que los ayatolás tratarían «de comprar, mendigar o robar cualquier material nuclear».

No era la única hipótesis que vinculaban aquellos ataques con proyectos nucleares. Menem había visitado Siria en 1989 en vísperas de las elecciones que, todo el mundo descontaba, le ganaría al candidato radical, Eduardo Angeloz. Luego de entrevistarse con Monzer al Kassar, lo había hecho con el vicepresidente Abdul Halim Jadam, a cargo, entre otros, de temas tan importantes como el tráfico de armas y drogas y las relaciones con los servicios secretos de Israel (hoy, Jadam es el principal disidente del régimen baasista y acaba de acusar al presidente Bashar Assad nada menos que de haber ordenado el asesinato del primer ministro libanés, Rafik Hariri).

Según el embajador Oscar Spinosa Melo, que asistió a la reunión en la lujosa residencia montañesa del vicepresidente sirio (que recibió a Menem rodeado de guardaespaldas armados), Jadam le preguntó si estaba dispuesto a cooperar con Siria en materia de energía nuclear, y le dijo que para Siria era de vital importancia tener un reactor. «A eso, Menem respondió, ante mi estupor, que no iba a haber problemas en facilitarle alguno de los reactores de los que el país disponía. Yo no sabía si la Argentina tenía o no reactores nucleares disponibles, pero sí sabía cómo podía caer una cosa semejante en Estados Unidos e Israel”.

Menem –que pedía dinero para su campaña electoral– le prometió a Jadam no sólo el deseado reactor, sino también que “llegado el caso, podía facilitarles técnicos e inclusive mencionó al contralmirante Quihillalt», recordó Spinosa Melo. Bajo la presión de Estados Unidos e Israel, Menem no pudo cumplir su promesa y Siria se vio obligada a comprar un reactor chino que utiliza para alumbrar parcialmente Damasco.

El jefe de Relaciones Internacionales de la CNEA, ingeniero Dario Jinchuk, relativizó en 2006 la paternidad argentina del plan nuclear iraní. Tras recordar que según se sabe ahora desde mediados de los ’80 Irán negoció paralelamente la provisión de tecnología nuclear con allegados a Abdul Qadeer Khan, más conocido como el «padre de la bomba atómica pakistaní», Jinchuk dijo en un rapto de buen humor que «quizá sea un poco exagerado decir que Argentina sea el padre del programa iraní, pero como mínimo es el tío».


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