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MARÍA MORENO – LIBROS: «Black Out»: Literatura y periodismo a partir de los ’60

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María Moreno quizá sea, de todas las que frecuenté, la mujer con más capacidad de convesar de temas que me interesan, por lo que nunca me extrañó la buena acogida que tuvo en las mesas de La Paz de mediados los ’80 (que eran un segundo hogar para quienes habiamos regresado del exilio y topado con la horrible constatación de los huecos dejados por la dictadura y una derrota tan lapidaria que acaso fuera ilevantable), mesas casi exclusivamente de varones y bastante misóginas además (recuerdo solamente a otra mujer que se la bancaba, Yenia Fisher, ex de Tomás Abraham, de la que nunca volví a saber nada) en las que descollaban, además de Briante y Fogwill y otros nombrados, Germán García. Tiempos aquellos de los videos VHS y comienzos del cable, cuando despediamos la juventud libando como cosacos… cuando teníamos dinero. Y no quiero ponerme melanólico porque Corrientes hace mil que dejo de ser «la jaula» y el café La Paz no existe más como lo que era entonces. Cuando ya nos poníamos melancólicos recordando la época en que a metros de allí estaba el mítico cine Lorraine. JS

María Moreno: «La escritura plebeya, la mía, es la que se escribe en contaminación»

 

Más allá de los límites entre crónica y literatura, su libro Black out recupera sin nostalgia la memoria de una generación perdida y de una época del periodismo que no volverá

 

Black out

Ogresa y comediante, como ella misma se define en su nuevo libro, María Moreno se desnuda con y sin pudor en Black out  (Literatura Ramdom House, 416 páginas). «Si escribo lo que escribo, ¿me desnudo?» La pregunta está cerca del final de esa suerte de striptease textual en que, a la vez que deja caer sus experiencias con el alcohol (desde los alcoholes manipulados por la madre química hasta la botella ganada en un concurso con la protección del espíritu de Miguel Briante), orilla el retrato de una generación, los jóvenes de ayer de las décadas de 1960 y 1970, en cuatro retratos de amigos muertos. Ellos son, además del autor de Las hamacas voladoras, Claudio Uriarte, Charlie Feiling y Norberto Soares.

Una época del periodismo y la literatura, que no volverá, vuelve en las páginas escritas por Moreno con una intensidad inusual. «Varonera» irredenta, Moreno logró alcanzar en ese mundo de hombres un sitio único a fuerza de lucidez y pasión por «el otro lado» de la realidad. En Black out también se procesan duelos. Su padre, Jorge Di Paola Levín, Osvaldo Lamborghini y Héctor Libertella alternan en las tres partes en que Moreno facetó su libro. Una está dedicada a los retratos de escritores bebedores; otra, a microensayos (donde arriesga un nacimiento de la literatura argentina diferente del propuesto por David Viñas), y otra, al territorio de los bares porteños frecuentados por la autora, vaso de whisky en mano, desde la adolescencia. El libro está dedicado a Ricardo Piglia y a Beba Eguía. «Ellos me impulsaron a escribir este libro y son testigos de las mismas constelaciones literarias», dice.

-¿Black out es el libro de memorias de una tribu en extinción?

-Sí, considerando que la extinción es algo más radical que la muerte. Lo muerto puede dejar un legado, haberse reproducido; lo extinto no. Se puede leer Black out junto con los diarios de Ricardo Piglia (en realidad, los de Emilio Renzi) y Yo ya no (el don de la amistad), de María Pía López, un retrato y tributo a Horacio González, como libros que dan hospitalidad (es una expresión de María Pía) a lo amenazado. Yo soy más pesimista y diría a lo extinto. Lo extinto de un modo de intervenir intelectual y políticamente, de dialogar desde la crítica con el poder, de tener como proyecto una disrupción estética en el establishment, de querellar con los medios. Eso es lo extinto.

-¿Por qué le pusiste un título en inglés?

Black y out son palabras entendibles aun para quien no sabe inglés. Se me ocurrió con un subtítulo, «memoras», pero después me pareció demasiado chistoso. De todas maneras, la lengua del alcohol es universal. Hangover se puede traducir como «resaca», pero ¿cómo traducir black out?

-¿Qué es la escritura plebeya?

-Es la que se escribe en contaminación, dentro del periodismo o paralelamente al periodismo. Yo escribo siempre en esas zonas en oposición a los escritores «puros», que separan la literatura de otras escrituras. El modo en que Martí, Vallejo o Darío se pensaron a sí mismos como escritores fue en oposición a ese otro trabajo que hacían durante el día, que era el periodismo. Roberto Arlt rompe con eso. Hace de la contaminación una bandera. Eso es lo plebeyo. La mayoría de mis libros son recopilaciones de artículos de prensa escritos por encargo. Y en este reciclo textos anteriores y, si te fijás, cada párrafo tiene el tamaño de una nota: ése es mi aliento.

-Entre los escritores no aparece Fogwill, de quien se dijo que escribirías una biografía.

-Están mis amigos que aparecían dentro de la estructura del bar. Y todos éramos periodistas. Fogwill no formaba parte de eso. En esa época, yo le encargaba una nota a Fogwill. Él me entregaba una en la que insultaba en detalle a los dueños del diario en que yo trabajaba. Yo le rechazaba la nota y él me llamaba «policía». Era su jueguito. Éramos amigos, pero no del bar.

-En el libro se hace referencia a la «carne de artista» y las intensidades biográficas, hoy muy solicitadas por editores y lectores.

-Creo que ahora ciertas generaciones que imaginan que la experiencia de intensidad cesó (como puede haber sido la militancia de lucha armada, el sida, la liberación sexual) tienden a leer literalmente, como caníbales de intensidad. Gozan el riesgo por delegación.Son como «cafishos» de intensidad. Y el libro es otra cosa. En literatura, la intensidad es un efecto. Héctor Libertella había escrito en La arquitectura del fantasma que los borrachos amigos de Kerouac lo consideraban un traidor de la vida, se reventaba con ellos pero en lo único en lo que en realidad pensaba era en ir corriendo a escribir.

-¿Vas a hacer una visita guiada por el Museo Nacional de Bellas Artes?

-Me gustaría seguir la lectura que hice con Daniel Santoro para la TV Pública sobre grandes cuadros nacionales como El despertar de la criada, La vuelta del malón y Sin pan y sin trabajo, porque son cuadros de múltiples sentidos. En cierto modo son muy ambiguos. Le agregaría El baño yel Retrato de Manuelita Rosas, de Prilidiano Pueyrredón, para hablar un poco de erotismo. Yo creo que debajo de la pollera de Manuelita está escondida «la mulata» que posó para El baño.

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